Había intentado permanecer impasible ante las hirientes
palabras que aquel desconocido le lanzaba a modo de indirectas. Pero su
autocontrol pronto flaqueó y un torrente de emociones volvieron a desbordarla.
Debería haberse mostrado segura, e incluso tal vez haberle devuelto la ofensa,
pero fue incapaz. Lo que creyó haber enterrado, la inseguridad y la baja
autoestima, se revolvieron en su interior, y antes de darse cuenta de ello, su
cuerpo tomaba un rumbo incierto hacía algún lugar de las sombras de ese jardín,
como guiado mágicamente. Eso fue en principio lo que pensó, pero cuando el
arrullo de voces se diluyó, supo que lo que la impulsaba, era la suave melodía
que notaba resonar a su alrededor, guiando un caminar errante que aparentemente
no sabía adónde llevaba, pero que continuó entre la maleza hasta alcanzar otro
claro como aquél en el que hubieron aterrizado, sólo que este se encontraba
totalmente aislado del mundo exterior, sin aparente camino de llegada ni de retorno.
Pero lo más sorprendente era el color predominante. El blanco. Se trataba de un
terreno en forma de medialuna, rodeado de altos y frondosos cipreses a cuyos
pies descansaban infinidad de velas grises, todas ellas prendidas, formando
sombras sobre la superficie totalmente congelada de un lago, y que aún así,
parecía fluir. Y justo a la mitad de éste, un montículo surgía de esa
superficie helada, protegida por rocas de infinitos tonos blancos y grises. Se
sintió fascinada por algo tan aparentemente imposible, pero su sorpresa
continuó en aumento, al percibir un chasquido que pareció despertar a ese
caleidoscopio de rocas haciendo que se esparcieran alrededor del promontorio,
formando caminos irregulares a lo largo de todo el perímetro, llegando hasta
sus mismos pies.
Indecisa, dudaba en si debía seguir adelante, pero un
movimiento en el altar lejano la impulsó a tomar el camino. Esperó notar frío
al tomar la primera roca, pero la única sensación que la envolvió fue la de
irrealidad, que se incrementaba conforme se iba acercando al centro.
Finalmente dio el último paso y alcanzó el promontorio, y
fue cuando por primera vez le recorrió un escalofrío por toda la espalda, y el
frío se adueñó de su cuerpo. Avanzó inconscientemente, intentando entrar en
calor, pero la sensación se agravó hasta que alcanzó el propio centro de todo
ese lugar. Observó todo, intentando hallar una explicación lógica, pero lo
único que encontró fue un altar rodeado de lo que parecían capas de hielo que ascendían
en forma de cascada hasta la base, donde sobre las alas extendidas de un
grisáceo dragón descansaba una espada hecha aparentemente de cristal, con una
inscripción que aparecía y desaparecía de su hoja, y una empuñadura de flores
labradas con un mango en forma de alas.
Antes siquiera de notar el movimiento de sus manos, y
siguiendo un impulso de su corazón, se vio atraída por esa visión y sin poderlo
remediar, pronto notó el peso en sus manos. Tocó tímidamente la flor grabada de
mayor tamaño y al hacerlo, un calor se extendió por todo su cuerpo, desplazando
al frio que sentía. Confiada por ello, ya no dudó en empuñar la espada,
alzándola del pedestal y contemplando la inscripción que en ese instante
desapareció definitivamente de la hoja.
-¿Qué haces aquí?-interrumpió una oscura y tétrica voz su
tren de pensamientos.
Se giró sorprendida, y en el movimiento sintió resbalar de
sus manos la espada. Esperó el ruido de algo hacerse añicos, más la espada
volvía a estar sobre el altar, sólo que esta vez el dragón que la sostenía ya
no estaba.
-Yo... lo siento mucho-repuso temblorosa, sólo pudiendo
atisbar la bruma que se cernía ante el altar- No quería...
-¿Quién eres tú?-exigió saber una figura que poco a poco fue
solidificándose hasta tomar la forma majestuosa de un gran dragón plateado de
ojos completamente blancos, que fácilmente podía inducir el pensamiento de que
era ciego.
Ahogó un gritó de sorpresa con las manos, al enfocar la
figura, abriendo los ojos entre la sorpresa y el miedo.
-Lo-lo siento.
-No quiero tus disculpas, exijo saber qué haces aquí. ¿Cómo
has llegado?
-No-no lo sé... Sentí como si algo me llamara, y antes de saberlo me encontré en el claro... Y después ante el altar... cogí la espada, no sé porque, y el dragón que había...-siguió dando explicaciones, aunque sin ninguna coherencia-.
-No-no lo sé... Sentí como si algo me llamara, y antes de saberlo me encontré en el claro... Y después ante el altar... cogí la espada, no sé porque, y el dragón que había...-siguió dando explicaciones, aunque sin ninguna coherencia-.
-¿Algo te llamaba?-redujo la ferocidad la voz el dragón.
-Una especie de melodía tal vez, un susurro...
-¿Y la espada?
-Se me resbaló de las manos, lo siento...
-La espada está intacta, ¿no lo ves, humana?
Al decirlo, enfocó la vista en el pedestal y la encontró
intacta, sólo que ahora ya no se hallaba sobre ninguna figura.- Yo pensé que...
-Prueba a empuñarla
-¿Cómo?
-¡Empúñala he dicho! ¿Acaso no me escuchas cuándo hablo?
-¡Empúñala he dicho! ¿Acaso no me escuchas cuándo hablo?
Vacilando, se enfrentó a ello, y la volvió a coger,
intentando detener el temblor de su cuerpo, intentando permanecer firme.
-¿Qué ha pasado exactamente?-demandó
-Me acerqué, y al cogerla sentí como si el frío
desapareciera. Además...-vaciló, temerosa de que lo que fuese a decir fuese
culpa suya.
-¿Además? No tengo todo el día, humana.
-Pensé que la hoja tenía algo inscrito, que no dejaba
aparecer y desaparecer. Pero al cogerla, desapareció. Yo... quería saber lo que
ponía
-Draco nunquam dormiens.
-¿Cómo?
- Draco nunquam dormiens. El dragón nunca duerme. Eso es lo
que pone en la hoja de la espada. O ponía.
-No era mi intención... Perdonad lo que he causado.
-¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo se halla una humana en este mundo?
-Vine con el príncipe.
-Ya claro, con el Leviatán.
-No... Vine con el príncipe Edwing.
-¿El vampiro?
-Sí...
-¿Por qué?
-No creo que me corresponda a mí responder a eso.
-Tal vez – adujo, reduciéndose nuevamente la ferocidad en su
voz
-Pero por favor, cualquier cosa que haya hecho mal es culpa
mía. Él no tiene nada que ver. Ni siquiera sabe que estoy aquí, estará
preocupado. Ruego que dejéis que me marche...
-Aquí ordeno y dispongo yo, humana. ¿Sabéis quién soy, no?
-Un dragón...
-Muy observadora. Soy el guardián de este lugar, y también
de esa espada.
-Ruego disculpéis mi insolencia, pues. No volverá a
ocurrir-expresó con una leve inclinación.
-Marchaos
-¿Estáis seguro?
-¿No era eso lo que querías?
-Sí... Lo siento-dijo
con resquemor en la voz.
Volvió a inclinarse y se dispuso a marchar.
-Espera.
-¿Sí?-dijo con cierto dolor en la voz, al sentirse
humillada.
-La espada, te la dejas.
-No es mía....
-¡He dicho que te lleves la espada, y es una orden!
Volvió sobre sus pasos, y sin dirigirle una sola mirada la
cogió y salió de ese lugar a toda prisa, y fue tal vez por ello, por lo que no
se percató de cómo el dragón alzaba el vuelo, ni como las rocas del camino se
reagrupaban sobre el promontorio y en el lugar del altar aparecía un palacio de
hielo.
Conforme pasaba el tiempo en el claro, y al no ver saber
nada de la suerte de Lyselle, la aparente calma del príncipe se evaporaba junto
a los instantes en los que sus pensamientos se iban sumiendo en negros
presagios. Le preocupaba su seguridad por una parte, pero por la otra, también
le espantaba el hecho de la situación tan comprometida en la que podía
involucrarle, al fin y al cabo, no le había explicado a fondo la situación en
la que se encontraban.
Un sonido de pasos ajetreados le devolvió a la realidad,
presintiendo la cercanía de alguien, pero no fue hasta que pudo atisbar su
contorno cuando pudo identificar la figura. Una que le devolvió una parte de la
tranquilidad hacía rato perdida.
-¡Lyselle!-exclamó con voz aliviada, acercándose a ella y
estrechándola.-¿Dónde fuiste?
-Lo siento... Al escuchar vuestra discusión....
-Perdóname tú a mí, no debería...
-Así que el gato ya encontró al ratón-interrumpió una voz
crispada, apareciendo Discin de nuevo ante ellos.
-Me alegro veros sana y salva, señorita-comentó Mulcrey, que
se hallaba junto a su compañero.- ¿Dónde estabais?
-Me perdí-se excusó ella, lo que era parcialmente cierto.
-Señorita... ¿dónde ha encontrado esa espada?
Un escalofrío volvió a recorrerle el cuerpo, al verse
atrapada en una mentira y con una espada que podrían interpretar que había robado...
-Me la dieron...
-Ya claro, esa espada te la dieron
-¿Qué insinuáis?-la defendió Edwing.
-¡Silencio, ambos! ¿Qué ocurrió exactamente cuando usted
desapareció de este lugar?
De pronto notó el peso de las tres miradas sobre ella: una
de preocupación, otra de desprecio y la última una mezcla entre la curiosidad y
la duda. Tragó saliva, dándose valor para poder decir lo que pensaba que los
demás juzgarían como locura.
-Pues yo.... sentí como si algo me llamara, algo que me
impulsara a seguir ese sonido...
-¿Y después?
-Caminé por algún lugar de este jardín, aunque no sabría
precisar por donde, y cuando quise darme cuenta, había llegado a un lugar
desconocido. Una especie de claro, como surgido de otro mundo...
-Un claro en forma de medialuna –la ayudó Mulcrey
-Sí... Parecía helado... como sostenido en el tiempo, un
lugar atemporal, rodeado de velas y robles...
-¿Qué significa todo esto?-interrogó el príncipe con
autoridad.
-¿No me digas que la humana va a resultar inocente?
-Y en el centro, sobre un lecho de flores heladas, un altar
con un dragón que sostenía esta espada- continuó ella ajena a las réplicas
antes de perder el valor.
-¿No había nadie más? ¿Cómo cogisteis la espada?
-Las rocas de alrededor formaron un camino, avancé por él
hasta que conseguí llegar al promontorio. Y la frialdad aparente pronto se
transformó en calor cuando empuñé la espada. No sé porqué lo hice, sólo sé que
un arrullo lejano me decía que eso era lo que debía hacer.
-¿No había nadie?
-Cuando la cogí... apareció un dragón de la nada. Uno de
ojos blancos...
-Entonces es cierto...
-¡Exijo saber lo qué está ocurriendo!
-Disculpadme príncipe, pero ese deber no me atañe a mí...
-Mulcrey... ¿de qué va todo esto? ¿Estás intentando
justificar a esta mujerzuela?
-¡Discin! ¡No te permito que te refieras a ella de ese modo!
¡Y si sabes lo que te conviene, mantendrás esa boca tuya cerrada!
Vampiro y guardián se giraron atónitos ante el cambio de
actitud del hombre, y notaron como la forma de comportarse hacía la chica se
hacía levemente más reverencial.
-Señorita, nos os preocupéis, no habéis hecho nada malo y os
aseguro que no estáis loca. En cuanto a la espada, es vuestra por derecho, no
os avergoncéis por llevarla.
-¿Qué significa por derecho? No creo que ella tenga nada que
ver con este reino-comentó el vampiro.
-El Leviatán espera, no le hagamos esperar más tiempo del
debido- y con ello les dio la espalda a ambos y emprendió un rumbo invisible a
simple vista pero que todos tenían la seguridad de saber que conduciría hacía
el lugar donde habitaba el Leviatán.
Les guió por un camino visible únicamente a los ojos de la
persona que abría la marcha, cuya anchura fue disminuyendo a cada paso,
ahogando sensaciones de miedo para transformarlas en claustrofóbicas, hasta que
finalmente, cuando ya no parecía posible la existencia de camino alguno,
súbitamente el terreno se abrió a una extensa zona abierta, libre de
opresiones. Era un páramo rodeado por aguas límpidas, sobre el cual se
levantaba un extenso y enorme edificio de dos plantas, cuyas paredes
iridiscentes titilaban creando un juego de luces, resplandeciendo mágicamente
en mitad de la triste y sobria elegancia de los alrededores. Además, esos
coloridos destellos daban la impresión engañosa de que las paredes de la
construcción eran de frágil, endeble y transparente cristal, mas la mirada no
parecía poder atisbar nada salvo los reflejos multicolores que serpenteaban la
fachada exterior, retazos escurridizos del espectro cromático. Dividido en tres
secciones, el edificio central era coronado por una enorme y maciza cúpula de
hielo, entorno a la cual, un resplandor cegador surgido del interior se alzaba
al cielo. Las otras dos secciones, se extendían cada una a un lado, penetrando
los extremos en la densa oscuridad de paredes laberínticas que anunciaban un
jardín retorcido y sombrío, encargado de hacer desistir a cualquier persona
indeseada que ansiase llegar la sala principal.
Cerraron los últimos metros del bosque por el cual habían
llegado y alcanzaron el inicio de la larga avenida que conducía a las puertas
de entrada. Un camino custodiado por inmóviles guardianes encapuchados
provistos de picas y espadas al cinto que franqueaban las lindes, impertérritos,
como si fueran de piedra, parecido a una procesión de amenazantes sombras.
Avanzó, sintiéndose temblar en el proceso, sabiéndose bajo
el acecho escrutador e impasible de todos aquellos que iban dejando atrás, que sin
variar un ápice las postura, la estudiaban desde el fondo de una oscuridad que
ella no podía penetrar. Edwing le apretó la mano, buscando transmitirle algo de
seguridad, y notó que iba a decir algo cuando su guía se paró repentinamente
frente a las dos robustas puertas de cristal tallado semitransparente y se
volvió finalmente hacía ellos hablando en voz regia y cargada de respeto.
-Bienvenidos al palacio del dragón – sentenció, y tras ello
puso la mano sobre las ojos y se hizo a un lado revelando finalmente el palacio
del líder de los dragones.