Reflejos III

Se removió sobre la cama al sentir un escalofrío recorriendo su cuerpo cuando la fresca brisa entrante a través la ventana abierta inundó toda la habitación. Con la pregunta de quién la habría abierto, se desperezó e incorporó, dispuesta a encararse con el culpable. Al hacerlo pudo observar la ancha espalda desnuda cuyo dueño miraba absorto algo imposible de vislumbrar para sus ojos. La misma figura que había pasado toda la noche a su lado, y que desde el momento en que hubo notado su ausencia, lamentaba ser incapaz de no sentirlo junto a ella, necesitándolo intensamente.

Volvió a temblar debido al frío y procurando no hacer mucho ruido, posó los pies en las gélidas losas de mármol del suelo y acuclillándose comenzó a tantear el terreno, afanándose en hallar algo que ponerse encima. Pronto encontró una camisa, e ignorando a quien pertenecía, se la acomodó a su figura, apenas abrochándose los botones. Se enderezó y suavemente se acercó hasta aquella espalda, rodeando su cintura con los brazos y recostándose contra su espalda, sin sobresaltarle ni pronunciando una sola palabra.

Cruzado de brazos divagaba en lo que vendría a continuación, oteando por la ventana levemente entreabierta sin ver realmente más allá, sumido en sus propios temores de las cosas que debía y deberían enfrentar en breve, sabiendo perfectamente cual era su lugar en todo eso y lo que todos esperarían que hiciera.

En aquellos lúgubres pensamientos nadaba, cuando casi enseguida supo el momento en que ella había abandonado el mundo de los sueños, permaneciendo en silencio. Quería ver de qué forma se comportaría. Y debía confesar que aquel gesto de abrazarle apenas se hubo levantado le gustaba, deseando que lo repitiera cada mañana, sintiendo su pecho a su espalda mientras él le daba los buenos días acariciándole las manos, de forma similar a lo que ahora estaban compartiendo.

-¿Por qué estás pensativo?- preguntó contra la piel de su espalda.

-No lo estoy, sólo me acerqué a la ventana a tomar el aire, y me quedé perdido en el paisaje.

-¿Tan bonito es?- dijo curiosa, y al instante la notó de puntillas, separando sus manos para deslizarlas ascendentemente hasta posarlas en sus hombros impulsándose de esa manera y así conseguir atisbar por encima de su hombro.

-No distingo nada...- pues lo único existente más allá se resumía en un terreno yermo de color grisáceo y un cielo negro, nunca variando de color ni de matices, razonando en que según las horas de sueño que tuvo, su tonalidad debería hacer cambiado o al menos alterado.

-Normal. Eso tiene que ver con lo que realmente es este sitio.

-Es desolador...

-¿El qué? Ah, claro, esto. En realidad para nosotros no lo es.

-¿Nosotros?

Escuchó su suspiro, sus músculos tensándose rápidamente, como temiendo a lo que diría a continuación.

-Es hora de que te cuente una historia tal vez algo larga.

-Vale, pero primero deberías ponerte algo más de ropa que la que llevas, estás helado.

-Es algo que no puedo evitar, pero no importa eso ahora. Ven.

Apartó su manos delicadamente de sus hombros girándose para cargarla en brazos y depositarla en un sillón que ella no recordaba haber visto la noche anterior, y él se sentaba en el borde de la cama inclinándose sobre su cuerpo tras apoyar los codos en sus piernas, de tal forma que el pelo le tapara los ojos, esperando que ella se pusiera cómoda.

-¿Y bien?- se sobresaltó al pensar en el largo rato que debían haber permanecido así, por lo que levantó la cabeza para mirarla. La vio sentada con las piernas ligeramente abiertas, soportando su peso en los brazos tácitamente colocados en aquel espacio entre ellas, algo que sirvió para olvidarse momentáneamente de las preocupaciones que nublaban su mente.

-Esto... –empezó a vacilar, desviando ligeramente los ojos.

-Dime- contestó ajena a lo que le estaba atormentando, algo mucho más carnal que cualquier posible problema con la historia a relatar.

-¿Podrías...taparte... o ponerte algo de ropa... o cerrar las piernas?- dijo aturullado, señalando la zona culpable de su nerviosismo. Pues aunque no pudiera verlo del todo, al presenciar esa postura casual de ella ausente de toda maldad, era casi peor que el que se hubiera abierto de piernas delante de él, y eso ahora era lo último que necesitaba, ya que su determinación flaqueaba peligrosamente dirigiéndose a otros derroteros.

Ella siguió su indicación percatándose de a lo que se refería, cuya única respuesta consistió en leve encogimiento de hombros para pasar a alzarse y caminar parándose a escasos centímetros de él, acuclillarse y colocarse a cuatro patas moviendo las manos sobre el suelo como si palpase algo, aunque sin saber realmente el motivo dándole un primer plano que muchos envidiarían de su trasero.

Tragó saliva dándose valor para decirse mentalmente que aquel era el momento, puesto que si desaprovechaba la ocasión, jamás encontraría el momento, por más ganas que tuviera de volver a empezar de nuevo...

-V-verás ahora no es el momento... no pienses que...

-Pero si sólo estaba cogiendo esto-explicó levantándose y enseñándole la parte de abajo de su ropa interior rescatada bajo la cama.

-Ah...-fue su respuesta, tragando aire para poder concentrarse en respirar. Aunque ya encontradas, ahora debía ponérselas, lo que implicaba...

-¡Espera!- gritó con vehemencia.

-¿Sí?

-Me doy la vuelta.

-Sigues con tus problemitas veo, bueno no te preocupes- se arrimó a su cuerpo y tapándole con una de las mangas de la camisa los ojos, procedió a complacer su deseo, algo torpemente, debido a lo que le costaba hacer ambas cosas a la vez, mas pronto se le ocurrió la solución.

-Edwing...-ronroneó con voz zalamera.

-¿Acabaste?-la interrogó, con un dejo de esperanza.

-No, es que verás no puedo sola, porque como te estoy tapando los ojos me cuesta un poco...

-Ya veo, ¿pero qué quieres que haga?

-Obvio, que las subas tú.

-¿¡Qué!? ¿Por qué?- sonrió al verle con los ojos tapados y bastante rojo pronunciando cosas poco coherentes.

-Así acabo antes.

-D-de acuerdo. ¿Cómo?

-Mira dame tu mano. – y eso hizo, llevándola de paso hasta la altura de su rodillas, donde estaba su mayor problema en ese momento.- Y ahora pues subes de ellas, pero no seas brusco ¿eh?

Y realizó la tarea tal como le había demandado, subiéndoselas procurando no ser muy apresurado y adivinando el motivo de cierto calor en una parte de su cuerpo, nada dispuesta a cooperar con él en el complejo arte de pensar.

Al rozar con sus yemas su cintura supo que con mayor o menor dignidad había salido de esa situación.

-¡Perfecto, muchas gracias!- le besó en la mejilla, retomando asiento de nuevo, con las piernas cruzadas esta vez.

-Y otra cosa...

-Lo que tú quieras.

-Te queda bien mi ropa, pero cuando acabemos la necesito de vuelta. Pero si tanto te gusta la próxima vez traigo alguna más.

Ella bajo la mirada y vio que realmente tenía razón, ésa no era la suya.

-Ya decía yo que me quedaba un poco grande, aunque para dormir es cómoda.

-¿Para dormir? ¡Si es de seda!

-¿Ahora te pones señorito? ¡Si me las has ofrecido tú! Además he leído algo sobre lo que es posible hacer con la seda, pero si te molesta lo puedo probar con otra persona.

-¡No me molesta! Puedes quedártela y hacer lo que quieras, pero esa la necesito cuando acabemos - agregó solícito.

-¡Bien!- y le dirigió una ancha sonrisa. ¿Empezamos?

-¿El qué? ¡Cierto! Supongo que hay muchas cosas que quieres o necesitas saber, no se si prefieres que te lo explique o preguntarme tú misma. Elige.

-Te preguntaré.

-Lo que quieras, prometo ser sincero.

-¿Eres un vampiro?- preguntó casualmente.

-¿Desde cuando lo sabes?- dijo sorprendido.

-Me lo imaginaba, por las marcas que me quedaron cuando me mordiste, el ambiente, la omnipresente oscuridad... ¿Por qué lo hiciste? – interrogó sin rencor en la voz, como si todo ello formase parte de una situación de ordinariez insultante.
-¿Acaso no es obvio?

-¿Necesitabas un nuevo juguete?

-¿¡No te dije anoche que no te quería sólo para eso!?

-Vale, vale, era una broma. Pero me gustaría escuchar la verdad de tus labios y sin indirectas.

-Te quiero- respondió, simple y llanamente, percibiendo su cara de sorpresa al imaginarle incapaz de confesarlo en voz alta.

-¿Me viste esa noche y ya te enamoraste de mi? Debo ser un bellezón, y yo sin saberlo.

-No verás, es algo un poco más largo. Tú no me conocías a mi, pero yo a ti si. Te vi por primera vez hará cosa de un año, llorando bajo la lluvia frente al mar, ajena a todo.

-Aquel día... Me había escaqueado un tiempo de casa, supuestamente para ir a visitar a una amiga.

-Imaginé algo similar, ¿por qué?

-En realidad fue por alguien. Alguien a quien quería muchísimo, muy importante para mi...-musitó, retornando a un pasado que no quería recordar, pareciéndose cada vez más a aquella frágil muñeca de su primera imagen.

-Un chico -sentenció.

-Así es. Alguien que me cuidaba y me hacía sentir protegida… Mi amigo desde la infancia.

-¿Qué pasó?

-Pues el día que iba a confesarle que necesitaba algo más que su amistad, le encontré con mi mejor amiga de la mano, con la mayor sonrisa que nunca le había visto, una que jamás me dirigió a mí. Sentí un dolor lacerante en el pecho, es cierto. No obstante, si él era feliz así, mis opciones restantes se resumían en desearles lo mejor. Sé que tal vez lo consideres como algo sin importancia, y en cierta forma lo es, pues a todos nos pasa algo así alguna vez en la vida. A ojos de alguien ajeno, no deja de ser un capricho de niña mimada y adolescente sin preocupaciones. Aunque lo que verdaderamente me abrumó y preocupó, nacía y vivía en los ojos de ella. Vi que había algo más tras todo eso, algo que al principio no supe descifrar. Si tan sólo lo hubiera sabido antes... Pero en el momento al que te referías únicamente estaba allí sintiéndome mal al pensar ver fantasmas dónde sólo restaba mi envidia, incapaz de sentir felicidad por ellos.

Tras decir eso, se sumió en un pesado silencio del que parecía no ser capaz de salir. Alentándola a romperlo antes de que la ahogara, habló nuevamente.

-¿Cuántos años tienes?- curioseó.

-Diecisiete.

-¡Me he acostado con una menor!

Aquello pareció surtir efecto, pues pronto le encaró con una expresión de ira contenida.

-¡Pues haberlo preguntado antes! ¡Además cualquiera diría que eres un viejo!

-Hombre, se podría decir que lo soy...

-¿Cuántos años tienes?

-Unos ciento veinte. Bueno, vale, ciento veinte exacto -corrigió al notar la expresión asombrada de ella.

-¿Cómo? Si aparentas menos -dijo incrédula.

-Eso es porque somos más longevos que los humanos. Equiparando edades tengo unos dieciocho o diecinueve, es difícil precisarlo con exactitud.

-¿Cuándo te mordieron?-intentó extrañamente cambiar de asunto.

-No lo hicieron. Nací siendo vampiro. Sé que te resulta extraño pero tal vez deberíamos volver al hilo principal.

-Sí... –suspiró cansada.

-Te vi, y no pude evitar percibir en ti la misma tristeza de mi interior, aún sin saber las causas ni los motivos. Sólo sé que me quede prendido de aquella figura solitaria, que miraba el horizonte esperando desaparecer.

-Cierto, eso esperaba. ¿Pero por qué no apareciste?

-Hay varios motivos, pero uno de ellos es que no quería asustarte. ¿Qué habrías pensado si un extraño se te aparece de la nada en mitad de la noche y se sienta a tu lado?

-¿Y tras eso?

-Tras eso fui tu sombra, acompañándote sin que lo notarás, hasta que salió el sol y tuve que irme contra mi voluntad. A partir de ese momento, mi costumbre pasó a ser la de vigilar tus pasos desde la puesta de sol hasta el amanecer, protegiéndote y asegurándome de tu bienestar, velar por tu seguridad.

-¿Entonces también sabrás lo de las heridas del brazo?

-Sí, y me costó horrores mantenerme al margen. Ya no era sólo la necesidad de estar a tu lado aunque siempre a la sombra. Deseaba beber de tu sangre, relamerme con el dulce sabor que mi olfato presumía que tenía...

-Ahora entiendo en parte, por qué nunca me paso nada por las noches. ¿Eras tú, no?

-Sí...

-Alguna vez, ¿mataste a alguien por mí? -preguntó, en voz inflexible que sugería casi una orden.

-No, les hacía pensar que yo realmente estaba contigo y desistían. Aunque debo admitir que fueron pocas las veces, era como si lo supieras de antemano.

-Mi intuición.

-La misma. La misma por la que muchas veces me pregunté si notabas mi presencia.
-Una vez sospeché de la presencia de alguien más, pero pronto lo relegué al olvido. Supongo que tal vez me acostumbré al presentir que no era malo y lo dejé estar.

-Menos esa noche.

-Menos esa noche, cierto. Aquel día, se me quebró el último pedazo de lo que fuese que me quedase. ¿También me seguías?

-Sí. Aunque en un instante dado te perdí de vista. ¿Qué pasó?

-La misma amiga de antes... o la que pensé que lo era. En realidad, se lo pasaron en grande a mi consta, ella junto a las demás, ya que a la primera oportunidad que se le presentó la emprendieron con hacerme la vida imposible en cualquier lado. Aquel día, supe que había llegado al límite, no podía soportar más su burlas, insultos y el trato vejatorio, y visto lo mucho que la gente en general demostraba quererme, mis ganas se reducían sólo a querer dormir.... Porque veras, apenas ella estuvo con él, ese mal augurio predicho transformado en envidia por mi inconsciencia mudó a una cruel y muy real condena diaria.

-Esa era el motivo de que salieras durante la noche.

-Sí, cuando te han rebajado tanto, te consideras una sombra que no pinta nada, molestando en el mundo, y considerando esos momentos como lo único a lo que puedes aspirar. Y yo ilusamente, representaba mi papel hallándome en lo que consideré era mi lugar. Dolía tanto... ese desprecio...

-Jamás me di cuenta de eso, ojalá lo hubiese hecho- dijo culpable por un sufrimiento invisible a sus sentidos a pesar de vigilarla cada noche, ajeno al dolor que se acrecentaba conforme los días morían.

La vio negar con la cabeza y agarrar con fuerza la tela del sillón.

-Lo prefiero.

-¡No lo dices en serio!

-Sí lo hago. Comprender sin entender que a pesar de todos tus esfuerzos siempre se reirán de ti, sus humillaciones y amenazas, los insultos gritados públicamente desde la acera de enfrente, el miedo a salir por temer a una paliza, sentirte como la escoria de la sociedad a la que todos desprecian, que eres un error... Tú no sabes lo frustrante que es, eso y la sensación de que si a alguien le importas, vea lo que te hacen. Que perciban tu fragilidad, tu impotencia, el miedo, las lágrimas, el temer que se avergüencen de ti y los defraudes... Son tantas cosas que soy incapaz de expresar. Nunca me hubiese gustado que lo vieran... Que vean que eres el hazmerreír de todos.... – estalló, mientras sus ojos se inundaban de agua, no molestándose en intentar ocultar las lágrimas acumulándose en sus pestañas.
No encontró palabras de consuelo, por lo que en vez de eso se conformó en abrazarla intentando transmitirle una calidez necesitaba desde mucho tiempo atrás a la par de la certeza de su ausencia de ella.

Se separó de él incapaz de detener sus sollozos y le miró a los ojos, pronunciando una pregunta que él ya se esperaba.

-¿Por qué si me revelaste tu presencia aquella noche?

-Como ya te he dicho hubo un momento en que te perdí, creo que fue al verte hablando con alguien, una chica creo. Y tras eso saliste corriendo y no pude ver que rumbo tomabas.

-Pero me encontraste.

-Seguí tu olor, pronto empañado con el de la sangre y al verte allí supe que si las cosas no cambiaban, tal vez no podría volver a verte, ni a acompañarte como si fuera tu sombra, ni decirte muchas cosas que deseaba. Porque aquella noche, presentí que llevarías a cabo lo que muchas veces te había visto desear...

-¿Qué cosas?

-Verás, antes de que me diera cuenta, supe que me había enamorado, suena a cursilada total, y lo es, ¿por qué quién se enamora de alguien sin conocerlo? Tal vez fue amor a primera vista de ese del que he oído hablar, pero desde el primer instante no pude vivir sin ver cada noche tu pecho subir y bajar, los gestos vacíos pero aún así amables con las escasas personas que intercambiaban contigo cosas banales, tus sonrisas fingidas pero a pesar de todo agradables, la voz débil casi imperceptible para mi oídos. Me cautivaste con tu aire de muñeca melancólica... No sé, es difícil de explicar -intetó explicar, resquebrajándose su seguridad.

-Pues tal vez, ya no veas nada de aquello en mí.

-Te equivocas, me gusta el brillo de tus ojos, el candor y delicadeza que emanas junto a esa fortaleza impensable para cualquiera. Tus aparentes cambios de humor, tus risas,... Esas facetas tuyas descubiertas en nuestros instantes compartidos y nunca paran de sorprenderme. No me has decepcionado si es lo que implicas, ahora sé el verdadero valor lo de que habría perdido- la vio sonrojarse ante sus últimas palabras.- Espero, que con todo esto, no pienses que soy don cursiladas, pero tal vez pronto comprendas más cosas de mí, como yo lo hago de ti.

-Me haces muy feliz.

-Ojalá me hubiese presentado antes. Puede que las cosas fuesen distintas. Pero perdona mi curiosidad... ¿Qué fue lo que te llevó a decidir poner fin a todo esa noche?

-P-pues es que... Aquella tarde ansiaba admirar la muerte del día, que sentía como propia, así que abandoné antes mi lugar de sombras. No mucho más, lo justo para fascinarme de esas tonalidades que para mí significaban la muerte del mundo al atardecer. Soy incapaz de definir el impulso que me guió a hacerlo, quizá fuese el anhelo de una normalidad inexistente. El caso es que lo hice, y en principio todo parecía extrañamente en calma. Anduve dando tumbos un tiempo indefinido, pero en un momento dado pude notar que llamaba más la atención de lo debido. Se me ocurrió pensar que podría haber salido con la ropa de dormir, o mi mala cara, por lo que contemplé en un reflejo mi aspecto y nada parecía desencajar. Hasta que alguien finalmente me dirigió la palabra para preguntarme sobre ai tal cantidad me aprecía adecuada por una noche. Me extrañó e intenté explicarles que se habían equivocado, que yo no era lo que insinuaba ni me dedicaba a ellos, mas pronto las miradas se convirtieron en insultos poco discretos. Y a punto estaba de desaparecer del lugar cuando aparecieron ellos dos.

-Para nada bueno diría... –afirmó dándole la razón, presagiando internamente una verdad carente de amabilidad.

-Gritó en medio de toda esa gente, lo bien que me había visto gozando con hombres por dinero, de los menos recomendables, y que si alguien tenía ganas no dudarán en hacérmelo allí mismo. Y bueno tal vez no lo sepas, pero en pueblos pequeños las habladurías son armas mortales...

-¿No se dieron cuenta de que ciertas cosas no encajaban?

-Sólo vemos y escuchamos lo que nos interesa y juzgamos como blanco o negro, sin considerar que la realidad se pinta de muchas variantes de grises.

-Tienes razón... pero aún así ¿él no hizo nada?

-Apartó la mirada, dando a entender el asco que le daba tan sólo mirarme. En medio de todo aquello, escapé, rezando por poder llegar a algún sitio donde no hubiera nadie para al menos poder respirar sin que me doliese. Pero al llegar a aquel callejón, recordé que si tal como parecía la calumnia ya era vox populi, las opciones de regresar a casa sin acarrear una vergüenza inmerecida sobre mi cabeza se reducían a nulas. Así que pensé únicamente en las ganas infinitas de descansar y dormir, eternamente a ser posible. Al principio sólo eso, aunque me pesaba tanto el corazón que al notar el filo cortante de los cristales allí esparcidos, me corté, e incapaz de parar de temblar, no conseguí terminar lo iniciado y deseado, así que agotada me rendí al notar el peso de los párpados sobre mis ojos. Y el resto ya lo sabes.

-Sí, te encontré finalmente y te curé la herida. Procurando controlarme para no acabar bebiendo tu sangre, por otro lado lo menos recomendable en aquel momento. ¿Entonces fue ese el motivo por el que me pediste aquello?

-¿Aquello? Ah, aquello... Verás, al principio pensé que estaba soñando, y denigrada al lugar de buscona ¿porque no comportarme como lo que todos consideraron que era? Además de muchas había oído hablar de lo que se sentía, ansiaba probarlo yo también, aunque fuese irreal.

-¿Entonces lo hiciste pensando que era irreal? Vamos que si hubieses sabido que era real ni me habrías mirado.

-Te equivocas, eso fue al principio. Enseguida me di cuenta, yo... lo disfruté. Apareciste ahí, tan imponente y misterioso... Nada más mirarte a los ojos supe que merecería la pena, real o imaginario.

-¿Mis ojos?

-Vi en ellos, en sentimiento que pensé que nadie albergaría por mí. Eso, y dolor. Un dolor que me hizo no ser ajena a ti. Fue como encontrar algo perdido.

-Pero no todo fue tan maravilloso...

-Noté tus colmillos en mi cuello, nítidos en medio de las brumas de lo irreal, y confirmaron lo que ya conocía, pero me había negado temiendo la verdad. Y pensé con amargura ¿cómo iba a ser todo tan perfecto?

-Siento que todo haya ocurrido así, y el morderte sin tu permiso. Pero estuve tan cerca de perderte una vez, que no iba a arriesgarme una segunda.

-Lo que no entiendo es que siga viva ¿Acaso vosotros no os alimentáis de la sangre y una vez acabáis matáis a la víctima? Y aún en el caso de que tú lo hayas hecho por tus motivos, ¿no debería haberme convertido yo también? A pesar de todo eso, no siento necesidad de beber sangre, ni tengo esa frialdad que tu casi siempre posees, es... extraño.

-Eso es porque cuando son los colmillos del príncipe los que infectan la sangre, las cosas se desvían de lo lógico, señorita- explicó una voz desde el umbral de la puerta, sorprendiéndolos a ambos.


1 comentarios:

Me sigue encantando, ¿Sabes? Jajaja

 

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