Un día cualquiera

Primera hora de la mañana, bueno no, segunda. Salgo del tan afamado metro en hora punta madrileño. Pero no me quejo, al menos va puntual, o eso supongo. Miro el reloj y son las ocho y cuarto. Podría ser peor, me digo. Decidido a que la eventual rutina no me estropee el maravilloso día que acaba de empezar, emprendo camino a la escuela. Más en apenas unos cientos de paso surge el primer obstáculo de considerable relevancia, bueno mejor dicho, altitud. ¿Y es qué a quién se le ocurre plantar una escuela encima de un monte? Y no, aquella respuesta que un día me dieron, que si mal no recuerdo era algo como: “porqué los aeronáuticos queréis tocar el cielo” no me sirve. Cierto, es muy poética, ¿pero a quién en su sano juicio le sirve esa mala excusa cuándo tras apenas una hora u hora y media tiene que subir por el caminito del bosque? Pues a mi va a ser que no, que con la cantidad de años que llevo ya aquí, la edad pesa y mi fantástica forma física de la juventud se evaporó al segundo año… O tal vez el primero… en aquella época en que mi anatomía pasaba las tardes instalada en la silla del escritorio, estudiando, para suspender en febrero… Pero con elegancia, eso que nunca falte. Total, que invocando al todopoderoso Bernouilli, hago acopio de valor, y cuál David bíblico, emprendo la procesión ascendente hasta el hermoso edificio que no por ser de ladrillo rojo, sabe a otra cosa distinta que no sea chocolate. Amargo pero chocolate. Uno, dos, tres… veinte, treinta… cuarenta más o menos. Que esto es ingeniería y hay que aproximar. ¿Soy yo o los escalones se multiplican exponencialmente cada año? Brillante idea para un proyecto… cuándo esté en condiciones de aspirar a él… ¡Bah, es igual!

El esfuerzo físico ha sido sobrehumano, así que me merezco un desayuno consistente para recuperar fuerzas y un café bien cargado para la primera clase que es… ¿qué tengo yo a primera hora? ¿Cálculo, motores, resistencia,…? Creo que mejor serán dos cafés, uno ahora y otro en el descanso. ¿Por qué haremos descanso, no? ¡Por Gauss, qué no haga las dos clases seguidas! Aunque, bien mirado, tal vez debería mirar el horario…

Bloqueo mis neuronas poniendo en práctica los principios de relajación zen que me recomendaron, aunque la verdad, empiezo a intuir que padezco de neurosis aguda, y sólo son las ocho y veinte de la mañana… o y veinticinco que en esta vida todo es relativo.

Al menos el ascensor viene pronto, me da por reflexionar nuevamente. Abrir, entrar, cerrar… y subir planta a planta, que no se diga que no ejercito la paciencia. ¡Si es que aquí se cansan hasta los objetos inanimados! Estoy por expresarle en voz alta mi comprensión al humilde señor ascensor, cuando sobre la cuarta planta las puertas se abren y entra un profesor. No he saltado del susto, o eso creo. En cualquier caso disimulo saludándole educadamente, y pegando la espalda, bien recta, contra el rincón más alejado, sólo por si acaso, nunca se sabe. Inspira y expira, me digo. Procura no acordarte de que este es el profesor a cuya asignatura irás próximamente a la novena convocatoria. No conviene hacer enemigos. Piiiiiii. Sexta planta me anuncia mi interiorizada voz académica. No vuelvo a saltar de milagro. Le dijo adiós todo lo objetivamente que puedo, sin maldecirle por el camino, y salgo grácilmente cual gacela… que casi se traga las puertas. ¡Casi! Y acelero el paso, si total, ya he dado la nota.

Llego a clase, y nuevamente me entran ganas de saludarla como si fuésemos viejas amigas. Algo en plan, ¿qué tal, cómo fue la tarde? ¿Cundió mucho? Pero como sé que no me va a responder, hay que entenderlo, la pobre está frustrada, me encamino a mi lugar de siempre, en el que no se marca la silueta en la silla porque no es de superficie de rugosidad fina ni se adapta a mi forma como un líquido. Y razono que tal vez, después de los largos años de fraternidad entre la mesa y yo, me haya ganado el derecho a poner mi nombre como acto heroico. Pero claro, si me pillan, me cae una buena. Nada, mejor lo dejo. Apalanco las cosas ahí de cualquier manera y busco entre mis cosas para encontrar mi horario para estudiarlo mientras desayuno, ya que mi memoria últimamente está bastante saturada y no es precisamente un diodo zener.

Bajo sin incidentes. Ya se sabe, la calma antes de la tormenta. Pido mi exquisito desayuno, que ya querría cualquier ministro para sí, y me acomodo en una larga, vacía y limpia mesa de la cafetería. Sí, así da gusto, sin gente y sin agobios. Adoro las primeras horas. Pero como no conviene pasarse de entusiasmo, empiezo a deleitarme con la dieta sana fundamentada en el café, y la pasta, mientras hecho un vistazo general a mi maravilloso día. Primera hora: Aerodinámica. Bueno, al menos no empiezo mal el día. ¡No, espera! ¡Son dos horas de teoría! No entres en pérdida todavía, me digo, que sino la cosa pintará muy mal. Inspiro e expiro. Un recuerdo difuso empieza a filtrarse entre mis memorias. Algo relacionado con un parcial… A mediados de mes… Empalidezco. ¡Este mes, y estamos a día 9! ¡Tengo un problema! Vale, hora de empezar a maldecir, o pegarse con alguien… o, o algo… No pasa nada, me quedan 6 días, un internamiento en la biblioteca de 4 a 9 lo soluciona, sólo entra la mitad… Empiezo hoy y si me centro, lo saco. Nada, no hay que amargarse, solucionado. Pasemos a la segunda hora: Materiales. Bien, dos horas y la tengo aprobada. Me he precipitado, más dos en estudio. Un segundo, ¿lo he expresado como un juego de rol? No, imposible, pura casualidad. Pero por si acaso, prefiero no continuar mirando el horario, y me marcho a asumir mi cruel destino de día de clase. Fiel a mi filosofía me digo eso de, que la suerte me acompañe.

Saludo a unos y a otros, comento el partido del día anterior y algún resultado más interrumpido por la llegada del profesor. Tomamos asiento, todos preparados para departir sobre el maravilloso mundo de los perfiles y demás. Apasionante. Lo mismo que mis divagaciones sobre si la calefacción estará encendida o no, porque ya se sabe, concentrarse con frío es muy malo, y yo lo tengo. Una cosa lleva a otra, y debido a alguna interconexión extraña, paso a recordar los ciclos de potencia que no sé yo si tienen algo que ver, pero me ha dado por pensar en ello...Y me entra una duda importante, ¿el ciclo Otto era de potencia o refrigeración? Suena el timbre, interrumpiendo la brillante idea que se me acababa de ocurrir, y he olvidado. Y… y la clase sigue. Bien, dos horas. ¡Bendito seas, descubridor del café, pienso! Y como siempre, una cosa lleva a otra y termino pensando en chocolate. Miro el reloj. Únicamente para ver cuándo podré cumplir con el objetivo de saciar el ansia de chocolate. ¡Han pasado cinco minutos sólo! Resignadamente retomo la contemplación de las fórmulas, que empiezo a copiar automáticamente, hasta que en una de esas me giro a mirar a mi compañero. Algo que conlleva dos noticias, una mala y otra buena. La buena es que se está durmiendo con los ojos abiertos. La mala es que ahora no podré decirle que me dé un codazo cuando me vea a punto de tragarme la mesa. ¡Qué Reynolds nos auxilie!

-Y con esto terminamos por hoy.

Salgo de mi ensoñación y suspiro. Menos dos horas. Vale, sí, esto es un juego de rol decido, pero… ¡Toca el descanso! Y yo necesito café de igual forma a la que un avión necesita sustentarse para encontrar su razón de ser. ¡Y tengo la hora libre! La perspectiva es interesante. Oteo cuál ave de presa entre la multitud a mi compañero de sufrimiento para proponerle el segundo café de turno. Lo ubico y tras tantos años, parece que hayamos desarrollado una extraña y eficiente telepatía que hace que nos entendamos sin palabras, por lo que procedemos a descender los seis niveles hasta el infierno, aunque en este caso es al revés. El purgatorio está en la sexta planta y el paraíso en la primera.

Una buena charla (algo “monotema”, eso sí) y un segundo café de desigual sabor, compensa parcialmente el sufrimiento de las dos horas escasas de clase. Pero sobretodo lo compensa el saber que tienes una hora por delante libre, con la que poder casualmente alargar el momento cafetería, ya que para una hora no compensa ir a la biblioteca, y que conste que no es por vagancia. Lo dicho, buena perspectiva….

-Acuérdate de que esta tarde tenemos práctica, ¿eh? Es la tercera. Y no te olvides de las de dibujo, que se entregan mañana.

Me giro, eludiendo la voz de la consciencia que me dice que esa frase cruel va dirigida a mi persona. La reprimo en mi mente… apenas unos segundos. Porque la persona que ha osado soltarla se sienta frente a mí. Adiós tarde libre… esto de estudio rectifico internamente, y comida en casa. Menos cuatro a todo. Adiós día enriquecedor. Y cómo llamada profética, suena el timbre. Interrogo a mi adorado compañero de prácticas sobre la siguiente clase, y responde que toca Motores, mientras marchamos hacía el cadalso.

Una hora después, asumo que no me he enterado de nada referente al motor alternativo, pero que al menos me ha servido para imaginarme mi coche perfecto, así como su color y la potencia que me gustaría que desarrollase. He de mirar el precio. Al menos, tenía algo que ver con la clase, ¿no? Atisbo a mí alrededor, valorando positivamente la opción de pedir a alguien los apuntes, aunque en esta clase se sabe que ningunos son fiables. Ya improvisaré sobre la marchase me ocurre, a la par que surge la figura del profesor de la última hora: Tecnología de la Producción Aeroespacial, TPA para los amigos y enemigos. Y en esta también nos dan buenas nuevas, a saber: tenemos ya preparado el quinto libro en publicaciones, el cuál será el último que entre en el parcial que harán de aquí a un mes… Ahora sí, decido. Hora de hacerse politeísta y pedirle a Gauss por la salvación de mi vida académica, porque mi camino del infierno a la luz, tiene pinta de ser muy arduo… y más considerando que no me he enterado de lo de las tolerancias ni de lo qué es un torno o para qué sirven la fresa… Pinta muy negro. En esos macabros pensamientos ando recreándome cuando me suena el móvil. Precisando la información, diré que siento que vibra. Esperanzadamente lo saco con la esperanza que sea el despertador y esto sea una pesadilla en vez de un juego de rol o similares, pero nada más lejos de la realidad. Es mi madre, que se atreve a exigir el informe sobre si la honraré con mi presencia a la hora de comer. Y aunque suene raro, se lo niego con todo el pesar de mi corazón, ante lo que me responde que cada día me ve menos antes de colgar ligeramente mosqueada. Lo peor del caso, es que yo comparto su opinión, ¡pero a las madres no se les reconoce la razón! Así que resignado por vigésima vez en el día recojo las cosas y me voy junto a los demás a hacer la eterna cola de la comida mientras pienso en la tarde que me espera, la montaña de apuntes y que ese ha sido un día más en la vida de aeronáutica. Y no precisamente por ese orden. ¿Será en navales igual?


1 comentarios:

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http://inmapequenaescritora.blogspot.com/
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