Reflejos X (Primera parte)

Cabizbajo, atravesaba la ancha y concurrida avenida, una de las arterias principales de la capital y extrañamente, su mente no dejaba de darle vueltas al consejo del general. Ahora que la irritación del momento había dado paso a una objetividad práctica y clarificadora, las palabras del militar acudían una y otra vez a él. Ocultaban algo, algo determinante, pero por más que se repetía la frase, más desconcertado se sentía. ¿Tenía que tomarlo en el sentido literal o metafórico? La oración era lo suficientemente clara para que no contuviese nada críptico en ella, pero aún así…. De lo que no le cabía ninguna duda, era que se refería a su padre. Aunque tal vez sólo fuese una defensa a éste, y se estuviese comiendo la cabeza con algo banal e insignificante….

Bufó exasperado, ante la irritante sensación de ser una marioneta cuyos hilos eran movidos según la voluntad de algo mayor y desconocido, manipulándolo según se desarrollaban los acontecimientos. Y era frustrante saberlo y no poder hacer nada ante lo invisible, era como hacer sprint contra el abismo.

Ensimismado en sus funestas predicciones, permanecía ajeno a los leves cuchicheos que suscitaba su paso distraído entre las atestadas calles, hasta que las cavilaciones y distracciones cesaron, siendo suplantadas por la penetrante impresión de que era el centro de bastantes miradas. Oteó alrededor y comprobó la veracidad de la sospecha.

Varias personas le rodeaban, sorprendidas y curiosas, examinándole ceñudamente, comentando cosas en voz tan baja que el sonido desaparecía sin alcanzar sus oídos, rodeados a su vez de una multitud molesta a causa del impedimento que éstos a poder continuar sus quehaceres respectivos. Pronto el interés de todos los presentes recayó sobre él, creando una conmoción aún mayor.

Impertérrito, detuvo el entorpecido paso entre el tumulto, y se quedo plantado allí flemáticamente, a la espera, dejándoles asimilar su presencia antes de poder continuar. Y deseaba que acabasen pronto, porque en situaciones similares a esa, sabiéndose el centro de atención, por muy calmada que fuese la fachada exterior, internamente se sentía violento. Odiaba advertirse en el ojo del huracán, teniéndole aversión a las multitudes, sintiéndose entre agobiado y asqueado ante las inquisitivas miradas de los presentes, algunas reverenciales, mitificándole y adulándole como a un dios, y otras de hipócrita reverencia. Tantos sentimientos concentrados le desbordaban, incapaz de asimilarlos o empatizar con ellos, induciéndole un malestar creciente en la boca del estómago, y un abrumador ahogamiento que le asfixiaba los pulmones. Aborrecía lo que era y lo que representaba, y aún así, protegería a toda aquella gente con la firme convicción de las promesas hechas a sí mismo, y a aquellas personas que habían depositado su fe en él. Porque aunque algunos fuesen hipócritas, no todos eran iguales ni se merecían la suerte que les podría deparar el yugo de la derrota ni las ambiciones o aspiraciones de Zeeg. Porque no estaba dispuesto a permitir que gente inocente en ese conflicto perdiera lo que él había perdido, ni consentiría hacerles sentir el mismo dolor inconsolable que le infligieron a él. No, podría odiar a toda aquella gente por su curiosidad mal disimulada, la inexistente confianza en sus gestiones, o las mofas suscitadas entorno a cualquier cosa referida a su persona, pero mientras estuviese en su mano, impediría que la gente perdiese los que les era importante, porque nadie se merecía sufrir un dolor semejante. Porque era su deber y su palabra, y éstos eran sagrados.

Algo le asió repentinamente del bajo de la gabardina, clamando exigiendo su atención, con suaves tirones, y el sutil movimiento repudió al desasosiego a favor de la curiosidad. Centró la atención en el motivo, uno que escasamente levantaba un metro del suelo y le miraba inocentemente sin fingida precaución, los ojos oscuros totalmente abiertos, un brillo de honesta curiosidad en ellos. Debía rondar los seis o siete años de edad.

Entre cuchicheos cohibidos, se agachó hasta quedar a la altura de la intrusa causante, olvidando a la expectante audiencia, amortiguándose los sonidos de fondo hasta desaparecer completamente, relegándolos y aislándolos, quedando sólo en el improvisado escenarios ellos dos.

En silencio, se estudiaron mutuamente. Ella gesticulando puntual y graciosamente, reflejando lo que pensaba en las expresiones, y él inevitablemente divertido como consecuencia de la situación. Al menos, la pequeña niña que tenía frente a él era cristalina como el agua de los lagos, nada ocultaba bajo la frágil y sincera apariencia, el reflejo de la infancia que demasiado pronto se perdía al enfrentarse y darse de bruces contra el cruel mundo de los adultos que éstos, tanto se jactaban en comprender y hacer recordar a los niños que nada sabían ni comprendían de la vida, tratándoles de ignorantes. Si al crecer muchos conservaran esa pureza de espíritu, los cimientos del mundo en que vivían y del reino en el residían no estarían temblando en precario equilibrio.

Tal vez si pudiera protegerlos y hacerse valer, pensó, se ganaría el respeto y la confianza para hacerles ver que había otras formas de ver el mundo, y también de hacerlo con los que consideraban inferiores… Tal vez si demostraba su valía como líder y se ganaba la confianza de los súbditos podría hacerles ver que… que las arraigadas costumbres cambiaran, abrir un nuevo horizonte en la política del reino, unificar las creencias y los mundos… Tal vez, en ese caso, los sueños dejasen de ser sueños y él tuviese la fuerza y el apoyo necesario para impulsarlos… Sólo si tal vez… fuese algo realista, y no una utopía ni una fantasía de un príncipe joven, ingenuo e inexperto. Pero al menos, lo intentaría, sabiendo que hay sueños imposibles que ni en una pequeña eternidad es posible alcanzar sin cejar en el empeño de intentarlo. Y mucha de esa determinación la había descubierto recientemente.

-¿De verdad tu eres el príncipe Edwing? – preguntó la niña finalmente, trayéndole de vuelta de sus propias divagaciones.

Algunos comentarios reprobatorios debido a la falta de respeto de la cría se alzaron de entre los presentes, desdeñosos. Pero al aludido no le importó, al fin y al cabo, esas distinciones estúpidas, el trato preferente y la pleitesía obligada formaban la base de la envidia que conducía a las desigualdades físicas o psicológicas, al descontento y a los conflictos. Muchas veces las aceptaba, sin exhibir la reticencia que le provocaban, pues entre las altas esferas, el hacerse referir adecuadamente era la única manera de permanecer vinculado a éstas, muestras de autoridad al recordar constantemente así quien estaba por encima sin perder el estatus. Pero las lisonjas quedaban aparcadas para los adultos, se regodeó la rebeldía que tan bien solía mantener bajo férreo control.

-¿Tú qué piensas?- contestó muy seriamente, ocultando la diversión provocada por la duda y la incredulidad de que él realmente fuese quienes comentaban los mayores que era, y no dudase en hacérselo saber.

-¿De verdad te llamas Edwing?

-Sí. ¿Y tú?

-Azalea.

-La fragilidad, la pasión y la templanza.

-¿Eh?

-Tu nombre es una flor, y simboliza todo eso.

-¿De verdad?-expresó maravillada.

-Sí.

-Nunca me había gustado… -confesó vergonzosamente, cambiando rápidamente de estado de ánimo.

-¿Por qué? A mí me gusta – comentó desinteresadamente, encogiéndose de hombros.- Son cosas buenas que a muchas personas les gustaría tener.

-¿Qué es la templanza?

-Tener cuidado con lo que haces algunas veces, o también ser una persona que piensa antes de actuar. Depende.

-Ahhhhhhhh. ¿Pero la fragilidad no es mala? Eso dice mi mamá…

-A veces sí, y a veces no. Por ejemplo ahora, ¿por qué crees que te protegen?

-¿Porque son mis papás y me quieren?

-Y porque cuando somos pequeños, todos somos frágiles. Frágiles pero a la vez valientes. Tememos lo desconocido pero aún así no paramos de buscarlo. Los padres nos protegen de nuestra fragilidad para que crezcamos y aunque no la abandonemos, aprendemos a saber vivir junto a ella. No es mala tenerla de vez en cuando.

-Pero…

-Recuerda, tu nombre también incluye la pasión, las ganas de hacer las cosas, de conocerlo todo… Tú misma puedes elegir lo que quieres ser: ¿la pasión, la templanza o la fragilidad?

-No lo entiendo…

-No pasa nada, lo harás cuando vayas aprendiendo de lo que hay a tu alrededor. Pero no juzgues por lo que los otros dicen, experiméntalo y decide si es así la forma en la que quieres ser. A mí no me parece mala la fragilidad, porque al fin y al cabo, lo compensarás con la pasión de vivir que apenas estás empezando a descubrir.

-¿Puedo serlo todo a la vez?

-Claro, nunca te reprimas. Aunque a veces sientas muchas cosas y sea confuso, llegará un momento en que te maravillará la capacidad de sentir todo eso.

-Ah… -aceptó dubitativa, procesando lo que le había dicho.- ¡Jo! ¡No vale! – exclamó enfadada de repente, cruzándose de brazos.

-¿El qué?

-Me dices cosas difíciles que no entiendo. ¡Seguro que es porque no me quieres contestar!

-Te equivocas, eres tú la que no me ha contestado. Dime, ¿crees que puedo ser el príncipe?

-Yo pregunté primera.

-Es verdad, pero sería un honor para mí que me contestaras tú antes.

-¿No te vas a reír aunque te parezca una respuesta tonta?

-Nunca me reiría de algo así. Además, yo también soy un tonto.

-¿Por qué?

-¿Ves todo esa gente mirándonos? Deben pensar que somos tontos por hablar en mitad de la calle de cosas así, que no les parecen importantes – explicó, moviendo la mano en un discreto gesto abarcando a la concurrencia.

-¿Y no tienen razón?

-No, porque conocer a alguien es una de las cosas más importantes de la vida. Y ahora, tú y yo, nos estamos conociendo. ¿Qué más da dónde estemos o cómo lo hagamos? Todas las opiniones merecen ser tomadas en cuenta con igual respeto.

-Mi papá dice que sólo digo tonterías, y que tengo cosas raras en la cabeza…

-Pájaros.

-¡Eso! ¿A qué se refiere?

-Que deseas cosas imposibles o inservibles… para eso sólo se lo parece a él. ¿Tú crees en ellas?

-¡Claro!

-Entonces búscalas e intenta conseguirla a fin de demostrarle lo contrario. Aunque sabes, el mío también lo dice de mí, y me da igual. Si él no me quiere escuchar ni creer en mí, alguien habrá que sí. Por ejemplo, ¿te parece que digo tonterías que te molesta escuchar?

-No… Pero dices cosas complicadas…

-Perdóname, a veces olvido que hablo como un viejo amargado. ¿Lo harías?

-Sí… ¿Y a ti de verdad no te importa perder el tiempo conmigo, que soy pequeña?

-En absoluto – protestó, deslumbrándola con una sincera sonrisa que hizo que se pusiera roja y desviar la mirada aturdida.

-No… No sé si lo eres, pero me gustaría que lo fueses – contestó la pregunta al fin, sin atreverse a mirarle de frente.

-¿Por qué?

-Porque eres guapo…

-¿Sólo eso? – quiso saber, fingidamente dolido.- Que decepción…

-No… no… de verdad pareces un príncipe. Eres… simpático y amable… y… todo lo que los príncipes de los cuentos que leo son… Aunque sino lo fueses, me daría igual, para mi si lo serías.

-Entonces, te diré un secreto.

-¿Cuál? –preguntó intrigada.

Inclinándose levemente, cerró el espacio entre ambos hasta llevar los labios a su oído derecho.

-Sí, soy el príncipe Edwing.

-¿De verdad? ¡Lo sabía!–exclamó emocionada.

-¡Chist! – la mandó callar- Es un secreto.

-¿Y tienes ya princesa? – curioseó bajando la voz a fin de que sólo él lo oyera.

-Mmmm…. ¿Me prometes que no se lo contarás a nadie? Esto es muy importante para mí, y no quiero que nadie salvo tú lo sepa. Será un secreto entre los dos.

-¡Sí! Lo haré, lo intentaré.

-Algo así no se puede sólo intentar… -comentó apesadumbrado, dudando, y alejándose.

-¡Lo prometo! ¡De verdad, de verdad de la buena!

-Vale, confiaré en ti. No me decepciones, aunque sé que no lo harás –le guiñó el ojo en complicidad.- Sí, la tengo.

-Ohhhhhhhh, ¿y es guapa?

-Aunque los demás piensen distinto, para mí es la más guapa de todas. Pero cuando quieres alguien, no le quieres sólo por su belleza. Aunque fuese la bruja del pantano, la querría igual, por el mero hecho de ser como es.

-¡Qué envidia! ¡Yo también quiero un príncipe como tú!

-Estoy seguro que un día lo encontrarás.

-Quiero que sea como tú.

-Me empezaba a preguntar a qué se debía el retraso.

Ambos se giraron a conocer la apariencia de la intrusa, que avanzaba serenamente entre la aglomeración directamente hacía ellos. La mujer, delgada como un suspiro, centró todos los ojos en ella, que los ignoró con un aplomo y serenidad innatas, desenvolviéndose en una calma que emanaba de ella, ante la que los demás le cedían el paso servicialmente.

-Hola, Azalea, príncipe Edwing – inclinó la cabeza a modo de saludo.

-Hola – respondieron los dos al unísono, observando cómo cerraba los últimos pasos hasta llegar hasta ellos.

-Y bien Azalea, ¿qué argumentarás como causa de tu tardanza? –la amonestó.

La cara de la niña, se contrajo al no entender lo que le pedía.

-Quiere saber porqué llegas tarde – le chivó Edwing por lo bajo, intentando que Alodie no se enterara.- Dile que te encontraste un búho –sugirió improvisando.

-Me encontré con un búho.

-Ya, claro. ¿Y dónde está el pobre animalito? ¿Le espantaron vuestras malas excusas?- pasó los ojos de uno al otro, una sonrisa sarcástica pintada en la cara.

-Me encontré con él - confesó.

-Eso ya lo puedo ver.

-Estuvimos hablando.

-Es verdad – la apoyó el aludido.

-Eso no es ninguna justificación, pero por esta vez, viendo que sois dos contra uno, lo dejaré correr. Anda vamos, vos también príncipe Edwing, ya que deduzco que iba de camino a hacerme una visita.

-Así es – reconoció el chico poniéndose de pie.

-Pues en marcha – ordenó Alodie, buscando entre el gentío a la madre de la niña.
Al momento, como invocada por arte de magia, los tres observaron emerger de la gente que ya se había comenzado a dispersar a una mujer de mediana edad, una expresión de grandilocuencia pintada en su refinado y anguloso rostro. Vestía elegantemente, y el caminar denotaba que pertenecía a alguna de las familias aristocráticas.

Mientras adelantaba a ambos se acercó a Alodie junto a la cual inició la marcha intercambiando frases corteses en el proceso, Edwing caviló en el leve reconocimiento que se despertaba en su interior. Había visto a esa mujer en algún lado, algo en ella le era familiar, y estaba claro que por la actitud manisfestada pertenecía a los círculos influyentes que frecuentaban la corte, pero la precisión de su nombre y rango exacto se le escapaban.

-¿Vamos? – le recordó la niña, sacudiendo la gabardina, despertándole.

-Vamos… Pero…

-¿Qué pasa?

-No sé dónde vamos. ¿Serías tan amable de guiarme tú? – pidió extendiendo la mano.

-Claro – respondió ella el gesto, sonriéndole infantilmente, y cogiendo la mano ofrecida, iniciando el camino hacia el lugar de la capital desde donde Alodie organizaba las unidades bajo su mando.

Sonreía complacido y a gusto de la compañía de la cría, cuando le pareció atisbar como la que debía ser su madre, delante de ellos, giraba la cabeza apenas un instante y le miraba fríamente. Eso le confirmó dos cosas: que al menos una vez se habían encontrado en algún lugar, y que no gozaba de las simpatías de la mujer. Ignorándola, se dejó llevar por la animada conversación de la niña, que al contrario que la mayor, no veía ningún problema en decir todo lo que le pasaba por la cabeza.
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Reflejos IX (Segunda parte)

-Perdonad la insolencia, pero no le considero un místico embaucador de palabra fácil. Sois un hombre de ciencia, y tenía entendido que éstos sólo creen en lo que ven, experimentan, verifican y validan con la experiencia.

-Y también somos un pueblo que cree en oráculos, viejas leyendas y que no busca explicación racional alguna a la magia espiritual y casi viva de unas edificaciones que ninguno de nuestros antepasados inmediatos erigió. Así que dígame una cosa, ¿no es eso motivo suficiente para no ceñirnos únicamente a lo que nos digan los sentidos?

-Es que se me hace tan inusual oírle plantear algo así…

-Fíjese de nuevo en el plano y razóname la posible razón. Entonces yo mismo lo reconoceré si es que me he dejado llevar por meros cuentos de viejas.

Estudió nuevamente el dibujo ante él. Inicialmente nada nuevo se presentaba ante él, pero entonces, frunciendo el ceño, rebuscó ausentemente entre los papeles que estudiaba antes de su llegada. De entre los pliegos, emergió una pluma en cuya punta relucía aún la tinta fresca. Decidido, tomó un pergamino previamente desahuciado lleno de borrones, lo giró y dibujó una estrella invertida de considerable tamaño. A continuación, echando un vistazo a los puntos marcados por Edwing en el plano esbozad que le había enseñado. Copiando aproximadamente la misma orientación, compuso diestramente otra figura idéntica en el interior, ésta girada noventa grados frente a la otra, descomponiéndolas, revelando gracias a las líneas las formas más sencillas encerradas en el interior: el pentágono, cinco triángulos isósceles adheridas a los cincos lados. Se detuvo brevemente a apreciar el resultado, y al instante la mano se le movió mecánicamente, al ver claramente lo que el príncipe quería que viese. Trazó por cada vértice del pentágono rayas rectas, de tal forma, que al extenderse por un extremo, transcurrían por cada uno de los brazos de la estrella exterior, perfectamente orientadas y centradas, y por el otro, las cinco confluían en un punto. Un punto situado justamente en el centro de toda la figura, una ubicación que sin lugar a dudas, descansaba bajo los mismos cimientos del palacio central, y no uno cualquiera, sino el corazón de éste.

-Confluyen en el centro del reino. De ser ciertos los hallazgos, es como si esas cinco corrientes subterráneas alimentaran a los cinco palacios exteriores. El corazón de todo, es ese…

-No sé que hay justamente ahí debajo,-dijo, señalando con el dedo el punto clave- sólo sé que es lo suficientemente poderoso para no podernos acercar… Pero sí, todo parece indicar lo que acaba de deducir. Mi misma teoría. La muralla defensiva no la generan los palacios, sino que fluye desde el centro y se desvía mágica y geométricamente a éstos, como si fuesen receptores o espejos que amplían el poder, y una vez alcanzan la intensidad necesaria, influyen y armonizan las unas en las otras, fortaleciéndose y creando una defensa casi imbatible.

-Asombroso.

-Yo tampoco daba crédito al principio, pero ninguna explicación lógica podía explicarme tanta coincidencia. Además, de todos es sabido, que el pentágono es la figura base de la magia.

-Es fantástico. Tácticamente confiere una gran ventaja fundamental. Las defensas caerán sólo si destrozan el corazón del sistema. Y para conseguirlo, antes deberán eliminar hasta al último de nosotros. Necesitan penetrar en nuestro territorio para eliminar nuestra inmunidad.

-Discrepo en dos cosas con su teoría.

-¿Cuáles? – preguntó el general, escéptico al percibir las dudas del príncipe.

-Primero, dudo que sea infalible. Estoy totalmente convencido que no hay mayor fortificación en este mundo que la nuestra, pero toda torre cae si se le aplica la fuerza necesaria. Y la nuestra, no es la excepción… Este hallazgo por otro lado, de ser cierto, tiraría por tierra la idea preconcebido que tenemos.

-Y nuestro principal problemas es que no sabemos la cantidad de presión a aplicar antes de que se derrumbe, en caso de que así se la pudiera derribar.

-Exactamente. Y ahora mismo, la única forma de descubrirla sería la menos recomendable. Es impensable ensayar el aguante sobre el terreno.

-Claro, y la segunda…

-Y la segunda es que ayer quedó acordado aceptar el armisticio con magos y minotauros, al menos en apariencia. Y nuestra coartada quedaría al descubierto si les negamos el objetivo principal de su estrategia: el acceso a nuestro territorio.

-En cualquier caso, será una ventaja bajo asedio.

-Si partimos de la idea de que aguantará lo suficiente, sí… No obstante…

-¿Qué os preocupa?

-Que hay una característica muy llamativa en la disposición. Si trazamos una zona concéntrica, de origen en el punto donde concluyen las cinco corrientes, de radio el doble de la distancia vertical medida en línea recta de nuestras tierra, abarca justamente hasta las fronteras exteriores al sud de nuestros vecinos, y coincide exactamente con el límite territorial que da acceso al reino de los dragones. Con precisión matemática.

Transcurrió un intervalo de tiempo, en el que el mayor oía y comprendía las palabras. Al no decir nada, alargó las manos para arrebatarle el plano dibujado y trazaba sobre el papel la explicación, a modo de mayor comprensión.

-Eliminando los errores por curvatura y relieve del espacio, parece como si ese sitio de confluencia, fuese un lugar de vigilancia. Una torre desde la cual vislumbrar todo la parte inferior de nuestro mundo; atisbando, controlando o incluso dominando los alrededores. Centinela y vigilante.

-Pura casualidad…

-No creo que existan las casualidades en este asunto. Todo encaja especialmente bien para serlo. En lo que aún no he podido pensar, es si ese palacio está ahí colocado como vigía de nuestro reino únicamente, o forma parte de algo más grande…

-¿A qué os referís?

-Nada, importante. Últimamente he estado divagando entorno a demasiado temas. Creo que mi imaginación ha dado mucho de sí en los últimos días.

-Bueno, eso ingenio ha impulsado el nuevo sistema defensivo. –expresó estudiándole fijamente.- Todo un acierto.

-Bueno, ya se sabe, junte a varios brillantes científicos en la misma sala y sométalos a presión constante o amenácelos con quemar sus preciados laboratorios. Al cabo de un tiempo adecuado y relativamente corto, probablemente no hayan desarrollado los vínculos necesarios para irse de cena juntos, pero seguro que el resultado del proyecto de cooperación entre ellos será digno de admiración.

-Y más si la idea ya la ha dado otra persona. Difícilmente se puede desarrollar algo, sin partir de un punto o una idea. Aunque no sé si admiro la capacidad científica que posee o la de coaccionar a la gente.

-Nuestro equipo de investigación posee iniciativa y…

-Felicidades – le interrumpió.

-¿Por qué?

-Usted promovió el proyecto y los coordinó para que dieran el resultado deseado.

Además, de que la idea de integrar a las dos jóvenes gemelas representantes en el consejo, ha demostrado ser digna de una persona inteligente, eficaz y audaz. Usted es el responsable de los aires de renovación que estamos sufriendo, y para mejor debo añadir.

-Hago lo mismo que usted: busco lo mejor para nuestro reino. Ese es mi trabajo como príncipe. Y de todas formas, he venido a hablar de táctica, y le recuerdo que tenía prisa.

-Cierto, así que ya puede exponerme la propuesta.

-¿Sería factible asentar una unidad de vigilancia en la frontera oeste?

-Por supuesto.

-Bajo el mar –aclaró solemnemente.





Relajadamente, Szerecsen se reclinó sobre el sillón y dejó vagar su atención meditabundamente por los alrededores, algo que desconcertó a Edwing, pues esperaba algún comentario cínico acerca de la cordura de la petición, o sorpresa brusca ante la descabellada ocurrencia. Ni una cosa ni la otra. Fiel a los chismes nuevamente, el general actuaba imprevisiblemente, de la forma menos esperada, como ahora, sumido en una aparente melancolía, poco habitual a un hombre de armas. Bueno, tal vez se debía a que había dejado entrever en el consejo dicha idea… pensó.

-Lo es – dijo finalmente, sin exteriorizar lo que podía haberle provocado la idea.

-Me gustaría llevarlo a cabo con la máxima discreción. Quiero que sean cuáles sean las medidas tomadas al oeste, no se difundan. Que quede en absoluto secreto.

-Veamos a ver si lo he comprendido correctamente. Desea instalar un puesto fronterizo invisible al enemigo… escondido en las profundidades.

-Quiero un puesto fronterizo invisible para todos salvo para los asignados a la patrulla y nosotros dos.

-A fin de desviar y establecer la puerta de acceso al mundo humano justamente allí.
-Exactamente, totalmente visible sobre la superficie.

-¿Entonces como plantea mantener el secreto?

-Mi intención es ocultar la seguridad y protección del recodo, no la nueva ubicación.

-Es arriesgado y osado.

-Justamente por eso. He barajado distintas opciones, y estoy seguro que esa, es la menos esperable. Durante la reunión deje que pensarán que confiaba ciegamente en la ventaja simulada de la investigación del nuevo sistema. Trasladando una de nuestra principales flaquezas a esa zona, atraerá la atención, y más si creen que confiamos la suficiente para dejarla desprotegida. Desviarán la atención de la zona sud físicamente más accesible para atacar por el oeste.

-¿Qué le hace pensar eso?

-Que querrán una victoria rápida y sin apenas bajas en su bando.

-Y si además se hace correr la voz de que usted ha trasladado su residencia al palacio meridional, que está justamente sobre la frontera, pensaran que se ha redoblado la seguridad, a causa de usted.

-Así es. Mi presencia allí será el cebo disuasorio. Eso, la gran ostentación del despliegue de fuerza armada en la zona y la aparente indefensión del otro lado.

-Puede resultar un anzuelo demasiado evidente.

-Los minotauros picarán, estoy convencido de ello.

-El mando es de los magos, pero cederán si temen perderlos antes de tiempo. Al fin y al cabo, ellos no se expondrán, así que es un sacrificio con el ya que cuentan y encima les facilitara las cosas si el número de bajas no se incrementa peligrosamente.

-¿Cuál es el número de la población infantil actualmente?

-Disculpadme pero eso es algo que no me atañe.

-Cierto, habrá que pedirle a Alodie que haga una estimación de la sangre necesaria y la frecuencia de paso de la puerta.

-Los efectivos en el frente necesitarán mayor cantidad de abastecimiento que las que les puedan proporcionar sus parejas.

-Comentaré el tema con Alodie. El tema implica problemas que no había contemplado.

-De acuerdo. En cuanto a la forma de encarar a los magos…

-Sólo se me ocurre usar francotiradores, y creo que no contamos con un número excepcionalmente alto.

-Si pudiésemos asegurarnos un número de bajas potencialmente ínfimo estaría asegurado el número. Tenga un cuenta que la vista vampírica es superior a la de un mago, por lo que muchos de los efectivos del ejército pueden actuar como francotiradores. Pero si les asignamos dicha tarea, nos quedamos cortos en ofensiva y defensa terrestre.

-Hay que equilibrar de alguna forma… A ese respecto estoy en ascuas.

-Trataré el tema con Filan y Toft a ver qué se puede hacer al respecto.

-Lo dejo en sus manos.

-¿Les hago partícipes de sus planes?

-De eso, del cambio de situación de la puerta a los implicados, al igual que quiero que comuniques a Delbert que desplace aproximadamente a dos cuartas partes de los hombres a su mando al sud y organice los restantes para el resto de fronteras. En realidad el número es preferible que lo decida cada responsable. El caso es que quiero hacer notar que el sud está blindado, francotiradores incluidos.

-¿Al oeste?

-Lo comentado. ¿Dispone de efectivos en los que confíe lo suficiente para poder llevar a cabo la misión en secreto?

-Sí. Tengo que ir ahora a supervisar varias unidades, así que si desea acompañarme puedo presentárselos.

-No, no hará falta. Ya sabe que yo en la cadena de mando no encajo demasiado bien. Mi rango dentro del estamento es puramente simbólico. Confío en su criterio, y ofrézcales lo que sea necesario. Quiero su lealtad a cualquier precio.

-Me encargaré personalmente de instruirles y aleccionarles al respecto.

-Me fío en usted para que acorace el territorio. Y tenga en cuenta que el desarrollo de la infraestructura para la misión también debe quedar en el más absoluto de los silencios y realizarse a la mayor brevedad posible.

-Me hago cargo de todo, al igual que lo aquí dicho no debe salir de aquí –recordó el hombre para hacerle saber que no había olvidado lo delicado de la información intercambiada.

-Bueno, y ahora le dejo que prosiga con sus tareas.

-Un momento, príncipe – le detuvo, sacando un pergamino de la cajonera y tendiéndoselo. Y en el sutil movimiento, un reflejo captó su atención. El de la antorcha de la estancia sobre la pesada hoja que colgaba del cinto del general. Náuseas le subieron a la garganta, luchando por permanecer impertérrito ante el recuerdo apenas superado del día anterior. - El acuerdo ha sido ratificado por el rey. Ha dado el visto bueno al curso de acción elegido.

-Como no – comentó, el disgusto evidente, sin poderlo disimular, asiendo lo que el otro le tendía. Rezando para que no le temblara el brazo, y maldiciendo a la suerte que le impedía una salida rápida y elegante.

-Príncipe Edwing, dejarme que os diga una cosa.

Ante lo que podía ser un exabrupto, el aludido enarcó una ceja por el descaro, pero no le detuvo ni advirtió, para así concluir prontamente.

-En ocasiones, todos nos vemos obligados a tomar decisiones dolorosas que lamentamos por un bien mayor.

-¿Habla el militar o el hombre? –preguntó irritado.

-Ambos.

-Debo marcharme. Comentaré con Alodie el tema pendiente y le diré que le pase el informe de las previsiones en cuanto lo tenga. Si a la vuelta hay alguna variación, me reuniré con usted. Por el momento, todo está dicho, y ni que decir tiene que durante mi ausencia, usted es el principal encargado de la seguridad del reino.

-Conozco mi deber.

-Lo sé.

Y olvidando cortesías, cada uno volvió a lo suyo. Uno a terminar lo que fuese que hubiese estado haciendo cuando llegó el príncipe, y el otro abandonó la estancia poniendo rumbo a su siguiente parada, atribulado y atormentado nuevamente, la bilis en el estómago, y el escaso consuelo obtenido del sueño previo, quebrado en mil pedazos que resonaban y se le clavaban dolorosamente.
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Reflejos IX (Primera parte)

-Adelante.

No le sorprendió la anticipación. Los rumores y la experiencia propia estaban a la altura del personaje. Conocía la reputación, y aquellos que afirmaban que el hombre tras la pesada puerta de roble se hallaba un paso por delante de los demás tenían razón. En muchos sentidos.

Franqueó la puerta, casi intimidado por el mudo respeto incrementado gracias a la suntuosidad del espacio, y se detuvo ante la figura sentada tras el escritorio del estudio, aparentemente ajeno a todo lo que no fuese los papeles que tenía delante.
-Estoy esperando, príncipe –rompió inmediatamente el hielo el hombre, sin levantar los ojos, la voz impaciente y autoritaria. Viniendo de cualquier otro, la frase podría haber sido tildada de prepotente, ocultando escasamente el desacato y la mofa, burlándose de la palabra soberana, pero no en este caso. No cuando provenía del general Szerecsen. El tono era mucho más pragmático, y él hablaba con ruda franqueza, directamente.

-Quería tratar un asunto un tanto delicado – empezó Edwing.

En ese instante, el hombre resopló, y alzó la vista al fin, mirándole de hito a hito severamente, aguardando impaciente.




-¿Y bien?

-¿Es seguro este lugar, general?

-Bueno, según mis exigencias sí. Según las suyas, no lo sé.

-¿Sabéis que podría causaros grandes problemas el utilizar ese tono en mi presencia, general?- arguyó, intentando ganar tiempo para conseguir enfocar el tema de interés sin que sonase a paranoia personal.

Su cara impasible enarcó una ceja, como no dando crédito a lo que oía. Y entonces, le deleitó con una sonrisa sarcástica.

-Como poder, podríais, pero no sé si os serviría de mucha utilidad entonces. Además de que creo que tantos formalismos no le hacen sentir cómodo, pero si ese es vuestro deseo que así sea.

Rápido y sagaz, los sarcásticos reflejos mentales intactos, idénticos a aquellos que le recordaba de las primeras veces que habían coincidido hacía ya tanto tiempo cuando él era apenas un prepúber intentando encajar en medio de gente importante. Era su forma de ser, la marca personal, y agradecía enormemente que no se sintiera intimidado por un título que no correspondía al hombre, le trataba sin hipocresía. A pesar de todo, lo gracioso del caso es que ante él, casi se sentía obligado a tratarlo de usted, respetuosamente, algo que no le ocurría con los demás miembros importantes del reino… Para recordar al instante, que los deseos personales restaban justamente por debajo que los deseos de aquellos a los que servía.

No, a ese hombre no le hacían falta formalismos para dirigirse a él. Reunía autoridad y poder, el respeto que ostentaba lo había obtenido gracias a su profesionalidad. Un respeto que hacía que incluso los miembros de la familia real, mostrasen deferencia en su trato, usando un tratamiento respetuoso que a nadie más se aplicaba. Y en lo personal, su presencia tomaba mucha importancia en los círculos más influyentes y poderosos de la población.

-Tiene razón.

-De todos modos, príncipe, os sugiero que vayáis directo al grano. Tengo que pasar revista a las tropas en dos horas y antes he de tratar varios asuntos en cuanto a su organización y entrenamiento. El tiempo apremia y soy un hombre ocupado.

-Está bien –cortó-. Presumo que están a punto de traicionarme.

-¿Quién?

-Mi hermano y varios miembros del consejo.

-¿Se da cuenta que ahora soy yo el que podría meterle en un gran aprieto?

-¿Usted cree? – le retó, emergiendo su orgullo.

-Aparquemos la pelea de egos por el momento. ¿Qué le hace sospechar eso?

-Las voces de los más críticos con mi gestión llevan varios meses sin oírse, y ciertos movimientos de Zeeg me parecen dudosos… Además, noté ciertos recelos y dudas durante la reunión mantenida ayer.

-¿No debería alegrarse por eso? Puede que sea únicamente porque o bien han aceptado que realice el papel que le corresponde prematuramente, resignándose a ello o bien empiezan a confiar en su gobierno.

Negó vehemente, determinación rebosando en la fiera expresión. Aunque era habitual verle inseguro en todo tema político, ahora mostraba una fiera determinación y seguridad en el juicio expresado.

-No obstante, hay algo que no entiendo. ¿Por qué me está contando a mí sus sospechas? ¿Qué le hace pensar que yo soy inocente en esto?

-General, ¿no os cansáis de jugar al militar bastardo y amoral?

-Que puedo decir, es mi naturaleza. Y por lo que se ve, con algunas personas mis tácticas no funcionan u olvidan darse por aludidas –explicó dirigiéndole una elocuente mirada.

-Aparcando ese agriado carácter que tanto apreciamos, tengo el placer de conocerle desde hace bastante tiempo y sé que es de fiar.

-¿Qué me hace digno de tal confianza?

-Que amáis este reino por encima de cualquier juego de tronos o poderes subyacentes. Vuestro único objetivo es garantizar la seguridad de nuestra gente pues es lo único que le importa y le gusta. Vive por y para eso, para cumplir y proteger ese fin.

-La gente cambia.

-Es demasiado directo para enredarse en intrigas políticas, demasiado impaciente para las sutilezas del poder. Eso, y que sé que mi padre confía en usted. Fue y sigue siendo su hombre de confianza. Usted realmente era el poder a la sombra cuando mi padre aún reinaba, previo al extraño retiro al que ahora se ha entregado.

Se mantuvo inalterado, pero el aire alrededor de ambos se electrizó imperceptible. La gravedad del conocimiento medió en la distancia que les separaba, confirmando la acusación en la reiterada ausencia de palabras. Finalmente, tras el reconocimiento silencioso, volvió a hablar.

-¿Eso que tiene que ver?

-Es su amigo más íntimo y su principal colaborador y valedor. Su lealtad no es para Zeeg ni para mí, es para él. Eso, y su entereza, me da la seguridad para poder afirmar que no conspira a mis espaldas con mi hermano, y también sé, que su arraigado sentido del deber le haría espetarme los defectos al menor fallo, y puesto que no lo ha hecho, supongo que de momento conservo su apoyo y confianza en mí proceder.

-No me he pronunciado al respecto.

-Para mí, eso es más que suficiente- concluyó.

Un suspiró se adueñó del vacío, antes de retomar la palabra.

-Jaque. Sería interesante poder enfrentarme algún día al ajedrez con usted, sería un buen adversario, y de los que me gustan, de eso cuyo lema es “la mejor defensa, es un ataque”.

-Lo dudo, sabe de sobra que soy pésimo en ese juego.

-Paciencia, príncipe. El sosiego conlleva la anticipación y conocimiento del campo de batalla. Recuerde que está fuertemente influido por el concepto de la guerra.

-Se basan, no siguen sus reglas. Si así fuera, todo sería demasiado fácil.

-Debería aprovechar mejor el tiempo, algunos pasatiempos dan más utilidad que otros en su situación actual – dejó caer indiferentemente.

Su compostura empezó a resquebrajarse internamente, obligándose a permanecer impasible exteriormente. Pero las preguntas sobrevolaron y adueñaron de sus pensamientos. ¿Podía ser este hombre uno de los que sabía más de lo que a él le convenía? ¿A qué pasatiempo se refería? Tal vez fuese preferible aparcar las funestas suposiciones y pensar ingenuamente que se refería al piano… eso o continuar martirizándose y redoblando su miedo refiriéndose a la chica que aguardaba en el palacio sur. ¿Debía recelar? ¿Seguir insistiendo hasta que soltase un leve indicio que le diese la respuesta? Un hombre como el general, difícilmente pasaría una maniobra así por alto, y más cuando le sacaba años de experiencia en tema así, al instante recelaría. Una frase casual y aleatoria le bastó para acabar de demostrarle que sí, iba por delante de él. ¿Pero cuántos pasos?

Aparcó el tema, ya que si continuaba el raciocinio saldría por la puerta un instante antes que sus pies, y ahora lo necesitaba presente. Se tenía que mostrar tranquilo y seguro, templado, no vacilante como un adolescente inseguro. Determinado, de momento juzgó que podía fiarse de él, ya que su lealtad sólo era para el reino.

– De acuerdo, como dije antes vayamos al grano. Yo también sospecho de tejemanejes al margen de la legalidad –reveló finalmente.

-¿Alguna sospecha o indicio?

-También soy de la opinión de que la orquestra su hermano, lo que considerando los antecedentes no viene a ser una sorpresa.

-¿Algún otro nombre en particular?

-Sí, pero prefiero no involucrarlos por el momento.

-Sabia decisión.

-Y ahora que hemos aclarado ese punto, ¿qué es lo que va a hacer?

-Una estrategia alternativa. Si el enemigo se entera de nuestra táctica y explota los puntos débiles estamos acabados. No sé con seguridad quienes son los implicados, pero al exponer el plan somos vulnerables, y el revelar los resultados exitosos de nuestras investigaciones puede resultar contraproducente. Me gustaría trazar con usted la variante del plan para frenar el peligro antes de que sea demasiado tarde.

-¿No sería conveniente esperar la respuesta de los dragones?

-Prefiero ponerme en lo peor y adelantarme a los acontecimientos. No me gusta saltar al abismo con los ojos cerrados.

-Bien. ¿Ha traído ese plano holográfico?

Sin contestar, extrajo el dispositivo del interior de la gabardina que aún llevaba puesta y lo depositó sobre el escritorio. El otro se apresuró a despejarlo, y al terminar, la imagen tridimensional apareció ante ellos.

-Tomad asiento príncipe, presiento que esto va para largo.

Aceptando la sugerencia, se recostó sobre la silla que ahora ocupaba frente al general, escrutando fijamente el relieve que ya se sabía de memoria de las noches en vela transcurridas mientras lo estudiaba.

-A mi parecer, la frontera sud no presenta problemas.

-No, es la zona defensiva que mayor facilidad presenta. Pero me inquietan varias cosas.

-¿La información revelada referente a la maniobra aplicada a esa franja?

-Eso también, pero ahora mismo temo por la respuesta al conocimiento de nuestras indagaciones.

-¿Por qué pueden contrarrestar nuestras decisiones?

-No. Más bien recelo que se arriesguen hacerse con nuestro centro de investigación y los informes para usarlos en provecho propio.

-Es un riesgo, pero…

-Hay más de lo que dije en la reunión.

-¿Tan importante es, que reviste el asunto de tal gravedad?

-Los túneles subterráneos no abarcan sólo esa zona. Es algo más intrincado y grande que eso. Bajo tierra, se extienden galerías bajo la totalidad de todo el terreno de la capital. No he podido entender claramente la distribución que siguen, pues no es la misma que la de la superficie, lo que sí me atrevería a asegurar es que siguen alguna lógica matemática.

-Permítame hacerle observar que no entiendo su preocupación. Si lo que dice es viable, es fantástico. En caso de necesidad, es posible llevar a cabo una evacuación que protegería a la gente. Si evitamos que el descubrimiento traspase nuestras fronteras, aseguraríamos la pervivencia aún en el peor de los casos.

-La realidad de eso nunca es viable. Quién sabe si no tendremos algún espía trabajando para los otros reinos… Yo también pensé lo mismo, pero mírelo por el lado menos optimista.

Apenas hubo hecho hincapié en la apreciación, cayó en la razón de su desazón. Si la información abandonaba el ámbito del secretismo, y cedían las defensas del reino, el enemigo tendría vía libre a la engañosa ventaja. Podrían cercarlos y arrinconarlos bajo tierra, sitiarles hasta que o bien se rindiesen aceptando cualquier exigencia de ellos o bien perecieran luchando, por inanición, desesperación o vete a saber qué cosa.

-Ya vislumbro la doble perspectiva – le reconoció, haciéndole saber que había llegado a la misma conclusión.

-Ahí no acaba la cosa.

-¿Todavía?

-No hemos despejado la totalidad de las galerías, pero a ciertos puntos estratégicos es imposible llegar.

-¿Por qué?

-El espacio que los rodea está distorsionado y repele todo intento de aproximarse a ellos.

-¿Cómo de estratégicos?

-Vitales. ¿Conoce la barrera defensiva del reino, verdad?

-La pregunta correcta sería preguntar si alguien lo desconoce.

-¿Tiene papel que pueda utilizar? – pidió, desviando el tema.

Abrió un cajón del escritorio y rebuscó en el interior hasta dar con varias hojas en blanco y una pluma que le tendió. Sin ningún titubeo, colocó el papel en el centro de la mesa, y se inclinó sobre ella antes de marcar cinco puntos gordos en el papel.

-De acuerdo, le explicaré lo que hemos encontrado y luego le haré partícipe de mis sospechas- le miró esperando alguna confirmación, pero al recordar que este hombre era parco en palabras retomó el asunto.- Existen seis palacios en nuestro territorio: al sud, al este, al oeste, al nordeste, al noroeste y en el centro, en el corazón de la capital. ¿A qué le recuerda esto? – preguntó, enseñándole las marcas que había hecho.

-A una estrella de cinco puntas invertida.

-¿Y el palacio central?

-Su construcción es posterior, no existe constancia de que fuese construido contemporáneamente a los otros. La ubicación de éste ha sido y es un tema controvertido, para la gran mayoría de gente es algo casual.

-No existe constancia alguna referente a ninguno de ellos. No hay estudios ni planos; únicamente leves referencia al respecto. Siempre se ha dado por supuesto, que la fortificación central lo erigió el primer rey vampiro que fundó a la dinastía reinante actualmente, uno del que no existen referencias. ¿Pero alguien ha encontrado alguna prueba fehaciente y determinante de ello? ¿Y si todas las teorías hasta ahora fuesen erróneas?

-Jamás se ha cuestionado el origen. Nos conformamos con agradecer semejante poder defensivo, y a nadie le interesa hacer preguntas cuyas respuestas quizás no sean agradables. Y los pocos que insistieron un algo más, enseguida se toparon con la ausencia de fuentes.

-Bien, aparquémoslo por el momento. Los puntos infranqueables bajo tierra se encontraban aquí.

Levemente interesado, prestó atención al dibujo que las manos del chico delineaban. Cinco marcas circulares rodeaban completamente la ubicación del palacio de la capital. La disposición debía ser aproximada, motivada por la escala reducida del papel, pero algo le dijo que sin duda, la forma exacta era otra.

-Un pentágono invertido… -expresó dubitativo, un instante después de percatarse del peculiar detalle.- Pero si a la figura le juntamos un triángulo por cada lado… obtendríamos otra estrella de cinco puntas inscrita, opuesta a la otra –murmuró, desviando la atención hasta el chico cuyos ojos esperaban su reacción.






-Así es. Las coordenadas obtenidas de dichos puntos ocultos desfasan varios grados para que pueda considerarse una estrella perfecta. A causa de eso también, no se da la coincidencia exacta. A pesar de todo ello, me parece demasiada casualidad para que sea algo curioso o aleatorio.

-¿Alguna explicación a eso?

-La toma de datos presenta una leve dispersión, pues realmente no es un emplazamiento exacto, sino una zona. Esa sería la justificación más racional desde el punto de vista científico… Aunque yo soy de la opinión que algo causa la desalineación. Algo como algún tipo de campo mágico interfiere…

-No hay nada entorno para avalar esa teoría, nada salvo las reservas de aguas. Y creo, si mis endebles conocimientos físicos no han quedado anticuados, que los campos fluidos no interaccionan a través de la atmósfera del mundo. Son algo más contundentes físicamente…

-Podría explicarle cosas que le asombrarían, pero aparquemos ese tema, pues yo tampoco supongo que la causa sea esa.

-¿Cómo se explica?

-Algo interactúa con la esencia de los palacios. Y ese algo proviene de la propia tierra.

Un denso mutismo acompañó a la afirmación, y trajo consigo una desconcertante novedad. El impasible general Szerecsen parecía levemente impresionado o incluso ofuscador.

-No puede ser que realmente usted piense así.

-¿Y por qué no, general?
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Reflejos VIII (Tercera Parte)

Las cacofonías reverberaron tiempo después en las paredes, anticipando el movimiento de la puerta, revelando la menuda y femenina silueta del umbral. Una que renuentemente había aceptado las excusas del chico de labios del mayordomo, quien alegó que otras preocupaciones le requerían. Dudosa, pensó que debía referirse a asuntos personales en los que ella no tenía ningún derecho a entrometerse. No obstante, tras varias horas vagando por el desconocido palacio, y al no encontrarle, la preocupación empezó su inexorable avance. El instinto entonces le insinuó el posible rincón dónde tal vez podría encontrarle, y al interrogar a Ekain al respecto, éste no desmintió que allí era dónde le había dejado tiempo atrás. Tras indicarle la localización, se encaminó a su rumbo y efectivamente lo encontró. Dispuesta a acompañar su entrada con algún comentario ingenioso, sus palabras murieron en sus labios al percatarse de la desnuda postura rígida y del ambiente asfixiante y tétrico de la sala.

-¡Edwing! ¿Te encuentras bien? –preguntó preocupada, acercándose hasta él.

La mirada vidriada y fija empezó a procesar sus alrededores, reconociéndola, pero no fue hasta que sus dedos rozaron su brazo que saltó, esquivo como un gato.

-No te acerques – dijo amargamente.

-¿Pero qué…. – se interrumpió a media frase.

Echando un vistazo a lo que los rodeaba, probó a buscar pistas que le diesen alguna idea de lo que le ocurría. Nada raro, salvo el hecho de que él estaba desnudo, temblando ligeramente, la luz de la antorcha y las diferentes velas esparcidas reflejándose en la húmeda piel. Magnífico pensó, deleitándose ante la perfección de su cuerpo al natural, de la belleza angelical de sus facciones en contraste con el cuerpo de hombre que exhibía. La necesidad de tocarle la embargó. Algo que si no hubiese sido por la reticencia manifestada previamente no habría dudado un instante en hacer.

Volvió a intentar aproximarse a él, y al mirarle de frente, captó algo indescriptible en aquel azul insondable que era su mirada.

-No vengas –gruñó.

Firme y resolutivamente, rebelándose a la orden y olvidada la inseguridad personal, avanzó, dispuesta a encontrar una explicación a su comportamiento. Quedando frente a él, le agarró la cara con las manos, más fría de lo que ella recordaba, buscando la intimidad cómplice propicia al intercambio de secretos. Él intentó apartarlas, forcejeando con una fuerza que ignoraba que poseía, mas no cejó en su empeño ni cedió a la pretensión.

-¿Qué te pasa? –reintentó ella.

-No me toques – ordenó autoritariamente, voz de mando, los dientes chirriando.

-¿Por qué?

-Te mataré si lo haces.

Aquella contundencia la sobresaltó, pero no se dejó intimidar. Realmente la intrigaba el extraño comportamiento, y si quería que ella confiara en él como le pidió en el jardín, más valía siguiese su propio consejo.

-No, no lo harás- expresó con convincción.

-¿Cómo puedes estar tan segura?

-Sé que no eres un asesino.

-Te equivocas, sí soy un asesino –recalcó la afirmación.

-¿De qué estás hablando? – lejos de amedrentase, pretendía saber a qué se debía su declaración.

-Yo… maté a una mujer… antes…. No le di oportunidad alguna… estaba indefensa…. –susurró aturullado al borde de la exasperación, cediendo poco a poco.

-Eres mejor que eso, seguro que…

-¡No, no lo soy! –exclamó. -¿No lo entiendes? Podría matarte a ti con la misma facilidad, a traición, deslealmente… Antes de que pudieses parpadear tendría tu sangre empapando mis manos. –soltó completamente afligido y torturado.

Estaba a punto de rebatirle, negarle sus acusaciones cuando sintió las manos en su cintura, la gelidez de su cuerpo pegado al suyo y reparó en como apoyaba su peso contra ella antes de derrumbarse. Incapaz de sostenerle, cayeron al suelo abrazados, aterrizando en la ropa desperdigada, su cara oculta contra el pecho. De pronto, la tela del vestido se vio traspasada por la humedad. Extrañada, primero supuso que se debía al mojado cuerpo masculino, pero lo descartó al alcanzar sus oídos un sonido indescifrable. Y apartándole levemente, confirmó su sospecha. Él estaba llorando. Anonadada le acunó, incapaz de encontrar algo que decir. Estrechó su abrazo, con afán de transmitir un consuelo que ella no pensaba que necesitase, compartiendo un momento de fragilidad nacido de la indefensión y la agonía acuciantes. En ese momento su atención recayó en unos de los extremos de la camisa que le había visto ponerse antes de partir, la corbata, la gabardina… tiznadas de irregulares manchas oscuras.

-No eres un asesino – dijo, más intentando convencerse a sí misma que a él.

-Entonces, ¿de qué son esas manchas de mi ropa? – pronunció contra el vestido sin soltarla un ápice, aferrándose igual que un náufrago a un salvavidas.

Tragó saliva pesadamente, la nueva revelación golpeándola dolorosamente. Miró al chico entre sus brazos, diciéndose que alguien como él, no era capaz de aquello. ¿Pero que sabía realmente de él? ¿Y qué otra cosa podía ser lo que empañase las telas? Se sintió temblar, pero se contuvo a tiempo. Aprovechando la ocasión, la nueva realidad y revelación le arrasaron la mente cruelmente. Y notó el pánico, inspirado en la espeluznante certeza. Por primera vez, el corazón bombeó acelerado, la adrenalina del peligro llenando su torrente sanguíneo. Miedo, en la representación más clara y primordial y algo más, algo que no supo reconocer, como casi todo el torrente de nuevas sensaciones que experimentaba.

-Me da igual que me mates – aseveró sinceramente.

-Pero a mí no – y tras responderle, le vio luchar por separarse de ella.

-¿Qué haces?

-No debo tocarte….

En respuesta, apretó el abrazo, impidiéndole el escape y permitiéndole oír el latido de su corazón, recostando la mejilla contra la suavidad de su pelo.



-Esto… esto está mal… Tú eres pura e inocente, demasiado buena para alguien como yo. No puedo mancillarte o corromperte... No es justo. Tú no debes compartir la miseria de lo que yo soy – y con todo, él parecía incapaz de dejarla ir.

-No me importa nada de eso, Edwing. Es cierto, tu declaración ha sido chocante sea cierta o no, pero estoy convencida que tienes alegaciones. Pero no quiero oírlas, ni lo necesito tampoco. Estás aquí, conmigo, y eso es todo lo que me importa ahora.

-No es justo

-¿El qué?

-Todo….

Le pasmó la respuesta al no comprenderla, pero decidió que hurgar en ella le alteraría y causaría una congoja que parecía incapaz de sobrellevar en su estado actual. Y aunque lo dejase correr, en su mente seguía rondando la pregunta de qué habría causado ese alicaído y contrito humor. Era cierto, que la imagen de él esgrimiendo una espada, en posición de combate envuelto en ropa calada de la sangre de sus enemigos, y mirada de guerrero despiadado y letal pasó por delante de sus ojos, y brevemente temió al espectro de salvaje ferocidad, ajeno a todo aquello que no fuese muerte y desolación. Pero tan rápido como acudió a ella, se disipó en el ambiente. Tal vez debería mantener las distancias, o seguir el consejo de la reserva, pero la visión de su propio cuerpo cayendo inerte por la espada empuñada por una de esas manos que tan desesperadamente se aferraban a ella le produjo un extraño sosiego. ¿Era el resultado de la decepción? Difícilmente. Tal vez era satisfacción o tranquilidad… Si lo que pensara ella o su propia seguridad era su preocupación, no tenía necesidad de balancearse sobre en el abismo. ¿Pero cómo hacérselo entender? ¿Cómo podía hacerle entender sin causarle daño?

-Lyselle… -la voz ahogada quebró las tribulaciones.

-Dime.

-¿Te puedes quedar conmigo esta noche, por favor? –casi suplicó estranguladamente, evitando mirarla a los ojos.

-Claro.

Sin darse cuenta, su tren de pensamientos volvió a su estado de ánimo. ¿Qué habría ocurrido para sumirle en ese estado catatónico, en esa indefensión? Parecía tan vulnerable y desprotegido… Le recordó a un niño abandonado en la recóndita oscuridad… Fuera lo que fuese, había transcurrido en el intervalo de su última ausencia. Entonces acudió a ella uno de sus comentarios “La maté”. ¿Eso lo había desencadenado todo? ¿La conciencia? Si recapacitaba en ello fríamente, no era algo tan extraño. La amenaza de la guerra se cernía sobre el reino que él regentaba, así que probablemente tendría más víctimas en su haber. ¿Qué tenia de importante aquélla en particular? “Podría matarte a ti con la misma facilidad” ¿Ella era la causa? ¿Se planteaba él esa posibilidad? ¿Por qué? Y sin embargo, preferiría que una espada le atravesase el pecho antes que una mentira, desilusión o falsa esperanza nuevamente. Se agitó al percatarse de algo. ¿No le estaba dando excesiva importancia a todo lo que a él atañía? Demasiado aturdida, cortó súbitamente el razonamiento, desviando la atención a la figura que yacía en sus brazos, dormitando plácidamente. Sonrió, enternecida por el cuadro. Asesino o no, príncipe o súbdito, vampiro o humano, le creaba una extraña sensación en la boca del estómago. Quería protegerlo aunque no lo necesitase, y enseguida se dio cuenta que tal vez la primera cosa para hacerlo, sería despertarle y obligarle a ponerse algo de ropa, pues parecía un témpano de hielo. Instintivamente, en un toque de ternura e intimidad, le acarició la nariz, incitándole a despertar. Sobresaltado, lo contempló abrir los vidriados ojos desconcertadamente, aturdido y alerta, el cuerpo tenso.

-No pasa nada –le tranquilizó ella.- Pero estás helado, deberías vestirte.

-Mi temperatura corporal es algo baja…

-Pero no tanto…

-Perdóname –se disculpó compungido, apartándose.

-¿Por qué?

-Debo haberte congelado –le restó importancia a eso con un encogimiento de hombros.

-¿Vamos? – propuso, levantándose y tendiéndole la mano. No obstante, la estabilidad duró poco debido a las piernas entumecidas tras tanto rato sentada en el suelo. Maldijo por la humillación que suponía la torpeza en un momento así, pero pronto notó que él la había estabilizado sujetándola por la cintura.

-Creo que hoy no es mi día –comentó para aligerar la tensión. Pareció surtir efecto, pues atisbó una sonrisa comedida en él.

-El mío tampoco, la verdad.

La liberó, y observó sus elegantes movimientos al agacharse y recoger el batiburrillo de ropa del suelo y echarla en una especie de baúl del rincón haciendo una mueca, antes de dirigirse a la puerta, abrirla y cederle el paso. En un par de zancadas llegó a su altura y notó un pequeño detalle.

-¿No deberías vestirte? –le propuso tras un breve vistazo general a su cuerpo.

-No me traje la ropa.

-¿Y una toalla? ¿Para secarte?

-Creo que ya lo estoy…

-Ah, bueno….

Y rápidamente tomó la delantera y salió al pasillo, intentando ocultar el leve sonrojo que sabía que le adornaba las mejillas. Entonces cayó en que desconocía a dónde se encaminaban, por lo que detuvo el paso hasta que él la rebasó e hizo suya la iniciativa.

Tragó saliva cuando el olor de la piel masculina impregnó los alrededores, haciéndola plenamente consciente de su presencia, y que presencia… Las ondulaciones de la ancha espalda seguían el ritmo acompasado del caminar, surcada por un par de líneas incoloras. No pudo evitar examinarse las uñas, preguntándose y sospechando la causa…. Alzó la cara para comprobarlo, o al menos esa fue su intención… hasta que otra parte del cuerpo frente a ella la despistó. Allí donde la espalda perdía su nombre. Si en general todo parecía firme, aquella parte desafiaba a la gravedad. Tenía un trasero precioso, sólido como una roca, musculoso, de piel lisa y nívea, igual que las piernas. Largas y musculosas, poderosas, marcados los tendones, que destacaban y vibraban con extraña hipnosis al andar. Tan sugestionada se hallaba, que chocó contra la ancha espalda que unos segundos antes admiraba embelesada, y como con su anterior aturdimiento, él la agarró para evitar que cayese, enarcando las cejas.

-¿Estás bien?

-Sí, sí… Andaba algo ausente….

Menos mal que no perseveró…. Aunque, ¿acaso no le gustaría conocer a él que le encontraba físicamente atractivo? Porque quererle, no sabía si le quería, pero desearle… le deseaba y mucho, y eso ella antes no lo sentía por nadie, algo tan físico que jamás juzgó posible. Esa pasión desbordante y exigente que ardía en interior… ¿Pero cómo no hacerlo? Si podría estar en la portada de cualquier revista de moda, o cine, o…. Vale, no degeneraría más, se reprendió mentalmente.
Apenas había traspasado la entrada cuando ahogó un gesto de sorpresa ya que tras un breve lapso de tiempo en que los ojos se le acostumbraron a la penumbra reinante, tomó pleno conocimiento de lo que la rodeaba.

-¿Tu habitación? – preguntó maravillada.

-Sí – le contestó yendo hasta un armario de malaquita verde tallado en una de las paredes.

Aparcando el tema de abstracción favorito desvió su atención, centrándola en otras cosas, como la frágil maravilla del interior de la estancia, de paredes del azul grisáceo de los amaneceres tormentosos, similar al de sus ojos. Recorrió con la mirada alrededor, y no le pasó desapercibido el cambio gradual que el color experimentaba al azul cobalto de los cielos nocturnos invernales salpicados de estrellas rodeando las esquinas de la cama. Una cama que para el amplio espacio del dormitorio, resultaba diminuta aunque lo suficientemente ancha para albergar entre sábanas de seda y colcha de terciopelo a dos o tres personas, ocupaba uno de los laterales. Elaboradas cortinas verdosas coronaban los marcos del enorme ventanal cuyo paso franqueaba el acceso a una plataforma exterior y mitigaban la omnisciente oscuridad ayudada por una extraña antorcha invertida colgada del techo de la que salían un par de alas entre las cuales crepitaba una esfera de luz. Un escritorio de caoba ocupaba el otro rincón, desordenado gracias a los papeles esparcidos bajo un tintero cuya pluma yacía de pie, orgullosa, de forma similar a los grandes reyes abarcando sus conquistas. Junto a éste, un extraño instrumento alargado le acompañaba. Escudriñando las penumbras intentó discernir lo que era…



-¿Tienes un telescopio? – preguntó sorprendida. Él desvió su atención y enfocó lo que llamaba su atención.

-Ah, sí -confirmó la sospecha mientras continuaba vistiéndose.- Era de mi hermano, fue su particular regalo de uno de mis cumpleaños – explicó carente de emoción.

Continuó inspeccionando los recovecos hasta llegar finalmente a una pequeña estantería. Los estantes inferiores estaban ocupados por enormes láminas repletas de números, planos, mapas, pergaminos amarillentos que a contraluz exhibían una apretada caligrafía en algunos caracteres desconocidos y otros conocidos… De puntillas, echó un vistazo a los superiores. Algunas decenas de instrumentos metálicos ocupaban el espacio, peculiares y extraños algunos, y evocadoramente soñadores otros, tales como un astrolabio, un compás y un hermoso reloj de arena cuyos tallados bordes tenían forma de rosas. Lo asió y lo giró, alzándolo a la luz. Absorta, estudió la caída progresiva de los granos, formando un valle de inocentes arenas movedizas. Atisbó un reflejo metálico por el rabillo del ojo. Volteó a estudiarlo, el reloj todavía en las manos, olvidado brevemente. Frunció el ceño, no viendo bien la causa en medio de las oscuras brumas que rodeaban aquel recóndito lugar, casi como si estuviese prohibido. Estaba a punto de preguntarle, cuando él deshizo el silencio, haciéndola olvidar la inquietud.

-¿Te gusta? – dijo, señalando el reloj en su palma con la barbilla.

-Es precioso. Pero no te pega tener uno de éstos la verdad –comentó sinceramente.

-En realidad fue un regalo –aseveró, la voz suave.

-¿De quién?

-De mi madre.

Ninguno de los dos supo que decir a continuación, permitiendo al silencio instalarse cómodamente entre ambos. Pero como todos, se rompió, gracias a la curiosidad latente de la chica.

-¿Pero para qué un reloj de arena? – centró la atención en el artilugio.



-Para marcar las horas que faltaban para cumplir mi sueño.

La declaración la tomó totalmente por sorpresa, reconoció avergonzada, y la causa era que en ningún momento se planteó otra ocupación o deseo para él que el de ser príncipe… aunque él así se lo hubiese reconocido. Para ella, el hecho de aborrecer el heredar un reino se le antojaba inaudito.

-¿Cuál es tu sueño?

-Era ser pianista.

-¿Era?

-Mi padre me prohibió volverlo a tocar.

-¿Por qué?

-Era una pérdida de tiempo. Y debo reconocer que tenía razón, quitaba mucho tiempo.

-¿Y tu madre?

-Digamos que no tuvo ocasión de hacerle cambiar de idea – el tono con que respondió, le dijo que era un tema delicado, por lo que evadió el interés en la historia que sentía.

-¿Y eres feliz con eso?

A modo de respuesta, él se encogió de hombros, indiferencia en los rasgos, como si hablase de cosas intrascendentes.

-Al crecer, todos sacrificamos algo – sentenció al fin.

-¿Sabes? No tienes mucha pinta de bohemio, no te pega nada. Además, ¿aquí también se estila la música como profesión?

-No – la negativa la desconcertó.

-¿Entonces?

-Quería ser concertista de piano en tu mundo.

-¿En mi mundo? ¿Irías de aquí a allí cada día? Sería una molestia.

-Quería quedarme allí.

-¿Pero vosotros podéis vivir en cada condición en mi mundo? Quiero decir…. –le costaba hacerse entender.

-El sol nos causa un bronceado demasiado extremo como para que podamos apreciarlo. Realmente nos chamuscamos un poquito mucho.

-Eres peculiar…. –añadió azorada.

-No, mi idea era vivir allí permanentemente, y tocar sólo de noche.

-Con lo remunerado que está el oficio…

-Necesito poco para vivir, y la comida no es un problema – recordó.

-¿Y qué hubieras hecho si te exigiesen hacerlo durante las horas de sol?

-Negarme, y eso me ayudaría a crearme la reputación de extravagante que acompaña a los genios.

-Veo que para algunos la palabra humildad les es ajena….

-Todos aspiramos a convertirnos en alguien que las generaciones posteriores recuerden, y para ello empezamos imitando las cosas básicas de los genios precedentes ¿no? Los admiramos e imitamos, esperando algún día poseer la eternidad de los elegidos.

-Vale, lo retiro. Tal vez si tienes algo de bohemio. - la seriedad de él disminuyó, y se redujo la tensión de la boca, relajándola y formando nuevamente un atisbo de sonrisa.- Si nunca tocas, ¿cómo es que este lugar tiene una sala consagrada únicamente a un piano?

-Que me lo prohibiera no implica que acatase la orden ciegamente. Abandoné mi sueño, nada más. No podía permitirme perder otro trozo de mí mismo. De vez en cuando toco y practico para evitar el olvido, aunque mis manos ya no tañen con tanta celeridad como antes.

-¿Tocarías para mí?

-Tocaría para ti.

Súbitamente entusiasmado y sin demora alguna, enlazó las manos de ambos y se vio conducida dulcemente a través de escaleras y corredores, encendiéndose mágicamente a su paso, cruzando el salón principal hasta penetrar en la habitación del piano. Delicadamente, la liberó del contacto, y fue a tomar asiento ante la pesada tapa, desvelando la pureza de las teclas. Notas discordantes surcaron la sala, invadiendo de ecos todo aquello.

-¿Qué quieres que toque? – ofreció, probando la armonía del sonido, y buscando recuperar la destreza adormecida.

-Cualquier cosa.

Estudió el aire pensativo, buscando el repertorio dedujo, a la par que tomaba asiento sobre el diván. La placentera percepción de hundir el peso sobre se adueñó de ella, cosquilleándole el cuerpo. Unas notas huidizas desviaron su atención del placer físico, cadencia serena, de profunda tonalidad similar a los suspiros que tantas cosas solían ocultar en ellos. Era una melodía suave, que trasmitía fragilidad junto a un deje intermitente de fortaleza oculta. Intentó situar la pieza en una época y autor determinados, pero falló estrepitosamente. Abstrayéndose del momento, anuló la vista eventualmente, dejándose impulsar por la alteración del compás que ahora le era levemente conocido, pero las notas revistieron nueva gravedad, profundas, poderosas, contundentes. Increíble, no había otra forma de valorarlo. Variaba la armonía, el ritmo, y también los sentimientos inspirados, desde la suave y triste musicalidad, a la agresiva e impulsiva que tornaba a renovar en el instante preciso en que la resonancia rodeaba el estrépito desagradable. Arrancó unos últimos acordes de las blancas piezas, unos que dejaron la incertidumbre y la esperanza suspendidas en el aire, revestidas de una nostálgica y preciosa soledad que sosegaba el alma.



-¿De quién es? – interrogó, extasiada ante la paz surgida de algo tan simple como un piano.

-De nadie.

-¿Cómo se titula? – siguió interesada e intrigada.

-No tiene título.

-¿Cómo puede ser eso? –balbuceó, sin creerse que algo así tuviese dueño.

-Acabo de improvisarla.

Abrió la boca para decir algo, pero se encontraba tan sorprendida y maravillada a la vez, que enseguida supo que cualquier cosa que dijese, quedaría fuera de lugar.

-Sublime – encontró algo que se le acercase al fin. Jamás sospechó que él podría ejercer tal dominio y genialidad sobre el piano, y menos cuando según sus propias palabras ya no practicaba tan frecuentemente como antes. ¿De qué habría sido capaz en el pasado? Y no sólo eso, durante su embelesamiento en la creación, le había parecido atisbar a un Edwing radiante, ajeno a todo, unido al instrumento por una conexión sobrenatural, como si fuese ahí donde realmente perteneciese.

-Exageras, sólo ha sido una variación de un par de melodías que me sé de memoria.

-Me ha parecido reconocer algo….

-En realidad, expresaba lo que sentía. Es algo que solía hacer, interpretaba según mi estado de ánimo. Mi madre al principio lo odiaba, decía que así le era imposible corregirme la técnica –se calló repentinamente, y entonces una ternura pintó de luminosidad sus rasgos. –Aunque ahora que vuelvo allí, creo que no lo decía en serio. Parecía encantada, y siempre me hacía tocar a mí al final de las clases –dijo con un mohín.

-Lo sabía, ella sabía que tenías un don y que podrías llegar lejos. Era su forma de estimularte a desarrollar tu habilidad.

-Un don inútil que tal vez otra persona mereciese más que yo –comentó con amargura, las manos acariciando la blanca superficie, susurrándole palabras de amor, entregándose incondicionalmente a él. – Hubiese sido preferible que mis aptitudes y dones abarcasen la política, la estrategia y la lucha.

La música siguió brotando mágicamente de sus dedos, de naturalidad desbordante mientras ella se acercaba a él rodeando el piano hasta sentarse a su lado a fin de poder hablar con él cara a cara.

-Nunca desprecies tus cualidades ni a ti mismo. Y nunca olvides tus sueños.
-¿Ni aunque sean imposibles? –aseveró mordazmente.

-Especialmente ésos, porque son los únicos por los que merece la pena seguir.

-¿Y tú? ¿Cuáles son tus sueños?

-No lo sé… Jamás me lo he planteado, tal vez por qué deseaba que nunca volviese a amanecer para no tener que enfrentarme al futuro.

-Aquí nunca amanece – agregó significativamente, estudiándola fijamente, abandonando el piano.

Al instante supo de la implicación del comentario, del peso de la insinuación y las repercusiones, recordándole la decisión pendiente. Pero ahora, en ese momento en el que ni siquiera se la había planteado, era incapaz de contestarlo y menos aún, aguantar la esperanza en la mirada del chico, increíblemente transparente. Un libro abierto, desde la expresión a los gestos. Desvió su atención.

-¿Cómo te sientes ahora?

Se empañó la claridad, turbias las pupilas, oscurecido el azul insondable, el calvario reflejándose y revelándose nuevamente, quebrado el hechizo.

-Ahora soy yo el que no lo sé… Atormentado y tranquilo a la vez….

-¿Qué ha pasado, Edwing? – instó ella.

-Es algo de lo que preferiría no hablar…

-A veces…

-Por favor, no te enfades, pero es algo que…

-De acuerdo. No obstante recuerda que si necesitas hablar con alguien, puedes contar conmigo – y sin pronunciar otra palabra, se alejó de él y volvió a recostarse en el diván.

-¿Quieres que toque algo más? – propuso centrando la atención nuevamente en el instrumento.

-Sí.

-¿Alguna preferencia?

-No.

Ágilmente los compases volvieron al entorno, reposados ahora, y prosiguió así, induciendo y conjurando al sosiego, aislándola de todo lo que no fuera la placidez que suavemente penetraba en su interior, sumiéndola en el estado previo al sueño, el que pronto le reemplazó, meciéndola en los brazos de la pequeña eternidad.

Mantuvo pulsada el do sostenido, vibrando, disfrutando de la muerte de la nota que concluía la pieza, reverberando dócilmente en las paredes, y cuando el afinado oído le reveló de la total ausencia de ruido, bajó la tapa silenciosamente y se levantó. Sigilosamente, llegó a la dormida audiencia, y a pesar de las tribulaciones despertando al menor indicio de vulnerabilidad, sonrió al agacharse y contemplarla de cerca. Se sumió en la pacífica imagen, embebiéndose y respirando de ella, antes de cogerla en brazos y encaminarse a la puerta. Ésta se abrió sola así que continuó el camino a la habitación de ella.

La sentía ligera como una pluma, y tan bien cerca de él, que le costó lo indecible posarla sobre la cama que ya esperaba dispuesta a acoger a la invitada. Finalmente, venció al egoísta deseo, aquél que le instaba a quedarse a dormir con ella, al fin y al cabo le concedió el permiso, pero recurriendo a la fuerza de voluntad, la tapó, diciéndose que al menos por aquella noche, en su estado, no debía tocarla, ingenuamente pensando que podría inducirle atroces pesadillas, o volverla como él… Buscó oler su esencia antes de volverse y enfilar la salida.

Atravesó los tranquilos pasadizos que unían la alcoba de Lyselle con su estudio, cercano a su propia habitación, y entró toscamente en él, venciendo el recelo. Un alto candelabro de ocho brazos alumbraba difusamente la estancia, conjurando sombras danzantes alrededor de él. En el estrecho cerco de luz se ubicaba un amplio escritorio de caoba, similar al de su habitación cuya diferencia estribaba en el orden de los papeles apilados en una esquina de la extensión de ésta, frente a una pared cuyo apagado hogar no contribuía a desvanecer el resto de la negrura ni tampoco a revelar los secretos escondidos. Parándose ante el inexistente fuego, levantó la mirada y escudriñó el retrato principal de la pared.

Una mujer de fascinantes ojos verdes y larga cabellera ébano le devolvió la mirada, una ancha sonrisa iluminaba su cara. Destilaba elegancia y candor, en contraposición a la carencia extrema de vida de la pintura.

-¿Por qué desaparecisteis, madre? –apenas una pregunta murmurada, multiplicándose gracias al eco y la extrema tranquilidad cruzó la atmósfera.

Una demanda retórica, a la que no aguardó respuesta alguna, dándole la espalda al incorpóreo recuerdo, atravesando la distancia que le separaba del escritorio y dejándose caer pesadamente sobre la silla que acompañaba al mueble, sumiéndose en su propia oscuridad. Tal vez por eso, le pasó inadvertida la particularidad de la sombra que danzaba con vida propia, fundiéndose en el mundo existente más allá del marco de la puerta, en otro tipo de oscuridad.
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Reflejos VIII (Segunda parte)

El murmullo del agua llenaba la estancia de ecos fugitivos, y el vapor surcaba el ambiente condensándose alrededor de los contornos que obstaculizaban el espacio, difuminando la realidad y sustituyéndola por una etérea, suspendida y perdida en instantes irreales. Una donde la intensidad de los sentimientos no resultaba tan abrumadora.

Recostado sobre la pared, veía sin ver el fluir del agua, los ojos perdidos en algún lugar desconocido. Instintivamente, estiró el brazo para comprobar sobre su piel la temperatura del incoloro líquido. Ardía. Apenas parpadeó, totalmente ajeno al ardor. Sólo reaccionó cuando la humeante humedad alcanzó sus pies. Se levantó a fin de detener el caudal, y tras ello, se desnudó mecánicamente, y se introdujo en la ducha. Abrió nuevamente el grifo, y el torrente de agua salió a borbotones, rebotando contra su piel con una violencia inusitada. Los nervios de su cuerpo eligieron ese momento para recordarle que de alguna forma seguía vivo. Esperó unos segundos, soportando la abrasadora sensación, antes de reducir la temperatura a una agradable.

Cerró los ojos, e intentó vaciar su mente y concentrarse en la agradable impresión del agua resbalándole por el cuerpo, en una íntima caricia, relajando la tensión de los músculos. Alzó la barbilla, buscando sentir la frescura en la cara, y disfrutó del aterciopelado contacto. A tientas, buscó el gel. Lo extendió sobre sus manos y empezó a frotarse el cuerpo ajenamente, rutinariamente. No había terminado, cuando presintió algo pegajoso y viscoso sustituyendo a la frialdad del agua empañado de un olor metálico, demasiado característico y conocido, induciendo a rebelarse algo en su interior. Espantado y aturdido, no quiso creer a sus bien alertados instintos. Sangre. Todos los olores quedaron amortiguados, imponiéndose ese ante todos los demás. Abrió los ojos, buscando la causa y lo que vio le hizo tiritar, y no de frío, atormentándole nuevamente. La sangre se escurría entre sus dedos, las manos empapadas completamente de ésta, surgiendo de algún lugar desconocido. Tuvo la certeza de que no le pertenecía, y ese convencimiento le volvió a inducir un miedo descontrolado e irracional. La desatada imaginación sentenció a la poseedora. Abraina. Se le desorbitaron los ojos, se le desencajó la mandíbula, conteniendo a duras penas el horror de la espantosa convincción, la certeza de que borbotones carmesís fluían ya no entre sus dedos, sino por todo su cuerpo. La pesadilla se materializó en forma de espeluznante visión. Mirase donde mirase, se veía empapado en sangre ajena, acusándole, lacerándole aplastantemente y sentenciándole cruelmente: asesino.

Probó a hacer acopio de racionalidad, algo inútil pues los jirones de serenidad se habían desvanecido, y lo único que dictaba sus acciones era un caótico embrollo de entretejida y desbordados sentimientos. Una necesidad anteponiéndose a todas las demás: las de disipar olores y visiones asociadas a la sangre. Desesperadamente, aún bajo la frescura asfixiante del agua, se frotó furiosamente, esforzándose para limpiarse y volver a recuperar la pigmentación de su piel, una que no le obligara a recordar ni se presentara ante él agónicamente. Salvajemente, se restregó la piel, a fin de sentirse limpio, si no anímicamente, si físicamente. No se detuvo cuando el escozor le previno de las laceraciones de la piel levantada. Eso sólo consiguió aumentar la angustia.

Perdió la noción del tiempo que estuvo bajo el agua, pugnando afanosamente contra una suciedad imperceptible y torturadora. Fracasó. La opresión aumentó en su interior y cansado cedió a lo inevitable, a la huella indeleble de lo acaecido durante el consejo, juzgándolo, nada benévolamente, y esa seguridad lo enfermó, la conciencia latiéndole dolorosamente en las sienes.

Cerró el grifo, e inclinándose hacia delante, se recostó sobre la pared de la ducha, examinando sus manos al contraluz del fuego de la antorcha que crepitaba.

Obsesionado y enfermo, sintió náuseas de su propio cuerpo, contaminado y sucio. Algo a lo que el cristalino y límpido chorro no había sido capaz de hacer frente, ni tan siquiera mitigar.

Abandonó el blanco mármol, arrastrando los pies por las baldosas grises que componían el suelo, empapándolas de agua. No importó. Nada parecía importar, nada salvo la ausencia de fuerza para hacer algo tan básico como secarse. Permaneció allí inmóvil, chorreando, parado, despojado de voluntad, las pupilas dilatadas, y el rostro carente de vida.
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Reflejos VIII (Primera parte)

Redujo la altura al atisbar la intensa y solitaria luz recortase contra el cielo oscuro, en medio de la infinidad de puntos distantes a su alrededor. Al terminar la reunión, su ser resonaba por la necesidad de llegar a un lugar conocido y encontrar el sosiego en los brazos que necesitaba tanto como el respirar, pero ahora, extrañamente, la reticencia a llegar allí, o a cualquier otro lugar conocido, vencía al anterior anhelo. No sólo eso, tampoco quería la compañía de nadie, le repulsaba. Sólo quería la soledad, el rumor del vacío, el sosiego de la nada… Y todo eso, porque una desagradable sensación había despertado de un profundo letargo, haciéndose dolorosamente presente, presentándose inflexiblemente como un juez letal y cruel… Adivinaba los bordes del motivo, intuyéndolos sin entenderlos, demasiado asustado y vulnerable para enfrentarse cara a cara a ellos.

Suspiró, intentando apartarlos, pero en aquel silencio, en aquel lugar, su presencia era demasiado tangible, y conforme sus pasos le acercaban hacía el cálido interior del palacio, al inmenso y solitario pasillo que terminaba en su habitación, el desprecio resonó fuertemente aunque sin voz.

Escapando de la sombra invisible tras sus pasos, entró bruscamente en el dormitorio tan conocido, y ahora aborrecido. Nervioso, se acercó a la cómoda de la esquina, reposando a los pies de un espejo, y se apoyó en ella, fijando sus ojos en la nítida superficie, buscando un reflejo que no le pertenecía. Nada rompía su púlida perfección, pero él no pudo evitar observar la debilidad de su confuso estado de ánimo, mofándose cínicamente. Furioso, inconscientemente, su puño se alzó como un resorte, quebrando la invisible presencia de ojos idénticos a los suyos, haciendo añicos la hoja, derrumbándose los afilados cristales a su alrededor, algunos de ellos clavándosele en los nudillos, ajeno al inmediato dolor punzante y la sangre derramada desde su mano.

Volvió a mirarse en los pedazos resquebrajados que no habían sucumbido a la frustración, y por un instante le pareció enfrentarse a sí mismo en el reflejo del cristal, idénticos ambos salvo los ojos de negro abismal, oscuros y tenebrosos, revestidos de una mortal e implacable frialdad, completamente inhumanos… Aturdido, retrocedió varios pasos, escapando de un temor que debería ser infundado, ya que su especie no se reflejaba en espejo alguno, pero sentía en la piel que lo que acaba de presenciar había sido muy real, demasiado real…

Enseguida el intento de escape de la amenaza invisible se vio frustrado al chocar su espalda contra la maciza puerta de madera, y entonces, sin poderlo evitar, el pavor a su reflejo derribó su autocontrol y le hizo temblar inconteniblemente, quitándole la fuerza del cuerpo, cediendo a la contundente gravedad, deslizándose por la madera hasta acabar ovillado en el suelo. Cerró los ojos, buscando tranquilizarse, pero la densa atmósfera no contribuyó a ello, provocando el incremento de su nerviosismo. Por un lado, deseaba que alguien entrara en la estancia, le abrazase y rompiese así el cruel encantamiento, prometiéndole en tono suave y gentil que no ocurría nada, que todo iba bien, pero por el otro, sintió el arraigado desprecio alzarse, a la vergüenza apoderándose de su cuerpo, recordándole dolorosamente lo inútil que era… el perdedor que yacía bajo toda esa fachada que tanto esfuerzo le costaba construir y mantener….

Un sonido rompió la monotonía, uno que se multiplicó a lo largo del pasillo, sonando feroz y temible a sus oídos. Con antinatural intranquilidad, agachó la cabeza cubriéndose los oídos con las manos, intentando espantar o conjurar la reverberación, pero el efecto fue el contrario. Murmuró palabras incoherentes en voz baja, suplicando que no se acercara, pensando que así ahuyentaría lo que quisiera que fuese aquello. No surtió efecto. En apenas unos instantes, el estruendo resonó fuera de la habitación, justo al otro lado de la puerta, alto y claro.

-Señor, ¿necesitáis algo? –le pareció discernir en maraña de sonidos indefinidos, acompañado de unos ligeros golpes.

Se sobresaltó al reconocer la voz del otro lado, grave pero clara. Ningún deje de la maldad que le pareció percibir previamente la empañaba. Una voz fiel y conocida. Ekain.

-¿Señor? –reintentó, un tinte de preocupación o vacilación en ella.
Se levantó, intentando recomponerse rápidamente, comprobando la sospecha de que ante la duda, el hombre olvidaría todo respeto y no dudaría en entrar como estaba cerciorándose ahora mismo, ya que fueron a abrir la puerta simultáneamente, sólo que el chico estuvo más rápido y ganó el pomo, revelando en el umbral de la puerta a un extrañado mayordomo, la mano alzada a medio camino. Haciéndose a un lado, le permitió la entrada.

-¿Os encontráis bien, señor?

-Sí.

No obstante su afirmación, quiso asegurarse paseando una mirada a lo largo de su figura, escudriñándole como un depredador, lo que avivó el recuerdo de lo recientemente ocurrido, algo que no pudo reprimir, y le indujo una inquietud que pugnó por ocultar al ojo avizor del hombre frente a él. No supo si lo consiguió o no, pues la atención del hombre se desvió sagazmente a la mano semioculta cubierta del líquido carmesí escurriéndose deliberadamente lento, centrando toda su atención en las heridas oscurecidas por la sombra proyectada del marco de la puerta.

-¿Qué os ha pasado, señor?

-Nada – dijo bruscamente, apartándola de su visión, visiblemente molesto.
Una expresión incrédula se adueñó de sus rasgos, diciéndole claramente que no le había creído pero desistió al notar el recelo y suspicacia de los gestos. Cambió de tema.

-¿Cómo ha ido la reunión, señor?

-No lo sé, dímelo tú –contestó a la defensiva.

-¿Señor? – interrogó.

-Sé que estabas ahí, oculto tras el arco principal del techo.

El aludido agachó la cabeza a modo de disculpa, reconociendo la culpabilidad de la acusación, mas no adujo arrepentimiento alguno en alta voz.

-¿Y los demás…?

-Lo dudo. Sigues siendo el mejor en eso de volverte invisible. Si discerní tu presencia es porque estoy acostumbrado a ella, no a que hayas perdido facultades, tranquilo.

-No es eso lo que me preocupa… Señor, habéis hecho lo correcto –añadió tras una breve pausa.

-¿Respecto a qué? – se hizo el desatendido, como si la cosa no fuera con él.

-Ya sabe a lo que me refiero.

-No, no lo sé.

-Lo de esa mujer, Abraina.

-No te he pedido tu opinión.

-Pero yo se la doy, y sé que es lo suficientemente sensato para apreciar mis consejos –<< y necesita el beneplácito y confirmación de alguien para empezar a cargar con la culpabilidad sin que le aplaste>>, agregó mentalmente, pues muy a pesar de la cordialidad entre ambos, no debía llegar tan lejos.

-Nadie contradice o pone en entredicho mis acciones o decisiones. Es una falta de respeto grave, y tú me lo estás faltando ahora.

-Deje su papel, conmigo no le hace falta fingir.

-¿Qué derecho te crees que tienes para hablar de esta forma? –le espetó, colmada ya su paciencia, agarrándole fuertemente de las solapas de la levita negra, encarando su inalterable estado de ánimo, nada afectado frente el súbito odio que empañaba el juicio del príncipe.

-Ninguno, señor. Sólo pensé que debía decírselo – le explicó tranquilamente.

Ver la impasibilidad del hombre le supuso un duro golpe a su orgullo, y un dolor desconocido. Apretó los puños sobre la tela, reprimiendo las ganas de hacer trizas todo lo que le rodeaba, volviéndosele los nudillos de un blanco translúcido. Finalmente, se rindió, dejando paso la ira a un cansancio generalizado. Le soltó, y sin dirigirle una segunda mirada, le dio la espalda.

-Habéis actuado hábil y astutamente al dirigir una reunión tan importante como la de hoy. No debéis sufrir por la vida que habéis arrebatado, toda guerra implica sacrificios, víctimas y bajas en todos los bandos. No se atormente más.

-No lo entiendes…. La he matado a traición.

-Era ella o usted. Además, necesitaba reforzar su autoridad, evidenciar que no se amedrantaría ni le temblaría el pulso al hacer lo necesario, que no es un cobarde débil… Y ha funcionado.

-Pero mi consciencia si lo es. El último suspiro de esa mujer, sus susurros y respiraciones entrecortadas aferrándose decididamente a una batalla perdida por su vida…. Se me han quedado grabadas a fuego… Cierro los ojos y es como tenerla de nuevo frente a mí… Vívidamente – contó, el sufrimiento latente en la voz.

-Ha matado a otros antes, no públicamente pero lo ha hecho… ¿Qué tenía esa mujer para que le haya afectado tanto?

Un suspiro cargado de melancolía escapó de sus labios exangües y su alma cansada.

-Por un instante, vi en ella a Lyselle. Durante un segundo, fue su cuerpo al cual yo había arrebatado la vida… Fríamente, sin remordimientos. Muerta, por mi mano. No dejo de pensar que tal vez en otras circunstancias, ese podría haber sido su destino.
-No tiene sentido pensar en posibles, las cosas son distintas y vos sabéis mejor que nadie cual es vuestro deber.

-Yo… tengo miedo de perder mi corazón – confesó finalmente, apesumbrado y avergonzado.

-No lo haréis, puesto que no tenéis. Eso me dijo una vez.

-Eso pensé… De verdad… Pero desde que me encontré con ella, ha vuelto a latir… dolorosamente. Demasiado dolorosamente. Soy un asesino, o seré un asesino… Eso no es compatible con tenerla conmigo.

El silencio acompañó a la confesión, demasiado aturdidos ambos para pronunciar palabra alguna, por lo que lo dejaron transcurrir sin alterarlo, era más cómodo así. Al final, incómodo ante lo que él pensaba que era compasión, se encaminó a la puerta dando largas zancadas, pasando al lado del hombre sin atreverse a dirigirle la mirada.

-¿A dónde vais? – interrumpió su escape.

-A ducharme.

-Le preparé el baño.

-No es necesario, yo lo haré –dijo en voz cortante que no admitía réplica. Estaba a punto de alcanzar el vano de la puerta cuando recordó algo - ¿A qué has venido?

-He dispuesto la cena en el salón principal.

El chico enarcó una ceja, perplejo, una miríada de sentimientos en su cara, desprevenido por algo tan inusual en su vida como cenar en el salón principal incluyendo a Ekain sirviéndola, cuando normalmente hacía tiempo que se abastecía solo.

-La señorita Lyselle necesita alimentarse –se apresuró en añadir - Venía a preguntarle si tenía intención de acompañarla.

Aunque se mantuvo en silencio, procesando la información, tuvo que darle crédito al hombre por haber recordado un detalle que a él se le había pasado por alto, poco habituado a ese tipo de necesidades. Aparte de ello, también le agradeció que se preocupase por ella.

-No.

La feroz negativa lo sorprendió. Pensó en desistir de hacerle cambiar de parecer pero percibiendo el motivo de su estado de ánimo volvió a insistir.

-Ella os está esperando abajo, y ha expresado su deseo de esperaros.

-¿Le has dicho que ya había llegado?

-Sí.

-Dile que me estaba duchando y que yo he insistido para que no me esperase. Que no sabía cuánto tardaría y te he dado órdenes expresas de obligarla a comer en caso contrario, que no necesita posponer nada por mí. O alguna cosa creíble si tienes una idea mejor.

Viendo que no estaba del mejor humor, se resignó a su negativa, y se dispuso a abandonar la sala, concediéndole la soledad que tan desesperadamente parecía anhelar.
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Escenario de guerra

Hoy una historia que escribí en mis años mozos... Cómo pasa el tiempo





Desde allí podía ver la preciosa armonía que formaban las lejanas luces de los últimos edificios encendidos de la ciudad y del cielo estrellado iluminado por la tenue luz de la luna llena. Era un sitio silencioso y desolado donde nadie se acercaba, tal vez por la leyenda de que algo siniestro circulaba por ahí, sin embargo eso era lo que le gustaba de aquel lugar, que nunca se oían los pasos de la gente aproximarse.

Su mirada vagaba sin rumbo fijo oteando el lejano horizonte difuminado por la distancia y la oscuridad, sin apenas prestar atención al paisaje o a lo que acontecía a su alrededor.

Le gustaba esa soledad, ese silencio, esa tranquilidad,…

El mundo estaba a punto de cambiar, lo sentía. La tragedia que se cernía sobre los lugares donde vivía, se aproximaba más y más, a cada día que pasaba, era una amenaza latente y aunque nadie alteraba su rutina, se podía sentir la tensión en el ambiente, en ese estado de permanente alerta.

Había vuelto, tenía que cerrar viejas heridas y quizá también quería recordar por última vez las pocas cosas felices vividas en ese lugar…Todo antes de decidir su futuro: participar o no en la guerra que se avecinaba como piloto militar, o dejarlo para siempre…

El nuevo día despuntaba, gris, melancólico, triste… y con él, su determinación de enfrentarse a los viejos fantasmas del pasado.

Sus pasos resonaban en las calles envueltas por la niebla, aún vacías de gente y de barullo, mientras se dirigía a la vieja casa donde vivió su primera infancia, esperando reencontrar por última vez el tiempo que siempre deseaba olvidar.

La casa permanecía inalterable al paso del tiempo, cada detalle era el mismo… El humo que salía por la chimenea le indicaba la existencia de vida en su interior y eso hizo que reuniera el valor suficiente para llamar a la puerta. Tras un instante de espera, alguien de edad avanzada apareció en el umbral.

-Hola… - y el zumbido del tiempo pareció engullir aquello.

-Hija, has vuelto…

-Sí…

-Pasa, si quieres…

Y penetró a la lóbrega entrada de aquel lugar. Él se sentó ante la cálida hoguera en la que se vislumbraba un fuego y ella se recostó en una pared que permanecía en sombras.

-Ha pasado tanto tiempo desde que te fuiste, tanto que no logro recordarlo con exactitud…- dijo el hombre cansinamente.

-Diez años. Eso no es más que un instante en la eternidad.

-No has cambiado nada,…- y un brillo de esperanza se encendió en sus ojos. ¿Por qué has vuelto? Pensé…

-Ya sabes cual es la situación.

-Sí, la guerra puede ser declarada en cualquier momento.

-Por eso he vuelto, en parte… Supuestamente si se empieza seré la primera en acudir a filas, a la primera línea de ataque como la llaman los importantes, o como se conoce entre los escuadrones, seré de los primeros en morir… - dijo ella sarcásticamente.

-Quiere eso decir que…

-Que he vuelto para decidir si participo como me corresponde o lo dejo, para cerrar heridas y, en definitiva, para terminar la partida.

El silencio siguió a sus últimas palabras. Finalmente éste fue roto por el hombre:

-Yo no puedo decirte lo que debes hacer pero hay algo que me gustaría pedirte…

-Lo sé y te perdono.

-Eso era.

-¿Cuándo te diste cuenta de que me había ido?

-En realidad te vi irte aunque hasta el día siguiente no tuve la certeza de que tal vez no volverías nunca.

-Al menos no hiciste propaganda de mi marcha, o fue tan sólo para que nadie se enterará de la verdad sobre aquello.

-Mientras te ibas, sentí mucho lo sucedido y no poder darte explicaciones pero…

-Pero la mataste, ante mis ojos…

-Fue un accidente…

-Da igual, los muertos no volverán. He venido porque te he perdonado, eso es todo.

-Gracias. Sólo te pido una cosa.

-Dime.

-Que decidas lo que decidas, vengas a verme por última vez.

Ella inició su camino para salir de aquella casa.

-En cuanto a tus amigos, a menudo van al río y él con ellos.

-No son mis amigos. Adiós.

Algo acabado, pensó. Sólo necesitaba ver a alguien más o tal vez a todos ellos…
Se dirigió al río, mientras se fijaba en la oscuridad del cielo que amenazaba lluvia. Y al bajar la vista al suelo fue cuando los vio, sentados en la hierba como en los viejos tiempos.

Mientras caminaba despacio hasta allí, ellos, entre las brumas matinales, alcanzaron a verla también, la sorpresa asomaba en sus caras.

-Tú…

-Si yo, os creías que formaba parte del pasado… Ya veis he vuelto.

-Nosotros…

-Venía a hablar con él, ya lo sabes ¿no?

Alguien asintió en silencio.

-Vamos.

-Nosotros nos vamos.

-Adiós… Pues bien ya estamos solos.

-Vendrás por aquello…

-Sí, he de saber si es cierto aquello que me dijistes antes de que me fuera.

-Yo, lo siento. No sabía lo que había pasado…

-Aquel día te necesitaba, quería a alguien en quien confiar y cuando fui a buscarte, me dijiste que me dejabas porque jamás podría querer a nadie. Entonces me di cuenta de algo… No quedaba nadie por quien seguir aquí y…

-Desapareciste… Volví para hablar contigo y tu padre me explicó lo ocurrido, asumía la culpabilidad por completo. Aventuró además que tal vez no regresarías jamás.

-Pero, lamentablemente, he vuelto a escena…

Empezó a caer la lluvia en aquel lugar en el cual los dos evocaban grandes recuerdos.

-Me voy…

-Pero…

-Sé todo lo necesario.

-¿Vuelves a la colina? ¿Aquella donde te buscaba siempre que te necesitaba? Sigue igual de silenciosa y solitaria. Es como tú…

-Adiós.

Aquello era todo. En su interior la ilusión de volver allí se había roto. Ya no volverían a dolerle las heridas del pasado, pero ahora se sentía más sola que nunca… Aquel lugar… el único lugar al cual parecía alegrarle su retorno. Desde la altura miraba el pueblo fijamente cuando oyó lejanos zumbidos en el aire. Al instante vio aparecer una escuadrilla de aviones, bombarderos… Una premonición cruzó por su mente, al instante en que el primero dejaba caer su carga… Segundos después se escucharon varias explosiones y un humo denso se levantó en torno a todos los lugares de su infancia… Y fue entonces al despejarse que vio la tragedia. Ahora ya no le quedaba nada, las bombas habían borrado del mapa aquel lejano lugar. Todo aquello ansiado y odiado , no eran más que una acumulación de escombros y cadáveres, la viva imagen de una ciudad fantasma. La colina permanecía intacta, pero allí al ver su vida hecha añicos, supo con seguridad cuál sería su futuro.






Bueno si alguien se la ha leído supongo que se habrá quedado con la sensación de que apenas está rematada... Mi intención en aquel tiempo fue hacer una historia que se intuyese pero sin llegar a expresar nada formalmente, dejándola a imaginación del lector. Resumiendo, lo que viene siendo una historia de silencios que aunque sigan estando ahí, hay que afrontar para poder vivir sin mirar atrás.
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