Buenas noches a todos, si es que aún queda audiencia por estos lares.... Aunque siendo sincera, jamás pensé que volvería a publicar algo. No obstante, hay veces que necesitas hacerlo, por varios motivos... Y el mío es el más simple de todos... Por más imposible que sea, lo escribo esperando que cierta persona algún lugar, en algún momento, lo lea. A veces escribimos para alguien, para que esa persona, sepa lo que nos importa, y aunque en mi caso, la probabilidad de que le llegue es ínfima y un imposible, quiero seguir soñando en imposibles. Así que aparte de eso, y quizás por eso, os agradecería si aún queréis leer algo mío, que lo hagáis y lo disfrutéis. Dicho eso, ahí va.
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El repicar de las campanas inundó todos los rincones del
lugar, marcando con su sonido el final de la vida de aquel día que ahora
expiraba, entre los silencios de la oscura noche junto a los ecos que se
atenuaban. Doce exactamente. La medianoche había llegado, marcando con ella el
nacimiento de un nuevo día. Pero no cualquier día, era aquel que todos los
calendarios marcaban como el 23 de abril del año vigente.
Y como con cada inicio del día 23 de abril, al desaparecer
en la lejanía de la inmensidad del cielo los últimos susurros del anuncio del
cambio, pequeños jirones de bruma empezaron a levantarse del hasta entonces mar
en calma, aquél que descansaba a los pies de aquellos terrenos. Brumas que poco
a poco aumentaban su presencia haciéndose más tangibles y densas, a la vez que
el mar se removía y una fuerza invisible parecía azotar la hasta hacía poco
apacible superficie transformada ahora en olas cuya furia apenas parecían
detener las rocas contra las que chocaban. Y así, mientras la intensidad del
mar se acrecentaba, algo pareció moverse entre aquellas aguas, que casi
imperceptiblemente se separaban ante la oscura silueta que poco a poco se
levantaba de su inmensidad y un tétrico rugido lanzado al firmamento impregnaba
el aire llevándolo consigo hasta el rincón más recóndito del lugar.
No muy lejos de allí, el rugido penetró entre las etéreas
cortinas de inmaculada pureza de una habitación totalmente en penumbra y
tranquilo silencio. Mas no duró demasiado, pues algo agitó a su ocupante, que
apenas se hubo extinguido el rugido, se sobresaltó abandonando las brumas del
sueño y sin pararse ni siquiera a desperezarse del todo, enfocó su mirada en la
mesita de noche, donde reposaban un calendario con un único mes en él: abril, y
un reloj de bolsillo cuya tapa relucía en la oscuridad de la estancia,
revelando el grabado de la tapa, distinguiéndose en ella la silueta de una
figura femenina durmiendo sobre algo en medio de un lago.
Sin encender la luz, estiró la mano para coger el reloj y
tras abrirlo contempló pensativa la hora. Sus manecillas indicaban que pocos
minutos pasaban de las doce, pero el sonido del tic tac de su transcurrir
aumentaba a cada segundo olvidado en las brumas del tiempo. Levantó la mirada y
la clavó en el calendario, sabiendo perfectamente lo que marcaba: 23 de abril.
Suspiró con vehemencia, y resignándose ante lo que le
deparaba, apartó las sábanas y puso los pies en el suelo temblando ligeramente
ante el frío viento que soplaba con mayor intensidad conforme pasaban los
minutos. Aún así, se acercó a la ventana entreabierta y recostándose contra
ella contempló detenidamente la imagen que desde donde estaba, abarcaba hasta
el lugar donde el mar y el cielo se fundían en un inusual matiz del azul
oscuro, uno creado exclusivamente cada misma fecha, la que coincidía con
aquella. Pero algo que resultaba incluso más desconcertante aún, era el hecho
de la total quietud existente en las calles, sin una sola presencia que
demostrase que ese lugar rebosaba de vida apenas unas horas antes. Porque aparte
de eso, las casas que poblaban las empedradas avenidas parecían descansar en un
limbo fuera de su mismo tiempo, pues apenas eran algo más que sombras de
construcciones fantasmas carentes del calor de la vida que a la vez, las hacía
vivas a ellas mismas.
“El silencio del miedo” pensó para si misma, mientras un
escalofrío recorría su espalda, al pensar en el dolor que sentiría ante esa
indiferencia y frialdad., dolor que en ese mismo momento ya amenazaba con
desbordarla al ser consciente una vez más, del destino que implicaba ese día y
ese paisaje.
Cerró los ojos, dispuesta a recomponerse rápidamente, y
posando su mirada en la olvidada pared de enfrente, miró recelosa el vestido
blanco que colgaba de ella, y con pasos apremiantes se dispuso a ponérselo,
mientras el sonido del reloj, se juntaba con los rugidos surgidos del mar.
El mar se separó en dos, rotos por la furia que emergía de
él, y de aquel camino surgió la imponente y lúgubre figura de una bestia
cubierta de escamas resplandecientes, de afilados colmillos en una fauces
aterradoras, poderosas ala membranosas y grandes patas que la levantaban hasta
una altura que ayudaba a que la sensación de poder con la que cada acción se
realizaba fuera mayor. Avanzó unos pasos
hacía la arena de la orilla y desplegando las alas, las batió con fuerza para
alzarse sobre las nubes que desde el preciso momento en que sus ojos se
abrieron de su eterno sueño, empezaron a anidarse sobre ella, anunciando un mal
presagio.
La única ventaja que podría encontrarle a su situación, era
el hecho de que podía caminar tranquilamente y sin temor a nada, por las
laberínticas callejuelas. Algo que para cualquier otra persona en otras
circunstancias, habría encontrado de una belleza melancólica. Pasear durante
esas horas por lugares sumidos en la más profunda soledad, respirando la
esencia de lo que debía ser la pureza de la primigenia tranquilidad. Pero no
para ella, cuyos pasos apresurados daban a entender que en su urgencia, no se
le era permitido pensar en tales sensaciones. Sabía que llegaría tarde, puesto
que por más empeño que pusiera, o más preparada estuviese para ese momento,
siempre llegaba tarde. Lo que desconocía, era cual sería el precio a pagar en
esa ocasión, pues siempre había uno, cuya crueldad se acrecentaba con los años.
Con estos pensamientos, detuvo bruscamente su alocada
carrera, tal vez para tomar aire o tal vez sólo por el hecho de que sabido el
resultado, la forma de llegar a él era indiferente. Alzó la mirada, fijándose
en las últimas edificaciones previas a un camino frondoso que se adentraba
hasta algún recóndito lugar y contempló desde donde estaba, los densos
matorrales que conforme se internaban, ocupaban la totalidad del sendero,
desapareciendo en la oscuridad más densa jamás imaginada.
De repente, las nubes se separaron y surgió de entre ellas,
el tenue resplandor de una pálida luna llena, de ésas que recorrían el cielo de
las frías noches de invierno temerosa de dejar sentir su presencia. Una luna
cuyo calor inexistente hacía despertar pesadillas largamente olvidadas en el
porvenir de los tiempos. Pero a pesar de la carencia de sentimiento de su luz,
fue su presencia la que motivó los ruidos que ahora emergían de la oscura
tierra que constituía la senda que dentro de poco habría de tomar. Apenas había
alzado los ojos buscando la confianza necesaria, cuando esos ruidos llamaron su
atención, haciendo que volviera a ser consciente que él la esperaba, sabiendo
exactamente donde estaba pues sino, no podía entender como en el lugar que
antes era la nada, ahora empezaba a ser ocupada por unos blancos pilares de
mármol blanco que lentamente se levantaban sobre la tierra que fue
anteriormente su morada, ganando altura con sigilosos movimientos deslizantes.
No se sentía sobresaltada por algo tan inusual como aquello, al fin y al cabo,
lo que discurría ante sus ojos era algo que cualquier persona normal habría
calificado de imposible. Pero había días, en que la probabilidad de los sueños
imposibles era tangible en la triste realidad de las rutinas, y unas de esas
jornadas era aquella.
Un sonido casi armonioso puso fin al irreal movimiento, y
con ojos de alguien capaz de soñar con mundos maravillosos se enfrentó al
siguiente paso en su camino. Las anteriores tinieblas del camino habían mutado,
transformándose en la entrada de lo que a simple vista era un extenso jardín de
belleza tan salvaje como etérea, y de una pureza representada en la entrada que
lo flanqueaba. Una entrada sostenida sobre esos grandes pilares de mármol
blanco, en cuya base parecía esculpidas las olas de mar que se transformaban
según ganaban alturas en las alas de algún desconocido animal. Y en medio, en
una superficie cristalina se hallaba el relieve de la cabeza de un dragón, con
una amenaza asegurada en sus ojos de aguamarina, sobre una complicada rosa
translucido atravesado por una espada donde bien podría situarse su corazón.
Pero lo realmente increíble y maravilloso a la vez, eran las palabras que
parecían danzar y mutar sobre la hoja de la espada. Se acercó y leyó en voz
alta:
-“La mirada
melancólica encierra la más grande de las bellas tristezas”
Pero apenas la hubo
leído volvió a cambiar:
-“Lo mejor del olvido
es el recuerdo”
Sabía que la
inscripción continuaría cambiando, hasta que traspasara el umbral, algo
aparentemente imposible pues lo único asimilable a un pomo era ese saliente,
aunque no parecía que tirar de él fuera a servir de mucho. A pesar de todo, sin
conocer exactamente el porqué de lo que estaba haciendo, cerró los ojos y apoyó
la mano justo donde las letras se alternaban una y otra vez, momento en que
estas se detuvieron y la inanimada rosa empezó a dejar caer sus pétalos de
cristal con movimientos increíblemente reales a la par que los ojos del dragón
se iluminaban, convirtiendo la diáfana puerta en la brillante superficie en la
que se reflejaba lo que hasta hacía poco se ocultaba tras de ella con un
chasquido, similar a entradas que repentinamente se han abierto.
Dio un paso atrás,
reticente a creer lo que su instinto le decía, pero las opciones a tomar se
reducían a dos: seguir allí parada desconociendo hasta cuando, o bien avanzar
por la senda que dictaban sus sentimientos. Poco pensamiento fue necesario, por
lo que respiró hondo e irguiéndose, caminó adelante con paso firme. Y así fue
como de repente, se encontró al otro lado del espejo, anonadada ante la imagen
enfrentada a sus ojos: Un lago de inmóviles aguas cristalinas, en cuyo fondo se
distinguían enormes ruinas de antiguos pórticos desmenuzados de un color
parecido al de las aguas que en algunos puntos llegaban a sobresalir como
evocando las cruces de algunas lápidas olvidadas. Rodeando el lago, se alzaban
cipreses cuyo fantasmagórico movimiento creaba suaves oscilaciones en los
bordes cenagosos del lago creando un paisaje de idílica y cómplice intimidad.
Una ligera brisa
zumbó en sus oídos, meciendo su cuerpo en una dócil caricia melódica que
después se extendió hasta las copas de esos lúgubres árboles arrancando
plácidos gemidos induciéndola a una sensación de sopor, a la que no pudo
plantar cara un solo segundo, sintiendo desmadejarse como una marioneta cuyos
hilos rotos la conducían irónicamente a una muerte paradójica.
La luz de la luna se
cerró sobre su forma al posar los poderosos músculos de sus extremidades en
algún incierto lugar de ese jardín tan mágico como maldito. Y en apenas un
aleteo, la tierra bajo sus pies se tornó mustia y abatida, el negro remplazando
el verde anterior, y el cielo se cubrió de aciagas nubes que no vacilaron en
descargar finas lágrimas de agua juntos a los lamentos del cielo.
Lanzó un rugido
despechado antes de plegar sus alas, y que los pedazos de su escamoso cuerpo se
empezasen a unir en una asalmonada piel, decorada por ambiguas y aleatorias cicatrices,
conformando piernas y brazos, tronco y cabeza hasta que finalmente supo que
había adquirido definitivamente su forma humana.
Restalló los dedos, y
ropas cubrieron su recién adquirido cuerpo humano. Entonces, un sonido familiar
y melódico arrastró un aroma familiar, una esencia incomparable. Siguiendo el
rastro emprendió la travesía a través de un incierto sendero que se internaba
en la oscuridad atisbada alrededor y que parecía respirar con vida propia,
resuellos intangibles y aún así, sombríamente reales. Rodó los ojos ante
aquello, sospechando el propósito de la actuación: hacerle temer lo que
deparaba el camino, que retrocediera asustado y sobrecogido.
-Considerando quien
os crea y quien os destruye, me extraña que empleéis el tiempo libre en esta
mala interpretación de pavor- replicó
mordazmente, y con paso firme penetró en la densa oscuridad dejando a su
espalda cuchicheos contrariados.
Al llegar a unos de
los recónditos rincones de aquel misterioso lugar, le recibió la imagen de un
cuerpo desmadejado en el suelo. Cerró los ojos brevemente, su mente
materializando contornos imprecisos que pronto abandonaron los límites de las
ideas expandiéndose hasta abrazar la realidad de ese momento. Donde antes sólo
existían sueños de imposibles, ahora desaparecían dando paso a desdibujados
trazos responsables de construir un lecho de la nada que surgió inusualmente de
la tierra. Un lecho hecho de rosas blancas y rosas, de pétalos tan perfectos
que no podían ser sino, obra de la magia ancestral desatada en aquel lugar y en
ese preciso instante. Un lecho que se acomodó tan perfectamente a su figura,
que bien podría haber sido su propio lecho de muerte. Un pensamiento enfatizado
por las espinas que empezaban a crecer de los tallos del suelo, aprisionando a
inadvertida víctima. Al notarlo, chasqueó los dedos y el crecimiento de las
espinas se detuvo por un momento, suspendidas por apenas unos instantes, antes
de que un gruñido sibilante teñido de algo parecido de dolor físico cortara la
atmósfera. Gruñó nuevamente, y entonces las espinas que apenas hubieran nacido,
empezaron a desaparecer, como soldados de una batalla perdida. Como así había
sido.