Primera parte

Buenas noches a todos, si es que aún queda audiencia por estos lares.... Aunque siendo sincera, jamás pensé que volvería a publicar algo. No obstante, hay veces que necesitas hacerlo, por varios motivos... Y el mío es el más simple de todos... Por más imposible que sea, lo escribo esperando que cierta persona algún lugar, en algún momento, lo lea. A veces escribimos para alguien, para que esa persona, sepa lo que nos importa, y aunque en mi caso, la probabilidad de que le  llegue es ínfima y un imposible, quiero seguir soñando en imposibles. Así que aparte de eso, y quizás por eso, os agradecería si aún queréis leer algo mío, que lo hagáis y lo disfrutéis. Dicho eso, ahí va.


El repicar de las campanas inundó todos los rincones del lugar, marcando con su sonido el final de la vida de aquel día que ahora expiraba, entre los silencios de la oscura noche junto a los ecos que se atenuaban. Doce exactamente. La medianoche había llegado, marcando con ella el nacimiento de un nuevo día. Pero no cualquier día, era aquel que todos los calendarios marcaban como el 23 de abril del año vigente.
Y como con cada inicio del día 23 de abril, al desaparecer en la lejanía de la inmensidad del cielo los últimos susurros del anuncio del cambio, pequeños jirones de bruma empezaron a levantarse del hasta entonces mar en calma, aquél que descansaba a los pies de aquellos terrenos. Brumas que poco a poco aumentaban su presencia haciéndose más tangibles y densas, a la vez que el mar se removía y una fuerza invisible parecía azotar la hasta hacía poco apacible superficie transformada ahora en olas cuya furia apenas parecían detener las rocas contra las que chocaban. Y así, mientras la intensidad del mar se acrecentaba, algo pareció moverse entre aquellas aguas, que casi imperceptiblemente se separaban ante la oscura silueta que poco a poco se levantaba de su inmensidad y un tétrico rugido lanzado al firmamento impregnaba el aire llevándolo consigo hasta el rincón más recóndito del lugar.


No muy lejos de allí, el rugido penetró entre las etéreas cortinas de inmaculada pureza de una habitación totalmente en penumbra y tranquilo silencio. Mas no duró demasiado, pues algo agitó a su ocupante, que apenas se hubo extinguido el rugido, se sobresaltó abandonando las brumas del sueño y sin pararse ni siquiera a desperezarse del todo, enfocó su mirada en la mesita de noche, donde reposaban un calendario con un único mes en él: abril, y un reloj de bolsillo cuya tapa relucía en la oscuridad de la estancia, revelando el grabado de la tapa, distinguiéndose en ella la silueta de una figura femenina durmiendo sobre algo en medio de un lago.
Sin encender la luz, estiró la mano para coger el reloj y tras abrirlo contempló pensativa la hora. Sus manecillas indicaban que pocos minutos pasaban de las doce, pero el sonido del tic tac de su transcurrir aumentaba a cada segundo olvidado en las brumas del tiempo. Levantó la mirada y la clavó en el calendario, sabiendo perfectamente lo que marcaba: 23 de abril.

Suspiró con vehemencia, y resignándose ante lo que le deparaba, apartó las sábanas y puso los pies en el suelo temblando ligeramente ante el frío viento que soplaba con mayor intensidad conforme pasaban los minutos. Aún así, se acercó a la ventana entreabierta y recostándose contra ella contempló detenidamente la imagen que desde donde estaba, abarcaba hasta el lugar donde el mar y el cielo se fundían en un inusual matiz del azul oscuro, uno creado exclusivamente cada misma fecha, la que coincidía con aquella. Pero algo que resultaba incluso más desconcertante aún, era el hecho de la total quietud existente en las calles, sin una sola presencia que demostrase que ese lugar rebosaba de vida apenas unas horas antes. Porque aparte de eso, las casas que poblaban las empedradas avenidas parecían descansar en un limbo fuera de su mismo tiempo, pues apenas eran algo más que sombras de construcciones fantasmas carentes del calor de la vida que a la vez, las hacía vivas a ellas mismas.

“El silencio del miedo” pensó para si misma, mientras un escalofrío recorría su espalda, al pensar en el dolor que sentiría ante esa indiferencia y frialdad., dolor que en ese mismo momento ya amenazaba con desbordarla al ser consciente una vez más, del destino que implicaba ese día y ese paisaje.
Cerró los ojos, dispuesta a recomponerse rápidamente, y posando su mirada en la olvidada pared de enfrente, miró recelosa el vestido blanco que colgaba de ella, y con pasos apremiantes se dispuso a ponérselo, mientras el sonido del reloj, se juntaba con los rugidos surgidos del mar.

El mar se separó en dos, rotos por la furia que emergía de él, y de aquel camino surgió la imponente y lúgubre figura de una bestia cubierta de escamas resplandecientes, de afilados colmillos en una fauces aterradoras, poderosas ala membranosas y grandes patas que la levantaban hasta una altura que ayudaba a que la sensación de poder con la que cada acción se realizaba fuera mayor.  Avanzó unos pasos hacía la arena de la orilla y desplegando las alas, las batió con fuerza para alzarse sobre las nubes que desde el preciso momento en que sus ojos se abrieron de su eterno sueño, empezaron a anidarse sobre ella, anunciando un mal presagio.


La única ventaja que podría encontrarle a su situación, era el hecho de que podía caminar tranquilamente y sin temor a nada, por las laberínticas callejuelas. Algo que para cualquier otra persona en otras circunstancias, habría encontrado de una belleza melancólica. Pasear durante esas horas por lugares sumidos en la más profunda soledad, respirando la esencia de lo que debía ser la pureza de la primigenia tranquilidad. Pero no para ella, cuyos pasos apresurados daban a entender que en su urgencia, no se le era permitido pensar en tales sensaciones. Sabía que llegaría tarde, puesto que por más empeño que pusiera, o más preparada estuviese para ese momento, siempre llegaba tarde. Lo que desconocía, era cual sería el precio a pagar en esa ocasión, pues siempre había uno, cuya crueldad se acrecentaba con los años.

Con estos pensamientos, detuvo bruscamente su alocada carrera, tal vez para tomar aire o tal vez sólo por el hecho de que sabido el resultado, la forma de llegar a él era indiferente. Alzó la mirada, fijándose en las últimas edificaciones previas a un camino frondoso que se adentraba hasta algún recóndito lugar y contempló desde donde estaba, los densos matorrales que conforme se internaban, ocupaban la totalidad del sendero, desapareciendo en la oscuridad más densa jamás imaginada.
De repente, las nubes se separaron y surgió de entre ellas, el tenue resplandor de una pálida luna llena, de ésas que recorrían el cielo de las frías noches de invierno temerosa de dejar sentir su presencia. Una luna cuyo calor inexistente hacía despertar pesadillas largamente olvidadas en el porvenir de los tiempos. Pero a pesar de la carencia de sentimiento de su luz, fue su presencia la que motivó los ruidos que ahora emergían de la oscura tierra que constituía la senda que dentro de poco habría de tomar. Apenas había alzado los ojos buscando la confianza necesaria, cuando esos ruidos llamaron su atención, haciendo que volviera a ser consciente que él la esperaba, sabiendo exactamente donde estaba pues sino, no podía entender como en el lugar que antes era la nada, ahora empezaba a ser ocupada por unos blancos pilares de mármol blanco que lentamente se levantaban sobre la tierra que fue anteriormente su morada, ganando altura con sigilosos movimientos deslizantes. No se sentía sobresaltada por algo tan inusual como aquello, al fin y al cabo, lo que discurría ante sus ojos era algo que cualquier persona normal habría calificado de imposible. Pero había días, en que la probabilidad de los sueños imposibles era tangible en la triste realidad de las rutinas, y unas de esas jornadas era aquella.

Un sonido casi armonioso puso fin al irreal movimiento, y con ojos de alguien capaz de soñar con mundos maravillosos se enfrentó al siguiente paso en su camino. Las anteriores tinieblas del camino habían mutado, transformándose en la entrada de lo que a simple vista era un extenso jardín de belleza tan salvaje como etérea, y de una pureza representada en la entrada que lo flanqueaba. Una entrada sostenida sobre esos grandes pilares de mármol blanco, en cuya base parecía esculpidas las olas de mar que se transformaban según ganaban alturas en las alas de algún desconocido animal. Y en medio, en una superficie cristalina se hallaba el relieve de la cabeza de un dragón, con una amenaza asegurada en sus ojos de aguamarina, sobre una complicada rosa translucido atravesado por una espada donde bien podría situarse su corazón. Pero lo realmente increíble y maravilloso a la vez, eran las palabras que parecían danzar y mutar sobre la hoja de la espada. Se acercó y leyó en voz alta:

-“La mirada melancólica encierra la más grande de las bellas tristezas”

Pero apenas la hubo leído volvió a cambiar:

-“Lo mejor del olvido es el recuerdo”

Sabía que la inscripción continuaría cambiando, hasta que traspasara el umbral, algo aparentemente imposible pues lo único asimilable a un pomo era ese saliente, aunque no parecía que tirar de él fuera a servir de mucho. A pesar de todo, sin conocer exactamente el porqué de lo que estaba haciendo, cerró los ojos y apoyó la mano justo donde las letras se alternaban una y otra vez, momento en que estas se detuvieron y la inanimada rosa empezó a dejar caer sus pétalos de cristal con movimientos increíblemente reales a la par que los ojos del dragón se iluminaban, convirtiendo la diáfana puerta en la brillante superficie en la que se reflejaba lo que hasta hacía poco se ocultaba tras de ella con un chasquido, similar a entradas que repentinamente se han abierto.
Dio un paso atrás, reticente a creer lo que su instinto le decía, pero las opciones a tomar se reducían a dos: seguir allí parada desconociendo hasta cuando, o bien avanzar por la senda que dictaban sus sentimientos. Poco pensamiento fue necesario, por lo que respiró hondo e irguiéndose, caminó adelante con paso firme. Y así fue como de repente, se encontró al otro lado del espejo, anonadada ante la imagen enfrentada a sus ojos: Un lago de inmóviles aguas cristalinas, en cuyo fondo se distinguían enormes ruinas de antiguos pórticos desmenuzados de un color parecido al de las aguas que en algunos puntos llegaban a sobresalir como evocando las cruces de algunas lápidas olvidadas. Rodeando el lago, se alzaban cipreses cuyo fantasmagórico movimiento creaba suaves oscilaciones en los bordes cenagosos del lago creando un paisaje de idílica y cómplice intimidad.
Una ligera brisa zumbó en sus oídos, meciendo su cuerpo en una dócil caricia melódica que después se extendió hasta las copas de esos lúgubres árboles arrancando plácidos gemidos induciéndola a una sensación de sopor, a la que no pudo plantar cara un solo segundo, sintiendo desmadejarse como una marioneta cuyos hilos rotos la conducían irónicamente a una muerte paradójica.

La luz de la luna se cerró sobre su forma al posar los poderosos músculos de sus extremidades en algún incierto lugar de ese jardín tan mágico como maldito. Y en apenas un aleteo, la tierra bajo sus pies se tornó mustia y abatida, el negro remplazando el verde anterior, y el cielo se cubrió de aciagas nubes que no vacilaron en descargar finas lágrimas de agua juntos a los lamentos del cielo.
Lanzó un rugido despechado antes de plegar sus alas, y que los pedazos de su escamoso cuerpo se empezasen a unir en una asalmonada piel, decorada por ambiguas y aleatorias cicatrices, conformando piernas y brazos, tronco y cabeza hasta que finalmente supo que había adquirido definitivamente su forma humana.
Restalló los dedos, y ropas cubrieron su recién adquirido cuerpo humano. Entonces, un sonido familiar y melódico arrastró un aroma familiar, una esencia incomparable. Siguiendo el rastro emprendió la travesía a través de un incierto sendero que se internaba en la oscuridad atisbada alrededor y que parecía respirar con vida propia, resuellos intangibles y aún así, sombríamente reales. Rodó los ojos ante aquello, sospechando el propósito de la actuación: hacerle temer lo que deparaba el camino, que retrocediera asustado y sobrecogido.
-Considerando quien os crea y quien os destruye, me extraña que empleéis el tiempo libre en esta mala interpretación de  pavor- replicó mordazmente, y con paso firme penetró en la densa oscuridad dejando a su espalda cuchicheos contrariados.


Al llegar a unos de los recónditos rincones de aquel misterioso lugar, le recibió la imagen de un cuerpo desmadejado en el suelo. Cerró los ojos brevemente, su mente materializando contornos imprecisos que pronto abandonaron los límites de las ideas expandiéndose hasta abrazar la realidad de ese momento. Donde antes sólo existían sueños de imposibles, ahora desaparecían dando paso a desdibujados trazos responsables de construir un lecho de la nada que surgió inusualmente de la tierra. Un lecho hecho de rosas blancas y rosas, de pétalos tan perfectos que no podían ser sino, obra de la magia ancestral desatada en aquel lugar y en ese preciso instante. Un lecho que se acomodó tan perfectamente a su figura, que bien podría haber sido su propio lecho de muerte. Un pensamiento enfatizado por las espinas que empezaban a crecer de los tallos del suelo, aprisionando a inadvertida víctima. Al notarlo, chasqueó los dedos y el crecimiento de las espinas se detuvo por un momento, suspendidas por apenas unos instantes, antes de que un gruñido sibilante teñido de algo parecido de dolor físico cortara la atmósfera. Gruñó nuevamente, y entonces las espinas que apenas hubieran nacido, empezaron a desaparecer, como soldados de una batalla perdida. Como así había sido. 
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Cuando cae el telón....





La verdad es q cuando empecé el blog, nunca pensé en que algún día se me acabara el entusiasmo por él, pero bueno, las cosas cambian, la vida prosigue y esas cosas que vienen a significar que se han terminado las ganas en proseguir con lo que alguna vez se empezó....
No sé exactamente los motivos, tal vez, las prioridades han cambiado, la falta de tiempo, o que las circunstancias te llevan a perder la inspiración y las ensoñaciones, pero el caso es que así es.... No es q no sepa por donde retomar la historia, que por tener tenía hasta el final decidido, es más bien que ya no me apetece sentarme y escribir, o tal vez sea que ya no sepa... Pero llegado a ese punto, o lo dejas o lo retomas con más ganas...
Puede que más adelante decida seguir, pero por el momento, esto se queda en un proyecto sin terminar, como miles de esos que todos dejamos en los cajones alguna vez, bien porque ya nos nos interese, porque nos hemos hecho mayores o mil y una razones más....
Y sin nada más que decir, agradezco a todos los que me han seguido y comentado, y espero que lo que hayáis leídos os haya gustado o como mínimo hecho pasar un rato cuando menos, no muy aburrido.
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Reflejos XIII (1ª Parte)






Una intensa luz les cegó al traspasar el umbral, y no habían tenido tiempo de recuperarse cuando se vieron  imbuidos casi al instante del aire ceremonial que invadía cada rincón de la sala recién descubierta.  Notaron la frialdad glacial que imperaba, y tras recuperarse de la cegadora luminosidad,  se percataron de la causa del frío. Toda la arquitectura estaba hecha de hielo: techos, vigas, pilares, suelos, paredes... Todo estaba construido y tallado en translúcido hielo.

-Vaya, vaya, vaya, ¿a quién tenemos aquí? –la sarcástica voz interrumpió la contemplación casi anonadada de los recién llegados.

Ambos dirigieron al unísono la mirada a la persona responsable de la pregunta, captando enteramente su atención.  Ante ellos, sentado en un trono de geometrías imposibles y decorado con carámbanos de infinitas formas se hallaba un hombre cuyos ojos relucían en las penumbras que ocultaba parcialmente sus rasgos, aunque la cara de aburrimiento con que los miraba era más que evidente. Descasaba la barbilla sobre la palma de la mano, cuyo brazo, de amplios bíceps se marcaba ostensiblemente bajo las manga de la casaca que llevaba, asentado sobre el apoyabrazos izquierdo en forma de ala le daba un aire hastiado y levemente amenazante al estar sobre un estrado un par de metros sobre ellos.

-El príncipe Edwing Osbert de Neilane y su acompañante, la señorita Lyselle –anunció entonces Mulcrey, cuadrado ante su señor.

-Ah, es verdad, se me había olvidado por completo que teníamos una audiencia –comentó, haciendo un gesto despreocupado con la mano.- Bien, supongo que puesto que estaba acordado y están aquí, procederemos a ello – añadió, como si ellos no estuviesen presentes mientras se levantaba para cumplir lo que había dicho.

Algo atrapó la atención de Lyselle. Incapaz de moverse por alguna extraña razón, percibió por el rabillo del ojo como a su lado, Edwing se tensaba y la fuerza de su cuerpo se trasladaba a sus puños, tan fuertemente apretados que por un momento pensó que le sangrarían las palmas de las manos. El momento que transcurrió hasta que la persona que habían venido a ver se acercó la suficiente para que la proyección de su sombra se abatiera sobre ambos, engulléndolos completamente en la leve penumbra de su cuerpo,  penetrando demasiado en el espacio vital y cerniéndose como una rapaz sobre su presa.   

Impertérrito los observaba a ambos, y lo mismo hicieron ellos, sólo que la curiosidad con que los tres se estudiaban no era revestida de misma manera. La del rey era descarada y autoritaria, la de Edwing era levemente reverencial y contenida al saberse supeditado a la decisión de ese hombre, y la de Lyselle… la de Lyselle pulsaba bajo sus venas, latía en impulsos que clamaban para que levantase los ojos que no sabían que tenía plantados en el suelo, y encontrase una respuesta que extrañamente ansiaba conocer. Pero el recuerdo de lo ocurrido en el jardín seguía vívido, y la imagen de la espada de cristal quemaba a piel la advertencia que decía que se contuviera de ceder a la curiosidad… Y como siempre, sobreponiéndose a la advertencia con el descaro de la adolescencia por la que aún transitaba, alzó la cabeza orgullosamente, sintiéndose valiente de repente, no deseando que su voluntad estuviese supeditada a nadie que la ninguneara. Y al hacerlo, la espada que llevaba en la mano, cayó irremediablemente sobre el suelo, ahogando una exclamación de sorpresa en el proceso. Pues allí, ante ella, se hallaban los mismos ojos blancos a los que anteriormente había mirado. La misma forma, la misma tonalidad, el mismo sentimiento…  Unos ojos que en preciso momento en que se conectaron con los suyos, empezaron a verse inundados de una violenta tormenta de torbellinos oscuros que tras varios instante empezaron a difuminarse en la retina del rey, volviendo la coloración de los iris de color gris.   

Un estrépito se adueñó de la sala. El ruido de espadas desenvainándose se escuchó y resonó el sonido de decenas de pasos adelantándose e irrumpiendo en la escena desde las recónditas esquinas de la estancia, guardias reales hasta entonces invisibles, mas a una seña de Mulcrey ambos detuvieron la apenas iniciada acometida y se mantuvieron expectantes con las espadas en alto. Varias voces se distinguieron al surcar el aire hablando a la vez entre el estruendo.

-Lyselle, ¿estás…

-No puede ser.

-¿Tú?

Un batir de alas centró entonces la atención de todos los presentes, alas que pertenecían a un dragón plateado demasiado bien conocido para alguno de los presentes. Le vieron atravesar la cúpula de cristal, como si fuera apenas un espectro y elegantemente aterrizó en uno de los extremos de la sala, las majestuosas alas extendidas y dirigió una mirada al rey y a la chica antes de avanzar hacía ambos. Llegó a la altura de ambos solemnemente, y sin pronunciar palabra, su forma empezó a desdibujarse hasta diluirse finalmente en un revoltijo plateado, danzando alrededor de los dos, envolviéndolos en una calidez totalmente distinta a la imperante, y entonces, súbitamente, el flujo en que se había convertido el dragón se alzó sobre las cabeza de todos los presentes y estalló bajo la misma cúpula del palacio, convirtiéndose en una radiante lluvia que se dividió en tres partes diferentes tomando rumbos definidos: uno fue a parar a la abandonada espada sobre el suelo, refulgiendo al entrar en contacto, otro hizo blanco en el pecho del rey, penetrando en su interior y el último hizo lo mismo en el suyo, experimentando una serenidad y bienestar que renovó sus fuerzas, otorgándole una seguridad renacida.

El crepitar de la energía absorbida se disipó finalmente, y silencio hizo acto de presencia entre los anonadados guardias y un no menos dubitativo vampiro.

-¿Qué ha pasado? – consiguió formular al fin, sobreponiéndose.

-Eso quisiera saber yo –contestó el rey.

-Sabéis de sobra el significado de todo esto, señor –intervino nuevamente Mulcrey.

-Es imposible, Mulcrey, ¡es una humana! –aclaró desdeñosamente.

Un gruñido llegó a los oídos de todos los presentes, antes de que el príncipe arremetiera contra el dragón. Aunque no fue muy lejos. A un gesto de su mano, una barrera se materializó impidiéndole el paso. Los guardias recobraron su movilidad, abalanzándose sobre él, al entender el gesto como una amenaza para con su rey, y una vez más, el jefe de la guardia los detuvo autoritariamente.

-¡Deteneos! No representa una amenaza, no va armada y hemos requisado su montura. Además, creo que se le debe una explicación, ¿no le parece señor?

-Las tradiciones draconianas no les incumben a los foráneos, Mulcrey. ¿O acaso lo has olvidado? No te extralimites de tus funciones.

-Sé perfectamente lo que hago. Y  valga decir, que el tema que nos atañe aquí es algo casi de demonio público. Además, déjeme recordarle una cosa.

-¿Cuál?

-Esta chica acompaña al príncipe Edwing, y no creo que lo haga porque sean hermanos. ¿No es cierto, príncipe?

-Es mi prometida – repuso el vampiro, el aplomo y la dignidad recuperados, rivalizando el tono de voz con su casi homólogo. 

Una afirmación por otro lado, que le valió una mirada desconcertada, recriminatoria y ofendida de la ausente chica que reaccionó mágicamente a esas palabras. Iba a replicar, pero advirtió en los ojos de Edwing la negativa.

-¿¡Qué!? – pronunciaron atónitos los otros dos.

-Es mi prometida, ¿hay algo malo en ello?

-¡Eso es imposible! –espetó furioso el rey.

-¿Lyselle? – se dirigió a ella entonces.

-Así es, lo estamos.

-Pero no hay ninguna duda de que ella es… La espada, la vinculación…

-Es imposible, no puede ser, debe haber algún error… Y de todas formas, ¿cómo ha llegado una humana a este mundo? ¡Su presencia no está permitida en este mundo!

-¿Qué problema tienen su graciosa majestad y sus súbditos con los humanos? – se inmiscuyó un nada comedido vampiro, al parecer olvidada la razón por la cual se hallaba allí y a quién se dirigía.

-Ninguno, salvo que son seres inferiores indignos de contaminar este lugar.

La respuesta enfureció al vampiro, quien embravecido se lanzó contra la barrera, y lejos de repelerle, la atravesó, exhibiendo los colmillos de manera amenazante, aunque enseguida se percataron todos, que al menos de momento no tenía intención de atacar.

-¿Acaso te crees tú mejor que ellos?  

-¿Acaso no lo eres tú también? – le devolvió astutamente el mayor la jugada.

-Príncipe, alteza, creo que tenemos una situación entre manos peligrosamente cerca de escapársenos de las manos. Les sugiera que se dejen de pullas, y se centren en el tema que nos ocupa. No creo que las discrepancias y el choque de egos, ayude a la señorita a entender lo que le acaba de ocurrir.

Fueron las palabras mágicas. Se giraron para ver a una nerviosa chica, cuyas manos sobre el pecho le temblaban.

-Guardias, retomad vuestras tareas – tronó el dragón.

Ninguno objetó la orden. Haciendo una reverencia, todos comenzaron a abandonar el lugar por una puerta lateral que acababa de abrirse, etéreos y silenciosos. Todos salvo uno.

-Discin, tú también –reprendió Mulcrey.

-Soy tu segundo al cargo, y es obvio que nuestra visita a estado a punto de…

-Discin, ¿te vas por las buenas o por las malas?
 
Mordiéndose los labios y chirriando los dientes de rabia, hizo una reverencia y el también salió, cerrando la puerta tras de él.

-De acuerdo, sugiero que se sienten, esto va a ser algo complicado de explicar.

-No veo muchas sillas por aquí –constató lo obvio Edwing.

-Inteligente observación, no me habría dada cuenta sin ella.

-Señores…

-Vamos a mi despacho.
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Reflejos XII (Segunda Parte)



Había intentado permanecer impasible ante las hirientes palabras que aquel desconocido le lanzaba a modo de indirectas. Pero su autocontrol pronto flaqueó y un torrente de emociones volvieron a desbordarla. Debería haberse mostrado segura, e incluso tal vez haberle devuelto la ofensa, pero fue incapaz. Lo que creyó haber enterrado, la inseguridad y la baja autoestima, se revolvieron en su interior, y antes de darse cuenta de ello, su cuerpo tomaba un rumbo incierto hacía algún lugar de las sombras de ese jardín, como guiado mágicamente. Eso fue en principio lo que pensó, pero cuando el arrullo de voces se diluyó, supo que lo que la impulsaba, era la suave melodía que notaba resonar a su alrededor, guiando un caminar errante que aparentemente no sabía adónde llevaba, pero que continuó entre la maleza hasta alcanzar otro claro como aquél en el que hubieron aterrizado, sólo que este se encontraba totalmente aislado del mundo exterior, sin aparente camino de llegada ni de retorno. Pero lo más sorprendente era el color predominante. El blanco. Se trataba de un terreno en forma de medialuna, rodeado de altos y frondosos cipreses a cuyos pies descansaban infinidad de velas grises, todas ellas prendidas, formando sombras sobre la superficie totalmente congelada de un lago, y que aún así, parecía fluir. Y justo a la mitad de éste, un montículo surgía de esa superficie helada, protegida por rocas de infinitos tonos blancos y grises. Se sintió fascinada por algo tan aparentemente imposible, pero su sorpresa continuó en aumento, al percibir un chasquido que pareció despertar a ese caleidoscopio de rocas haciendo que se esparcieran alrededor del promontorio, formando caminos irregulares a lo largo de todo el perímetro, llegando hasta sus mismos pies.
Indecisa, dudaba en si debía seguir adelante, pero un movimiento en el altar lejano la impulsó a tomar el camino. Esperó notar frío al tomar la primera roca, pero la única sensación que la envolvió fue la de irrealidad, que se incrementaba conforme se iba acercando al centro.




Finalmente dio el último paso y alcanzó el promontorio, y fue cuando por primera vez le recorrió un escalofrío por toda la espalda, y el frío se adueñó de su cuerpo. Avanzó inconscientemente, intentando entrar en calor, pero la sensación se agravó hasta que alcanzó el propio centro de todo ese lugar. Observó todo, intentando hallar una explicación lógica, pero lo único que encontró fue un altar rodeado de lo que parecían capas de hielo que ascendían en forma de cascada hasta la base, donde sobre las alas extendidas de un grisáceo dragón descansaba una espada hecha aparentemente de cristal, con una inscripción que aparecía y desaparecía de su hoja, y una empuñadura de flores labradas con un mango en forma de alas.
Antes siquiera de notar el movimiento de sus manos, y siguiendo un impulso de su corazón, se vio atraída por esa visión y sin poderlo remediar, pronto notó el peso en sus manos. Tocó tímidamente la flor grabada de mayor tamaño y al hacerlo, un calor se extendió por todo su cuerpo, desplazando al frio que sentía. Confiada por ello, ya no dudó en empuñar la espada, alzándola del pedestal y contemplando la inscripción que en ese instante desapareció definitivamente de la hoja.
-¿Qué haces aquí?-interrumpió una oscura y tétrica voz su tren de pensamientos.
Se giró sorprendida, y en el movimiento sintió resbalar de sus manos la espada. Esperó el ruido de algo hacerse añicos, más la espada volvía a estar sobre el altar, sólo que esta vez el dragón que la sostenía ya no estaba.
-Yo... lo siento mucho-repuso temblorosa, sólo pudiendo atisbar la bruma que se cernía ante el altar- No quería...
-¿Quién eres tú?-exigió saber una figura que poco a poco fue solidificándose hasta tomar la forma majestuosa de un gran dragón plateado de ojos completamente blancos, que fácilmente podía inducir el pensamiento de que era ciego.
Ahogó un gritó de sorpresa con las manos, al enfocar la figura, abriendo los ojos entre la sorpresa y el miedo.
-Lo-lo siento.
-No quiero tus disculpas, exijo saber qué haces aquí. ¿Cómo has llegado?
-No-no lo sé... Sentí como si algo me llamara, y antes de saberlo me encontré en el claro... Y después ante el altar... cogí la espada, no sé porque, y el dragón que había...-siguió dando explicaciones, aunque sin ninguna coherencia-.
-¿Algo te llamaba?-redujo la ferocidad la voz el dragón.
-Una especie de melodía tal vez, un susurro...
-¿Y la espada?
-Se me resbaló de las manos, lo siento...
-La espada está intacta, ¿no lo ves, humana?
Al decirlo, enfocó la vista en el pedestal y la encontró intacta, sólo que ahora ya no se hallaba sobre ninguna figura.- Yo pensé que...
-Prueba a empuñarla
-¿Cómo?
-¡Empúñala he dicho! ¿Acaso no me escuchas cuándo hablo?
Vacilando, se enfrentó a ello, y la volvió a coger, intentando detener el temblor de su cuerpo, intentando permanecer firme.
-¿Qué ha pasado exactamente?-demandó
-Me acerqué, y al cogerla sentí como si el frío desapareciera. Además...-vaciló, temerosa de que lo que fuese a decir fuese culpa suya.
-¿Además? No tengo todo el día, humana.
-Pensé que la hoja tenía algo inscrito, que no dejaba aparecer y desaparecer. Pero al cogerla, desapareció. Yo... quería saber lo que ponía
-Draco nunquam dormiens.
-¿Cómo?
- Draco nunquam dormiens. El dragón nunca duerme. Eso es lo que pone en la hoja de la espada. O ponía.
-No era mi intención... Perdonad lo que he causado.
-¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo se halla una humana en este mundo?
-Vine con el príncipe.
-Ya claro, con el Leviatán.
-No... Vine con el príncipe Edwing.
-¿El vampiro?
-Sí...
-¿Por qué?
-No creo que me corresponda a mí responder a eso.
-Tal vez – adujo, reduciéndose nuevamente la ferocidad en su voz
-Pero por favor, cualquier cosa que haya hecho mal es culpa mía. Él no tiene nada que ver. Ni siquiera sabe que estoy aquí, estará preocupado. Ruego que dejéis que me marche...
-Aquí ordeno y dispongo yo, humana. ¿Sabéis quién soy, no?
-Un dragón...
-Muy observadora. Soy el guardián de este lugar, y también de esa espada.
-Ruego disculpéis mi insolencia, pues. No volverá a ocurrir-expresó con una leve inclinación.
-Marchaos
-¿Estáis seguro?
-¿No era eso lo que querías?
-Sí...  Lo siento-dijo con resquemor en la voz.
Volvió a inclinarse y se dispuso a marchar.
-Espera.
-¿Sí?-dijo con cierto dolor en la voz, al sentirse humillada.
-La espada, te la dejas.
-No es mía....
-¡He dicho que te lleves la espada, y es una orden!
Volvió sobre sus pasos, y sin dirigirle una sola mirada la cogió y salió de ese lugar a toda prisa, y fue tal vez por ello, por lo que no se percató de cómo el dragón alzaba el vuelo, ni como las rocas del camino se reagrupaban sobre el promontorio y en el lugar del altar aparecía un palacio de hielo.




Conforme pasaba el tiempo en el claro, y al no ver saber nada de la suerte de Lyselle, la aparente calma del príncipe se evaporaba junto a los instantes en los que sus pensamientos se iban sumiendo en negros presagios. Le preocupaba su seguridad por una parte, pero por la otra, también le espantaba el hecho de la situación tan comprometida en la que podía involucrarle, al fin y al cabo, no le había explicado a fondo la situación en la que se encontraban.
Un sonido de pasos ajetreados le devolvió a la realidad, presintiendo la cercanía de alguien, pero no fue hasta que pudo atisbar su contorno cuando pudo identificar la figura. Una que le devolvió una parte de la tranquilidad hacía rato perdida.
-¡Lyselle!-exclamó con voz aliviada, acercándose a ella y estrechándola.-¿Dónde fuiste?
-Lo siento... Al escuchar vuestra discusión....
-Perdóname tú a mí, no debería...
-Así que el gato ya encontró al ratón-interrumpió una voz crispada, apareciendo Discin de nuevo ante ellos.
-Me alegro veros sana y salva, señorita-comentó Mulcrey, que se hallaba junto a su compañero.- ¿Dónde estabais?
-Me perdí-se excusó ella, lo que era parcialmente cierto.
-Señorita... ¿dónde ha encontrado esa espada?
Un escalofrío volvió a recorrerle el cuerpo, al verse atrapada en una mentira y con una espada que podrían interpretar que había robado...
-Me la dieron...
-Ya claro, esa espada te la dieron
-¿Qué insinuáis?-la defendió Edwing.
-¡Silencio, ambos! ¿Qué ocurrió exactamente cuando usted desapareció de este lugar?
De pronto notó el peso de las tres miradas sobre ella: una de preocupación, otra de desprecio y la última una mezcla entre la curiosidad y la duda. Tragó saliva, dándose valor para poder decir lo que pensaba que los demás juzgarían como locura.
-Pues yo.... sentí como si algo me llamara, algo que me impulsara a seguir ese sonido...
-¿Y después?
-Caminé por algún lugar de este jardín, aunque no sabría precisar por donde, y cuando quise darme cuenta, había llegado a un lugar desconocido. Una especie de claro, como surgido de otro mundo...
-Un claro en forma de medialuna –la ayudó Mulcrey
-Sí... Parecía helado... como sostenido en el tiempo, un lugar atemporal, rodeado de velas y robles...
-¿Qué significa todo esto?-interrogó el príncipe con autoridad.
-¿No me digas que la humana va a resultar inocente?
-Y en el centro, sobre un lecho de flores heladas, un altar con un dragón que sostenía esta espada- continuó ella ajena a las réplicas antes de perder el valor.
-¿No había nadie más? ¿Cómo cogisteis la espada?
-Las rocas de alrededor formaron un camino, avancé por él hasta que conseguí llegar al promontorio. Y la frialdad aparente pronto se transformó en calor cuando empuñé la espada. No sé porqué lo hice, sólo sé que un arrullo lejano me decía que eso era lo que debía hacer.
-¿No había nadie?
-Cuando la cogí... apareció un dragón de la nada. Uno de ojos blancos...
-Entonces es cierto...
-¡Exijo saber lo qué está ocurriendo!
-Disculpadme príncipe, pero ese deber no me atañe a mí...
-Mulcrey... ¿de qué va todo esto? ¿Estás intentando justificar a esta mujerzuela?
-¡Discin! ¡No te permito que te refieras a ella de ese modo! ¡Y si sabes lo que te conviene, mantendrás esa boca tuya cerrada!
Vampiro y guardián se giraron atónitos ante el cambio de actitud del hombre, y notaron como la forma de comportarse hacía la chica se hacía levemente más reverencial.
-Señorita, nos os preocupéis, no habéis hecho nada malo y os aseguro que no estáis loca. En cuanto a la espada, es vuestra por derecho, no os avergoncéis por llevarla.
-¿Qué significa por derecho? No creo que ella tenga nada que ver con este reino-comentó el vampiro.
-El Leviatán espera, no le hagamos esperar más tiempo del debido- y con ello les dio la espalda a ambos y emprendió un rumbo invisible a simple vista pero que todos tenían la seguridad de saber que conduciría hacía el lugar donde habitaba el Leviatán.

Les guió por un camino visible únicamente a los ojos de la persona que abría la marcha, cuya anchura fue disminuyendo a cada paso, ahogando sensaciones de miedo para transformarlas en claustrofóbicas, hasta que finalmente, cuando ya no parecía posible la existencia de camino alguno, súbitamente el terreno se abrió a una extensa zona abierta, libre de opresiones. Era un páramo rodeado por aguas límpidas, sobre el cual se levantaba un extenso y enorme edificio de dos plantas, cuyas paredes iridiscentes titilaban creando un juego de luces, resplandeciendo mágicamente en mitad de la triste y sobria elegancia de los alrededores. Además, esos coloridos destellos daban la impresión engañosa de que las paredes de la construcción eran de frágil, endeble y transparente cristal, mas la mirada no parecía poder atisbar nada salvo los reflejos multicolores que serpenteaban la fachada exterior, retazos escurridizos del espectro cromático. Dividido en tres secciones, el edificio central era coronado por una enorme y maciza cúpula de hielo, entorno a la cual, un resplandor cegador surgido del interior se alzaba al cielo. Las otras dos secciones, se extendían cada una a un lado, penetrando los extremos en la densa oscuridad de paredes laberínticas que anunciaban un jardín retorcido y sombrío, encargado de hacer desistir a cualquier persona indeseada que ansiase llegar la sala principal.
Cerraron los últimos metros del bosque por el cual habían llegado y alcanzaron el inicio de la larga avenida que conducía a las puertas de entrada. Un camino custodiado por inmóviles guardianes encapuchados provistos de picas y espadas al cinto que franqueaban las lindes, impertérritos, como si fueran de piedra, parecido a una procesión de amenazantes sombras.
Avanzó, sintiéndose temblar en el proceso, sabiéndose bajo el acecho escrutador e impasible de todos aquellos que iban dejando atrás, que sin variar un ápice las postura, la estudiaban desde el fondo de una oscuridad que ella no podía penetrar. Edwing le apretó la mano, buscando transmitirle algo de seguridad, y notó que iba a decir algo cuando su guía se paró repentinamente frente a las dos robustas puertas de cristal tallado semitransparente y se volvió finalmente hacía ellos hablando en voz regia y cargada de respeto.
-Bienvenidos al palacio del dragón – sentenció, y tras ello puso la mano sobre las ojos y se hizo a un lado revelando finalmente el palacio del líder de los dragones.
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Reflejos XII (Primera Parte)







-¿Osáis burlaros de nosotros, desgraciado?-desafió la sombra más cercana a él. 

Mas no hubo tiempo de respuesta, pues el segundo encapuchado interrumpió la conversación.

-No hay duda, es él.

El renuente a dejarlos marchar se giró, embravecido como demostraba su voz.

-¿En qué te basas?

-El broche de su capa.

-No es una prueba definitiva.

-Pero si una para que le demos algo de credibilidad. Enfunda la espada.

-Pero...

-Es una orden-y sin esperar a verla obedecida, liberó a su propia presa- Disculpad nuestros malos modos, señor, señorita. Comprendan que son malos tiempos, hemos de extremar precauciones.

-Lo entiendo. Y en cuanto a si soy el príncipe verídico, aquí tienen la muestra- y con desdén sacó de entre los pliegues de la capa un pergamino que extendió delante de las narices de aquel reacio a creerlos- ¿Todos contentos, pues?

El gruñido fue lo único que pudieron considerar como algo similar a una respuesta.

-Reiteramos nuestras disculpas y sentimos la falta de respeto hacía ambos. Soy Mulcrey, uno de los guardianes del palacio y del rey- se presentó descubriendo su rostro al deshacerse de la capucha. Ambos se encontraban ante un hombre de larga melena dorada, ojos marrones y tez tostada, de neutra expresión-Y él es Discin, mi segundo al mando- señaló al encapuchado que quedaba, que al repetir el mismo gesto que su superior dejó entrever los ojos rojizos rodeados de pecas, junto al pelo de color granate- Discin...-le advirtió.

-Les pido disculpas, a ambos- expresó casi con resentimiento.

Una leve inclinación de cabeza les dio a entender que ambos las aceptaban.

-Y con todo aclarado, me gustaría ver a vuestro señor, sino es mucho pedir- se hizo dueño de la conversación.

-Faltaría más, Discin acompáñalos. Perdonad mi ausencia pero tenemos órdenes estrictas de no abandonar nunca la zona- y con eso despareció.

Su recién nombrado guía les dio la espalda, y sin esperar un segundo, se puso a caminar a grandes zancadas. 

-Bueno, es hora para nuestra gran entrada. Prepárate para tu estreno oficial, Lyselle- fueron sus palabras mientras se acercaba a la paralizada chica que seguía parada en medio del claro, tirando de ella.

Por inercia, ajena a todo, se dejó llevar por su acompañante, sin saber muy bien si temer el momento que les esperaba.

En un par de pasos hubieron alcanzado a Discin, que les miraba de reojo con desdén.

-Veo que tiene buen gusto “alteza”, a pesar de que es de una especie poco apropiada para vos. 

Detuvo su paso, y el vigía al presenciarlo lo hizo a su vez, girando y enfrentándole con una sonrisa satisfecha en la cara.

-Lo que sea o no sea apropiado para mi, no es algo que deban decidir los demás, en especial si son plebeyos-le contestó con hielo en las palabras, mirándole fijamente.

-¿Tanto sois capaz de arriesgar por unas cuantas noches?

-¡No permitiré que la rebajéis a ese nivel!

-Es para lo único que sirven las humanas, son buenas en ese aspecto.

Antes de que una brizna de aire soplara en el lugar, el príncipe había agarrado al guardián por las solapas de la chaqueta y  había acercado su cara a la suficiente distancia para que ambas respiraciones se entremezclaran.

-Me es indiferente lo que pienses sobre las o los humanos en general. De hecho  me da igual lo que pienses, sólo quiero que recuerdes una cosa: al menos a esta humana la respetarás si sabes lo que te conviene.

-¿Me amenaza, alteza?

-¿Necesitas más detalles?

-No creo que la situación actual esté para que os confeséis el amor que os profesáis-interrumpió de nuevo una voz ya conocida, relajando levemente la tensión. 

Ambos desviaron la mirada, encontrándose con Mulcrey, que al parecer observaba entre divertido y recriminatorio la escena.

-Discin, no eres más que un guardián, le debes un respeto al príncipe, y ni que decir tiene que no tienes la suficiente autoridad para entrometerte en sus asuntos. En cuanto a vos, príncipe Edwing, tampoco habéis de olvidar que este no es vuestro territorio, por lo que empezar una disputa en él, no sería vuestra opción más favorable.

Finalmente los implicados se soltaron mutuamente, uno haciendo una leve inclinación de cabeza, y el otro arreglándose el cuello de la chaqueta.

-Por cierto, ¿dónde está la señorita...?

-¿Lyselle?- pronunció percatándose de la ausencia de aquélla.

-Fantástico, y encima problemática.

-Discin... – pronunció su nombre a modo de advertencia- ¿Ninguno sabe dónde ha ido?

-Me olvidé de ella, no pensé que se alejaría de aquí...

-Mejor adiéstrala-sugirió el otro guardián. 

Antes de que el príncipe consiguiese responder, se sorprendió de encontrar el filo de la espada de Mulcrey en el cuello de su compañero.

-Tu comentarios no son bienvenidos, y menos ahora. Si no os hubiéseis dedicado a lanzaros ofensas como dos gallos de pelea, la chica no habría desaparecido. Más vale encontrarla pronto.

-¿Y ese repentino interés en una humana?-quiso saber Edwing. Y por una vez, la expresión de Discin concordaba con la de él.

-Habría de dar muchas explicaciones si le ocurriese algo, estoy al cargo al fin y al cabo- esa respuesta pareció convencer a ambos.

-Está bien, no debe rondar demasiado lejos. Príncipe, permaneced aquí por si regresa. Discin, inspecciona la parte noroeste, la más cercana al palacio, yo me encargaré de la sudeste. Y recuerda cuál es tu lugar- y con eso ambos hubieron desaparecido de la vista, dejando a cierto vampiro entre preocupado y avergonzado al saber que la advertencia que había recibido estaba hecha con toda la razón.

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