Reflejos XII (Segunda Parte)



Había intentado permanecer impasible ante las hirientes palabras que aquel desconocido le lanzaba a modo de indirectas. Pero su autocontrol pronto flaqueó y un torrente de emociones volvieron a desbordarla. Debería haberse mostrado segura, e incluso tal vez haberle devuelto la ofensa, pero fue incapaz. Lo que creyó haber enterrado, la inseguridad y la baja autoestima, se revolvieron en su interior, y antes de darse cuenta de ello, su cuerpo tomaba un rumbo incierto hacía algún lugar de las sombras de ese jardín, como guiado mágicamente. Eso fue en principio lo que pensó, pero cuando el arrullo de voces se diluyó, supo que lo que la impulsaba, era la suave melodía que notaba resonar a su alrededor, guiando un caminar errante que aparentemente no sabía adónde llevaba, pero que continuó entre la maleza hasta alcanzar otro claro como aquél en el que hubieron aterrizado, sólo que este se encontraba totalmente aislado del mundo exterior, sin aparente camino de llegada ni de retorno. Pero lo más sorprendente era el color predominante. El blanco. Se trataba de un terreno en forma de medialuna, rodeado de altos y frondosos cipreses a cuyos pies descansaban infinidad de velas grises, todas ellas prendidas, formando sombras sobre la superficie totalmente congelada de un lago, y que aún así, parecía fluir. Y justo a la mitad de éste, un montículo surgía de esa superficie helada, protegida por rocas de infinitos tonos blancos y grises. Se sintió fascinada por algo tan aparentemente imposible, pero su sorpresa continuó en aumento, al percibir un chasquido que pareció despertar a ese caleidoscopio de rocas haciendo que se esparcieran alrededor del promontorio, formando caminos irregulares a lo largo de todo el perímetro, llegando hasta sus mismos pies.
Indecisa, dudaba en si debía seguir adelante, pero un movimiento en el altar lejano la impulsó a tomar el camino. Esperó notar frío al tomar la primera roca, pero la única sensación que la envolvió fue la de irrealidad, que se incrementaba conforme se iba acercando al centro.




Finalmente dio el último paso y alcanzó el promontorio, y fue cuando por primera vez le recorrió un escalofrío por toda la espalda, y el frío se adueñó de su cuerpo. Avanzó inconscientemente, intentando entrar en calor, pero la sensación se agravó hasta que alcanzó el propio centro de todo ese lugar. Observó todo, intentando hallar una explicación lógica, pero lo único que encontró fue un altar rodeado de lo que parecían capas de hielo que ascendían en forma de cascada hasta la base, donde sobre las alas extendidas de un grisáceo dragón descansaba una espada hecha aparentemente de cristal, con una inscripción que aparecía y desaparecía de su hoja, y una empuñadura de flores labradas con un mango en forma de alas.
Antes siquiera de notar el movimiento de sus manos, y siguiendo un impulso de su corazón, se vio atraída por esa visión y sin poderlo remediar, pronto notó el peso en sus manos. Tocó tímidamente la flor grabada de mayor tamaño y al hacerlo, un calor se extendió por todo su cuerpo, desplazando al frio que sentía. Confiada por ello, ya no dudó en empuñar la espada, alzándola del pedestal y contemplando la inscripción que en ese instante desapareció definitivamente de la hoja.
-¿Qué haces aquí?-interrumpió una oscura y tétrica voz su tren de pensamientos.
Se giró sorprendida, y en el movimiento sintió resbalar de sus manos la espada. Esperó el ruido de algo hacerse añicos, más la espada volvía a estar sobre el altar, sólo que esta vez el dragón que la sostenía ya no estaba.
-Yo... lo siento mucho-repuso temblorosa, sólo pudiendo atisbar la bruma que se cernía ante el altar- No quería...
-¿Quién eres tú?-exigió saber una figura que poco a poco fue solidificándose hasta tomar la forma majestuosa de un gran dragón plateado de ojos completamente blancos, que fácilmente podía inducir el pensamiento de que era ciego.
Ahogó un gritó de sorpresa con las manos, al enfocar la figura, abriendo los ojos entre la sorpresa y el miedo.
-Lo-lo siento.
-No quiero tus disculpas, exijo saber qué haces aquí. ¿Cómo has llegado?
-No-no lo sé... Sentí como si algo me llamara, y antes de saberlo me encontré en el claro... Y después ante el altar... cogí la espada, no sé porque, y el dragón que había...-siguió dando explicaciones, aunque sin ninguna coherencia-.
-¿Algo te llamaba?-redujo la ferocidad la voz el dragón.
-Una especie de melodía tal vez, un susurro...
-¿Y la espada?
-Se me resbaló de las manos, lo siento...
-La espada está intacta, ¿no lo ves, humana?
Al decirlo, enfocó la vista en el pedestal y la encontró intacta, sólo que ahora ya no se hallaba sobre ninguna figura.- Yo pensé que...
-Prueba a empuñarla
-¿Cómo?
-¡Empúñala he dicho! ¿Acaso no me escuchas cuándo hablo?
Vacilando, se enfrentó a ello, y la volvió a coger, intentando detener el temblor de su cuerpo, intentando permanecer firme.
-¿Qué ha pasado exactamente?-demandó
-Me acerqué, y al cogerla sentí como si el frío desapareciera. Además...-vaciló, temerosa de que lo que fuese a decir fuese culpa suya.
-¿Además? No tengo todo el día, humana.
-Pensé que la hoja tenía algo inscrito, que no dejaba aparecer y desaparecer. Pero al cogerla, desapareció. Yo... quería saber lo que ponía
-Draco nunquam dormiens.
-¿Cómo?
- Draco nunquam dormiens. El dragón nunca duerme. Eso es lo que pone en la hoja de la espada. O ponía.
-No era mi intención... Perdonad lo que he causado.
-¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo se halla una humana en este mundo?
-Vine con el príncipe.
-Ya claro, con el Leviatán.
-No... Vine con el príncipe Edwing.
-¿El vampiro?
-Sí...
-¿Por qué?
-No creo que me corresponda a mí responder a eso.
-Tal vez – adujo, reduciéndose nuevamente la ferocidad en su voz
-Pero por favor, cualquier cosa que haya hecho mal es culpa mía. Él no tiene nada que ver. Ni siquiera sabe que estoy aquí, estará preocupado. Ruego que dejéis que me marche...
-Aquí ordeno y dispongo yo, humana. ¿Sabéis quién soy, no?
-Un dragón...
-Muy observadora. Soy el guardián de este lugar, y también de esa espada.
-Ruego disculpéis mi insolencia, pues. No volverá a ocurrir-expresó con una leve inclinación.
-Marchaos
-¿Estáis seguro?
-¿No era eso lo que querías?
-Sí...  Lo siento-dijo con resquemor en la voz.
Volvió a inclinarse y se dispuso a marchar.
-Espera.
-¿Sí?-dijo con cierto dolor en la voz, al sentirse humillada.
-La espada, te la dejas.
-No es mía....
-¡He dicho que te lleves la espada, y es una orden!
Volvió sobre sus pasos, y sin dirigirle una sola mirada la cogió y salió de ese lugar a toda prisa, y fue tal vez por ello, por lo que no se percató de cómo el dragón alzaba el vuelo, ni como las rocas del camino se reagrupaban sobre el promontorio y en el lugar del altar aparecía un palacio de hielo.




Conforme pasaba el tiempo en el claro, y al no ver saber nada de la suerte de Lyselle, la aparente calma del príncipe se evaporaba junto a los instantes en los que sus pensamientos se iban sumiendo en negros presagios. Le preocupaba su seguridad por una parte, pero por la otra, también le espantaba el hecho de la situación tan comprometida en la que podía involucrarle, al fin y al cabo, no le había explicado a fondo la situación en la que se encontraban.
Un sonido de pasos ajetreados le devolvió a la realidad, presintiendo la cercanía de alguien, pero no fue hasta que pudo atisbar su contorno cuando pudo identificar la figura. Una que le devolvió una parte de la tranquilidad hacía rato perdida.
-¡Lyselle!-exclamó con voz aliviada, acercándose a ella y estrechándola.-¿Dónde fuiste?
-Lo siento... Al escuchar vuestra discusión....
-Perdóname tú a mí, no debería...
-Así que el gato ya encontró al ratón-interrumpió una voz crispada, apareciendo Discin de nuevo ante ellos.
-Me alegro veros sana y salva, señorita-comentó Mulcrey, que se hallaba junto a su compañero.- ¿Dónde estabais?
-Me perdí-se excusó ella, lo que era parcialmente cierto.
-Señorita... ¿dónde ha encontrado esa espada?
Un escalofrío volvió a recorrerle el cuerpo, al verse atrapada en una mentira y con una espada que podrían interpretar que había robado...
-Me la dieron...
-Ya claro, esa espada te la dieron
-¿Qué insinuáis?-la defendió Edwing.
-¡Silencio, ambos! ¿Qué ocurrió exactamente cuando usted desapareció de este lugar?
De pronto notó el peso de las tres miradas sobre ella: una de preocupación, otra de desprecio y la última una mezcla entre la curiosidad y la duda. Tragó saliva, dándose valor para poder decir lo que pensaba que los demás juzgarían como locura.
-Pues yo.... sentí como si algo me llamara, algo que me impulsara a seguir ese sonido...
-¿Y después?
-Caminé por algún lugar de este jardín, aunque no sabría precisar por donde, y cuando quise darme cuenta, había llegado a un lugar desconocido. Una especie de claro, como surgido de otro mundo...
-Un claro en forma de medialuna –la ayudó Mulcrey
-Sí... Parecía helado... como sostenido en el tiempo, un lugar atemporal, rodeado de velas y robles...
-¿Qué significa todo esto?-interrogó el príncipe con autoridad.
-¿No me digas que la humana va a resultar inocente?
-Y en el centro, sobre un lecho de flores heladas, un altar con un dragón que sostenía esta espada- continuó ella ajena a las réplicas antes de perder el valor.
-¿No había nadie más? ¿Cómo cogisteis la espada?
-Las rocas de alrededor formaron un camino, avancé por él hasta que conseguí llegar al promontorio. Y la frialdad aparente pronto se transformó en calor cuando empuñé la espada. No sé porqué lo hice, sólo sé que un arrullo lejano me decía que eso era lo que debía hacer.
-¿No había nadie?
-Cuando la cogí... apareció un dragón de la nada. Uno de ojos blancos...
-Entonces es cierto...
-¡Exijo saber lo qué está ocurriendo!
-Disculpadme príncipe, pero ese deber no me atañe a mí...
-Mulcrey... ¿de qué va todo esto? ¿Estás intentando justificar a esta mujerzuela?
-¡Discin! ¡No te permito que te refieras a ella de ese modo! ¡Y si sabes lo que te conviene, mantendrás esa boca tuya cerrada!
Vampiro y guardián se giraron atónitos ante el cambio de actitud del hombre, y notaron como la forma de comportarse hacía la chica se hacía levemente más reverencial.
-Señorita, nos os preocupéis, no habéis hecho nada malo y os aseguro que no estáis loca. En cuanto a la espada, es vuestra por derecho, no os avergoncéis por llevarla.
-¿Qué significa por derecho? No creo que ella tenga nada que ver con este reino-comentó el vampiro.
-El Leviatán espera, no le hagamos esperar más tiempo del debido- y con ello les dio la espalda a ambos y emprendió un rumbo invisible a simple vista pero que todos tenían la seguridad de saber que conduciría hacía el lugar donde habitaba el Leviatán.

Les guió por un camino visible únicamente a los ojos de la persona que abría la marcha, cuya anchura fue disminuyendo a cada paso, ahogando sensaciones de miedo para transformarlas en claustrofóbicas, hasta que finalmente, cuando ya no parecía posible la existencia de camino alguno, súbitamente el terreno se abrió a una extensa zona abierta, libre de opresiones. Era un páramo rodeado por aguas límpidas, sobre el cual se levantaba un extenso y enorme edificio de dos plantas, cuyas paredes iridiscentes titilaban creando un juego de luces, resplandeciendo mágicamente en mitad de la triste y sobria elegancia de los alrededores. Además, esos coloridos destellos daban la impresión engañosa de que las paredes de la construcción eran de frágil, endeble y transparente cristal, mas la mirada no parecía poder atisbar nada salvo los reflejos multicolores que serpenteaban la fachada exterior, retazos escurridizos del espectro cromático. Dividido en tres secciones, el edificio central era coronado por una enorme y maciza cúpula de hielo, entorno a la cual, un resplandor cegador surgido del interior se alzaba al cielo. Las otras dos secciones, se extendían cada una a un lado, penetrando los extremos en la densa oscuridad de paredes laberínticas que anunciaban un jardín retorcido y sombrío, encargado de hacer desistir a cualquier persona indeseada que ansiase llegar la sala principal.
Cerraron los últimos metros del bosque por el cual habían llegado y alcanzaron el inicio de la larga avenida que conducía a las puertas de entrada. Un camino custodiado por inmóviles guardianes encapuchados provistos de picas y espadas al cinto que franqueaban las lindes, impertérritos, como si fueran de piedra, parecido a una procesión de amenazantes sombras.
Avanzó, sintiéndose temblar en el proceso, sabiéndose bajo el acecho escrutador e impasible de todos aquellos que iban dejando atrás, que sin variar un ápice las postura, la estudiaban desde el fondo de una oscuridad que ella no podía penetrar. Edwing le apretó la mano, buscando transmitirle algo de seguridad, y notó que iba a decir algo cuando su guía se paró repentinamente frente a las dos robustas puertas de cristal tallado semitransparente y se volvió finalmente hacía ellos hablando en voz regia y cargada de respeto.
-Bienvenidos al palacio del dragón – sentenció, y tras ello puso la mano sobre las ojos y se hizo a un lado revelando finalmente el palacio del líder de los dragones.
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Reflejos XII (Primera Parte)







-¿Osáis burlaros de nosotros, desgraciado?-desafió la sombra más cercana a él. 

Mas no hubo tiempo de respuesta, pues el segundo encapuchado interrumpió la conversación.

-No hay duda, es él.

El renuente a dejarlos marchar se giró, embravecido como demostraba su voz.

-¿En qué te basas?

-El broche de su capa.

-No es una prueba definitiva.

-Pero si una para que le demos algo de credibilidad. Enfunda la espada.

-Pero...

-Es una orden-y sin esperar a verla obedecida, liberó a su propia presa- Disculpad nuestros malos modos, señor, señorita. Comprendan que son malos tiempos, hemos de extremar precauciones.

-Lo entiendo. Y en cuanto a si soy el príncipe verídico, aquí tienen la muestra- y con desdén sacó de entre los pliegues de la capa un pergamino que extendió delante de las narices de aquel reacio a creerlos- ¿Todos contentos, pues?

El gruñido fue lo único que pudieron considerar como algo similar a una respuesta.

-Reiteramos nuestras disculpas y sentimos la falta de respeto hacía ambos. Soy Mulcrey, uno de los guardianes del palacio y del rey- se presentó descubriendo su rostro al deshacerse de la capucha. Ambos se encontraban ante un hombre de larga melena dorada, ojos marrones y tez tostada, de neutra expresión-Y él es Discin, mi segundo al mando- señaló al encapuchado que quedaba, que al repetir el mismo gesto que su superior dejó entrever los ojos rojizos rodeados de pecas, junto al pelo de color granate- Discin...-le advirtió.

-Les pido disculpas, a ambos- expresó casi con resentimiento.

Una leve inclinación de cabeza les dio a entender que ambos las aceptaban.

-Y con todo aclarado, me gustaría ver a vuestro señor, sino es mucho pedir- se hizo dueño de la conversación.

-Faltaría más, Discin acompáñalos. Perdonad mi ausencia pero tenemos órdenes estrictas de no abandonar nunca la zona- y con eso despareció.

Su recién nombrado guía les dio la espalda, y sin esperar un segundo, se puso a caminar a grandes zancadas. 

-Bueno, es hora para nuestra gran entrada. Prepárate para tu estreno oficial, Lyselle- fueron sus palabras mientras se acercaba a la paralizada chica que seguía parada en medio del claro, tirando de ella.

Por inercia, ajena a todo, se dejó llevar por su acompañante, sin saber muy bien si temer el momento que les esperaba.

En un par de pasos hubieron alcanzado a Discin, que les miraba de reojo con desdén.

-Veo que tiene buen gusto “alteza”, a pesar de que es de una especie poco apropiada para vos. 

Detuvo su paso, y el vigía al presenciarlo lo hizo a su vez, girando y enfrentándole con una sonrisa satisfecha en la cara.

-Lo que sea o no sea apropiado para mi, no es algo que deban decidir los demás, en especial si son plebeyos-le contestó con hielo en las palabras, mirándole fijamente.

-¿Tanto sois capaz de arriesgar por unas cuantas noches?

-¡No permitiré que la rebajéis a ese nivel!

-Es para lo único que sirven las humanas, son buenas en ese aspecto.

Antes de que una brizna de aire soplara en el lugar, el príncipe había agarrado al guardián por las solapas de la chaqueta y  había acercado su cara a la suficiente distancia para que ambas respiraciones se entremezclaran.

-Me es indiferente lo que pienses sobre las o los humanos en general. De hecho  me da igual lo que pienses, sólo quiero que recuerdes una cosa: al menos a esta humana la respetarás si sabes lo que te conviene.

-¿Me amenaza, alteza?

-¿Necesitas más detalles?

-No creo que la situación actual esté para que os confeséis el amor que os profesáis-interrumpió de nuevo una voz ya conocida, relajando levemente la tensión. 

Ambos desviaron la mirada, encontrándose con Mulcrey, que al parecer observaba entre divertido y recriminatorio la escena.

-Discin, no eres más que un guardián, le debes un respeto al príncipe, y ni que decir tiene que no tienes la suficiente autoridad para entrometerte en sus asuntos. En cuanto a vos, príncipe Edwing, tampoco habéis de olvidar que este no es vuestro territorio, por lo que empezar una disputa en él, no sería vuestra opción más favorable.

Finalmente los implicados se soltaron mutuamente, uno haciendo una leve inclinación de cabeza, y el otro arreglándose el cuello de la chaqueta.

-Por cierto, ¿dónde está la señorita...?

-¿Lyselle?- pronunció percatándose de la ausencia de aquélla.

-Fantástico, y encima problemática.

-Discin... – pronunció su nombre a modo de advertencia- ¿Ninguno sabe dónde ha ido?

-Me olvidé de ella, no pensé que se alejaría de aquí...

-Mejor adiéstrala-sugirió el otro guardián. 

Antes de que el príncipe consiguiese responder, se sorprendió de encontrar el filo de la espada de Mulcrey en el cuello de su compañero.

-Tu comentarios no son bienvenidos, y menos ahora. Si no os hubiéseis dedicado a lanzaros ofensas como dos gallos de pelea, la chica no habría desaparecido. Más vale encontrarla pronto.

-¿Y ese repentino interés en una humana?-quiso saber Edwing. Y por una vez, la expresión de Discin concordaba con la de él.

-Habría de dar muchas explicaciones si le ocurriese algo, estoy al cargo al fin y al cabo- esa respuesta pareció convencer a ambos.

-Está bien, no debe rondar demasiado lejos. Príncipe, permaneced aquí por si regresa. Discin, inspecciona la parte noroeste, la más cercana al palacio, yo me encargaré de la sudeste. Y recuerda cuál es tu lugar- y con eso ambos hubieron desaparecido de la vista, dejando a cierto vampiro entre preocupado y avergonzado al saber que la advertencia que había recibido estaba hecha con toda la razón.

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Reflejos XI ( Tercera parte)

Ya sé que he tardado bastante en actualizar... La verdad es que supongo que he perdido algo el interés y como tampoco sé si la historia entusiasma o interesa pues lo he dejado de lado... De momento por aquí sigo...



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Silencio. Dudó en la incertidumbre de si le habría molestado que fisgonease en algo como eso, pero entonces un sonido llegó a sus oídos. Uno similar, el susurro de la ropa deslizándose por la piel, para posteriormente caer al suelo. Entonces, la intimidad del sonido creció, y algo restalló, como algo que se estuviese desplegando, lo que le afirmó la pregunta. E irónicamente, ahora, aparte de curiosidad, se sentía intimidada, incluso aterrada, al no saber cómo reaccionaría al ver algo tan antinatural para ella como unas alas, enfrentándola a una realidad divergente a la que conocía, y no se planteaba seriamente hasta ahora. No será duro, se dijo. Es él, una persona, diferente, pero no desagradable, se aseguró. Impulsada y motivada cohttp://www.blogger.com/img/blank.gifn esas palabras, se giró y le enfrentó, cayendo la toalla al suelo en el movimiento.

Cara a cara, enfrentados cada uno desde su propia desnudez. Ella con su cuerpo inmaculado, y él con unas hermosas alas negras a la espalda. Boquiabierta, se prendó de la imagen de ángel caído que él ostentaba. Un ángel caído de azulísimos ojos azules, oscuros y ausentes, de expresión distante. Una imagen que no encajaba nada con las alas que sobresalían imponentes, membranosas y recubiertas de plumas cuya tonalidad y textura se asimilaban a la de su pelo.

Acortó la distancia, buscando romper el muro invisible que su pregunta había erigido, y pegándose a él, estiró la mano derecha, buscando tocar las alas que sobresalían alrededor de él. Éstas se sacudieron bruscamente, rechazando la cercanía, pero ella volvió a insistir, esta vez, buscando decir con la mirada lo que las palabras no podían. Pero él siguió mostrándose distante.

-Edwing, son preciosas.

Ninguna reacción salvo la súbita tensión en la mandíbula.

-Ya, claro.

-Lo digo en serio.

-No me mientas por compasión, no lo necesito – dijo agriamente.

-No lo hago, ¿pero a qué viene esta reticencia? Forman parte de ti, deberías estar orgulloso de ellas. Puedes hacer cosas inimaginables para mí.

-Precisamente por eso. ¿No lo entiendes? Estas alas, demuestran claramente que no soy como tú, que parte de mi ser es un animal salvaje que algún día….

-Algún día, yo me moriré, es inevitable, y no por eso desprecio mi vida…

-¿Estás segura? – interrogó convenientemente, aludiendo perfectamente a su primer encuentro.

Si hubiese sido cualquier otra persona, habría acusado el golpe, pero venía de él, y viendo la susceptibilidad y menosprecio que se tenía por algo que tal vez, de no estar ella por en medio sentiría, hizo que se creciera ante la situación.

-Puede que despreciara mi vida, pero no mi naturaleza. Y tú deberías hacer lo mismo. Somos distintos ¿y qué? Es cierto, tenía miedo hace un instante de verte, pero era infundado. No podría despreciarte por esto, ni tampoco me das asco. Tú sigues siendo tú, independientemente de tu físico, y no cambiaré de opinión porque que seas algo diferente, forma parte de ti. Yo me quejo de los que juzgan por las apariencias, ¿qué diferencia tendría yo respecto a ellos si hiciera lo mismo contigo?

Dedujo de la ausencia de palabras, que él debía estar valorando el discurso, buscando la réplica y seguro de que no la encontraría, desvió la atención a la ropa sobre la silla. La única opción de hecho, por lo que procedió a ponerse la sencilla ropa interior, que esta vez alguien si se había encargado de proporcionarle, permitiéndose un tiempo de reflexión entorno a lo que habían comentado.

Tras un tiempo prudencial, le pareció percibir movimiento por el rabillo del ojo, y lo que supuso que debían ser sus alas plegándose por lo que se atrevió a llamarle-

-Edwing.

-Dime – el tono era relajado y distendido nuevamente.

-Me preguntaba... ¿Ekain tiene mujer o hijas?

-Hasta donde yo sé, no. ¿Por qué? – comentó, vistiéndose nuevamente argumentó.

-Porque si deduzco que ha sido él el que ha traído algo con lo que vestirnos... ¿Cómo sabe la talla de ropa interior que gasto?

Le escuchó tragar saliva pesadamente, y luego un pesado silencio.

-Edwing, la respuesta.

-Bueno verás... la primera noche cuando terminamos.... el caso es que te dormiste, desnuda debo añadir. Y claro, al traerte aquí, no te iba a dejar tal cual. Así que le pedí a Ekain que recogiese la ropa que a mí, con el fervor del momento se me olvidó. Te puse
algo de ropa de tu talla aproximada que encontré por los arcones y fijándome en la talla de la tuya propia, le pedí a Ekain algo de ropa nueva a tu medida.

-Edwing...-la escuchó decir con voz crispada.

-¿Sí? –articuló inocentemente.

-¿A ti también te consigue la ropa interior Ekain?-ahora se estaba perdiendo en el sinsentido de la conversación.

-A tanto no llego.

-¡Pues a mi tampoco me gusta que otra persona elija por mi, y si encima es un hombre menos!

-¿Y qué querías que hiciera? ¿Dejarte no llevar nada bajo el vestido? ¡Si ya me cuesta bastante contenerme!

-¡Haber ido a mi casa y habérmela traído!

-¡Claro! ¡Ya me parecía a mi que la solución simple se me estaba escapando!-exclamó todo serio.

-Déjalo... La próxima vez ya elegiré yo.

-Tendremos que ir a tu mundo....-dijo en voz baja.

-¿Qué ocurre?-se preocupó ante el cambio tan repentino.

-¿Quieres volver allí para quedarte?

-No... pero tu mismo dijiste que vuestras excursiones allí eran frecuentes, ¿te importa si te acompaño?

-No...

-Te dije que me quedaría contigo, al menos de momento. El día que desee regresar para quedarme, te lo diré. A todo esto, ¿por qué os habéis empeñado vosotros dos en que me ponga vestido?

-Si lo piensas, a mis ojos y a los de aquellos que visitaremos, te has convertido en la princesa, no oficial, pero princesa. No nos queda otra que seguir una cierta etiqueta.

-Que remedio pues, pero al menos ayúdame a cerrar la cremallera de esta cosa.

Esa cosa era el vestido, de delicada seda azul cielo, escote palabra de honor entallado bajo el pecho con dos cintas blancas entrelazadas que caían sueltas a su espalda, lugar en que debía cerrarse, dejando la mitad superior al aire. Bajo las fruncidas cintas delanteras, varias capas de níveo tul se cerraban en torno al cuerpo liso ocultando sus pies de tonalidad azul del vestido, nunca ocultando la franja central bordada con flores blancas. Por último, una abertura lateral hasta el muslo rasgaba uno de sus costados.
La ayudó a subir la cremallera, cuidadosamente de no enganchar las cintas a forma de lazo y los mechones libres de la melena presa en sus manos.

-Ya está.

-Bien, aunque no me apasione llevar vestidos, he de admitir que no son demasiados pomposos como los de las princesas de los cuentos.

-¿Qué princesas?

-Déjalo. Ahora que me fijo, ¿vamos a juego?

Y es que él, vestía un chaleco del mismo añil, bordado con nevadas hojas, sobre una camisa de bordes blancos vislumbrados gracias a los botones inferiores abiertos de ambas cosas, dispuestos simétricamente. Bajo ello, un pantalón negro caía formando pliegues en sus rodillas al verse atrapados en las oscuras botas de caña alta cuya franja superior iba a juego con los detalles de su chaleco. Los últimos detalles de su indumentaria se conformaba con la corbata plastrón grisácea, y la levita negra de azulonas solapas y elaboradas bocamangas del mismo color.

-Supongo que si vamos como aspirantes a pareja real, habremos de demostrarlo.

-No te queda mal, a pesar de lo recargado que me pareces.

-¿Estás intentando decirme que estoy bien?

-Bueno, en realidad debo admitir que estás bastante guapo, algo decimonónico pero guapo.

-Y tú algo etérea, pero preciosa. Yo creo que todo en general te sienta bien, será la belleza fantasmal esa que te digo-bromeó.

-Pues mi belleza fantasmal necesita unos zapatos.

-Ahí los tienes- le señaló unos finos zapatos de tacón de afiladas punteras de las dos tonalidades del vestido.

-Si quisiera partirme la cabeza ya me los habría puesto, descuida.

-Como vas a evitarlos llevando el vestido que llevas. Por otro lado no caminarás demasiado.

-Está bien-suspiró resignada, calzándoselos y ganando varios centímetro de altura-. Me peino y nos vamos.

La observó acercarse al tocador vacilante, tomar el peine entre las manos y cepillarse la larga melena, algo indecisa ante como peinarse.

-Déjame anda- y ante su sorpresa le recogió algunos mechones de pelo sujetándolos en un costado con un lirio blanco, similar a los del vestido, cayendo el resto hasta su cintura.

-¿Este lirio es natural?

-Sí.

-Son mis flores favoritas, esas y...

-Las rosas azules. Lo sé.

-Por una vez no te preguntaré el por qué. No obstante, si aquí únicamente persisten las flores negras...

-Imagínate quien la trajo.

-Como no... Cuando quieras.

Y antes de moverse siquiera, le puso una pesada y cálida capa negra sobre los hombros.

-Pasarás frío ahí arriba si sólo llevas eso.

-¿Ahí arriba? ¿Pero cómo iremos?

-Sorpresa- y ahora fue su turno de colocarse una capa similar a la de ella, cuya diferencia radicaba en el emblema del broche, la estrella que ya había visto antes.
Justo en aquel momento llamaron a la puerta.

-Príncipe Edwing, ¿puedo pasar?

-Adelante.

El hombre traspasó el umbral, inclinándose levemente al trasluz de las penumbras del pasillo, y yendo hacía la pareja.

-Aquí tiene, los informes de los servicios de espionaje, y el borrador preliminar de acuerdo según las consideraciones del consejo en caso que lo necesitase-enunció conforme le pasaba un delicado estuche de tapa dura con la misma estrella en sus tapas.

-¿Algo más?

-Ya está todo listo para partir, su montura les espera en el balcón, lleva muda para un par de días para ambos.

-Gracias, Ekain. Puedes retirarte.

-¿Me permite un último comentario, señor?

-Adelante.

-Está usted preciosa señorita, irradia una luz inexistente en este persistente vacío.

Ambos contemplaron a la aludida sonrojarse profusamente, inspeccionando sus zapatos, incapaz de despegar la vista del suelo.

-Es que tiene usted buen gusto al elegir la ropa, Ekain – le elogió ella por su parte.

-Se equivoca, el gusto es del señor.

Ahora fue el turno del chico de desviar la mirada de las pupilas inquisidoras.

-Nos marchamos Ekain, vigila tus espaldas y las de mi padre de las intrigas de Zeeg.

-Lo haré, y ustedes vayan con cuidado- y tras ello salió siguiendo la misma ruta que lo trajo hasta allí.

-Vamos-y asiéndola de la mano, la guió hasta una sólida pared maestra que cerraba la estancia.

-¿Y ahora?

Sin molestarse en responder, dibujó la estrella de cinco puntas, presionando los vértices con gran exactitud, para acto seguido y tras un agudo chirrido, ésta despertase a la vida desplazándose pesadamente sobre sus goznes, dejando a su paso una amplia abertura al aire libre, sostenida por una plataforma que cínicamente desafiaba al vacío sobre su altura. Aunque lo realmente impresionante era la bestia gris que de espaldas a ellos contemplaba el cielo nocturno, desviándose hacía la pareja al presentir sus pasos, orgullosamente extendiendo sus alas.

-¿Es realmente lo que parece que es?

-Lo es, un hipógrifo.

Antes de darle tiempo a nada más, se acercó cautelosamente al animal con pasos torpes, manteniendo una cierta distancia. Y anonadado apreció la elegante reverencia de ella ante los ojos vigilantes de la bestia, junto a sus palabras.

-Jamás tendré alas para volar por este inmenso cielo que contempla nuestras efímeras vidas, ni entenderé el significado del valor de todo aquello que no he visto en la vida que tú has llevado. Aún así, agradecería si me dieses la oportunidad de acompañarte en la libertad que para ti supone izarte en los vientos, respetando tu naturaleza.

En aquel entonces, fue el momento del hipógrifo de inclinar levemente su testuz, aceptando su deseo.

-Que rápido has congeniado con Amrod- observó tomando las bridas y acariciándole la cabeza-. ¿Qué te parece la señorita, Amrod?

La respuesta visible del hipógrifo fue flexionar sus patas para que ambos pudiesen auparse sobre él.

-Creo que al menos no le disgustas.

-¿En qué te basas?

-En que si lo hubieses hecho, probablemente te habría estampado contra el muro o contra el suelo, ambas probabilidades tenían las mismas opciones.

-¿Y a pesar de eso me has traído aquí?

-Necesitaba comprobarlo, él nos conducirá a nuestro destino- y ágilmente se aupó, sin rozarle las alas, tendiéndole la mano para ayudarla a subir a la grupa. Agarró su mano, y de un tirón quedo montada tras él, sobre el animal.

-A los cielos, Amrod





-¡Espera! ¿Dónde me sujeto?

-Aquí- dijo, colocando las manos de ella en su cintura, sin mirarla siquiera- Ya estamos listos.

Y fue cuando cautivada contempló las alas desplegarse, y con ellas un suave aleteo que poco a poco dejaba el suelo a sus pies, acercándose insistentemente al cielo nocturno. Alargó el brazo, intentando capturar trazos de nubes que la rodeaban, pero lo único que capturó fueron trazos de aire.

-Yo que tu desistiría de eso ahora

-¿Por qué?

-Por esto- y como la señal de inicio, el vuelo tranquilo se transformó en uno enfurecido, ascendiendo rápidamente gracias a la fuerza de las alas de aquel sobre el que iban, incrementando la rapidez de tal modo que hubo de incrementar su agarre para no caerse.

-¿Ves?

-¡Lo has hecho aposta!

-Si continuásemos a ese ritmo no llegaríamos nunca, pero no te preocupes, acabaras disfrutándolo.

-Si tú lo dices…-y sin notarlo se recostó contra su espalda rendida a la sensación agradable del viaje insólito para ella-.

Continuó un breve silencio para ambos, cada uno absorto en las sensaciones de ese momento, el fuerte viento rodeando un momento que sólo les pertenecía a ambos.

-¿Edwing?

La única respuesta fue el silbido en sus oídos indicando que la velocidad a la que iban tenía poco de lenta.

-Edwing… tengo miedo de admitirlo… pero creo que podría estar enamorándome irremediablemente de ti. Pero sé que la faceta que muestras conmigo es sólo eso, una parte de ti. Más allá del tiempo que compartimos, supongo que actúas como lo que se espera de ti. Nos desprecias, tal vez porque realmente lo sientes o porque te han educado así… Y hay algo que temo… temo que algún día te canses de mi, o de mi cuerpo... Por eso... me gustaría detener este sentimiento ahora.... Algo me dice que sería lo mejor.... pero no puedo evitarlo... No obstante, a veces dudo de que todo esto sea real… algo más que el deseo de alguien insignificante y sin valor, que crea un sueño imposible para sentirse importante…

Miraba al frente, erguido sobre la montura, acostumbrado a ella, cuando se sobresaltó ligeramente al escuchar su discurso, no por lo repentino, sino por el sentido de las palabras. Algo se removió en su interior, tal vez gracias a la calidez o tal vez a la leve punzada de dolor que creyó sentir al encogerse su estómago. Mas no se veía capaz de negar sus afirmaciones. Las palabras sonaban crueles, porque realmente lo eran, no quería ni debía mostrarle una utópica realidad que a la larga sólo conllevaría dolor. Si realmente aspiraba a que ella decidiese quedarse a su lado, lo mejor sería que se encarara cuanto antes con la realidad, cruel e implacable, aunque su egoísmo gritara por que hiciese lo contrario, que la protegiese de cualquier dolor exterior a ella. Una sensación de ansiedad le embargó, reemplazando sus pensamientos, cuando los brazos de ella se aferraron desesperadamente entorno a su cintura y pudo percibir el sollozo y la humedad de sus lágrimas a pesar de toda la ropa que llevaba encima. Un intenso sentimiento de abrumadora desolación e impotencia se apoderó de él. Percibió su incapacidad de hallar forma alguna de consolarla, razón por la cual la dejó sumirse en un dolor que no sabía como compartir o hacer desaparecer.

-¿Por qué no dices nada?-el viento llevó hasta sus oídos la tenue voz rota-. ¿No era esa confesión lo que tanto anhelabas? Tampoco quiero que me pintes una realidad ajena a la que impera, no te pido que cambies las tradiciones arraigadas entre tu gente, por más que me horrorice no ser más que un peldaño en la escala alimentaria... Yo sólo esperaba... esperaba saber si hago bien quedándome, si aún me necesitas, sino te importa que sea un estorbo, si realmente soy algo más que comida, si esto no es una locura.... –su voz se fue apagando conforme enunciaba todo aquello que sumía su alma en un doloroso desconocimiento de cosas para ella imposibles, abrumándola en un letargo donde quizás podría recuperarse algo del estrés emocional que expresar y reconocer de viva voz, la habían vencido en aquella ocasión.

Se giró levemente a observar el rítmico vaivén de su cuerpo, con una sonrisa entre amarga y nostálgica en los labios al verla tan indefensa, ajena a la facilidad con que podría poner fin a su existencia... Y sin embargo se rindió al sueño asiéndose a él con decisión y seguridad, segura de que él no la dejaría caer... Conmovido por la confianza no expresada en voz alta y apretando con fuerza sus manos, se dispuso a cumplir su cometido.



Allí arriba, a lomos del hipógrifo, danzando entre frías y ventosas corrientes el tiempo acontecía de forma aleatoria, con lo cual, al vislumbrar desde allí las primeras luces anaranjadas, era ignorante respecto al hecho del tiempo transcurrido desde su salida.
Se inclinó levemente sobre la bestia, y le susurró al oído la orden de descenso, procurando así no despertarla.

Conforme iban perdiendo altura, los contornos del lugar se hacían visibles y tangibles, y los antiguos fuegos fatuos mudaban a luces de palpitante existencia, crepitando con vida propia, hasta que al internarse entre varias torres, quedaron ocultas y la oscuridad los volvió a acompañar.

Amrod se posó lentamente y con gracia sobre un despejado claro, perdiendo intensidad el batir de sus alas, hasta extenderlas del todo contra los mullidos cipreses que se cerraban sobre sus cabezas y emitió un sonido grave como indicando el final del trayecto.

Fue ese sonido, unido a que el viento ya no poseía la misma frialdad anterior lo que la despertó de un sueño reparador físicamente pero no anímicamente. Procuró abrir los ojos, rebelándose contra el sopor que pugnaba por evitar su despertar, venciendo al menos aquella vez la batalla. Medio aturdida, estrechó su abrazo, temerosa de caerse para al instante advertir que estaban parados sobre tierra firme.

-¿Cuánto hace que llegamos?- preguntó, con voz impregnada de retazos del efímero sueño.

El único sonido similar al de una respuesta fue el producido por el viento al deslizarse entre las ramas que cubrían aquel sitio. Desconcertada, decidió que tal vez la mejor opción sería la de incorporarse y abandonar la montura. Pero antes de tener tiempo siquiera a deshacer el agarre de su acompañante éste se lo impidió.

-No te vayas-casi le suplicó con un dulce murmullo de voz-. Y hace un rato.

-¿Por qué no me despertaste?

-Necesitabas descansar-le sorprendió que se hubiese percatado.

-Gracias... ¿A qué esperamos pues?

-Mira- pronunció indicando con un dedo que mirase hacía el cielo.

Alzó la cabeza, dejando descansar la barbilla encima de su hombro, y sus ojos siguieron la trayectoria de su guía, abriéndolos con admiración para así contemplar la magnitud del cielo que los cobijaba.

El firmamento extendía un manto de seda de una tonalidad de espeso añil, salpicada por un sinfín de titilantes lucecitas, formando una maraña que se extendía más allá de donde los ojos de ambos podían discernir, un espejismo de plata suspendido.

-Es precioso-atinó a comentar perdida en esa inmensidad.

-Quería compartirlo contigo.

El silencio volvió a imponer su presencia, ajeno al agradecimiento conmovido de ella, llevando sus manos hasta su cara para así poder verle al menos de perfil al hacerle girar levemente la cabeza, quedando ambas miradas trabadas en la otra.

Ajenos a todo los que los rodeaba, ninguno se percató de la gélida brisa que se acababa de levantar de la tierra, ni del murmullo sibilante entre la hojarasca, ni de las sombras danzantes a su alrededor.

En ese instante, para ambos sólo existían ellos dos y el tacto suave de la piel de las manos femeninas sobre la mandíbula al ir acercando sus labios hipnotizados.

Fue en aquel momento cuando las nubes ocultaron el cielo oscureciéndolo todo de repente y un grito retumbó en la lejanía, junto a un extraño sonido similar al de varios aleteos de alas acompañados del temblor del suelo bajo los pies.

-¿No te parece que este no es el lugar apropiado para según que cosas?-increpó en un gruñido una voz grave.

-Le dará morbo, entiende al chico, está en la edad- se burló una segunda voz, de timbre juvenil pero aún así inflexible.

-Será eso, al menos he de alabar su gusto-concedió la primera voz sarcásticamente.

-Y bien, ¿a quién hemos tenido el gusto de estropearle la diversión esta noche?

Repentinamente, tal y como se hubo iniciado, todo recobró la aparente normalidad, volviendo el mar de estrellas y el tenso silencio, sólo que esta vez nuevos personajes ocupaban el escenario. Los dueños de ambas voces, dos figuras de imponente elegancia ocultas bajo una especie de hábito grisáceo, se habían materializado en ese breve lapso de desconcierto. Uno de ellos empuñaba una larga espada cuyo filo descansaba en la garganta de Edwing, mientras el otro amordazaba y retenía a su compañera.

-La respuesta, ¡ahora!-ordenó la persona que empuñaba el arma aumentando la presión.

Y como dueño de la situación, sin considerar la amenaza y con un aplomo que demostraba lo que realmente era, los tres ocupantes contemplaron el cambio de papeles al hacerse el intruso el dueño de la situación. Apartando levemente el arma de su garganta desmontó elegantemente, alzándose en toda su altura e irguiendo la cabeza, demostrando así una grandeza que el encapuchado no igualaba aunque fuese una cabeza más alto.

-Disculpad la intromisión, pero tenía entendido que esperaban esta llegada. No deja de ser sorprendente la hospitalidad de estos lares. ¿Mi nombre deseábais saber, no es cierto? Vuestra respuesta pues: soy Edwing Osbert de Neilane, príncipe regente de uno de los reinos centrales, el de los vampiros, por si lo habéis olvidado.

Un denso mutismo se instaló en el claro tras las últimas palabras pronunciadas por el vampiro.
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Reflejos XI (Segunda parte)

-Me siento especial, distinta, en paz conmigo misma, lo disfruto, no sé... Es complicado de explicar.

-¿Y quieres que te lo haga de alguna forma especial?-cambió de tema.

-Eso ya lo verás... De momento necesito que te quites los pantalones y todo lo demás.

-Que ansiosa te veo- y salió del agua, atendiendo a su petición, despojándose de su restante ropa húmeda, alegrándose la vista cuando vio su ropa interior pegada en los lugares exactos marcando sensualmente su masculinidad.

-Te quedan bien.

-¿El qué?- ya que él ajetreado por la ropa, era ajeno a su nada ingenua inspección.

-Los slips.

-Claro, he de mantener a mi audiencia cautivada y expectante.

-La verdad es que lo haces bien.

-De todas formas, sintiéndolo mucho me los quitaré- y dicho eso se los quitó, retorciéndolos para quitarles parte del agua.

-¿Te los piensas poner mañana?-bromeó ella.

-En realidad, me excita ver como no dejas de admirar ciertas partes que tengo por ahí abajo.

-No seas tan egocéntrico, es sólo que me preguntaba donde podría clasificar tu tamaño – le provocó.

-¿Y?

-Supongo que en la media- se encogió de hombros, pasando a abandonar el borde de la tina yendo hasta él y sentándose a sus pies.

-¿Querrías más?-preguntó pícaro, flexionadas las rodillas quedando a su altura, el tema de conversación estático sin apoyos en el aire.

En vez de contestar se lanzó contra él, cayendo ambos al suelo, ella tumbada sobre él, colocando una de sus rodillas bajo sus testículos buscando su perineo con frenesí, contoneándose contra él, sujetando sus muñecas para evitar que se moviera. Al hacerlo recorrió toda esa zona con delicadeza, dando sensuales caricias, arrancando gemidos placenteros de la garganta masculina, notando en su propia piel como se iba poniendo dura y erecta.

-Lo he encontrado-pronunció orgullosa de sí misma, pronto viéndose sorprendida, cuando los brazos de sus presa se liberaron yendo a sus nalgas. Sin ser capaz de detener el movimiento de su cuerpo, que de pronto se hallaba sentado sobre las piernas de él.-¿No te gustaba?

-Es que estoy ansioso, algo me dice que eso no es lo que querías.

-Tus deseos son órdenes, por hoy -se apresuró a añadir lo último.

Y pronto él adivinó su idea cuando se irguió levemente sobre su pene abriendo su entrada con sus manos. Haciendo un esfuerzo la detuvo obligándola a sentarse de nuevo.

-¿Pero qué....?

Antes de responderle, alargó su brazo a su pantalón no muy lejos de allí y frenéticamente buscó en los bolsillos, suspirando de alivio al dar con lo buscado.

-Ya has hecho tu elección, no podemos hacerlo como hasta ahora- resumió mostrándole el motivo de su detención.

-Así, ¿sin más?

-Que esperabas, ¿una ceremonia de decisión?-cuestionó rompiendo el envoltorio.

-Tal vez. De todas formas, ¿aquí también tenéis de eso?

-Pues no sé, yo los saqué de tu mundo.

-¿Acaso ya dabas por supuesta nuestra situación actual?-quiso saber, haciendo desaparecer aquello de sus mano.

-Quería demostrarte que a veces pienso con la cabeza, señorita impulsiva. Por otro lado, hombre prevenido vale por dos.

-¿Hombre, no sería mejor vampiro?

-En estas circunstancias ante todo se es hombre.

-Comprobémoslo- sorprendiendo a su compañero al acercársele, inclinándose levemente y deslizar suavemente desde la punta el látex a lo largo de toda su longitud.

-¿Retomamos lo que dejamos aparcado?

-Será un placer - la volvió a arrastrar hasta a él, provocando que se cayese bruscamente terminando en su regazo.

-Ansioso- y calló la réplica al acariciar tiernamente sus labios con los dedos.- Lo harás tú.

-¿El qué?- pronunció bajo ellos.

-Lo que provoca tu ansiedad-entonó cual reprimenda.

Y sin previo aviso, le separó las piernas y tras ello, con una mano buscó su entrada que procuró mantener abierta, y con la otra agarró su miembro guiándolo hasta allí. La penetró salvajemente, ensartando de golpe en su interior su hombría, arañando ella su espalda procurando no gemir, ahogándolo en su garganta. Mas esta vez él no se detuvo a esperar, la montó a horcajadas sobre él sin permitirle liberar un centímetro de sus dos sexos unidos. Al no notar respuesta en ella, que seguía aferrada a él, empezó a preocuparse.

-¿Te he hecho daño?

-Sí, pero me gusta-le tranquilizó, desligándose de él y enfrentándolo-. Supongo que ahora me toca a mí.

-Sí...

-De todas formas porque no miras allí-dijo señalando hacía arriba.

Le extrañó la sugerencia, aún así, la siguió y vio las dos figuras reflejadas en el espejo del techo casi estáticas, observando y sintiendo como ella se empezaba a mover sobre él, arrastrándose como una serpiente hacía adelante y descendiendo lentamente, tal pareciera que estuviese masajeando el intruso dentro de ella. Deteniendo su acción, pasó instantáneamente a alzarse levemente para volver a bajar con rapidez, apoyándose en su pecho, cual amazona. Él gimió de placer, debido al movimiento encima suyo que lo deleitaba de gozo, unido a la excitación incrementada por el morbo de verse a ellos mismos tanto en el espejo del techo como en lo de los laterales, nunca perdiendo de vista sus senos danzando sensualmente, las oscilaciones de su cuerpo contempladas de perfil, cuyo poder hipnótico le hacía incapaz de apartar los ojos de esos movimientos que ayudaban a la sensación de sus paredes apretarse entorno a él. Perdido en sensaciones creadas por ella, no la notó echándose para atrás hasta quedar tumbada de cara al techo, aún enlazada a él, pudiendo contemplar así, sus manos afianzarse en sus muslos apretándose todo lo posible contra ella, buscando su clítoris.

Ella disfrutaba de la acción, arqueando la espalda sobre el suelo, restregándose con ansía contra él. Excitada ahora también ella por el hecho de ver su cara de satisfacción, incrementada al sentir cosquillas en su pubis, surgidas por el transcurrir de sus dedos en los rizos de su sexo, jugando y enredándose con ellos, fascinada por lo erótico de la situación. Sin notarlo, se masajeó sus propios pechos pellizcando los pezones, deseando alcanzar el clímax a la mayor brevedad posible, percatándose del hecho que estaba próximo.

Él fue consciente de que estaba a punto de llegar, por los fluidos húmedos en el interior de ambos, buscando su misma posición en el suelo, ambos viéndose en lo alto, sus cuerpos desnudos agitados, el bello rizado de ambos entremezclado formando uno sólo, él estimulado más si cabe por la forma salvaje y desesperada de restregarse sus pechos, y ella disfrutando además el roce de sus testículos en la sensible piel de esa zona. Y sin detenerlo y embriagados por la atmósfera, alcanzaron el momento a la vez, gimiendo de gozo al liberar la pasión desbordante y arrolladora, corriéndose él en la evidente humedad de ella, que a pesar de todo percibía, cayendo exhaustos contra el suelo, resonando sus respiraciones agitadas en los oídos del otro.

Pasaron unos breves minutos, cada uno perdido en sus propias sensaciones, hasta que él se incorporó y renuentemente se alzó saliendo de ella, anhelando su calor al instante, abandonada su calidez. No obstante, no se permitió alargar su duración, ya que enseguida se tumbó a su lado, recostando su cabeza sobre su pecho, entrelazando sus manos. Ella notó el vacío en su interior, reemplazado por una sensación sedosa contra su torso, habiéndose él recostado allí, con una expresión de serenidad en su rostro. Tiernamente empezó a acariciarle el pelo, deteniéndose al escuchar su respiración pausada otorgada al dormir, pasando a abrazarle como a un niño, buscando acompañarle a su mundo onírico, algo que no tardó en conseguir.



Se desveló al percibir el leve sonido de una puerta al ser cerrada, no hallando a simple vista fuera de la normal. Nada excepto aquel cuerpo masculino que reposaba junto a ella, al que abrazaba firmemente sin haber aflojado su abrazo un ápice en sueños.

-Eres como un niño-susurró en voz baja.

-Sólo cuando estoy junto a ti-respondió él, sobresaltándola y liberándole de su abrazo.

-Siento haberte despertado.

-No pasa nada, me desvelo enseguida-explicó levantándose del suelo quedando frente a ella.

-Pues con la rapidez con la que te dormiste cualquiera lo diría.

-Ya te lo he dicho, porque estoy contigo.

-¿A dónde vas?-cambió ella de tema al verle alejarse.

-Teníamos que irnos, ¿recuerdas?

-Sí...

-Y bueno, supongo que será mejor bañarse y prepararse, no es plan de presentarse así- comentario ante el que se dio cuenta de la desnudez de ambos.

-¿Y la ropa?

-Aquí está, la ha traído Ekain mientras dormíamos-le mostró la ropa cuidadosamente plegada colocada sobre un vestidor oculto tras una columna-. Además ha cambiado el agua, deberíamos apresurarnos.

Ante el inmutable silencio envolvente y la inactividad de ella, decidió que era hora de apresurar las cosas, por lo que volvió junto a ella y la cogió en brazos.

-¿Q-qué haces?- quiso saber, sorprendida por su impulsividad.

-Si tienes miedo al agua deberías habérmelo dicho, lo habría solucionado- bromeó yendo hasta el borde y dejándola caer al agua de repente, siguiendo él el mismo destino, zambulléndose y aferrando por la cintura a su desconcertada presa que sin apenas tiempo de recuperar su respiración se vio arrastrada bajo el agua, donde unos labios sellaron los suyos, apartándose tras un breve roce, siendo nuevamente guiada a la superficie con igual impulsividad.

-¿Eso a que vino?-fue su molesta pregunta.

-Quería probarlo.

-¿Y si me hubiese ahogado?

-Ten por seguro que estando conmigo jamás lo hubiese permitido-respondió serio.

-Nunca se sabe. De todas formas, déjate de tantos juegos, tenías prisa si mal no recuerdo.

-Cierto, ¿te importa si me baño contigo? Ahorramos tiempo.

-No, a mi no me importa. El único con problemas respecto a eso, eres tú-le recordó con toda la intención.

-Haré un esfuerzo, y creo que lo mejor será que te bañe yo, la tortura será menor que verte hacerlo.

-¿Qué?

-Venga, pórtate bien y déjate-pidió introduciendo las manos en su larga cabellera.

-¿Y qué tiempo ahorramos de esa forma?

-Está bien, pero algún día lo haré, avisada quedas. Eso sí, mejor de espaldas...

Ella no esperó más tiempo y se giró, dispuesta a empezar, pero le faltaba algo.

-¿Edwing?

-¿Sí?

-¿Con que me lavo el pelo?

-Ah sí, claro-y presintió su acto de estar pasándole algo.

Se giró y cogió lo demandado de su figura de espaldas, procediendo a ello. Pasados unos minutos, notó al vaivén del agua entorno a su cuerpo, y a él abandonándola.

-¿Dónde vas?

-Ya he terminado.

-Ah...

-Tú tómate tu tiempo.

Se sumieron ambos en el silencio, siendo el roce de la ropa contra la piel masculina y el suave fluir del agua, lo único que lo rompía. Y así persistía, al alzarse ella tras haber finalizado, yendo a la figura de espaldas del rincón.

-¿Qué ropa me pongo?

Él se giró, topándose con su cuerpo desnudo, chorreando agua sobre las baldosas, el pelo húmedo agarrado a sus formas. Tragó saliva antes de recordar su locuacidad.

-¿No usabas toallas antes?-respondió su interrogación con otra.

-Sí, pero no sé donde están aquí.

Era cierto, pensó él. Muy observador habría que ser, para notar las toallas de las columnas, confundiéndose con la propia textura que las sostenía.

Se alejó con aquel rumbo, apartándose y dejarla enfrentándose a su reflejo recobrado en el espejo del vestidor. Su doble le devolvía unos ojos llenos de asombro, al percatarse de que lo había recuperado, y además, al ver una larga toalla enroscarse entorno a su forma, sostenida invisiblemente, algo que negaban los dedos que ella sentía contra su piel.

-No te veo...

-Los vampiros no lo hacemos-mencionó, centrado en su tarea de secarla.- Levanta los brazos.

Ella obedeció, formulándose otra pregunta en mente, al verse así misma en aquella posición.

-¿Tú me ves a mi? En el espejo quiero decir.

-Claro.

-¿Y qué sientes?

Se detuvo, él ahora admirando el cuerpo voluptuoso de la imagen.

-Que sino tuviésemos otras cosas más apremiantes que hacer, no te dejaría salir de aquí durante bastante tiempo, y ni que decir tiene, que no me harían falta ni toallas ni ropa.

-Empiezo a creer que sólo piensas con una parte de tu anatomía. Pero me refería a si no se te hace extraño, no ser capaz de verte a ti mismo, tu aspecto, tu cara, conocer cómo eres...

-No... Yo nací así, jamás he echado en falta el verme reflejado. Lo que nunca has poseído, es algo que jamás aprendes a necesitar.

-¿Y no tienes curiosidad por ver tu aspecto?

Él se encogió de hombros, reposando la toalla ahora sobre los hombros desnudos.

-Tal vez si fuera otra persona, sí. Pero créeme, mis preocupaciones divergen de esa. Además aquí, en vez de fotógrafos, tenemos pintores.

-¿Y cómo sabes si llevas un aspecto presentable cuando has de reunirte y similares?

-Me fío de Ekain.

-Tan mayorcito y necesita niñera hasta para vestirse.

-Por algo es en parte mi consejero. Te aseguro que si me vistiera acorde a mis deseos perdería toda credibilidad.

-Eso es algo que me gustaría ver.

-Algún día, si tenemos tiempo te concederé el deseo. Ahora vístete anda- se separó unos pasos de ella, los justos para apoyarse en unas de las columnas cruzado de brazos, perdida la mirada. Transcurrieron unos minutos, en los que nada aparente ocurrió, salvo que ella divaga por pensamientos lejanos frente al espejo, inmóvil, y él la estudiaba pacientemente, la curiosidad aumentando al verla parada.

-¿Qué ocurre? – se acercó a ella, preocupado, parándose a su espalda.

-Me estaba preguntando una cosa…

-¿Qué cosa?

-¿Prometes no tomártelo a mal?

-Miedo me das cuando empiezas así, pero sí, ya sabes que te lo prometo.

-Tú, quiero decir, vosotros, ¿tenéis alas?



-¿Prometes no tomártelo a mal?
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Un día cualquiera

Primera hora de la mañana, bueno no, segunda. Salgo del tan afamado metro en hora punta madrileño. Pero no me quejo, al menos va puntual, o eso supongo. Miro el reloj y son las ocho y cuarto. Podría ser peor, me digo. Decidido a que la eventual rutina no me estropee el maravilloso día que acaba de empezar, emprendo camino a la escuela. Más en apenas unos cientos de paso surge el primer obstáculo de considerable relevancia, bueno mejor dicho, altitud. ¿Y es qué a quién se le ocurre plantar una escuela encima de un monte? Y no, aquella respuesta que un día me dieron, que si mal no recuerdo era algo como: “porqué los aeronáuticos queréis tocar el cielo” no me sirve. Cierto, es muy poética, ¿pero a quién en su sano juicio le sirve esa mala excusa cuándo tras apenas una hora u hora y media tiene que subir por el caminito del bosque? Pues a mi va a ser que no, que con la cantidad de años que llevo ya aquí, la edad pesa y mi fantástica forma física de la juventud se evaporó al segundo año… O tal vez el primero… en aquella época en que mi anatomía pasaba las tardes instalada en la silla del escritorio, estudiando, para suspender en febrero… Pero con elegancia, eso que nunca falte. Total, que invocando al todopoderoso Bernouilli, hago acopio de valor, y cuál David bíblico, emprendo la procesión ascendente hasta el hermoso edificio que no por ser de ladrillo rojo, sabe a otra cosa distinta que no sea chocolate. Amargo pero chocolate. Uno, dos, tres… veinte, treinta… cuarenta más o menos. Que esto es ingeniería y hay que aproximar. ¿Soy yo o los escalones se multiplican exponencialmente cada año? Brillante idea para un proyecto… cuándo esté en condiciones de aspirar a él… ¡Bah, es igual!

El esfuerzo físico ha sido sobrehumano, así que me merezco un desayuno consistente para recuperar fuerzas y un café bien cargado para la primera clase que es… ¿qué tengo yo a primera hora? ¿Cálculo, motores, resistencia,…? Creo que mejor serán dos cafés, uno ahora y otro en el descanso. ¿Por qué haremos descanso, no? ¡Por Gauss, qué no haga las dos clases seguidas! Aunque, bien mirado, tal vez debería mirar el horario…

Bloqueo mis neuronas poniendo en práctica los principios de relajación zen que me recomendaron, aunque la verdad, empiezo a intuir que padezco de neurosis aguda, y sólo son las ocho y veinte de la mañana… o y veinticinco que en esta vida todo es relativo.

Al menos el ascensor viene pronto, me da por reflexionar nuevamente. Abrir, entrar, cerrar… y subir planta a planta, que no se diga que no ejercito la paciencia. ¡Si es que aquí se cansan hasta los objetos inanimados! Estoy por expresarle en voz alta mi comprensión al humilde señor ascensor, cuando sobre la cuarta planta las puertas se abren y entra un profesor. No he saltado del susto, o eso creo. En cualquier caso disimulo saludándole educadamente, y pegando la espalda, bien recta, contra el rincón más alejado, sólo por si acaso, nunca se sabe. Inspira y expira, me digo. Procura no acordarte de que este es el profesor a cuya asignatura irás próximamente a la novena convocatoria. No conviene hacer enemigos. Piiiiiii. Sexta planta me anuncia mi interiorizada voz académica. No vuelvo a saltar de milagro. Le dijo adiós todo lo objetivamente que puedo, sin maldecirle por el camino, y salgo grácilmente cual gacela… que casi se traga las puertas. ¡Casi! Y acelero el paso, si total, ya he dado la nota.

Llego a clase, y nuevamente me entran ganas de saludarla como si fuésemos viejas amigas. Algo en plan, ¿qué tal, cómo fue la tarde? ¿Cundió mucho? Pero como sé que no me va a responder, hay que entenderlo, la pobre está frustrada, me encamino a mi lugar de siempre, en el que no se marca la silueta en la silla porque no es de superficie de rugosidad fina ni se adapta a mi forma como un líquido. Y razono que tal vez, después de los largos años de fraternidad entre la mesa y yo, me haya ganado el derecho a poner mi nombre como acto heroico. Pero claro, si me pillan, me cae una buena. Nada, mejor lo dejo. Apalanco las cosas ahí de cualquier manera y busco entre mis cosas para encontrar mi horario para estudiarlo mientras desayuno, ya que mi memoria últimamente está bastante saturada y no es precisamente un diodo zener.

Bajo sin incidentes. Ya se sabe, la calma antes de la tormenta. Pido mi exquisito desayuno, que ya querría cualquier ministro para sí, y me acomodo en una larga, vacía y limpia mesa de la cafetería. Sí, así da gusto, sin gente y sin agobios. Adoro las primeras horas. Pero como no conviene pasarse de entusiasmo, empiezo a deleitarme con la dieta sana fundamentada en el café, y la pasta, mientras hecho un vistazo general a mi maravilloso día. Primera hora: Aerodinámica. Bueno, al menos no empiezo mal el día. ¡No, espera! ¡Son dos horas de teoría! No entres en pérdida todavía, me digo, que sino la cosa pintará muy mal. Inspiro e expiro. Un recuerdo difuso empieza a filtrarse entre mis memorias. Algo relacionado con un parcial… A mediados de mes… Empalidezco. ¡Este mes, y estamos a día 9! ¡Tengo un problema! Vale, hora de empezar a maldecir, o pegarse con alguien… o, o algo… No pasa nada, me quedan 6 días, un internamiento en la biblioteca de 4 a 9 lo soluciona, sólo entra la mitad… Empiezo hoy y si me centro, lo saco. Nada, no hay que amargarse, solucionado. Pasemos a la segunda hora: Materiales. Bien, dos horas y la tengo aprobada. Me he precipitado, más dos en estudio. Un segundo, ¿lo he expresado como un juego de rol? No, imposible, pura casualidad. Pero por si acaso, prefiero no continuar mirando el horario, y me marcho a asumir mi cruel destino de día de clase. Fiel a mi filosofía me digo eso de, que la suerte me acompañe.

Saludo a unos y a otros, comento el partido del día anterior y algún resultado más interrumpido por la llegada del profesor. Tomamos asiento, todos preparados para departir sobre el maravilloso mundo de los perfiles y demás. Apasionante. Lo mismo que mis divagaciones sobre si la calefacción estará encendida o no, porque ya se sabe, concentrarse con frío es muy malo, y yo lo tengo. Una cosa lleva a otra, y debido a alguna interconexión extraña, paso a recordar los ciclos de potencia que no sé yo si tienen algo que ver, pero me ha dado por pensar en ello...Y me entra una duda importante, ¿el ciclo Otto era de potencia o refrigeración? Suena el timbre, interrumpiendo la brillante idea que se me acababa de ocurrir, y he olvidado. Y… y la clase sigue. Bien, dos horas. ¡Bendito seas, descubridor del café, pienso! Y como siempre, una cosa lleva a otra y termino pensando en chocolate. Miro el reloj. Únicamente para ver cuándo podré cumplir con el objetivo de saciar el ansia de chocolate. ¡Han pasado cinco minutos sólo! Resignadamente retomo la contemplación de las fórmulas, que empiezo a copiar automáticamente, hasta que en una de esas me giro a mirar a mi compañero. Algo que conlleva dos noticias, una mala y otra buena. La buena es que se está durmiendo con los ojos abiertos. La mala es que ahora no podré decirle que me dé un codazo cuando me vea a punto de tragarme la mesa. ¡Qué Reynolds nos auxilie!

-Y con esto terminamos por hoy.

Salgo de mi ensoñación y suspiro. Menos dos horas. Vale, sí, esto es un juego de rol decido, pero… ¡Toca el descanso! Y yo necesito café de igual forma a la que un avión necesita sustentarse para encontrar su razón de ser. ¡Y tengo la hora libre! La perspectiva es interesante. Oteo cuál ave de presa entre la multitud a mi compañero de sufrimiento para proponerle el segundo café de turno. Lo ubico y tras tantos años, parece que hayamos desarrollado una extraña y eficiente telepatía que hace que nos entendamos sin palabras, por lo que procedemos a descender los seis niveles hasta el infierno, aunque en este caso es al revés. El purgatorio está en la sexta planta y el paraíso en la primera.

Una buena charla (algo “monotema”, eso sí) y un segundo café de desigual sabor, compensa parcialmente el sufrimiento de las dos horas escasas de clase. Pero sobretodo lo compensa el saber que tienes una hora por delante libre, con la que poder casualmente alargar el momento cafetería, ya que para una hora no compensa ir a la biblioteca, y que conste que no es por vagancia. Lo dicho, buena perspectiva….

-Acuérdate de que esta tarde tenemos práctica, ¿eh? Es la tercera. Y no te olvides de las de dibujo, que se entregan mañana.

Me giro, eludiendo la voz de la consciencia que me dice que esa frase cruel va dirigida a mi persona. La reprimo en mi mente… apenas unos segundos. Porque la persona que ha osado soltarla se sienta frente a mí. Adiós tarde libre… esto de estudio rectifico internamente, y comida en casa. Menos cuatro a todo. Adiós día enriquecedor. Y cómo llamada profética, suena el timbre. Interrogo a mi adorado compañero de prácticas sobre la siguiente clase, y responde que toca Motores, mientras marchamos hacía el cadalso.

Una hora después, asumo que no me he enterado de nada referente al motor alternativo, pero que al menos me ha servido para imaginarme mi coche perfecto, así como su color y la potencia que me gustaría que desarrollase. He de mirar el precio. Al menos, tenía algo que ver con la clase, ¿no? Atisbo a mí alrededor, valorando positivamente la opción de pedir a alguien los apuntes, aunque en esta clase se sabe que ningunos son fiables. Ya improvisaré sobre la marchase me ocurre, a la par que surge la figura del profesor de la última hora: Tecnología de la Producción Aeroespacial, TPA para los amigos y enemigos. Y en esta también nos dan buenas nuevas, a saber: tenemos ya preparado el quinto libro en publicaciones, el cuál será el último que entre en el parcial que harán de aquí a un mes… Ahora sí, decido. Hora de hacerse politeísta y pedirle a Gauss por la salvación de mi vida académica, porque mi camino del infierno a la luz, tiene pinta de ser muy arduo… y más considerando que no me he enterado de lo de las tolerancias ni de lo qué es un torno o para qué sirven la fresa… Pinta muy negro. En esos macabros pensamientos ando recreándome cuando me suena el móvil. Precisando la información, diré que siento que vibra. Esperanzadamente lo saco con la esperanza que sea el despertador y esto sea una pesadilla en vez de un juego de rol o similares, pero nada más lejos de la realidad. Es mi madre, que se atreve a exigir el informe sobre si la honraré con mi presencia a la hora de comer. Y aunque suene raro, se lo niego con todo el pesar de mi corazón, ante lo que me responde que cada día me ve menos antes de colgar ligeramente mosqueada. Lo peor del caso, es que yo comparto su opinión, ¡pero a las madres no se les reconoce la razón! Así que resignado por vigésima vez en el día recojo las cosas y me voy junto a los demás a hacer la eterna cola de la comida mientras pienso en la tarde que me espera, la montaña de apuntes y que ese ha sido un día más en la vida de aeronáutica. Y no precisamente por ese orden. ¿Será en navales igual?


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Reflejos XI (Primera parte)

La decisión había sido tomada. Ahora sólo le quedaba esperar por el éxito del cometido, que como fue acordado llevaría él mismo a cargo. En caso contrario... en caso contrario el azar repartiría sus cartas de juego.

Perfectamente al tanto, sabía que un acuerdo con el Leviatán sería probable únicamente por su puro deseo o convicción, puesto que ellos no estaban en posición de ofrecerles algo a la altura de las circunstancias. Quién sabía el precio que exigiría a cambio. En cualquier caso, marcharía a ello, temiendo en cierta forma los movimientos de su hermano en su ausencia, mas si todo iba bien, poca sería su ausencia. Y en cuanto a Lyselle, la llevaría consigo, de esa forma evitaría divagar permanente sobre su bienestar, quedando en sus manos únicamente su bienestar, obligado con ello a dejar el país con la mayor discreción posible.

Nada más posar sus pies sobre la superficie pulida del gran salón, observó a Ekain aguardando, hasta quedar a su altura inclinando la cabeza a modo de saludo.

-Bienvenido de nuevo, señor.

-Hola Ekain. ¿Alguna novedad?

-No, señor. Nadie ha vuelto a intentar inmiscuirse en el palacio.

-Tal como suponía. ¿Y Lyselle?

-No la he visto durante el tiempo que he estado por la planta baja, deduzco pues, que algo habrá atraído su atención en los pisos superiores.

-Bien, gracias Ekain.

-¿Desea algo más, señor?

-Ah, sí. Me ausentaré unos días. Buenos nos ausentaremos. Prepara algo de ropa formal para ambos con la máxima celeridad posible.

-Así se hará-y en unos instantes estaba fuera de la vista.

Edwing avanzó con paso firme por la elegante escalera, intentando adivinar donde estaría la chica. Dejando a su instinto guiar sus pasos, éste le impulsó a tomar una pedregosa escalera de caracol que desde unos de los rincones del pasillo, se alzaba con elevada pendiente. Suavemente remontó ascendiendo los escalones y se detuvo ante la primera puerta que apareció ante su mirada, situada en el pasillo central.



Ansioso por los nuevos sucesos, abrió la puerta sin percatarse del lugar que se ocultaba tras ella, ni de que tal vez fuese necesario llamar. Por lo que al hacerlo, la visión dada por sus ojos, fue la menos imaginada.

El amplio espacio respiraba una atmósfera vaporosa de fragancias indeterminadas, empañando los grandes espejos que abrazaban sus paredes. Murmullos de aguas fluyendo desde las griferías en forma de estrella sobre una profunda y amplia tina anclada en el suelo reverberaban sobre las paredes como una suave melodía. Alrededor de ella, cuatro columnas de capiteles en forma de alas ofrecían toallas a sus usuarios, y sujetaban una bóveda que emulaba un cielo nítidamente estrellado. Mas la suntuosidad de la estancia no representaba motivo alguno de alteración. El verdadero motivo emergió de entre las brumas. Allí se encontraba ella, al pie de un sendero de ropa, la piel resplandeciendo a la luz de las velas cuya luminosidad emergía de varios lugares, con ojos de sorpresa en su cara ante el intruso.

-¿Qué haces?-quiso saber.

-P-perdona... No imaginé que estarías....

-Cierra la puerta al menos-expresó con total naturalidad.

-¿Cómo? Ah sí, sí, claro- Y con un gesto brusco la cerró, yendo después hasta la figura, abrazándola por detrás automáticamente.

- ¿Qué haces?-salieron sus palabras sin darse cuenta que sus manos ya trazaban senderos por la piel femenina. Deleitándose con el tacto de la piel de sus senos, acariciándolos circularmente buscando sus pezones. No obstante, a centímetros escasos de coronarlos, ella abandonó su contacto.

-Iba a bañarme, sino te importa.

-P-por supuesto que no – habló, con las palabras atoradas en la garganta y sin encontrar nada interesante que poder mirar.

-Bien, entonces haz algo.

-¿Algo?

-Es que estás en medio, quédate o sal. Como prefieras.

-¿Me estás insinuado que...?

-Te estoy diciendo que yo voy a bañarme. Tu elección depende de ti- y aclaradas las dudas, le esquivó y dando un par de zancadas se lanzó con gracia a la nítida superficie rompiendo su utópica perfección.

Tragó saliva al ver su cuerpo desnudo saltar grácilmente, zambulléndose con sus pechos balaceándose en una hipnótica danza, desapareciendo sus piernas en esa agua a la cual ahora envidiaba. Pasmado en su estado, no supo percibir que aquella sirena emergía delante de su visión, con perlas incoloras serpenteando su figura, hipnotizado con algunas que desde su pelo se escurrían por sus pechos hasta volver a unir sus cauces en algún rincón secreto de entre sus piernas, acompañadas permanentemente por sus hermanas. Sugestionado visualmente, se arrodilló sujetándola por la cadera y empezó a lamer una gotita traviesa a la altura de su pubis, delineando todo su contorno con sus manos, ascendiendo y conectando la lengua con su vientre, tembloroso debido a la humedad ejercida, resiguiendo sus costillas y el canalillo, terminando finalmente en su cuello, chupando desesperadamente las marcas moradas.

-¿Has decidido que vas a hacer ahora?-murmuró.

-Mmmmmmm- le respondió, incapaz de algo coherente perdido como estaba en su tacto.

No pronunciaron nada más, y enseguida él se vio irremediablemente arrastrado por la corbata hacía adelante, presintiendo sus intenciones pero incapaz de detenerlas. Poco transcurrió cuando de un súbito tirón y un leve golpe, aterrizó en la bañera sujetado a su cuerpo como un náufrago, inmediatamente captando las vibraciones de su cuerpo y su risa resonando como una suave canción, despertándolo de su sopor.

-¿Pero qué has hecho?

-Bueno, como estabas como un espantapájaros ahí en medio, lo he solucionado.

-¿Tirándome a la bañera? ¿Era esa la única opción?

-No, pero si la más efectiva. Y además, es hora de bañarse.

-Eso también es verdad.

-¿Ves como estás de acuerdo conmigo?- cuestionó con una inocente sonrisa, y las manos detrás de la espalda.

-Tendré que quitarme la ropa al menos.

-Trae, ya lo hago yo-propuso juntándose lo más posible a él.

Con manos ágiles, aflojó el nudo de la corbata y desabrochó los botones de su camisa al igual que los de su pantalón.

-Veo que te has dejado la camisa por fuera-pronunció sobre sus labios.

-Eh... sí. Es menos formal llevarla así...

-Bueno, esa excusa es nueva. ¿Tu sales en las fotos?-le cambió el tema dejándole anonadado.

-Pues no. ¿Por qué?

-Lástima, porque ahí todo empapado y semidesnudo serías la fantasía de cualquier mujer.

-¿Te gustaría que lo fuera?-le preguntó agarrándola por la cintura.

-Podría ser un buen negocio...-le respondió mirándolo fijamente.

-Pues es una lástima, pero te quedarás sin él. Mucho me temo que tendrás que conformarte con guardar la imagen en tus retinas-la tentó seductoramente.

-Eso me temo. Bueno, creo que lo podré soportar-y de pronto se sumergió en el agua sin pista alguna sobre la incertidumbre de su acción.

Pronto sus manos le dieron la pista, al sentirlas descender por sus piernas, con clara intención de descalzarle, cosa que él colaboró en realizar, contemplando a su sirena emerger con sus zapatos en la mano.

-Creo, que están un poco inservibles-anunció dejándolos al borde.

-Lo único que yo creo es que desde que estás aquí, me has arruinado más ropa en apenas un día que en toda mi vida anterior.

-¿Tienes quejas?-amenazó presta a marcharse de allí.

-¿Tu qué crees?-y llevó su mano hasta la parte de su anatomía que empezaba a despertar dentro de su pantalón por debajo del agua.

-Esa parte no, ¿pero y tú?-se empezaba a mostrar indecisa e insegura.

-No. Podrías arruinarme el armario entero sin necesidad de encontrarnos en estas situaciones que me daría igual. Mientras estés a mi lado me da igual tener que renovar el vestuario.

-¿Me dejarías ayudarte?-volvía a la confianza de antes.

-¿A qué?-cuestionó no muy seguro de los rumbos de sus conversaciones.

-A elegir tu ropa... Bueno la que te quede, porque no sé si aquí tendréis muchas tiendas...

-En realidad se la pido a Ekain

-¿El fantasma de antes?

-No es fantasma. Es un vampiro. Y si, es él.

-¿Por qué él si puede estar por aquí? – se interesó, recelo infantil tiñendo la pregunta.

-Porque es mi mayordomo, ayudante, guardián, maestro... y súmale un montón más de cosas.

-Vamos que le quieres como a un padre.

-Algo así. ¿Tan fácil soy de leer?

La vio encogerse de hombros con naturalidad antes de contestar.

-Para mí, sí.

-La verdad es que mi padre nunca se ha ocupado demasiado de mí. Decía que un futuro rey debía acostumbrarse a la soledad de su deber, y no fiarse nunca de nadie. Para él la estima por alguien nublaba el juicio, no siendo capaz de pensar objetivamente sobre las personas.

-¿Te criaste sólo?

-Sí, bueno no. Ekain me enseñó todo lo que debía saber, y en menor medida me instruyó en lo que necesitaría saber para mi cargo. Pero si te refieres a con amigos y cosas así, pues si.

-¿Y tu hermano? Al que mencionaste antes

-A él se le permitió todo lo que yo anhelaba.

-¿Entonces por qué comentaste antes aquello de él?

-Verás, igual que los humanos son distintos, nosotros también. Cada uno posee metas distintas. Mientras yo hubiese preferido una vida normal, dentro de lo posible, él es ambicioso desde niño. Deseaba y desea mi posición. De igual forma que a mi me pasa con la suya.

-¿Y no podéis intercambiarla?

-No es tan sencillo... Mi padre, ni la mayoría del consejo confían en él. Temen que nos venda por sus ansias de poder.

-¿Vender a quién?-interrogó con extrañeza.

-No te lo quise decir anteriormente, pero lo cierto es que estamos en guerra.

-No lo parece.

-Nuestros vecinos lo están. Nosotros aún permanecemos neutrales, pero temo que no durará mucho. De hecho, de eso quería hablarte.

-¿A mi? Si no sé nada de este mundo.

-No. Ya te he dicho que somos neutrales, pero nos presionan para tomar parte. Se ha acordado tratar una posible alianza con los dragones que nos ayude a mantenernos como hasta ahora. Es por eso por lo que he de marcharme a tratar el asunto con ellos. Y bueno, si decides quedarte te llevaré conmigo.

-¿A ver dragones? ¿En serio existen?-exclamó contenta.

-Existen sí. Pero no te refieras a ellos como si fueran atracciones, que menudo genio gastan.

-Lo que no entiendo es porque tienes que ir tú.

-Los dragones son orgullosos de por si. Así que imagínate su líder, el Leviatán. No creo que caminando sobre el abismo como nos encontramos, sea bueno provocarle mandando a tratar con él a alguien de inferior rango.

-Cierto... Una cosa...

-Dime.

-¿Qué es este mundo? ¿Cómo llegaste al mío?

-Es una especie de realidad paralela, o más bien un submundo del humano. Los vampiros podemos cruzar la barrera que los separa.

-Por lo sangre humana...

-Así es... Alimentarnos sería ardua tarea sino pudiésemos atravesarla-respondió sin atreverse a mirarla.

Ella se sumió pensativa en la nueva información, ajena a todo, por lo que él pensó que sería un buen momento para deshacerse de la ropa mojada, dado que en constante remojo no se secaría. En mitad de dicha acción se hallaba, despojado ya de la gabardina y la camisa, cuando presintió que ella había abandonado ya su mundo de divagaciones.

-Mi respuesta....-comenzó, mientas le liberaba de la corbata.

-¿Sí?

-Debo responderte...-enseguida notó sus manos enlazadas a las suyas, percatándose del sudor que las cubría.

-Dámela pues.

-Verás... En vista de que me has dicho que me despreciaran igual... Prefiero quedarme... pero como humana.

-¿Te han convencido los dragones?-formuló él, con intención de relajar el ambiente.

-No, no es eso. Sé la vida que me espera arriba o donde quiere que esté. Allí no tengo a nadie como tú, que cada día me abres expectativas nuevas y me haces sentir querida y protegida. Allí me siento perdida y atemorizada. Por otro lado, no sé que me depara este lugar, así que pienso que debería intentarlo al menos, para no arrepentirme en lo que me quede de vida. Y si en algún momento vacilo, prosiguiendo como humana al menos podré regresar, si no te importa y me permites volver- concluyó.

-Te prometo por mi rango y con mi corazón, que si tu deseo es volver, lo cumpliré y desapareceré de tu vida para siempre -juró ante ella hincando una rodilla en el fondo de la tina y besándole el dorso de la mano.

-¿Y mi sangre?

-Renunciaré a ella.

-No, si me marcho, al menos deseo dártela. No quiero estar en deuda contigo.

-No la deseo si es por obligación- constató con voz grave.

-Te la doy en agradecimiento por haberme amado y dado una opción que jamás imaginé tener...

-En ese caso, si tan segura estás, que así sea -accedió abrazándola con fuerza contra si-. ¿Lyselle?

-¿Qué quieres?

-¿Puedo besarte?

-¿Desde cuándo me pides permiso?

-A lo mejor no te gustan mis confianzas...

-Claro que puedes.

Y buscando sus labios se los besó dulcemente, dejando la esperanza de su deseo en aquel contacto etéreo de ese momento, expresando sin palabras lo que su corazón demandaba a gritos. Finalmente se separaron.

-¿Entonces cuando nos vamos?-quiso saber ella.

-Pues cuando termines de bañarte.

-¿Y tú?

-Mejor cuando lo hagas tú.

-Pero es que si te vas, no podré probar lo que tengo ganas de hacer.

-¿El qué?

-¿Me das permiso para hacerlo?

-Supongo que sí.

Desconcertado ante aquel nuevo giro inesperado, la divisó alzándose sobre el borde y sentándose suavemente en él, alargando su brazo indicándole que se aproximase. Así hizo, aprisionado en el momento por sus piernas desnudas y sus brazos tras su espalda, acurrucada junto a él.

-Para esto no necesitas permiso-dijo acariciándole el pelo.

-No es sólo esto- y la piel masculina de su abdomen advirtió las dulces caricias femeninas, buscando sus pezones que masajeó con tierna dedicación, incrementando su dureza, que al presentirla, no dudo en morderlos que delicadeza, obteniendo un gemido de su parte. Al ver que no le dolía, aumentó el ritmo sobre ellos, succionando con su boca y jugando con su lengua con ellos, alternándolos, erigiéndose orgullosamente en la boca de ella. Dando por satisfactorio su trabajo, se concentró ahora en su cuello, dándole pequeños besos, empezando con su nuez y subiendo garganta arriba, marcando toda su barbilla, perdiendo las manos en su pelo negro, allí donde ocultaba sus ojos. Sin dejar de volver a sorprenderse ante el tacto, suave como la seda.

-Que pelo más bonito -no puedo evitar observar aparcando sus besos.

-Bueno no me puedo quejar, la verdad

-Siempre quise que el mío fuese así-confesó con una sonrisa, deslizando sus dedos por el pelo que le ocultaba el cuello por detrás.-Lo que no entiendo es porque siempre ocultas tus ojos-observando claramente sus ojos ahora despejados por ella directamente.

-Porque son el reflejo de mi alma, y en según que ocasiones no es bueno que te lean como un libro abierto – se sinceró, intentando agachar la mirada, a lo que ella no se opuso.

-¿Hay mucha gente capaz de hacerlo?

-No...

-Entonces espero poder llegar a ser la única capaz.

-Ya lo haces. Cambiando de tema, deberíamos irnos.

-No.

-¿No?


-Quiero hacer algo antes, ya te lo dije...

-Con tu habilidad para desviarte del asunto no sé yo si acabaremos algún día... ¿Qué quieres con tanta urgencia?- se interesó algo impacientemente

Distraído atendió al espectáculo dado, fijándose en como agachaba la cabeza con vergüenza y nerviosa se frotaba sin notarlo el puente de la nariz.

-Quiero... que me hagas el amor... Es que como no se cuando volveremos, y tampoco me parece lícito de hacerlo considerando el motivo del viaje...

-¿Tanto te gusta?-preguntó divertido, obligándola a mirarle a los ojos.

-Creo que sí...

-¿Crees?
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