Reflejos XI (Segunda parte)

-Me siento especial, distinta, en paz conmigo misma, lo disfruto, no sé... Es complicado de explicar.

-¿Y quieres que te lo haga de alguna forma especial?-cambió de tema.

-Eso ya lo verás... De momento necesito que te quites los pantalones y todo lo demás.

-Que ansiosa te veo- y salió del agua, atendiendo a su petición, despojándose de su restante ropa húmeda, alegrándose la vista cuando vio su ropa interior pegada en los lugares exactos marcando sensualmente su masculinidad.

-Te quedan bien.

-¿El qué?- ya que él ajetreado por la ropa, era ajeno a su nada ingenua inspección.

-Los slips.

-Claro, he de mantener a mi audiencia cautivada y expectante.

-La verdad es que lo haces bien.

-De todas formas, sintiéndolo mucho me los quitaré- y dicho eso se los quitó, retorciéndolos para quitarles parte del agua.

-¿Te los piensas poner mañana?-bromeó ella.

-En realidad, me excita ver como no dejas de admirar ciertas partes que tengo por ahí abajo.

-No seas tan egocéntrico, es sólo que me preguntaba donde podría clasificar tu tamaño – le provocó.

-¿Y?

-Supongo que en la media- se encogió de hombros, pasando a abandonar el borde de la tina yendo hasta él y sentándose a sus pies.

-¿Querrías más?-preguntó pícaro, flexionadas las rodillas quedando a su altura, el tema de conversación estático sin apoyos en el aire.

En vez de contestar se lanzó contra él, cayendo ambos al suelo, ella tumbada sobre él, colocando una de sus rodillas bajo sus testículos buscando su perineo con frenesí, contoneándose contra él, sujetando sus muñecas para evitar que se moviera. Al hacerlo recorrió toda esa zona con delicadeza, dando sensuales caricias, arrancando gemidos placenteros de la garganta masculina, notando en su propia piel como se iba poniendo dura y erecta.

-Lo he encontrado-pronunció orgullosa de sí misma, pronto viéndose sorprendida, cuando los brazos de sus presa se liberaron yendo a sus nalgas. Sin ser capaz de detener el movimiento de su cuerpo, que de pronto se hallaba sentado sobre las piernas de él.-¿No te gustaba?

-Es que estoy ansioso, algo me dice que eso no es lo que querías.

-Tus deseos son órdenes, por hoy -se apresuró a añadir lo último.

Y pronto él adivinó su idea cuando se irguió levemente sobre su pene abriendo su entrada con sus manos. Haciendo un esfuerzo la detuvo obligándola a sentarse de nuevo.

-¿Pero qué....?

Antes de responderle, alargó su brazo a su pantalón no muy lejos de allí y frenéticamente buscó en los bolsillos, suspirando de alivio al dar con lo buscado.

-Ya has hecho tu elección, no podemos hacerlo como hasta ahora- resumió mostrándole el motivo de su detención.

-Así, ¿sin más?

-Que esperabas, ¿una ceremonia de decisión?-cuestionó rompiendo el envoltorio.

-Tal vez. De todas formas, ¿aquí también tenéis de eso?

-Pues no sé, yo los saqué de tu mundo.

-¿Acaso ya dabas por supuesta nuestra situación actual?-quiso saber, haciendo desaparecer aquello de sus mano.

-Quería demostrarte que a veces pienso con la cabeza, señorita impulsiva. Por otro lado, hombre prevenido vale por dos.

-¿Hombre, no sería mejor vampiro?

-En estas circunstancias ante todo se es hombre.

-Comprobémoslo- sorprendiendo a su compañero al acercársele, inclinándose levemente y deslizar suavemente desde la punta el látex a lo largo de toda su longitud.

-¿Retomamos lo que dejamos aparcado?

-Será un placer - la volvió a arrastrar hasta a él, provocando que se cayese bruscamente terminando en su regazo.

-Ansioso- y calló la réplica al acariciar tiernamente sus labios con los dedos.- Lo harás tú.

-¿El qué?- pronunció bajo ellos.

-Lo que provoca tu ansiedad-entonó cual reprimenda.

Y sin previo aviso, le separó las piernas y tras ello, con una mano buscó su entrada que procuró mantener abierta, y con la otra agarró su miembro guiándolo hasta allí. La penetró salvajemente, ensartando de golpe en su interior su hombría, arañando ella su espalda procurando no gemir, ahogándolo en su garganta. Mas esta vez él no se detuvo a esperar, la montó a horcajadas sobre él sin permitirle liberar un centímetro de sus dos sexos unidos. Al no notar respuesta en ella, que seguía aferrada a él, empezó a preocuparse.

-¿Te he hecho daño?

-Sí, pero me gusta-le tranquilizó, desligándose de él y enfrentándolo-. Supongo que ahora me toca a mí.

-Sí...

-De todas formas porque no miras allí-dijo señalando hacía arriba.

Le extrañó la sugerencia, aún así, la siguió y vio las dos figuras reflejadas en el espejo del techo casi estáticas, observando y sintiendo como ella se empezaba a mover sobre él, arrastrándose como una serpiente hacía adelante y descendiendo lentamente, tal pareciera que estuviese masajeando el intruso dentro de ella. Deteniendo su acción, pasó instantáneamente a alzarse levemente para volver a bajar con rapidez, apoyándose en su pecho, cual amazona. Él gimió de placer, debido al movimiento encima suyo que lo deleitaba de gozo, unido a la excitación incrementada por el morbo de verse a ellos mismos tanto en el espejo del techo como en lo de los laterales, nunca perdiendo de vista sus senos danzando sensualmente, las oscilaciones de su cuerpo contempladas de perfil, cuyo poder hipnótico le hacía incapaz de apartar los ojos de esos movimientos que ayudaban a la sensación de sus paredes apretarse entorno a él. Perdido en sensaciones creadas por ella, no la notó echándose para atrás hasta quedar tumbada de cara al techo, aún enlazada a él, pudiendo contemplar así, sus manos afianzarse en sus muslos apretándose todo lo posible contra ella, buscando su clítoris.

Ella disfrutaba de la acción, arqueando la espalda sobre el suelo, restregándose con ansía contra él. Excitada ahora también ella por el hecho de ver su cara de satisfacción, incrementada al sentir cosquillas en su pubis, surgidas por el transcurrir de sus dedos en los rizos de su sexo, jugando y enredándose con ellos, fascinada por lo erótico de la situación. Sin notarlo, se masajeó sus propios pechos pellizcando los pezones, deseando alcanzar el clímax a la mayor brevedad posible, percatándose del hecho que estaba próximo.

Él fue consciente de que estaba a punto de llegar, por los fluidos húmedos en el interior de ambos, buscando su misma posición en el suelo, ambos viéndose en lo alto, sus cuerpos desnudos agitados, el bello rizado de ambos entremezclado formando uno sólo, él estimulado más si cabe por la forma salvaje y desesperada de restregarse sus pechos, y ella disfrutando además el roce de sus testículos en la sensible piel de esa zona. Y sin detenerlo y embriagados por la atmósfera, alcanzaron el momento a la vez, gimiendo de gozo al liberar la pasión desbordante y arrolladora, corriéndose él en la evidente humedad de ella, que a pesar de todo percibía, cayendo exhaustos contra el suelo, resonando sus respiraciones agitadas en los oídos del otro.

Pasaron unos breves minutos, cada uno perdido en sus propias sensaciones, hasta que él se incorporó y renuentemente se alzó saliendo de ella, anhelando su calor al instante, abandonada su calidez. No obstante, no se permitió alargar su duración, ya que enseguida se tumbó a su lado, recostando su cabeza sobre su pecho, entrelazando sus manos. Ella notó el vacío en su interior, reemplazado por una sensación sedosa contra su torso, habiéndose él recostado allí, con una expresión de serenidad en su rostro. Tiernamente empezó a acariciarle el pelo, deteniéndose al escuchar su respiración pausada otorgada al dormir, pasando a abrazarle como a un niño, buscando acompañarle a su mundo onírico, algo que no tardó en conseguir.



Se desveló al percibir el leve sonido de una puerta al ser cerrada, no hallando a simple vista fuera de la normal. Nada excepto aquel cuerpo masculino que reposaba junto a ella, al que abrazaba firmemente sin haber aflojado su abrazo un ápice en sueños.

-Eres como un niño-susurró en voz baja.

-Sólo cuando estoy junto a ti-respondió él, sobresaltándola y liberándole de su abrazo.

-Siento haberte despertado.

-No pasa nada, me desvelo enseguida-explicó levantándose del suelo quedando frente a ella.

-Pues con la rapidez con la que te dormiste cualquiera lo diría.

-Ya te lo he dicho, porque estoy contigo.

-¿A dónde vas?-cambió ella de tema al verle alejarse.

-Teníamos que irnos, ¿recuerdas?

-Sí...

-Y bueno, supongo que será mejor bañarse y prepararse, no es plan de presentarse así- comentario ante el que se dio cuenta de la desnudez de ambos.

-¿Y la ropa?

-Aquí está, la ha traído Ekain mientras dormíamos-le mostró la ropa cuidadosamente plegada colocada sobre un vestidor oculto tras una columna-. Además ha cambiado el agua, deberíamos apresurarnos.

Ante el inmutable silencio envolvente y la inactividad de ella, decidió que era hora de apresurar las cosas, por lo que volvió junto a ella y la cogió en brazos.

-¿Q-qué haces?- quiso saber, sorprendida por su impulsividad.

-Si tienes miedo al agua deberías habérmelo dicho, lo habría solucionado- bromeó yendo hasta el borde y dejándola caer al agua de repente, siguiendo él el mismo destino, zambulléndose y aferrando por la cintura a su desconcertada presa que sin apenas tiempo de recuperar su respiración se vio arrastrada bajo el agua, donde unos labios sellaron los suyos, apartándose tras un breve roce, siendo nuevamente guiada a la superficie con igual impulsividad.

-¿Eso a que vino?-fue su molesta pregunta.

-Quería probarlo.

-¿Y si me hubiese ahogado?

-Ten por seguro que estando conmigo jamás lo hubiese permitido-respondió serio.

-Nunca se sabe. De todas formas, déjate de tantos juegos, tenías prisa si mal no recuerdo.

-Cierto, ¿te importa si me baño contigo? Ahorramos tiempo.

-No, a mi no me importa. El único con problemas respecto a eso, eres tú-le recordó con toda la intención.

-Haré un esfuerzo, y creo que lo mejor será que te bañe yo, la tortura será menor que verte hacerlo.

-¿Qué?

-Venga, pórtate bien y déjate-pidió introduciendo las manos en su larga cabellera.

-¿Y qué tiempo ahorramos de esa forma?

-Está bien, pero algún día lo haré, avisada quedas. Eso sí, mejor de espaldas...

Ella no esperó más tiempo y se giró, dispuesta a empezar, pero le faltaba algo.

-¿Edwing?

-¿Sí?

-¿Con que me lavo el pelo?

-Ah sí, claro-y presintió su acto de estar pasándole algo.

Se giró y cogió lo demandado de su figura de espaldas, procediendo a ello. Pasados unos minutos, notó al vaivén del agua entorno a su cuerpo, y a él abandonándola.

-¿Dónde vas?

-Ya he terminado.

-Ah...

-Tú tómate tu tiempo.

Se sumieron ambos en el silencio, siendo el roce de la ropa contra la piel masculina y el suave fluir del agua, lo único que lo rompía. Y así persistía, al alzarse ella tras haber finalizado, yendo a la figura de espaldas del rincón.

-¿Qué ropa me pongo?

Él se giró, topándose con su cuerpo desnudo, chorreando agua sobre las baldosas, el pelo húmedo agarrado a sus formas. Tragó saliva antes de recordar su locuacidad.

-¿No usabas toallas antes?-respondió su interrogación con otra.

-Sí, pero no sé donde están aquí.

Era cierto, pensó él. Muy observador habría que ser, para notar las toallas de las columnas, confundiéndose con la propia textura que las sostenía.

Se alejó con aquel rumbo, apartándose y dejarla enfrentándose a su reflejo recobrado en el espejo del vestidor. Su doble le devolvía unos ojos llenos de asombro, al percatarse de que lo había recuperado, y además, al ver una larga toalla enroscarse entorno a su forma, sostenida invisiblemente, algo que negaban los dedos que ella sentía contra su piel.

-No te veo...

-Los vampiros no lo hacemos-mencionó, centrado en su tarea de secarla.- Levanta los brazos.

Ella obedeció, formulándose otra pregunta en mente, al verse así misma en aquella posición.

-¿Tú me ves a mi? En el espejo quiero decir.

-Claro.

-¿Y qué sientes?

Se detuvo, él ahora admirando el cuerpo voluptuoso de la imagen.

-Que sino tuviésemos otras cosas más apremiantes que hacer, no te dejaría salir de aquí durante bastante tiempo, y ni que decir tiene, que no me harían falta ni toallas ni ropa.

-Empiezo a creer que sólo piensas con una parte de tu anatomía. Pero me refería a si no se te hace extraño, no ser capaz de verte a ti mismo, tu aspecto, tu cara, conocer cómo eres...

-No... Yo nací así, jamás he echado en falta el verme reflejado. Lo que nunca has poseído, es algo que jamás aprendes a necesitar.

-¿Y no tienes curiosidad por ver tu aspecto?

Él se encogió de hombros, reposando la toalla ahora sobre los hombros desnudos.

-Tal vez si fuera otra persona, sí. Pero créeme, mis preocupaciones divergen de esa. Además aquí, en vez de fotógrafos, tenemos pintores.

-¿Y cómo sabes si llevas un aspecto presentable cuando has de reunirte y similares?

-Me fío de Ekain.

-Tan mayorcito y necesita niñera hasta para vestirse.

-Por algo es en parte mi consejero. Te aseguro que si me vistiera acorde a mis deseos perdería toda credibilidad.

-Eso es algo que me gustaría ver.

-Algún día, si tenemos tiempo te concederé el deseo. Ahora vístete anda- se separó unos pasos de ella, los justos para apoyarse en unas de las columnas cruzado de brazos, perdida la mirada. Transcurrieron unos minutos, en los que nada aparente ocurrió, salvo que ella divaga por pensamientos lejanos frente al espejo, inmóvil, y él la estudiaba pacientemente, la curiosidad aumentando al verla parada.

-¿Qué ocurre? – se acercó a ella, preocupado, parándose a su espalda.

-Me estaba preguntando una cosa…

-¿Qué cosa?

-¿Prometes no tomártelo a mal?

-Miedo me das cuando empiezas así, pero sí, ya sabes que te lo prometo.

-Tú, quiero decir, vosotros, ¿tenéis alas?



-¿Prometes no tomártelo a mal?
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Un día cualquiera

Primera hora de la mañana, bueno no, segunda. Salgo del tan afamado metro en hora punta madrileño. Pero no me quejo, al menos va puntual, o eso supongo. Miro el reloj y son las ocho y cuarto. Podría ser peor, me digo. Decidido a que la eventual rutina no me estropee el maravilloso día que acaba de empezar, emprendo camino a la escuela. Más en apenas unos cientos de paso surge el primer obstáculo de considerable relevancia, bueno mejor dicho, altitud. ¿Y es qué a quién se le ocurre plantar una escuela encima de un monte? Y no, aquella respuesta que un día me dieron, que si mal no recuerdo era algo como: “porqué los aeronáuticos queréis tocar el cielo” no me sirve. Cierto, es muy poética, ¿pero a quién en su sano juicio le sirve esa mala excusa cuándo tras apenas una hora u hora y media tiene que subir por el caminito del bosque? Pues a mi va a ser que no, que con la cantidad de años que llevo ya aquí, la edad pesa y mi fantástica forma física de la juventud se evaporó al segundo año… O tal vez el primero… en aquella época en que mi anatomía pasaba las tardes instalada en la silla del escritorio, estudiando, para suspender en febrero… Pero con elegancia, eso que nunca falte. Total, que invocando al todopoderoso Bernouilli, hago acopio de valor, y cuál David bíblico, emprendo la procesión ascendente hasta el hermoso edificio que no por ser de ladrillo rojo, sabe a otra cosa distinta que no sea chocolate. Amargo pero chocolate. Uno, dos, tres… veinte, treinta… cuarenta más o menos. Que esto es ingeniería y hay que aproximar. ¿Soy yo o los escalones se multiplican exponencialmente cada año? Brillante idea para un proyecto… cuándo esté en condiciones de aspirar a él… ¡Bah, es igual!

El esfuerzo físico ha sido sobrehumano, así que me merezco un desayuno consistente para recuperar fuerzas y un café bien cargado para la primera clase que es… ¿qué tengo yo a primera hora? ¿Cálculo, motores, resistencia,…? Creo que mejor serán dos cafés, uno ahora y otro en el descanso. ¿Por qué haremos descanso, no? ¡Por Gauss, qué no haga las dos clases seguidas! Aunque, bien mirado, tal vez debería mirar el horario…

Bloqueo mis neuronas poniendo en práctica los principios de relajación zen que me recomendaron, aunque la verdad, empiezo a intuir que padezco de neurosis aguda, y sólo son las ocho y veinte de la mañana… o y veinticinco que en esta vida todo es relativo.

Al menos el ascensor viene pronto, me da por reflexionar nuevamente. Abrir, entrar, cerrar… y subir planta a planta, que no se diga que no ejercito la paciencia. ¡Si es que aquí se cansan hasta los objetos inanimados! Estoy por expresarle en voz alta mi comprensión al humilde señor ascensor, cuando sobre la cuarta planta las puertas se abren y entra un profesor. No he saltado del susto, o eso creo. En cualquier caso disimulo saludándole educadamente, y pegando la espalda, bien recta, contra el rincón más alejado, sólo por si acaso, nunca se sabe. Inspira y expira, me digo. Procura no acordarte de que este es el profesor a cuya asignatura irás próximamente a la novena convocatoria. No conviene hacer enemigos. Piiiiiii. Sexta planta me anuncia mi interiorizada voz académica. No vuelvo a saltar de milagro. Le dijo adiós todo lo objetivamente que puedo, sin maldecirle por el camino, y salgo grácilmente cual gacela… que casi se traga las puertas. ¡Casi! Y acelero el paso, si total, ya he dado la nota.

Llego a clase, y nuevamente me entran ganas de saludarla como si fuésemos viejas amigas. Algo en plan, ¿qué tal, cómo fue la tarde? ¿Cundió mucho? Pero como sé que no me va a responder, hay que entenderlo, la pobre está frustrada, me encamino a mi lugar de siempre, en el que no se marca la silueta en la silla porque no es de superficie de rugosidad fina ni se adapta a mi forma como un líquido. Y razono que tal vez, después de los largos años de fraternidad entre la mesa y yo, me haya ganado el derecho a poner mi nombre como acto heroico. Pero claro, si me pillan, me cae una buena. Nada, mejor lo dejo. Apalanco las cosas ahí de cualquier manera y busco entre mis cosas para encontrar mi horario para estudiarlo mientras desayuno, ya que mi memoria últimamente está bastante saturada y no es precisamente un diodo zener.

Bajo sin incidentes. Ya se sabe, la calma antes de la tormenta. Pido mi exquisito desayuno, que ya querría cualquier ministro para sí, y me acomodo en una larga, vacía y limpia mesa de la cafetería. Sí, así da gusto, sin gente y sin agobios. Adoro las primeras horas. Pero como no conviene pasarse de entusiasmo, empiezo a deleitarme con la dieta sana fundamentada en el café, y la pasta, mientras hecho un vistazo general a mi maravilloso día. Primera hora: Aerodinámica. Bueno, al menos no empiezo mal el día. ¡No, espera! ¡Son dos horas de teoría! No entres en pérdida todavía, me digo, que sino la cosa pintará muy mal. Inspiro e expiro. Un recuerdo difuso empieza a filtrarse entre mis memorias. Algo relacionado con un parcial… A mediados de mes… Empalidezco. ¡Este mes, y estamos a día 9! ¡Tengo un problema! Vale, hora de empezar a maldecir, o pegarse con alguien… o, o algo… No pasa nada, me quedan 6 días, un internamiento en la biblioteca de 4 a 9 lo soluciona, sólo entra la mitad… Empiezo hoy y si me centro, lo saco. Nada, no hay que amargarse, solucionado. Pasemos a la segunda hora: Materiales. Bien, dos horas y la tengo aprobada. Me he precipitado, más dos en estudio. Un segundo, ¿lo he expresado como un juego de rol? No, imposible, pura casualidad. Pero por si acaso, prefiero no continuar mirando el horario, y me marcho a asumir mi cruel destino de día de clase. Fiel a mi filosofía me digo eso de, que la suerte me acompañe.

Saludo a unos y a otros, comento el partido del día anterior y algún resultado más interrumpido por la llegada del profesor. Tomamos asiento, todos preparados para departir sobre el maravilloso mundo de los perfiles y demás. Apasionante. Lo mismo que mis divagaciones sobre si la calefacción estará encendida o no, porque ya se sabe, concentrarse con frío es muy malo, y yo lo tengo. Una cosa lleva a otra, y debido a alguna interconexión extraña, paso a recordar los ciclos de potencia que no sé yo si tienen algo que ver, pero me ha dado por pensar en ello...Y me entra una duda importante, ¿el ciclo Otto era de potencia o refrigeración? Suena el timbre, interrumpiendo la brillante idea que se me acababa de ocurrir, y he olvidado. Y… y la clase sigue. Bien, dos horas. ¡Bendito seas, descubridor del café, pienso! Y como siempre, una cosa lleva a otra y termino pensando en chocolate. Miro el reloj. Únicamente para ver cuándo podré cumplir con el objetivo de saciar el ansia de chocolate. ¡Han pasado cinco minutos sólo! Resignadamente retomo la contemplación de las fórmulas, que empiezo a copiar automáticamente, hasta que en una de esas me giro a mirar a mi compañero. Algo que conlleva dos noticias, una mala y otra buena. La buena es que se está durmiendo con los ojos abiertos. La mala es que ahora no podré decirle que me dé un codazo cuando me vea a punto de tragarme la mesa. ¡Qué Reynolds nos auxilie!

-Y con esto terminamos por hoy.

Salgo de mi ensoñación y suspiro. Menos dos horas. Vale, sí, esto es un juego de rol decido, pero… ¡Toca el descanso! Y yo necesito café de igual forma a la que un avión necesita sustentarse para encontrar su razón de ser. ¡Y tengo la hora libre! La perspectiva es interesante. Oteo cuál ave de presa entre la multitud a mi compañero de sufrimiento para proponerle el segundo café de turno. Lo ubico y tras tantos años, parece que hayamos desarrollado una extraña y eficiente telepatía que hace que nos entendamos sin palabras, por lo que procedemos a descender los seis niveles hasta el infierno, aunque en este caso es al revés. El purgatorio está en la sexta planta y el paraíso en la primera.

Una buena charla (algo “monotema”, eso sí) y un segundo café de desigual sabor, compensa parcialmente el sufrimiento de las dos horas escasas de clase. Pero sobretodo lo compensa el saber que tienes una hora por delante libre, con la que poder casualmente alargar el momento cafetería, ya que para una hora no compensa ir a la biblioteca, y que conste que no es por vagancia. Lo dicho, buena perspectiva….

-Acuérdate de que esta tarde tenemos práctica, ¿eh? Es la tercera. Y no te olvides de las de dibujo, que se entregan mañana.

Me giro, eludiendo la voz de la consciencia que me dice que esa frase cruel va dirigida a mi persona. La reprimo en mi mente… apenas unos segundos. Porque la persona que ha osado soltarla se sienta frente a mí. Adiós tarde libre… esto de estudio rectifico internamente, y comida en casa. Menos cuatro a todo. Adiós día enriquecedor. Y cómo llamada profética, suena el timbre. Interrogo a mi adorado compañero de prácticas sobre la siguiente clase, y responde que toca Motores, mientras marchamos hacía el cadalso.

Una hora después, asumo que no me he enterado de nada referente al motor alternativo, pero que al menos me ha servido para imaginarme mi coche perfecto, así como su color y la potencia que me gustaría que desarrollase. He de mirar el precio. Al menos, tenía algo que ver con la clase, ¿no? Atisbo a mí alrededor, valorando positivamente la opción de pedir a alguien los apuntes, aunque en esta clase se sabe que ningunos son fiables. Ya improvisaré sobre la marchase me ocurre, a la par que surge la figura del profesor de la última hora: Tecnología de la Producción Aeroespacial, TPA para los amigos y enemigos. Y en esta también nos dan buenas nuevas, a saber: tenemos ya preparado el quinto libro en publicaciones, el cuál será el último que entre en el parcial que harán de aquí a un mes… Ahora sí, decido. Hora de hacerse politeísta y pedirle a Gauss por la salvación de mi vida académica, porque mi camino del infierno a la luz, tiene pinta de ser muy arduo… y más considerando que no me he enterado de lo de las tolerancias ni de lo qué es un torno o para qué sirven la fresa… Pinta muy negro. En esos macabros pensamientos ando recreándome cuando me suena el móvil. Precisando la información, diré que siento que vibra. Esperanzadamente lo saco con la esperanza que sea el despertador y esto sea una pesadilla en vez de un juego de rol o similares, pero nada más lejos de la realidad. Es mi madre, que se atreve a exigir el informe sobre si la honraré con mi presencia a la hora de comer. Y aunque suene raro, se lo niego con todo el pesar de mi corazón, ante lo que me responde que cada día me ve menos antes de colgar ligeramente mosqueada. Lo peor del caso, es que yo comparto su opinión, ¡pero a las madres no se les reconoce la razón! Así que resignado por vigésima vez en el día recojo las cosas y me voy junto a los demás a hacer la eterna cola de la comida mientras pienso en la tarde que me espera, la montaña de apuntes y que ese ha sido un día más en la vida de aeronáutica. Y no precisamente por ese orden. ¿Será en navales igual?


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Reflejos XI (Primera parte)

La decisión había sido tomada. Ahora sólo le quedaba esperar por el éxito del cometido, que como fue acordado llevaría él mismo a cargo. En caso contrario... en caso contrario el azar repartiría sus cartas de juego.

Perfectamente al tanto, sabía que un acuerdo con el Leviatán sería probable únicamente por su puro deseo o convicción, puesto que ellos no estaban en posición de ofrecerles algo a la altura de las circunstancias. Quién sabía el precio que exigiría a cambio. En cualquier caso, marcharía a ello, temiendo en cierta forma los movimientos de su hermano en su ausencia, mas si todo iba bien, poca sería su ausencia. Y en cuanto a Lyselle, la llevaría consigo, de esa forma evitaría divagar permanente sobre su bienestar, quedando en sus manos únicamente su bienestar, obligado con ello a dejar el país con la mayor discreción posible.

Nada más posar sus pies sobre la superficie pulida del gran salón, observó a Ekain aguardando, hasta quedar a su altura inclinando la cabeza a modo de saludo.

-Bienvenido de nuevo, señor.

-Hola Ekain. ¿Alguna novedad?

-No, señor. Nadie ha vuelto a intentar inmiscuirse en el palacio.

-Tal como suponía. ¿Y Lyselle?

-No la he visto durante el tiempo que he estado por la planta baja, deduzco pues, que algo habrá atraído su atención en los pisos superiores.

-Bien, gracias Ekain.

-¿Desea algo más, señor?

-Ah, sí. Me ausentaré unos días. Buenos nos ausentaremos. Prepara algo de ropa formal para ambos con la máxima celeridad posible.

-Así se hará-y en unos instantes estaba fuera de la vista.

Edwing avanzó con paso firme por la elegante escalera, intentando adivinar donde estaría la chica. Dejando a su instinto guiar sus pasos, éste le impulsó a tomar una pedregosa escalera de caracol que desde unos de los rincones del pasillo, se alzaba con elevada pendiente. Suavemente remontó ascendiendo los escalones y se detuvo ante la primera puerta que apareció ante su mirada, situada en el pasillo central.



Ansioso por los nuevos sucesos, abrió la puerta sin percatarse del lugar que se ocultaba tras ella, ni de que tal vez fuese necesario llamar. Por lo que al hacerlo, la visión dada por sus ojos, fue la menos imaginada.

El amplio espacio respiraba una atmósfera vaporosa de fragancias indeterminadas, empañando los grandes espejos que abrazaban sus paredes. Murmullos de aguas fluyendo desde las griferías en forma de estrella sobre una profunda y amplia tina anclada en el suelo reverberaban sobre las paredes como una suave melodía. Alrededor de ella, cuatro columnas de capiteles en forma de alas ofrecían toallas a sus usuarios, y sujetaban una bóveda que emulaba un cielo nítidamente estrellado. Mas la suntuosidad de la estancia no representaba motivo alguno de alteración. El verdadero motivo emergió de entre las brumas. Allí se encontraba ella, al pie de un sendero de ropa, la piel resplandeciendo a la luz de las velas cuya luminosidad emergía de varios lugares, con ojos de sorpresa en su cara ante el intruso.

-¿Qué haces?-quiso saber.

-P-perdona... No imaginé que estarías....

-Cierra la puerta al menos-expresó con total naturalidad.

-¿Cómo? Ah sí, sí, claro- Y con un gesto brusco la cerró, yendo después hasta la figura, abrazándola por detrás automáticamente.

- ¿Qué haces?-salieron sus palabras sin darse cuenta que sus manos ya trazaban senderos por la piel femenina. Deleitándose con el tacto de la piel de sus senos, acariciándolos circularmente buscando sus pezones. No obstante, a centímetros escasos de coronarlos, ella abandonó su contacto.

-Iba a bañarme, sino te importa.

-P-por supuesto que no – habló, con las palabras atoradas en la garganta y sin encontrar nada interesante que poder mirar.

-Bien, entonces haz algo.

-¿Algo?

-Es que estás en medio, quédate o sal. Como prefieras.

-¿Me estás insinuado que...?

-Te estoy diciendo que yo voy a bañarme. Tu elección depende de ti- y aclaradas las dudas, le esquivó y dando un par de zancadas se lanzó con gracia a la nítida superficie rompiendo su utópica perfección.

Tragó saliva al ver su cuerpo desnudo saltar grácilmente, zambulléndose con sus pechos balaceándose en una hipnótica danza, desapareciendo sus piernas en esa agua a la cual ahora envidiaba. Pasmado en su estado, no supo percibir que aquella sirena emergía delante de su visión, con perlas incoloras serpenteando su figura, hipnotizado con algunas que desde su pelo se escurrían por sus pechos hasta volver a unir sus cauces en algún rincón secreto de entre sus piernas, acompañadas permanentemente por sus hermanas. Sugestionado visualmente, se arrodilló sujetándola por la cadera y empezó a lamer una gotita traviesa a la altura de su pubis, delineando todo su contorno con sus manos, ascendiendo y conectando la lengua con su vientre, tembloroso debido a la humedad ejercida, resiguiendo sus costillas y el canalillo, terminando finalmente en su cuello, chupando desesperadamente las marcas moradas.

-¿Has decidido que vas a hacer ahora?-murmuró.

-Mmmmmmm- le respondió, incapaz de algo coherente perdido como estaba en su tacto.

No pronunciaron nada más, y enseguida él se vio irremediablemente arrastrado por la corbata hacía adelante, presintiendo sus intenciones pero incapaz de detenerlas. Poco transcurrió cuando de un súbito tirón y un leve golpe, aterrizó en la bañera sujetado a su cuerpo como un náufrago, inmediatamente captando las vibraciones de su cuerpo y su risa resonando como una suave canción, despertándolo de su sopor.

-¿Pero qué has hecho?

-Bueno, como estabas como un espantapájaros ahí en medio, lo he solucionado.

-¿Tirándome a la bañera? ¿Era esa la única opción?

-No, pero si la más efectiva. Y además, es hora de bañarse.

-Eso también es verdad.

-¿Ves como estás de acuerdo conmigo?- cuestionó con una inocente sonrisa, y las manos detrás de la espalda.

-Tendré que quitarme la ropa al menos.

-Trae, ya lo hago yo-propuso juntándose lo más posible a él.

Con manos ágiles, aflojó el nudo de la corbata y desabrochó los botones de su camisa al igual que los de su pantalón.

-Veo que te has dejado la camisa por fuera-pronunció sobre sus labios.

-Eh... sí. Es menos formal llevarla así...

-Bueno, esa excusa es nueva. ¿Tu sales en las fotos?-le cambió el tema dejándole anonadado.

-Pues no. ¿Por qué?

-Lástima, porque ahí todo empapado y semidesnudo serías la fantasía de cualquier mujer.

-¿Te gustaría que lo fuera?-le preguntó agarrándola por la cintura.

-Podría ser un buen negocio...-le respondió mirándolo fijamente.

-Pues es una lástima, pero te quedarás sin él. Mucho me temo que tendrás que conformarte con guardar la imagen en tus retinas-la tentó seductoramente.

-Eso me temo. Bueno, creo que lo podré soportar-y de pronto se sumergió en el agua sin pista alguna sobre la incertidumbre de su acción.

Pronto sus manos le dieron la pista, al sentirlas descender por sus piernas, con clara intención de descalzarle, cosa que él colaboró en realizar, contemplando a su sirena emerger con sus zapatos en la mano.

-Creo, que están un poco inservibles-anunció dejándolos al borde.

-Lo único que yo creo es que desde que estás aquí, me has arruinado más ropa en apenas un día que en toda mi vida anterior.

-¿Tienes quejas?-amenazó presta a marcharse de allí.

-¿Tu qué crees?-y llevó su mano hasta la parte de su anatomía que empezaba a despertar dentro de su pantalón por debajo del agua.

-Esa parte no, ¿pero y tú?-se empezaba a mostrar indecisa e insegura.

-No. Podrías arruinarme el armario entero sin necesidad de encontrarnos en estas situaciones que me daría igual. Mientras estés a mi lado me da igual tener que renovar el vestuario.

-¿Me dejarías ayudarte?-volvía a la confianza de antes.

-¿A qué?-cuestionó no muy seguro de los rumbos de sus conversaciones.

-A elegir tu ropa... Bueno la que te quede, porque no sé si aquí tendréis muchas tiendas...

-En realidad se la pido a Ekain

-¿El fantasma de antes?

-No es fantasma. Es un vampiro. Y si, es él.

-¿Por qué él si puede estar por aquí? – se interesó, recelo infantil tiñendo la pregunta.

-Porque es mi mayordomo, ayudante, guardián, maestro... y súmale un montón más de cosas.

-Vamos que le quieres como a un padre.

-Algo así. ¿Tan fácil soy de leer?

La vio encogerse de hombros con naturalidad antes de contestar.

-Para mí, sí.

-La verdad es que mi padre nunca se ha ocupado demasiado de mí. Decía que un futuro rey debía acostumbrarse a la soledad de su deber, y no fiarse nunca de nadie. Para él la estima por alguien nublaba el juicio, no siendo capaz de pensar objetivamente sobre las personas.

-¿Te criaste sólo?

-Sí, bueno no. Ekain me enseñó todo lo que debía saber, y en menor medida me instruyó en lo que necesitaría saber para mi cargo. Pero si te refieres a con amigos y cosas así, pues si.

-¿Y tu hermano? Al que mencionaste antes

-A él se le permitió todo lo que yo anhelaba.

-¿Entonces por qué comentaste antes aquello de él?

-Verás, igual que los humanos son distintos, nosotros también. Cada uno posee metas distintas. Mientras yo hubiese preferido una vida normal, dentro de lo posible, él es ambicioso desde niño. Deseaba y desea mi posición. De igual forma que a mi me pasa con la suya.

-¿Y no podéis intercambiarla?

-No es tan sencillo... Mi padre, ni la mayoría del consejo confían en él. Temen que nos venda por sus ansias de poder.

-¿Vender a quién?-interrogó con extrañeza.

-No te lo quise decir anteriormente, pero lo cierto es que estamos en guerra.

-No lo parece.

-Nuestros vecinos lo están. Nosotros aún permanecemos neutrales, pero temo que no durará mucho. De hecho, de eso quería hablarte.

-¿A mi? Si no sé nada de este mundo.

-No. Ya te he dicho que somos neutrales, pero nos presionan para tomar parte. Se ha acordado tratar una posible alianza con los dragones que nos ayude a mantenernos como hasta ahora. Es por eso por lo que he de marcharme a tratar el asunto con ellos. Y bueno, si decides quedarte te llevaré conmigo.

-¿A ver dragones? ¿En serio existen?-exclamó contenta.

-Existen sí. Pero no te refieras a ellos como si fueran atracciones, que menudo genio gastan.

-Lo que no entiendo es porque tienes que ir tú.

-Los dragones son orgullosos de por si. Así que imagínate su líder, el Leviatán. No creo que caminando sobre el abismo como nos encontramos, sea bueno provocarle mandando a tratar con él a alguien de inferior rango.

-Cierto... Una cosa...

-Dime.

-¿Qué es este mundo? ¿Cómo llegaste al mío?

-Es una especie de realidad paralela, o más bien un submundo del humano. Los vampiros podemos cruzar la barrera que los separa.

-Por lo sangre humana...

-Así es... Alimentarnos sería ardua tarea sino pudiésemos atravesarla-respondió sin atreverse a mirarla.

Ella se sumió pensativa en la nueva información, ajena a todo, por lo que él pensó que sería un buen momento para deshacerse de la ropa mojada, dado que en constante remojo no se secaría. En mitad de dicha acción se hallaba, despojado ya de la gabardina y la camisa, cuando presintió que ella había abandonado ya su mundo de divagaciones.

-Mi respuesta....-comenzó, mientas le liberaba de la corbata.

-¿Sí?

-Debo responderte...-enseguida notó sus manos enlazadas a las suyas, percatándose del sudor que las cubría.

-Dámela pues.

-Verás... En vista de que me has dicho que me despreciaran igual... Prefiero quedarme... pero como humana.

-¿Te han convencido los dragones?-formuló él, con intención de relajar el ambiente.

-No, no es eso. Sé la vida que me espera arriba o donde quiere que esté. Allí no tengo a nadie como tú, que cada día me abres expectativas nuevas y me haces sentir querida y protegida. Allí me siento perdida y atemorizada. Por otro lado, no sé que me depara este lugar, así que pienso que debería intentarlo al menos, para no arrepentirme en lo que me quede de vida. Y si en algún momento vacilo, prosiguiendo como humana al menos podré regresar, si no te importa y me permites volver- concluyó.

-Te prometo por mi rango y con mi corazón, que si tu deseo es volver, lo cumpliré y desapareceré de tu vida para siempre -juró ante ella hincando una rodilla en el fondo de la tina y besándole el dorso de la mano.

-¿Y mi sangre?

-Renunciaré a ella.

-No, si me marcho, al menos deseo dártela. No quiero estar en deuda contigo.

-No la deseo si es por obligación- constató con voz grave.

-Te la doy en agradecimiento por haberme amado y dado una opción que jamás imaginé tener...

-En ese caso, si tan segura estás, que así sea -accedió abrazándola con fuerza contra si-. ¿Lyselle?

-¿Qué quieres?

-¿Puedo besarte?

-¿Desde cuándo me pides permiso?

-A lo mejor no te gustan mis confianzas...

-Claro que puedes.

Y buscando sus labios se los besó dulcemente, dejando la esperanza de su deseo en aquel contacto etéreo de ese momento, expresando sin palabras lo que su corazón demandaba a gritos. Finalmente se separaron.

-¿Entonces cuando nos vamos?-quiso saber ella.

-Pues cuando termines de bañarte.

-¿Y tú?

-Mejor cuando lo hagas tú.

-Pero es que si te vas, no podré probar lo que tengo ganas de hacer.

-¿El qué?

-¿Me das permiso para hacerlo?

-Supongo que sí.

Desconcertado ante aquel nuevo giro inesperado, la divisó alzándose sobre el borde y sentándose suavemente en él, alargando su brazo indicándole que se aproximase. Así hizo, aprisionado en el momento por sus piernas desnudas y sus brazos tras su espalda, acurrucada junto a él.

-Para esto no necesitas permiso-dijo acariciándole el pelo.

-No es sólo esto- y la piel masculina de su abdomen advirtió las dulces caricias femeninas, buscando sus pezones que masajeó con tierna dedicación, incrementando su dureza, que al presentirla, no dudo en morderlos que delicadeza, obteniendo un gemido de su parte. Al ver que no le dolía, aumentó el ritmo sobre ellos, succionando con su boca y jugando con su lengua con ellos, alternándolos, erigiéndose orgullosamente en la boca de ella. Dando por satisfactorio su trabajo, se concentró ahora en su cuello, dándole pequeños besos, empezando con su nuez y subiendo garganta arriba, marcando toda su barbilla, perdiendo las manos en su pelo negro, allí donde ocultaba sus ojos. Sin dejar de volver a sorprenderse ante el tacto, suave como la seda.

-Que pelo más bonito -no puedo evitar observar aparcando sus besos.

-Bueno no me puedo quejar, la verdad

-Siempre quise que el mío fuese así-confesó con una sonrisa, deslizando sus dedos por el pelo que le ocultaba el cuello por detrás.-Lo que no entiendo es porque siempre ocultas tus ojos-observando claramente sus ojos ahora despejados por ella directamente.

-Porque son el reflejo de mi alma, y en según que ocasiones no es bueno que te lean como un libro abierto – se sinceró, intentando agachar la mirada, a lo que ella no se opuso.

-¿Hay mucha gente capaz de hacerlo?

-No...

-Entonces espero poder llegar a ser la única capaz.

-Ya lo haces. Cambiando de tema, deberíamos irnos.

-No.

-¿No?


-Quiero hacer algo antes, ya te lo dije...

-Con tu habilidad para desviarte del asunto no sé yo si acabaremos algún día... ¿Qué quieres con tanta urgencia?- se interesó algo impacientemente

Distraído atendió al espectáculo dado, fijándose en como agachaba la cabeza con vergüenza y nerviosa se frotaba sin notarlo el puente de la nariz.

-Quiero... que me hagas el amor... Es que como no se cuando volveremos, y tampoco me parece lícito de hacerlo considerando el motivo del viaje...

-¿Tanto te gusta?-preguntó divertido, obligándola a mirarle a los ojos.

-Creo que sí...

-¿Crees?
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