Reflejos X (Segunda parte)

Después de transitar durante unos cinco minutos por la avenida principal de la ciudad, bajo plateados arcos a cuyos pies reposaban antorchas que crepitaban iluminando con sombras etéreas el pavimento rojo, y fundía sus quejido con los ululares de las aves nocturnas, llegaron al edificio que era el centro médico más importante del reino. Un edificio estilizado y altísimo de color rojizo que hundía los invisibles cimientos en la tierra circundante, de diminutas repisas a modo de balcones salpicando la fachada aleatoriamente, picados sobre la propia piedra, conformando junto a los pequeños detalles esculpidos en sus bases, una verdadera obra escultórica. La entrada estaba franqueada por dos figuras de celosos guardianes sin rostro, que cruzaban espadas a ras de suelo, y sobre ellos, en aparente equilibrio extraordinario, la tan conocida figura perteneciente a la familia real, o mejor dicho, al reino, que en realidad estaba labrada sobre una puerta de cristal que parecía no existir.






Colocando la palma sobre cada una de las empuñaduras de los guardianes, está desapareció sucumbiendo al invisible mecanismo activado, desapareciendo en el resquicio abierto en el suelo con un sonido suave y calmante, permitiéndoles el paso.

Franquearon el umbral, adentrándose en la ancha antesala al aire libre que llevaba hasta ese lugar de sanación, alcanzando sus oídos los sonidos de las distintas criaturas vivientes que custodiaban aquel lugar, imperceptibles a los visitantes, y a la vez acechantes y cautelosas, que tal vez se ocultarán alrededor del bosque que se extendía por la parte trasera del edificio, donde un salvaje y misterioso bosque apenas permitía el paso.

Traspasaron otra puerta de mármol blanco abierta para ellos, y se internaron en el vestíbulo propiamente dicho, alto y de forma circular, de paredes calcáreas y amplio espacio pulcro y ordenado. Dos mujeres consultaban cosas en pergaminos, mientras un chico hablaba con alguien sentado en un rincón y otro hombre daba órdenes a alguien fuera del campo visual. Los cuatro cesaron la actividad al advertir la presencia de los recién llegados, y displicentemente esperaron a que Alodie hablara.

-Podéis proseguir vuestras tareas.

Esa afirmación bastó para que todos ellos continuaran lo que habían interrumpido. Volviéndose, se dirigió ahora al grupo recién llegado.

-Pueden esperar en mi despacho mientras yo examino a la niña – sugirió ésta, señalando la primera puerta a la izquierda. - Vamos, Azalea.- y llevándosela consigo, desapareció sin más palabras, dejándolos a solas.

En tenso silencio, ambos aceptaron la oferta de Alodie, dispuestos a esperarlas en el austero despacho.

-Le agradezco la deferencia que ha tenido con mi hija, pero mi opinión sobre usted no ha cambiado un ápice – soltó de pronto la mujer a bocajarro.

Inalterado, al imaginarse que le increparía similar a como lo estaba haciendo, respondió tomando el control de la situación desde el principio.

-Perdone mi ignorancia, pero aunque su cara me es familiar, no así su nombre, lady….

-Liblanch.

Claro, Liblanch, una de las familias nobles más antiguas y de mayor alcurnia. Si no recordaba mal, aunque en eso era verdaderamente malo, esa línea sanguínea y la suya habían estado íntimamente relacionadas en el pasado, tal vez dos o tres generaciones atrás… Puede que alguno de sus bisabuelos perteneciera a ellos, o tal vez un primo… o algún pariente similar. Ahora que se fijaba nuevamente, le venía a la memoria el encuentro que tuvo con los señores Liblanch, haría cosa de un año, en la celebración de la fiesta anual del reino. Y efectivamente, el recuerdo encajaba a la perfección con la mujer que tenía delante. De lo que no tenía ni idea, era de qué tenían una hija.

En aquella ocasión, siguió rememorando, el matrimonio congracio especialmente con Zeeg. No le dio importancia, al creer que la causa era que su hermano y el patriarca del clan tenían caracteres similares y compartían los ideales morales basados en la importancia de ser el más fuerte, pasando sobre los débiles y participes de una concepción donde los nobles fuesen los únicos con derecho a tener palabra en los distintos ámbitos, supeditando al resto de la población a su voluntad. Una oligarquía. No obstante, la hostilidad que ahora contemplaba, le hacía dar vueltas a otra idea que apenas empezaba a madurar. ¿Acaso Zeeg habría prometido algo al hombre a cambio de su apoyo? No tenía indicios salvo unas ideas algo incongruentes e indefinidas. Por lo pronto, continuaría casualmente la conversación.

-¿Algún día se aprenderá a separar las cosas, Lady Liblanch?

-No comprendo a que se refiere.

-A que con el debido respeto, me es indiferente lo que usted, su marido, o la gente de ahí fuera piense de mis acciones a nivel personal siempre y cuando no atañan a asuntos de estado. Si mal no recuerdo, yo hablaba con su hija, y no con usted, y eso, antes de reconocerla. Si lo he hecho, es porque me apetecía, no por obligación, al fin y al cabo, le recuerdo que yo sólo le debo sumisión a una sola persona, el rey.

Percibió la crispación de la mujer, rompiendo la estoicidad y displicencia de la apuesta cara, debido al temblor del labio inferior, en lo que dedujo era un intento por mantener bajo control la réplica de quien no está acostumbrado a ser tratado así.

-El descaro, la impertinencia y ligereza con la que habla le granjearán enemigos –replicó fríamente, la furia exitosamente bajo control.

-Que puedo decir, se me da bien hacer amigos –provocó él cínicamente, sin poderlo evitar.- En cualquier caso….- Se cortó repentinamente, mordiéndose la lengua, reparando en que el final de la frase era mejor guardárselo para sí, ya que ese “ya los tengo” podría significar un as en la manga si lo que los indicios apuntaban entorno a los Liblanch resultaban ser ciertos. Y tal y como se estaba desarrollando la conversación, le quedaban pocas dudas al respecto.- Tiene una hija encantadora – terminó la frase, procurando enmendar el error anterior con total naturalidad.- Independientemente de donde residan sus simpatías y sean cuales sean las creencias que tengan, no implique a la niña. Procure dejarla al margen, los niños siguen siendo niños y ellos no deben involucrarse ni tomar partido en la intolerancia de los mayores, suyo es el mundo de los sueños. Nuestra obligación es dejarles crecer libres de influencias externas. La vida se encargará enseñarles y enfrentarles a la realidad a su debido tiempo.

-¿Osa decirme cómo debo educar a mi hija?

-Sólo es un consejo, suya es la decisión de aceptarlo o no.

-En ese caso, le sugiero que recuerde esta conversación y dichos consejos en el futuro- recomendó en voz neutra, saliendo de la sala con todo el aplomo recuperado, dueña de sí misma.

-¿Acaso este es el día de los consejos? – bufó al saberse solo.

-¿A qué consejos se refiere? –interrumpió nuevamente Alodie, entrando en escena inadvertidamente y con idéntica sutileza a la de hacía apenas una hora.

Sin girarse a mirarla, algo que hubiese podido revelar la sorpresa causada al entrar ella silenciosamente en el despacho, poniendo en entredicho sus habilidades vampíricas, se dejó caer grácilmente frente a la silla tras la que la dueña gestionaba el área médica, haciendo ella idéntico movimiento.

-Qué pronto has regresado.

-Sólo se trataba de una herida habitual en críos. Tenía que asegurarme la completa cicatrización, ya sabe que en los niños la sangre apenas tiene plaquetas debido al desarrollo corporal y cambios fisiológicos propios de nuestra naturaleza. La que beben apenas llega a producir las suficientes para evitar hemorragias graves.

-Lo que me extraña es que algo así, lo trates tú personalmente.

-Tratándose de Lady Liblanch, ¿qué esperaba? La gente de la aristocracia se ofende enseguida si les trata alguien que no consideran digno de su presencia…. Disculpe – dijo tras percatarse de quien se encontraba delante.

-No importa, tienes razón.

-Lo que quería decir…- dejó la frase a medio terminar al notar como Edwing negaba con la cabeza para que olvidase del asunto.- Cambiando de tema, me ha sorprendido ver lo bien que se llevaba con la niña, nunca habría imaginado que se le daba tan bien tratar con ellos.

-No es que los trate bien, sólo los trato como a iguales.

-Da lo mismo, pero lo último que esperaba, al ir a comprobar la causa del revuelo montado, era verle a usted tan ensimismado en mitad de una calle atestada. Lamento decirle que el incidente de hoy será el tema de conversación en los próximos días.

-Mea culpa, pero sobreviviré a ello.

-En cualquier caso, ¿de qué quería hablar conmigo? Porque deduzco que a eso debo su visita, ya que prefiere la vida solitaria a los paseos sociales.

-De la planificación del abastecimiento. He estado hablando con el general Sczerecen y ambos estuvimos de acuerdo en que convenía estimar el número de metros cúbicos necesarios para asegurarnos total capacidad operativa y reservas durante la contienda y los posibles imprevistos.

-También yo he estado trabajando sobre ello.

-¿Has estimado ya el número?

-Aproximadamente. Tengo el informe preliminar en base a la población que he considerado susceptible de la medida.

-¿Puedo verlo?

-Tenga

Le pasó una carpeta azul dentro de la cual se encontraban manuscritas hojas repletas de datos censados y cálculos estadísticos derivados de éstos. Leyó las observaciones anotadas al pie de las páginas y comprobó el desarrollo detallado. Finalmente frunció el entrecejo al leer los resultados finales.

-¿Tanta es la población infantil?

-Sí, unos tres mil infantes censados sin contar con aquellos que aún no hemos tenido la oportunidad de censar. Y a eso hay que añadirle las aproximadamente setecientas mujeres encintas existentes en todo el territorio. Ese número si es exacto.

-No has considerado a los efectivos desviados al frente. Ellos también influyen en el cómputo global. La ingesta para éstos habrá de ser mayor debido a la situación en que se encuentren. La sangre de sus parejas no será suficiente para que puedan rendir al cien por cien. Necesitarán abastecimiento extra para poder equilibrar el desgaste por tensión y sobreesfuerzo y rendir al cien por cien de su capacidad. Además, todavía existe un número importante de soldados que no están emparejados y necesitan alimentarse.

-Hablando de parejas, no se olvide de que éstas, verán impedida su alimentación debido a la ausencia, así como es necesario tener en cuenta las bajas, porque habrá bajas, ¿no es cierto?

-Ojalá pudiese garantizarte lo contrario, pero me es imposible.

-Es inevitable, todos lo sabemos. ¿Cuántos integrantes forman el ejército? Al completo.

-Esos datos los maneja el general.

-Entonces me informaré al respecto y reelaboraré los números.

-Así a simple vista, ¿tú a que conclusiones has llegado?

-Partiendo de la base de que la mitad de la población necesitará mayor caudal de sangre, tomando un tercio de bajas en el peor de los casos invalidando de ese modo la alimentación habitual…

-¿Un tercio?

-Son sobreestimaciones, príncipe Edwing. Sabe que hemos de estipular un margen al alza.

-Lo sé – y sólo de pensar, que semejante número de los suyos pereciesen bajo su mando y responsabilidad, se le hacía un pesado nudo en el estómago. Demasiada responsabilidad cuando la vida dependía de una decisión.

-Creo que para mantener un número seguro, incluyendo el incremento en las reservas destinado a eventualidades, opino que como mínimo, seria necesario septuplicar la recolección, lo que llevaría a la necesidad de atravesar la puerta cada cuatro días mínimo, y una semana máximo.

-¿Durante cuánto tiempo? –formuló la temida pregunta, un escalofrío recorriéndole la columna vertebral, sudor frio resbalándole por la espalda.

-Todo el que durase el conflicto.

Apretó los puños debajo de la mesa, ocultando el temblor de sus manos producido al imaginar lo que podría ocurrir si Lyselle decía regresar a su mundo y desventuradamente, se encontraba en el lugar equivocado y en el momento equivocado… Y el atado de pies y manos en su propio mundo. Solo de reflexionar sobre esa posibilidad, sentía la cortante agonía abrirse paso lacerante y contundentemente. Una fuerza que por un instante, le hizo pensar en la posibilidad de perder el control sobre la locura de una especie que les embargaba cuando veían amenazado lo que más querían.

Obligándose a respirar, el color rojo de su visión empezó a retroceder, venciendo así al instinto, volviendo en sí.

-Hay que evitar que nuestras necesidades alerten a los humanos. Sera necesaria máxima discreción.

-¿Quiere que yo me encargue de ese detalle?

-Me ahorrarías un problema- aunque en realidad, confiaba en el buen criterio de la mujer para evitar el salvajismo del que algunos hacían gala cuando iban al mundo humano a alimentarse, con la esperanza de que el carácter tolerable y la gran habilidad de esta para ganarse a la gente, evitase desencadenar la masacre en un época de caos que su mente ya dibujaba.

-De acuerdo, recopilaré la última actualización de datos de la que dispongamos y visitaré al general antes de calcular los resultados finales.

-Convocaré un nuevo consejo a la vuelta de la visita a los dragones. Tened preparados los informes oficiales para entonces.

-Seguro.

-Y a propósito, puede que ya lo hayas pensado, pero coordina con el general el modo de distribución de los recursos de forma segura y unidades móviles de atención a los heridos en el frente. No escatiméis en la seguridad del personal sanitario en primera línea de fuego.

-Contaba con ello.

-Bien, me marcho, debo emprender viaje – expresó alzándose.

-Señor, aunque no creo que lo necesite, suerte.

-Gracias – agradeció éste sinceramente mientras abandonaba el lugar y deshacía el camino, alzando el vuelo al traspasar la puerta principal rumbo al palacio sud.

0 comentarios:

Publicar un comentario