Profecía del olvido





Otra historia (o rallada) más, aunque no sepa si hay alguien q la lea o le interesa, pues ahí está. Y todo sea dicho, esta historia es de las que a mi personalmente menos me gustan






El fénix se alzaba en la lejanía del horizonte del firmamento anunciando la llegada de la noche con su elegante vuelo mientras iluminaba por última vez hasta los recónditos lugares de todo el sistema.

Aquella noche los dioses regentes de cada uno de los nueve planetas de la Vía Láctea estaban convocados a una fiesta para celebrar la victoria conseguida en la última batalla contra los titanes. Los dioses menores también se encontraban allí compartiendo la alegría de saber que tendrían paz al menos durante algunos años, pero algo estaba a punto de cambiar.

No muy lejos del lugar, entre las sombras del palacio se cernía una amenazadora sombra de traición preparada por dos de las figuras a quienes los habitantes de cada uno de los nueve reinos temían más que a sus reyes divinos.

Entre las animadas conversaciones que convergían en aquel lugar, apenas eran audibles las siguientes frases:

-¿Y qué hacemos ahora?

-Esperar

-¿A qué?

-Pues a que los nueve se hayan separado, de esa manera serán menos poderosos.

-Pero…

-Y a que la luna llena se acabe de alzar en el cielo, así podremos invocar a las almas condenadas del río de la muerte. Ya me imagino la cara que se le va a quedar a Plutón…

-Pero sólo somos dos, ¿cómo atacaremos a los nueve? Mira ya es la hora, pronuncia el conjuro.

-Sombras del pasado, presente y futuro, esqueletos que os encontráis bajo tierra, banshees cuyos gritos hielan la noche, nigromantes que ilumináis los sueños rotos, almas condenadas al ocaso, yo os invoco ahora fieles acólitos para que os manchéis las manos de sangre una vez más y eliminéis toda esperanza de los nueve planetas regente.

Un grito atravesó la noche, y de pronto empezaron a surgir de todas partes todo tipo de personajes anunciados en el conjuro que se dirigían al palacio real que se estaba a muy poca distancia.

-Vamos.

-¿Adónde?

-A coronarnos señores de esta parte del universo.

-Aún no ha empezado la batalla, todavía pueden usar el objeto sagrado de la leyenda.
-Eso si existe.

Todos se reunieron en la gran sala de la fiesta donde en aquel momento ya no se oía la música. En ella se encontraban Mercurio, Venus, Gea, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón rodeados por el recién creado ejércitos de muertos vivientes.

-Bienvenidos al ocaso de la época de los dioses-dijo la sombra.

-¿Quién eres tú?- preguntó el señor de los dioses, Júpiter.

-La cosa a la que más temen la mayoría de humanos, la sombra de la muerte.

-Pero yo soy el señor de los muertos-protestó Plutón.

-En efecto, tú eres quien los gobierna, yo los mató.

-¿Y ella?- quiso saber el señor del tiempo, Saturno.

-Bueno se supone que es mi antítesis, la sombra de la vida. Aunque en realidad es un poco tonta para el rango que ostenta…

-Oye, sólo soy un poco inocente-dijo la aludida.

-Vale, vale, lo que tú digas. A lo que iba,… Pues miren ustedes grandes señores del Olimpo, me he cansado de ser sólo una sombra, y quiero hacerme con el poder. Así que ustedes verán, o se rinden por las buenas o emprenden batalla con mi ejército personal.

Y les mostró al conjunto de nigromantes, almas, banshees, esqueletos…

-Decidan…

Varios truenos salieron de las manos de Júpiter, mientras Saturno paraba el tiempo y Mercurio salía volando al exterior, gesto del no se percató la sombra.

-Que empiece pues la última batalla de los dioses.

En un instante la sala y el exterior se veía indundada por una lucha cruenta. Los rayos de Júpiter y las aguas enfurecidas de los mares invocadas por Neptuno eran detenidas por los nigromantes, mientras que las banshees intentaban evitar la alteración del tiempo de Saturno y la posible ayuda de Gea. Afuera, almas, sombras y esqueletos contrarrestaban el ataque de las flechas de Venus, las afiladas armas de Marte, la fiereza de Urano y el barquero Caronte y el perro de tres cabezas que guardaba la puerta del infierno, a cuyo señor, Plutón, habían hecho venir.

-¿No decías que los atacaríamos por separado?- preguntó la sombra de la vida.

-Bueno, al final hemos improvisado un poco…

-¿Por cierto no falta alguien?

-¿Quién quieres que falte?

Las dos sombras se fijaron en la salvaje batalla que se desarrollaba ante sus ojos.

-Mercurio, el mensajero.

Un rayo de luna cruzó el cielo, iluminando a Mercurio seguido por los dioses menores que portaban una espada y un arco para entregar a Júpiter.

-¿Pero qué es eso?

-La legendaria espada-contestó él.

-¿No decías que no existía?- preguntó la vida.

-Cállate- le contestó la muerte.- ¿No te ibas a encargar del mensajero tú?
¡Nigromantes tenéis que detener el poder de esa espada!

-No podemos, señora. Aún está vacía. Su magia surgirá cuando se una el poder de los nueve.

-¡Haced lo que sea! No podemos terminar así…

Los nueve dioses se reunieron en torno a la espada creando un escudo impenetrable para el ejército de muertos.

-Es lo último que nos queda, tenemos que salvar el cielo estrellado de la Vía Láctea- dijo Júpiter. Reunid vuestros atributos en la espada.

Las nueve armas con las que habían luchado hasta el momento se unieron en el filo de la espada. En aquel instante la tensaron en el arco y la dispararon al cielo nocturno.

El ave fénix apareció de nuevo en el cielo y el repentino silencio se llenó de gritos que reclamaban a los muertos y a las almas. El poder que surgió de la espada hizo desaparecer a los nigromantes y las sombras, quedando otra vez todo tranquilo. Unas campanas sonaron a los lejos.

-Habéis perdido.

-Seréis desterradas junto a los Titanes.

-Te equivocas, es cierto, hemos perdido, pero cada vez seremos más fuertes. Nuestro poder crece junto a las creencias de la gente. Vosotros os desvanecéis mientras que nosotras tomamos fuerzas. Recordadlo, porque volveremos a vernos.

Y las dos sombras se disolvieron en la lejanía, dejando a los dioses en el más absoluto mutismo.

-¿Es eso cierto?- preguntó Gea.

-Sí, nuestras tradiciones pierden fuerza, y nos hace debilitarnos- dijo Júpiter.
-Entonces estamos abocados irremediablemente al fracaso- comentó Saturno.

-Así es, algún día volverán y desapareceremos igual que la luz engullida por los agujeros negros… - se lamentó Venus.

-Ojalá ese tiempo quede muy lejano-deseó Neptuno.

-Ha sido una noche muy larga, volvamos- propuso Plutón.

Y las últimas palabras fueron apagadas por el eco del reciente canto de los pájaros que ya entonaban su matinal canción.

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