Reflejos XII (Primera Parte)







-¿Osáis burlaros de nosotros, desgraciado?-desafió la sombra más cercana a él. 

Mas no hubo tiempo de respuesta, pues el segundo encapuchado interrumpió la conversación.

-No hay duda, es él.

El renuente a dejarlos marchar se giró, embravecido como demostraba su voz.

-¿En qué te basas?

-El broche de su capa.

-No es una prueba definitiva.

-Pero si una para que le demos algo de credibilidad. Enfunda la espada.

-Pero...

-Es una orden-y sin esperar a verla obedecida, liberó a su propia presa- Disculpad nuestros malos modos, señor, señorita. Comprendan que son malos tiempos, hemos de extremar precauciones.

-Lo entiendo. Y en cuanto a si soy el príncipe verídico, aquí tienen la muestra- y con desdén sacó de entre los pliegues de la capa un pergamino que extendió delante de las narices de aquel reacio a creerlos- ¿Todos contentos, pues?

El gruñido fue lo único que pudieron considerar como algo similar a una respuesta.

-Reiteramos nuestras disculpas y sentimos la falta de respeto hacía ambos. Soy Mulcrey, uno de los guardianes del palacio y del rey- se presentó descubriendo su rostro al deshacerse de la capucha. Ambos se encontraban ante un hombre de larga melena dorada, ojos marrones y tez tostada, de neutra expresión-Y él es Discin, mi segundo al mando- señaló al encapuchado que quedaba, que al repetir el mismo gesto que su superior dejó entrever los ojos rojizos rodeados de pecas, junto al pelo de color granate- Discin...-le advirtió.

-Les pido disculpas, a ambos- expresó casi con resentimiento.

Una leve inclinación de cabeza les dio a entender que ambos las aceptaban.

-Y con todo aclarado, me gustaría ver a vuestro señor, sino es mucho pedir- se hizo dueño de la conversación.

-Faltaría más, Discin acompáñalos. Perdonad mi ausencia pero tenemos órdenes estrictas de no abandonar nunca la zona- y con eso despareció.

Su recién nombrado guía les dio la espalda, y sin esperar un segundo, se puso a caminar a grandes zancadas. 

-Bueno, es hora para nuestra gran entrada. Prepárate para tu estreno oficial, Lyselle- fueron sus palabras mientras se acercaba a la paralizada chica que seguía parada en medio del claro, tirando de ella.

Por inercia, ajena a todo, se dejó llevar por su acompañante, sin saber muy bien si temer el momento que les esperaba.

En un par de pasos hubieron alcanzado a Discin, que les miraba de reojo con desdén.

-Veo que tiene buen gusto “alteza”, a pesar de que es de una especie poco apropiada para vos. 

Detuvo su paso, y el vigía al presenciarlo lo hizo a su vez, girando y enfrentándole con una sonrisa satisfecha en la cara.

-Lo que sea o no sea apropiado para mi, no es algo que deban decidir los demás, en especial si son plebeyos-le contestó con hielo en las palabras, mirándole fijamente.

-¿Tanto sois capaz de arriesgar por unas cuantas noches?

-¡No permitiré que la rebajéis a ese nivel!

-Es para lo único que sirven las humanas, son buenas en ese aspecto.

Antes de que una brizna de aire soplara en el lugar, el príncipe había agarrado al guardián por las solapas de la chaqueta y  había acercado su cara a la suficiente distancia para que ambas respiraciones se entremezclaran.

-Me es indiferente lo que pienses sobre las o los humanos en general. De hecho  me da igual lo que pienses, sólo quiero que recuerdes una cosa: al menos a esta humana la respetarás si sabes lo que te conviene.

-¿Me amenaza, alteza?

-¿Necesitas más detalles?

-No creo que la situación actual esté para que os confeséis el amor que os profesáis-interrumpió de nuevo una voz ya conocida, relajando levemente la tensión. 

Ambos desviaron la mirada, encontrándose con Mulcrey, que al parecer observaba entre divertido y recriminatorio la escena.

-Discin, no eres más que un guardián, le debes un respeto al príncipe, y ni que decir tiene que no tienes la suficiente autoridad para entrometerte en sus asuntos. En cuanto a vos, príncipe Edwing, tampoco habéis de olvidar que este no es vuestro territorio, por lo que empezar una disputa en él, no sería vuestra opción más favorable.

Finalmente los implicados se soltaron mutuamente, uno haciendo una leve inclinación de cabeza, y el otro arreglándose el cuello de la chaqueta.

-Por cierto, ¿dónde está la señorita...?

-¿Lyselle?- pronunció percatándose de la ausencia de aquélla.

-Fantástico, y encima problemática.

-Discin... – pronunció su nombre a modo de advertencia- ¿Ninguno sabe dónde ha ido?

-Me olvidé de ella, no pensé que se alejaría de aquí...

-Mejor adiéstrala-sugirió el otro guardián. 

Antes de que el príncipe consiguiese responder, se sorprendió de encontrar el filo de la espada de Mulcrey en el cuello de su compañero.

-Tu comentarios no son bienvenidos, y menos ahora. Si no os hubiéseis dedicado a lanzaros ofensas como dos gallos de pelea, la chica no habría desaparecido. Más vale encontrarla pronto.

-¿Y ese repentino interés en una humana?-quiso saber Edwing. Y por una vez, la expresión de Discin concordaba con la de él.

-Habría de dar muchas explicaciones si le ocurriese algo, estoy al cargo al fin y al cabo- esa respuesta pareció convencer a ambos.

-Está bien, no debe rondar demasiado lejos. Príncipe, permaneced aquí por si regresa. Discin, inspecciona la parte noroeste, la más cercana al palacio, yo me encargaré de la sudeste. Y recuerda cuál es tu lugar- y con eso ambos hubieron desaparecido de la vista, dejando a cierto vampiro entre preocupado y avergonzado al saber que la advertencia que había recibido estaba hecha con toda la razón.

Leer más...