Reflejos XI ( Tercera parte)

Ya sé que he tardado bastante en actualizar... La verdad es que supongo que he perdido algo el interés y como tampoco sé si la historia entusiasma o interesa pues lo he dejado de lado... De momento por aquí sigo...



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Silencio. Dudó en la incertidumbre de si le habría molestado que fisgonease en algo como eso, pero entonces un sonido llegó a sus oídos. Uno similar, el susurro de la ropa deslizándose por la piel, para posteriormente caer al suelo. Entonces, la intimidad del sonido creció, y algo restalló, como algo que se estuviese desplegando, lo que le afirmó la pregunta. E irónicamente, ahora, aparte de curiosidad, se sentía intimidada, incluso aterrada, al no saber cómo reaccionaría al ver algo tan antinatural para ella como unas alas, enfrentándola a una realidad divergente a la que conocía, y no se planteaba seriamente hasta ahora. No será duro, se dijo. Es él, una persona, diferente, pero no desagradable, se aseguró. Impulsada y motivada cohttp://www.blogger.com/img/blank.gifn esas palabras, se giró y le enfrentó, cayendo la toalla al suelo en el movimiento.

Cara a cara, enfrentados cada uno desde su propia desnudez. Ella con su cuerpo inmaculado, y él con unas hermosas alas negras a la espalda. Boquiabierta, se prendó de la imagen de ángel caído que él ostentaba. Un ángel caído de azulísimos ojos azules, oscuros y ausentes, de expresión distante. Una imagen que no encajaba nada con las alas que sobresalían imponentes, membranosas y recubiertas de plumas cuya tonalidad y textura se asimilaban a la de su pelo.

Acortó la distancia, buscando romper el muro invisible que su pregunta había erigido, y pegándose a él, estiró la mano derecha, buscando tocar las alas que sobresalían alrededor de él. Éstas se sacudieron bruscamente, rechazando la cercanía, pero ella volvió a insistir, esta vez, buscando decir con la mirada lo que las palabras no podían. Pero él siguió mostrándose distante.

-Edwing, son preciosas.

Ninguna reacción salvo la súbita tensión en la mandíbula.

-Ya, claro.

-Lo digo en serio.

-No me mientas por compasión, no lo necesito – dijo agriamente.

-No lo hago, ¿pero a qué viene esta reticencia? Forman parte de ti, deberías estar orgulloso de ellas. Puedes hacer cosas inimaginables para mí.

-Precisamente por eso. ¿No lo entiendes? Estas alas, demuestran claramente que no soy como tú, que parte de mi ser es un animal salvaje que algún día….

-Algún día, yo me moriré, es inevitable, y no por eso desprecio mi vida…

-¿Estás segura? – interrogó convenientemente, aludiendo perfectamente a su primer encuentro.

Si hubiese sido cualquier otra persona, habría acusado el golpe, pero venía de él, y viendo la susceptibilidad y menosprecio que se tenía por algo que tal vez, de no estar ella por en medio sentiría, hizo que se creciera ante la situación.

-Puede que despreciara mi vida, pero no mi naturaleza. Y tú deberías hacer lo mismo. Somos distintos ¿y qué? Es cierto, tenía miedo hace un instante de verte, pero era infundado. No podría despreciarte por esto, ni tampoco me das asco. Tú sigues siendo tú, independientemente de tu físico, y no cambiaré de opinión porque que seas algo diferente, forma parte de ti. Yo me quejo de los que juzgan por las apariencias, ¿qué diferencia tendría yo respecto a ellos si hiciera lo mismo contigo?

Dedujo de la ausencia de palabras, que él debía estar valorando el discurso, buscando la réplica y seguro de que no la encontraría, desvió la atención a la ropa sobre la silla. La única opción de hecho, por lo que procedió a ponerse la sencilla ropa interior, que esta vez alguien si se había encargado de proporcionarle, permitiéndose un tiempo de reflexión entorno a lo que habían comentado.

Tras un tiempo prudencial, le pareció percibir movimiento por el rabillo del ojo, y lo que supuso que debían ser sus alas plegándose por lo que se atrevió a llamarle-

-Edwing.

-Dime – el tono era relajado y distendido nuevamente.

-Me preguntaba... ¿Ekain tiene mujer o hijas?

-Hasta donde yo sé, no. ¿Por qué? – comentó, vistiéndose nuevamente argumentó.

-Porque si deduzco que ha sido él el que ha traído algo con lo que vestirnos... ¿Cómo sabe la talla de ropa interior que gasto?

Le escuchó tragar saliva pesadamente, y luego un pesado silencio.

-Edwing, la respuesta.

-Bueno verás... la primera noche cuando terminamos.... el caso es que te dormiste, desnuda debo añadir. Y claro, al traerte aquí, no te iba a dejar tal cual. Así que le pedí a Ekain que recogiese la ropa que a mí, con el fervor del momento se me olvidó. Te puse
algo de ropa de tu talla aproximada que encontré por los arcones y fijándome en la talla de la tuya propia, le pedí a Ekain algo de ropa nueva a tu medida.

-Edwing...-la escuchó decir con voz crispada.

-¿Sí? –articuló inocentemente.

-¿A ti también te consigue la ropa interior Ekain?-ahora se estaba perdiendo en el sinsentido de la conversación.

-A tanto no llego.

-¡Pues a mi tampoco me gusta que otra persona elija por mi, y si encima es un hombre menos!

-¿Y qué querías que hiciera? ¿Dejarte no llevar nada bajo el vestido? ¡Si ya me cuesta bastante contenerme!

-¡Haber ido a mi casa y habérmela traído!

-¡Claro! ¡Ya me parecía a mi que la solución simple se me estaba escapando!-exclamó todo serio.

-Déjalo... La próxima vez ya elegiré yo.

-Tendremos que ir a tu mundo....-dijo en voz baja.

-¿Qué ocurre?-se preocupó ante el cambio tan repentino.

-¿Quieres volver allí para quedarte?

-No... pero tu mismo dijiste que vuestras excursiones allí eran frecuentes, ¿te importa si te acompaño?

-No...

-Te dije que me quedaría contigo, al menos de momento. El día que desee regresar para quedarme, te lo diré. A todo esto, ¿por qué os habéis empeñado vosotros dos en que me ponga vestido?

-Si lo piensas, a mis ojos y a los de aquellos que visitaremos, te has convertido en la princesa, no oficial, pero princesa. No nos queda otra que seguir una cierta etiqueta.

-Que remedio pues, pero al menos ayúdame a cerrar la cremallera de esta cosa.

Esa cosa era el vestido, de delicada seda azul cielo, escote palabra de honor entallado bajo el pecho con dos cintas blancas entrelazadas que caían sueltas a su espalda, lugar en que debía cerrarse, dejando la mitad superior al aire. Bajo las fruncidas cintas delanteras, varias capas de níveo tul se cerraban en torno al cuerpo liso ocultando sus pies de tonalidad azul del vestido, nunca ocultando la franja central bordada con flores blancas. Por último, una abertura lateral hasta el muslo rasgaba uno de sus costados.
La ayudó a subir la cremallera, cuidadosamente de no enganchar las cintas a forma de lazo y los mechones libres de la melena presa en sus manos.

-Ya está.

-Bien, aunque no me apasione llevar vestidos, he de admitir que no son demasiados pomposos como los de las princesas de los cuentos.

-¿Qué princesas?

-Déjalo. Ahora que me fijo, ¿vamos a juego?

Y es que él, vestía un chaleco del mismo añil, bordado con nevadas hojas, sobre una camisa de bordes blancos vislumbrados gracias a los botones inferiores abiertos de ambas cosas, dispuestos simétricamente. Bajo ello, un pantalón negro caía formando pliegues en sus rodillas al verse atrapados en las oscuras botas de caña alta cuya franja superior iba a juego con los detalles de su chaleco. Los últimos detalles de su indumentaria se conformaba con la corbata plastrón grisácea, y la levita negra de azulonas solapas y elaboradas bocamangas del mismo color.

-Supongo que si vamos como aspirantes a pareja real, habremos de demostrarlo.

-No te queda mal, a pesar de lo recargado que me pareces.

-¿Estás intentando decirme que estoy bien?

-Bueno, en realidad debo admitir que estás bastante guapo, algo decimonónico pero guapo.

-Y tú algo etérea, pero preciosa. Yo creo que todo en general te sienta bien, será la belleza fantasmal esa que te digo-bromeó.

-Pues mi belleza fantasmal necesita unos zapatos.

-Ahí los tienes- le señaló unos finos zapatos de tacón de afiladas punteras de las dos tonalidades del vestido.

-Si quisiera partirme la cabeza ya me los habría puesto, descuida.

-Como vas a evitarlos llevando el vestido que llevas. Por otro lado no caminarás demasiado.

-Está bien-suspiró resignada, calzándoselos y ganando varios centímetro de altura-. Me peino y nos vamos.

La observó acercarse al tocador vacilante, tomar el peine entre las manos y cepillarse la larga melena, algo indecisa ante como peinarse.

-Déjame anda- y ante su sorpresa le recogió algunos mechones de pelo sujetándolos en un costado con un lirio blanco, similar a los del vestido, cayendo el resto hasta su cintura.

-¿Este lirio es natural?

-Sí.

-Son mis flores favoritas, esas y...

-Las rosas azules. Lo sé.

-Por una vez no te preguntaré el por qué. No obstante, si aquí únicamente persisten las flores negras...

-Imagínate quien la trajo.

-Como no... Cuando quieras.

Y antes de moverse siquiera, le puso una pesada y cálida capa negra sobre los hombros.

-Pasarás frío ahí arriba si sólo llevas eso.

-¿Ahí arriba? ¿Pero cómo iremos?

-Sorpresa- y ahora fue su turno de colocarse una capa similar a la de ella, cuya diferencia radicaba en el emblema del broche, la estrella que ya había visto antes.
Justo en aquel momento llamaron a la puerta.

-Príncipe Edwing, ¿puedo pasar?

-Adelante.

El hombre traspasó el umbral, inclinándose levemente al trasluz de las penumbras del pasillo, y yendo hacía la pareja.

-Aquí tiene, los informes de los servicios de espionaje, y el borrador preliminar de acuerdo según las consideraciones del consejo en caso que lo necesitase-enunció conforme le pasaba un delicado estuche de tapa dura con la misma estrella en sus tapas.

-¿Algo más?

-Ya está todo listo para partir, su montura les espera en el balcón, lleva muda para un par de días para ambos.

-Gracias, Ekain. Puedes retirarte.

-¿Me permite un último comentario, señor?

-Adelante.

-Está usted preciosa señorita, irradia una luz inexistente en este persistente vacío.

Ambos contemplaron a la aludida sonrojarse profusamente, inspeccionando sus zapatos, incapaz de despegar la vista del suelo.

-Es que tiene usted buen gusto al elegir la ropa, Ekain – le elogió ella por su parte.

-Se equivoca, el gusto es del señor.

Ahora fue el turno del chico de desviar la mirada de las pupilas inquisidoras.

-Nos marchamos Ekain, vigila tus espaldas y las de mi padre de las intrigas de Zeeg.

-Lo haré, y ustedes vayan con cuidado- y tras ello salió siguiendo la misma ruta que lo trajo hasta allí.

-Vamos-y asiéndola de la mano, la guió hasta una sólida pared maestra que cerraba la estancia.

-¿Y ahora?

Sin molestarse en responder, dibujó la estrella de cinco puntas, presionando los vértices con gran exactitud, para acto seguido y tras un agudo chirrido, ésta despertase a la vida desplazándose pesadamente sobre sus goznes, dejando a su paso una amplia abertura al aire libre, sostenida por una plataforma que cínicamente desafiaba al vacío sobre su altura. Aunque lo realmente impresionante era la bestia gris que de espaldas a ellos contemplaba el cielo nocturno, desviándose hacía la pareja al presentir sus pasos, orgullosamente extendiendo sus alas.

-¿Es realmente lo que parece que es?

-Lo es, un hipógrifo.

Antes de darle tiempo a nada más, se acercó cautelosamente al animal con pasos torpes, manteniendo una cierta distancia. Y anonadado apreció la elegante reverencia de ella ante los ojos vigilantes de la bestia, junto a sus palabras.

-Jamás tendré alas para volar por este inmenso cielo que contempla nuestras efímeras vidas, ni entenderé el significado del valor de todo aquello que no he visto en la vida que tú has llevado. Aún así, agradecería si me dieses la oportunidad de acompañarte en la libertad que para ti supone izarte en los vientos, respetando tu naturaleza.

En aquel entonces, fue el momento del hipógrifo de inclinar levemente su testuz, aceptando su deseo.

-Que rápido has congeniado con Amrod- observó tomando las bridas y acariciándole la cabeza-. ¿Qué te parece la señorita, Amrod?

La respuesta visible del hipógrifo fue flexionar sus patas para que ambos pudiesen auparse sobre él.

-Creo que al menos no le disgustas.

-¿En qué te basas?

-En que si lo hubieses hecho, probablemente te habría estampado contra el muro o contra el suelo, ambas probabilidades tenían las mismas opciones.

-¿Y a pesar de eso me has traído aquí?

-Necesitaba comprobarlo, él nos conducirá a nuestro destino- y ágilmente se aupó, sin rozarle las alas, tendiéndole la mano para ayudarla a subir a la grupa. Agarró su mano, y de un tirón quedo montada tras él, sobre el animal.

-A los cielos, Amrod





-¡Espera! ¿Dónde me sujeto?

-Aquí- dijo, colocando las manos de ella en su cintura, sin mirarla siquiera- Ya estamos listos.

Y fue cuando cautivada contempló las alas desplegarse, y con ellas un suave aleteo que poco a poco dejaba el suelo a sus pies, acercándose insistentemente al cielo nocturno. Alargó el brazo, intentando capturar trazos de nubes que la rodeaban, pero lo único que capturó fueron trazos de aire.

-Yo que tu desistiría de eso ahora

-¿Por qué?

-Por esto- y como la señal de inicio, el vuelo tranquilo se transformó en uno enfurecido, ascendiendo rápidamente gracias a la fuerza de las alas de aquel sobre el que iban, incrementando la rapidez de tal modo que hubo de incrementar su agarre para no caerse.

-¿Ves?

-¡Lo has hecho aposta!

-Si continuásemos a ese ritmo no llegaríamos nunca, pero no te preocupes, acabaras disfrutándolo.

-Si tú lo dices…-y sin notarlo se recostó contra su espalda rendida a la sensación agradable del viaje insólito para ella-.

Continuó un breve silencio para ambos, cada uno absorto en las sensaciones de ese momento, el fuerte viento rodeando un momento que sólo les pertenecía a ambos.

-¿Edwing?

La única respuesta fue el silbido en sus oídos indicando que la velocidad a la que iban tenía poco de lenta.

-Edwing… tengo miedo de admitirlo… pero creo que podría estar enamorándome irremediablemente de ti. Pero sé que la faceta que muestras conmigo es sólo eso, una parte de ti. Más allá del tiempo que compartimos, supongo que actúas como lo que se espera de ti. Nos desprecias, tal vez porque realmente lo sientes o porque te han educado así… Y hay algo que temo… temo que algún día te canses de mi, o de mi cuerpo... Por eso... me gustaría detener este sentimiento ahora.... Algo me dice que sería lo mejor.... pero no puedo evitarlo... No obstante, a veces dudo de que todo esto sea real… algo más que el deseo de alguien insignificante y sin valor, que crea un sueño imposible para sentirse importante…

Miraba al frente, erguido sobre la montura, acostumbrado a ella, cuando se sobresaltó ligeramente al escuchar su discurso, no por lo repentino, sino por el sentido de las palabras. Algo se removió en su interior, tal vez gracias a la calidez o tal vez a la leve punzada de dolor que creyó sentir al encogerse su estómago. Mas no se veía capaz de negar sus afirmaciones. Las palabras sonaban crueles, porque realmente lo eran, no quería ni debía mostrarle una utópica realidad que a la larga sólo conllevaría dolor. Si realmente aspiraba a que ella decidiese quedarse a su lado, lo mejor sería que se encarara cuanto antes con la realidad, cruel e implacable, aunque su egoísmo gritara por que hiciese lo contrario, que la protegiese de cualquier dolor exterior a ella. Una sensación de ansiedad le embargó, reemplazando sus pensamientos, cuando los brazos de ella se aferraron desesperadamente entorno a su cintura y pudo percibir el sollozo y la humedad de sus lágrimas a pesar de toda la ropa que llevaba encima. Un intenso sentimiento de abrumadora desolación e impotencia se apoderó de él. Percibió su incapacidad de hallar forma alguna de consolarla, razón por la cual la dejó sumirse en un dolor que no sabía como compartir o hacer desaparecer.

-¿Por qué no dices nada?-el viento llevó hasta sus oídos la tenue voz rota-. ¿No era esa confesión lo que tanto anhelabas? Tampoco quiero que me pintes una realidad ajena a la que impera, no te pido que cambies las tradiciones arraigadas entre tu gente, por más que me horrorice no ser más que un peldaño en la escala alimentaria... Yo sólo esperaba... esperaba saber si hago bien quedándome, si aún me necesitas, sino te importa que sea un estorbo, si realmente soy algo más que comida, si esto no es una locura.... –su voz se fue apagando conforme enunciaba todo aquello que sumía su alma en un doloroso desconocimiento de cosas para ella imposibles, abrumándola en un letargo donde quizás podría recuperarse algo del estrés emocional que expresar y reconocer de viva voz, la habían vencido en aquella ocasión.

Se giró levemente a observar el rítmico vaivén de su cuerpo, con una sonrisa entre amarga y nostálgica en los labios al verla tan indefensa, ajena a la facilidad con que podría poner fin a su existencia... Y sin embargo se rindió al sueño asiéndose a él con decisión y seguridad, segura de que él no la dejaría caer... Conmovido por la confianza no expresada en voz alta y apretando con fuerza sus manos, se dispuso a cumplir su cometido.



Allí arriba, a lomos del hipógrifo, danzando entre frías y ventosas corrientes el tiempo acontecía de forma aleatoria, con lo cual, al vislumbrar desde allí las primeras luces anaranjadas, era ignorante respecto al hecho del tiempo transcurrido desde su salida.
Se inclinó levemente sobre la bestia, y le susurró al oído la orden de descenso, procurando así no despertarla.

Conforme iban perdiendo altura, los contornos del lugar se hacían visibles y tangibles, y los antiguos fuegos fatuos mudaban a luces de palpitante existencia, crepitando con vida propia, hasta que al internarse entre varias torres, quedaron ocultas y la oscuridad los volvió a acompañar.

Amrod se posó lentamente y con gracia sobre un despejado claro, perdiendo intensidad el batir de sus alas, hasta extenderlas del todo contra los mullidos cipreses que se cerraban sobre sus cabezas y emitió un sonido grave como indicando el final del trayecto.

Fue ese sonido, unido a que el viento ya no poseía la misma frialdad anterior lo que la despertó de un sueño reparador físicamente pero no anímicamente. Procuró abrir los ojos, rebelándose contra el sopor que pugnaba por evitar su despertar, venciendo al menos aquella vez la batalla. Medio aturdida, estrechó su abrazo, temerosa de caerse para al instante advertir que estaban parados sobre tierra firme.

-¿Cuánto hace que llegamos?- preguntó, con voz impregnada de retazos del efímero sueño.

El único sonido similar al de una respuesta fue el producido por el viento al deslizarse entre las ramas que cubrían aquel sitio. Desconcertada, decidió que tal vez la mejor opción sería la de incorporarse y abandonar la montura. Pero antes de tener tiempo siquiera a deshacer el agarre de su acompañante éste se lo impidió.

-No te vayas-casi le suplicó con un dulce murmullo de voz-. Y hace un rato.

-¿Por qué no me despertaste?

-Necesitabas descansar-le sorprendió que se hubiese percatado.

-Gracias... ¿A qué esperamos pues?

-Mira- pronunció indicando con un dedo que mirase hacía el cielo.

Alzó la cabeza, dejando descansar la barbilla encima de su hombro, y sus ojos siguieron la trayectoria de su guía, abriéndolos con admiración para así contemplar la magnitud del cielo que los cobijaba.

El firmamento extendía un manto de seda de una tonalidad de espeso añil, salpicada por un sinfín de titilantes lucecitas, formando una maraña que se extendía más allá de donde los ojos de ambos podían discernir, un espejismo de plata suspendido.

-Es precioso-atinó a comentar perdida en esa inmensidad.

-Quería compartirlo contigo.

El silencio volvió a imponer su presencia, ajeno al agradecimiento conmovido de ella, llevando sus manos hasta su cara para así poder verle al menos de perfil al hacerle girar levemente la cabeza, quedando ambas miradas trabadas en la otra.

Ajenos a todo los que los rodeaba, ninguno se percató de la gélida brisa que se acababa de levantar de la tierra, ni del murmullo sibilante entre la hojarasca, ni de las sombras danzantes a su alrededor.

En ese instante, para ambos sólo existían ellos dos y el tacto suave de la piel de las manos femeninas sobre la mandíbula al ir acercando sus labios hipnotizados.

Fue en aquel momento cuando las nubes ocultaron el cielo oscureciéndolo todo de repente y un grito retumbó en la lejanía, junto a un extraño sonido similar al de varios aleteos de alas acompañados del temblor del suelo bajo los pies.

-¿No te parece que este no es el lugar apropiado para según que cosas?-increpó en un gruñido una voz grave.

-Le dará morbo, entiende al chico, está en la edad- se burló una segunda voz, de timbre juvenil pero aún así inflexible.

-Será eso, al menos he de alabar su gusto-concedió la primera voz sarcásticamente.

-Y bien, ¿a quién hemos tenido el gusto de estropearle la diversión esta noche?

Repentinamente, tal y como se hubo iniciado, todo recobró la aparente normalidad, volviendo el mar de estrellas y el tenso silencio, sólo que esta vez nuevos personajes ocupaban el escenario. Los dueños de ambas voces, dos figuras de imponente elegancia ocultas bajo una especie de hábito grisáceo, se habían materializado en ese breve lapso de desconcierto. Uno de ellos empuñaba una larga espada cuyo filo descansaba en la garganta de Edwing, mientras el otro amordazaba y retenía a su compañera.

-La respuesta, ¡ahora!-ordenó la persona que empuñaba el arma aumentando la presión.

Y como dueño de la situación, sin considerar la amenaza y con un aplomo que demostraba lo que realmente era, los tres ocupantes contemplaron el cambio de papeles al hacerse el intruso el dueño de la situación. Apartando levemente el arma de su garganta desmontó elegantemente, alzándose en toda su altura e irguiendo la cabeza, demostrando así una grandeza que el encapuchado no igualaba aunque fuese una cabeza más alto.

-Disculpad la intromisión, pero tenía entendido que esperaban esta llegada. No deja de ser sorprendente la hospitalidad de estos lares. ¿Mi nombre deseábais saber, no es cierto? Vuestra respuesta pues: soy Edwing Osbert de Neilane, príncipe regente de uno de los reinos centrales, el de los vampiros, por si lo habéis olvidado.

Un denso mutismo se instaló en el claro tras las últimas palabras pronunciadas por el vampiro.

1 comentarios:

Guao, se le ha declarado y él..simplemente no contestó. Oh joder
Y esto último.. hum

Espero que publiques pronto
Un beso!

 

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