Reflejos IX (Segunda parte)

-Perdonad la insolencia, pero no le considero un místico embaucador de palabra fácil. Sois un hombre de ciencia, y tenía entendido que éstos sólo creen en lo que ven, experimentan, verifican y validan con la experiencia.

-Y también somos un pueblo que cree en oráculos, viejas leyendas y que no busca explicación racional alguna a la magia espiritual y casi viva de unas edificaciones que ninguno de nuestros antepasados inmediatos erigió. Así que dígame una cosa, ¿no es eso motivo suficiente para no ceñirnos únicamente a lo que nos digan los sentidos?

-Es que se me hace tan inusual oírle plantear algo así…

-Fíjese de nuevo en el plano y razóname la posible razón. Entonces yo mismo lo reconoceré si es que me he dejado llevar por meros cuentos de viejas.

Estudió nuevamente el dibujo ante él. Inicialmente nada nuevo se presentaba ante él, pero entonces, frunciendo el ceño, rebuscó ausentemente entre los papeles que estudiaba antes de su llegada. De entre los pliegos, emergió una pluma en cuya punta relucía aún la tinta fresca. Decidido, tomó un pergamino previamente desahuciado lleno de borrones, lo giró y dibujó una estrella invertida de considerable tamaño. A continuación, echando un vistazo a los puntos marcados por Edwing en el plano esbozad que le había enseñado. Copiando aproximadamente la misma orientación, compuso diestramente otra figura idéntica en el interior, ésta girada noventa grados frente a la otra, descomponiéndolas, revelando gracias a las líneas las formas más sencillas encerradas en el interior: el pentágono, cinco triángulos isósceles adheridas a los cincos lados. Se detuvo brevemente a apreciar el resultado, y al instante la mano se le movió mecánicamente, al ver claramente lo que el príncipe quería que viese. Trazó por cada vértice del pentágono rayas rectas, de tal forma, que al extenderse por un extremo, transcurrían por cada uno de los brazos de la estrella exterior, perfectamente orientadas y centradas, y por el otro, las cinco confluían en un punto. Un punto situado justamente en el centro de toda la figura, una ubicación que sin lugar a dudas, descansaba bajo los mismos cimientos del palacio central, y no uno cualquiera, sino el corazón de éste.

-Confluyen en el centro del reino. De ser ciertos los hallazgos, es como si esas cinco corrientes subterráneas alimentaran a los cinco palacios exteriores. El corazón de todo, es ese…

-No sé que hay justamente ahí debajo,-dijo, señalando con el dedo el punto clave- sólo sé que es lo suficientemente poderoso para no podernos acercar… Pero sí, todo parece indicar lo que acaba de deducir. Mi misma teoría. La muralla defensiva no la generan los palacios, sino que fluye desde el centro y se desvía mágica y geométricamente a éstos, como si fuesen receptores o espejos que amplían el poder, y una vez alcanzan la intensidad necesaria, influyen y armonizan las unas en las otras, fortaleciéndose y creando una defensa casi imbatible.

-Asombroso.

-Yo tampoco daba crédito al principio, pero ninguna explicación lógica podía explicarme tanta coincidencia. Además, de todos es sabido, que el pentágono es la figura base de la magia.

-Es fantástico. Tácticamente confiere una gran ventaja fundamental. Las defensas caerán sólo si destrozan el corazón del sistema. Y para conseguirlo, antes deberán eliminar hasta al último de nosotros. Necesitan penetrar en nuestro territorio para eliminar nuestra inmunidad.

-Discrepo en dos cosas con su teoría.

-¿Cuáles? – preguntó el general, escéptico al percibir las dudas del príncipe.

-Primero, dudo que sea infalible. Estoy totalmente convencido que no hay mayor fortificación en este mundo que la nuestra, pero toda torre cae si se le aplica la fuerza necesaria. Y la nuestra, no es la excepción… Este hallazgo por otro lado, de ser cierto, tiraría por tierra la idea preconcebido que tenemos.

-Y nuestro principal problemas es que no sabemos la cantidad de presión a aplicar antes de que se derrumbe, en caso de que así se la pudiera derribar.

-Exactamente. Y ahora mismo, la única forma de descubrirla sería la menos recomendable. Es impensable ensayar el aguante sobre el terreno.

-Claro, y la segunda…

-Y la segunda es que ayer quedó acordado aceptar el armisticio con magos y minotauros, al menos en apariencia. Y nuestra coartada quedaría al descubierto si les negamos el objetivo principal de su estrategia: el acceso a nuestro territorio.

-En cualquier caso, será una ventaja bajo asedio.

-Si partimos de la idea de que aguantará lo suficiente, sí… No obstante…

-¿Qué os preocupa?

-Que hay una característica muy llamativa en la disposición. Si trazamos una zona concéntrica, de origen en el punto donde concluyen las cinco corrientes, de radio el doble de la distancia vertical medida en línea recta de nuestras tierra, abarca justamente hasta las fronteras exteriores al sud de nuestros vecinos, y coincide exactamente con el límite territorial que da acceso al reino de los dragones. Con precisión matemática.

Transcurrió un intervalo de tiempo, en el que el mayor oía y comprendía las palabras. Al no decir nada, alargó las manos para arrebatarle el plano dibujado y trazaba sobre el papel la explicación, a modo de mayor comprensión.

-Eliminando los errores por curvatura y relieve del espacio, parece como si ese sitio de confluencia, fuese un lugar de vigilancia. Una torre desde la cual vislumbrar todo la parte inferior de nuestro mundo; atisbando, controlando o incluso dominando los alrededores. Centinela y vigilante.

-Pura casualidad…

-No creo que existan las casualidades en este asunto. Todo encaja especialmente bien para serlo. En lo que aún no he podido pensar, es si ese palacio está ahí colocado como vigía de nuestro reino únicamente, o forma parte de algo más grande…

-¿A qué os referís?

-Nada, importante. Últimamente he estado divagando entorno a demasiado temas. Creo que mi imaginación ha dado mucho de sí en los últimos días.

-Bueno, eso ingenio ha impulsado el nuevo sistema defensivo. –expresó estudiándole fijamente.- Todo un acierto.

-Bueno, ya se sabe, junte a varios brillantes científicos en la misma sala y sométalos a presión constante o amenácelos con quemar sus preciados laboratorios. Al cabo de un tiempo adecuado y relativamente corto, probablemente no hayan desarrollado los vínculos necesarios para irse de cena juntos, pero seguro que el resultado del proyecto de cooperación entre ellos será digno de admiración.

-Y más si la idea ya la ha dado otra persona. Difícilmente se puede desarrollar algo, sin partir de un punto o una idea. Aunque no sé si admiro la capacidad científica que posee o la de coaccionar a la gente.

-Nuestro equipo de investigación posee iniciativa y…

-Felicidades – le interrumpió.

-¿Por qué?

-Usted promovió el proyecto y los coordinó para que dieran el resultado deseado.

Además, de que la idea de integrar a las dos jóvenes gemelas representantes en el consejo, ha demostrado ser digna de una persona inteligente, eficaz y audaz. Usted es el responsable de los aires de renovación que estamos sufriendo, y para mejor debo añadir.

-Hago lo mismo que usted: busco lo mejor para nuestro reino. Ese es mi trabajo como príncipe. Y de todas formas, he venido a hablar de táctica, y le recuerdo que tenía prisa.

-Cierto, así que ya puede exponerme la propuesta.

-¿Sería factible asentar una unidad de vigilancia en la frontera oeste?

-Por supuesto.

-Bajo el mar –aclaró solemnemente.





Relajadamente, Szerecsen se reclinó sobre el sillón y dejó vagar su atención meditabundamente por los alrededores, algo que desconcertó a Edwing, pues esperaba algún comentario cínico acerca de la cordura de la petición, o sorpresa brusca ante la descabellada ocurrencia. Ni una cosa ni la otra. Fiel a los chismes nuevamente, el general actuaba imprevisiblemente, de la forma menos esperada, como ahora, sumido en una aparente melancolía, poco habitual a un hombre de armas. Bueno, tal vez se debía a que había dejado entrever en el consejo dicha idea… pensó.

-Lo es – dijo finalmente, sin exteriorizar lo que podía haberle provocado la idea.

-Me gustaría llevarlo a cabo con la máxima discreción. Quiero que sean cuáles sean las medidas tomadas al oeste, no se difundan. Que quede en absoluto secreto.

-Veamos a ver si lo he comprendido correctamente. Desea instalar un puesto fronterizo invisible al enemigo… escondido en las profundidades.

-Quiero un puesto fronterizo invisible para todos salvo para los asignados a la patrulla y nosotros dos.

-A fin de desviar y establecer la puerta de acceso al mundo humano justamente allí.
-Exactamente, totalmente visible sobre la superficie.

-¿Entonces como plantea mantener el secreto?

-Mi intención es ocultar la seguridad y protección del recodo, no la nueva ubicación.

-Es arriesgado y osado.

-Justamente por eso. He barajado distintas opciones, y estoy seguro que esa, es la menos esperable. Durante la reunión deje que pensarán que confiaba ciegamente en la ventaja simulada de la investigación del nuevo sistema. Trasladando una de nuestra principales flaquezas a esa zona, atraerá la atención, y más si creen que confiamos la suficiente para dejarla desprotegida. Desviarán la atención de la zona sud físicamente más accesible para atacar por el oeste.

-¿Qué le hace pensar eso?

-Que querrán una victoria rápida y sin apenas bajas en su bando.

-Y si además se hace correr la voz de que usted ha trasladado su residencia al palacio meridional, que está justamente sobre la frontera, pensaran que se ha redoblado la seguridad, a causa de usted.

-Así es. Mi presencia allí será el cebo disuasorio. Eso, la gran ostentación del despliegue de fuerza armada en la zona y la aparente indefensión del otro lado.

-Puede resultar un anzuelo demasiado evidente.

-Los minotauros picarán, estoy convencido de ello.

-El mando es de los magos, pero cederán si temen perderlos antes de tiempo. Al fin y al cabo, ellos no se expondrán, así que es un sacrificio con el ya que cuentan y encima les facilitara las cosas si el número de bajas no se incrementa peligrosamente.

-¿Cuál es el número de la población infantil actualmente?

-Disculpadme pero eso es algo que no me atañe.

-Cierto, habrá que pedirle a Alodie que haga una estimación de la sangre necesaria y la frecuencia de paso de la puerta.

-Los efectivos en el frente necesitarán mayor cantidad de abastecimiento que las que les puedan proporcionar sus parejas.

-Comentaré el tema con Alodie. El tema implica problemas que no había contemplado.

-De acuerdo. En cuanto a la forma de encarar a los magos…

-Sólo se me ocurre usar francotiradores, y creo que no contamos con un número excepcionalmente alto.

-Si pudiésemos asegurarnos un número de bajas potencialmente ínfimo estaría asegurado el número. Tenga un cuenta que la vista vampírica es superior a la de un mago, por lo que muchos de los efectivos del ejército pueden actuar como francotiradores. Pero si les asignamos dicha tarea, nos quedamos cortos en ofensiva y defensa terrestre.

-Hay que equilibrar de alguna forma… A ese respecto estoy en ascuas.

-Trataré el tema con Filan y Toft a ver qué se puede hacer al respecto.

-Lo dejo en sus manos.

-¿Les hago partícipes de sus planes?

-De eso, del cambio de situación de la puerta a los implicados, al igual que quiero que comuniques a Delbert que desplace aproximadamente a dos cuartas partes de los hombres a su mando al sud y organice los restantes para el resto de fronteras. En realidad el número es preferible que lo decida cada responsable. El caso es que quiero hacer notar que el sud está blindado, francotiradores incluidos.

-¿Al oeste?

-Lo comentado. ¿Dispone de efectivos en los que confíe lo suficiente para poder llevar a cabo la misión en secreto?

-Sí. Tengo que ir ahora a supervisar varias unidades, así que si desea acompañarme puedo presentárselos.

-No, no hará falta. Ya sabe que yo en la cadena de mando no encajo demasiado bien. Mi rango dentro del estamento es puramente simbólico. Confío en su criterio, y ofrézcales lo que sea necesario. Quiero su lealtad a cualquier precio.

-Me encargaré personalmente de instruirles y aleccionarles al respecto.

-Me fío en usted para que acorace el territorio. Y tenga en cuenta que el desarrollo de la infraestructura para la misión también debe quedar en el más absoluto de los silencios y realizarse a la mayor brevedad posible.

-Me hago cargo de todo, al igual que lo aquí dicho no debe salir de aquí –recordó el hombre para hacerle saber que no había olvidado lo delicado de la información intercambiada.

-Bueno, y ahora le dejo que prosiga con sus tareas.

-Un momento, príncipe – le detuvo, sacando un pergamino de la cajonera y tendiéndoselo. Y en el sutil movimiento, un reflejo captó su atención. El de la antorcha de la estancia sobre la pesada hoja que colgaba del cinto del general. Náuseas le subieron a la garganta, luchando por permanecer impertérrito ante el recuerdo apenas superado del día anterior. - El acuerdo ha sido ratificado por el rey. Ha dado el visto bueno al curso de acción elegido.

-Como no – comentó, el disgusto evidente, sin poderlo disimular, asiendo lo que el otro le tendía. Rezando para que no le temblara el brazo, y maldiciendo a la suerte que le impedía una salida rápida y elegante.

-Príncipe Edwing, dejarme que os diga una cosa.

Ante lo que podía ser un exabrupto, el aludido enarcó una ceja por el descaro, pero no le detuvo ni advirtió, para así concluir prontamente.

-En ocasiones, todos nos vemos obligados a tomar decisiones dolorosas que lamentamos por un bien mayor.

-¿Habla el militar o el hombre? –preguntó irritado.

-Ambos.

-Debo marcharme. Comentaré con Alodie el tema pendiente y le diré que le pase el informe de las previsiones en cuanto lo tenga. Si a la vuelta hay alguna variación, me reuniré con usted. Por el momento, todo está dicho, y ni que decir tiene que durante mi ausencia, usted es el principal encargado de la seguridad del reino.

-Conozco mi deber.

-Lo sé.

Y olvidando cortesías, cada uno volvió a lo suyo. Uno a terminar lo que fuese que hubiese estado haciendo cuando llegó el príncipe, y el otro abandonó la estancia poniendo rumbo a su siguiente parada, atribulado y atormentado nuevamente, la bilis en el estómago, y el escaso consuelo obtenido del sueño previo, quebrado en mil pedazos que resonaban y se le clavaban dolorosamente.
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Reflejos IX (Primera parte)

-Adelante.

No le sorprendió la anticipación. Los rumores y la experiencia propia estaban a la altura del personaje. Conocía la reputación, y aquellos que afirmaban que el hombre tras la pesada puerta de roble se hallaba un paso por delante de los demás tenían razón. En muchos sentidos.

Franqueó la puerta, casi intimidado por el mudo respeto incrementado gracias a la suntuosidad del espacio, y se detuvo ante la figura sentada tras el escritorio del estudio, aparentemente ajeno a todo lo que no fuese los papeles que tenía delante.
-Estoy esperando, príncipe –rompió inmediatamente el hielo el hombre, sin levantar los ojos, la voz impaciente y autoritaria. Viniendo de cualquier otro, la frase podría haber sido tildada de prepotente, ocultando escasamente el desacato y la mofa, burlándose de la palabra soberana, pero no en este caso. No cuando provenía del general Szerecsen. El tono era mucho más pragmático, y él hablaba con ruda franqueza, directamente.

-Quería tratar un asunto un tanto delicado – empezó Edwing.

En ese instante, el hombre resopló, y alzó la vista al fin, mirándole de hito a hito severamente, aguardando impaciente.




-¿Y bien?

-¿Es seguro este lugar, general?

-Bueno, según mis exigencias sí. Según las suyas, no lo sé.

-¿Sabéis que podría causaros grandes problemas el utilizar ese tono en mi presencia, general?- arguyó, intentando ganar tiempo para conseguir enfocar el tema de interés sin que sonase a paranoia personal.

Su cara impasible enarcó una ceja, como no dando crédito a lo que oía. Y entonces, le deleitó con una sonrisa sarcástica.

-Como poder, podríais, pero no sé si os serviría de mucha utilidad entonces. Además de que creo que tantos formalismos no le hacen sentir cómodo, pero si ese es vuestro deseo que así sea.

Rápido y sagaz, los sarcásticos reflejos mentales intactos, idénticos a aquellos que le recordaba de las primeras veces que habían coincidido hacía ya tanto tiempo cuando él era apenas un prepúber intentando encajar en medio de gente importante. Era su forma de ser, la marca personal, y agradecía enormemente que no se sintiera intimidado por un título que no correspondía al hombre, le trataba sin hipocresía. A pesar de todo, lo gracioso del caso es que ante él, casi se sentía obligado a tratarlo de usted, respetuosamente, algo que no le ocurría con los demás miembros importantes del reino… Para recordar al instante, que los deseos personales restaban justamente por debajo que los deseos de aquellos a los que servía.

No, a ese hombre no le hacían falta formalismos para dirigirse a él. Reunía autoridad y poder, el respeto que ostentaba lo había obtenido gracias a su profesionalidad. Un respeto que hacía que incluso los miembros de la familia real, mostrasen deferencia en su trato, usando un tratamiento respetuoso que a nadie más se aplicaba. Y en lo personal, su presencia tomaba mucha importancia en los círculos más influyentes y poderosos de la población.

-Tiene razón.

-De todos modos, príncipe, os sugiero que vayáis directo al grano. Tengo que pasar revista a las tropas en dos horas y antes he de tratar varios asuntos en cuanto a su organización y entrenamiento. El tiempo apremia y soy un hombre ocupado.

-Está bien –cortó-. Presumo que están a punto de traicionarme.

-¿Quién?

-Mi hermano y varios miembros del consejo.

-¿Se da cuenta que ahora soy yo el que podría meterle en un gran aprieto?

-¿Usted cree? – le retó, emergiendo su orgullo.

-Aparquemos la pelea de egos por el momento. ¿Qué le hace sospechar eso?

-Las voces de los más críticos con mi gestión llevan varios meses sin oírse, y ciertos movimientos de Zeeg me parecen dudosos… Además, noté ciertos recelos y dudas durante la reunión mantenida ayer.

-¿No debería alegrarse por eso? Puede que sea únicamente porque o bien han aceptado que realice el papel que le corresponde prematuramente, resignándose a ello o bien empiezan a confiar en su gobierno.

Negó vehemente, determinación rebosando en la fiera expresión. Aunque era habitual verle inseguro en todo tema político, ahora mostraba una fiera determinación y seguridad en el juicio expresado.

-No obstante, hay algo que no entiendo. ¿Por qué me está contando a mí sus sospechas? ¿Qué le hace pensar que yo soy inocente en esto?

-General, ¿no os cansáis de jugar al militar bastardo y amoral?

-Que puedo decir, es mi naturaleza. Y por lo que se ve, con algunas personas mis tácticas no funcionan u olvidan darse por aludidas –explicó dirigiéndole una elocuente mirada.

-Aparcando ese agriado carácter que tanto apreciamos, tengo el placer de conocerle desde hace bastante tiempo y sé que es de fiar.

-¿Qué me hace digno de tal confianza?

-Que amáis este reino por encima de cualquier juego de tronos o poderes subyacentes. Vuestro único objetivo es garantizar la seguridad de nuestra gente pues es lo único que le importa y le gusta. Vive por y para eso, para cumplir y proteger ese fin.

-La gente cambia.

-Es demasiado directo para enredarse en intrigas políticas, demasiado impaciente para las sutilezas del poder. Eso, y que sé que mi padre confía en usted. Fue y sigue siendo su hombre de confianza. Usted realmente era el poder a la sombra cuando mi padre aún reinaba, previo al extraño retiro al que ahora se ha entregado.

Se mantuvo inalterado, pero el aire alrededor de ambos se electrizó imperceptible. La gravedad del conocimiento medió en la distancia que les separaba, confirmando la acusación en la reiterada ausencia de palabras. Finalmente, tras el reconocimiento silencioso, volvió a hablar.

-¿Eso que tiene que ver?

-Es su amigo más íntimo y su principal colaborador y valedor. Su lealtad no es para Zeeg ni para mí, es para él. Eso, y su entereza, me da la seguridad para poder afirmar que no conspira a mis espaldas con mi hermano, y también sé, que su arraigado sentido del deber le haría espetarme los defectos al menor fallo, y puesto que no lo ha hecho, supongo que de momento conservo su apoyo y confianza en mí proceder.

-No me he pronunciado al respecto.

-Para mí, eso es más que suficiente- concluyó.

Un suspiró se adueñó del vacío, antes de retomar la palabra.

-Jaque. Sería interesante poder enfrentarme algún día al ajedrez con usted, sería un buen adversario, y de los que me gustan, de eso cuyo lema es “la mejor defensa, es un ataque”.

-Lo dudo, sabe de sobra que soy pésimo en ese juego.

-Paciencia, príncipe. El sosiego conlleva la anticipación y conocimiento del campo de batalla. Recuerde que está fuertemente influido por el concepto de la guerra.

-Se basan, no siguen sus reglas. Si así fuera, todo sería demasiado fácil.

-Debería aprovechar mejor el tiempo, algunos pasatiempos dan más utilidad que otros en su situación actual – dejó caer indiferentemente.

Su compostura empezó a resquebrajarse internamente, obligándose a permanecer impasible exteriormente. Pero las preguntas sobrevolaron y adueñaron de sus pensamientos. ¿Podía ser este hombre uno de los que sabía más de lo que a él le convenía? ¿A qué pasatiempo se refería? Tal vez fuese preferible aparcar las funestas suposiciones y pensar ingenuamente que se refería al piano… eso o continuar martirizándose y redoblando su miedo refiriéndose a la chica que aguardaba en el palacio sur. ¿Debía recelar? ¿Seguir insistiendo hasta que soltase un leve indicio que le diese la respuesta? Un hombre como el general, difícilmente pasaría una maniobra así por alto, y más cuando le sacaba años de experiencia en tema así, al instante recelaría. Una frase casual y aleatoria le bastó para acabar de demostrarle que sí, iba por delante de él. ¿Pero cuántos pasos?

Aparcó el tema, ya que si continuaba el raciocinio saldría por la puerta un instante antes que sus pies, y ahora lo necesitaba presente. Se tenía que mostrar tranquilo y seguro, templado, no vacilante como un adolescente inseguro. Determinado, de momento juzgó que podía fiarse de él, ya que su lealtad sólo era para el reino.

– De acuerdo, como dije antes vayamos al grano. Yo también sospecho de tejemanejes al margen de la legalidad –reveló finalmente.

-¿Alguna sospecha o indicio?

-También soy de la opinión de que la orquestra su hermano, lo que considerando los antecedentes no viene a ser una sorpresa.

-¿Algún otro nombre en particular?

-Sí, pero prefiero no involucrarlos por el momento.

-Sabia decisión.

-Y ahora que hemos aclarado ese punto, ¿qué es lo que va a hacer?

-Una estrategia alternativa. Si el enemigo se entera de nuestra táctica y explota los puntos débiles estamos acabados. No sé con seguridad quienes son los implicados, pero al exponer el plan somos vulnerables, y el revelar los resultados exitosos de nuestras investigaciones puede resultar contraproducente. Me gustaría trazar con usted la variante del plan para frenar el peligro antes de que sea demasiado tarde.

-¿No sería conveniente esperar la respuesta de los dragones?

-Prefiero ponerme en lo peor y adelantarme a los acontecimientos. No me gusta saltar al abismo con los ojos cerrados.

-Bien. ¿Ha traído ese plano holográfico?

Sin contestar, extrajo el dispositivo del interior de la gabardina que aún llevaba puesta y lo depositó sobre el escritorio. El otro se apresuró a despejarlo, y al terminar, la imagen tridimensional apareció ante ellos.

-Tomad asiento príncipe, presiento que esto va para largo.

Aceptando la sugerencia, se recostó sobre la silla que ahora ocupaba frente al general, escrutando fijamente el relieve que ya se sabía de memoria de las noches en vela transcurridas mientras lo estudiaba.

-A mi parecer, la frontera sud no presenta problemas.

-No, es la zona defensiva que mayor facilidad presenta. Pero me inquietan varias cosas.

-¿La información revelada referente a la maniobra aplicada a esa franja?

-Eso también, pero ahora mismo temo por la respuesta al conocimiento de nuestras indagaciones.

-¿Por qué pueden contrarrestar nuestras decisiones?

-No. Más bien recelo que se arriesguen hacerse con nuestro centro de investigación y los informes para usarlos en provecho propio.

-Es un riesgo, pero…

-Hay más de lo que dije en la reunión.

-¿Tan importante es, que reviste el asunto de tal gravedad?

-Los túneles subterráneos no abarcan sólo esa zona. Es algo más intrincado y grande que eso. Bajo tierra, se extienden galerías bajo la totalidad de todo el terreno de la capital. No he podido entender claramente la distribución que siguen, pues no es la misma que la de la superficie, lo que sí me atrevería a asegurar es que siguen alguna lógica matemática.

-Permítame hacerle observar que no entiendo su preocupación. Si lo que dice es viable, es fantástico. En caso de necesidad, es posible llevar a cabo una evacuación que protegería a la gente. Si evitamos que el descubrimiento traspase nuestras fronteras, aseguraríamos la pervivencia aún en el peor de los casos.

-La realidad de eso nunca es viable. Quién sabe si no tendremos algún espía trabajando para los otros reinos… Yo también pensé lo mismo, pero mírelo por el lado menos optimista.

Apenas hubo hecho hincapié en la apreciación, cayó en la razón de su desazón. Si la información abandonaba el ámbito del secretismo, y cedían las defensas del reino, el enemigo tendría vía libre a la engañosa ventaja. Podrían cercarlos y arrinconarlos bajo tierra, sitiarles hasta que o bien se rindiesen aceptando cualquier exigencia de ellos o bien perecieran luchando, por inanición, desesperación o vete a saber qué cosa.

-Ya vislumbro la doble perspectiva – le reconoció, haciéndole saber que había llegado a la misma conclusión.

-Ahí no acaba la cosa.

-¿Todavía?

-No hemos despejado la totalidad de las galerías, pero a ciertos puntos estratégicos es imposible llegar.

-¿Por qué?

-El espacio que los rodea está distorsionado y repele todo intento de aproximarse a ellos.

-¿Cómo de estratégicos?

-Vitales. ¿Conoce la barrera defensiva del reino, verdad?

-La pregunta correcta sería preguntar si alguien lo desconoce.

-¿Tiene papel que pueda utilizar? – pidió, desviando el tema.

Abrió un cajón del escritorio y rebuscó en el interior hasta dar con varias hojas en blanco y una pluma que le tendió. Sin ningún titubeo, colocó el papel en el centro de la mesa, y se inclinó sobre ella antes de marcar cinco puntos gordos en el papel.

-De acuerdo, le explicaré lo que hemos encontrado y luego le haré partícipe de mis sospechas- le miró esperando alguna confirmación, pero al recordar que este hombre era parco en palabras retomó el asunto.- Existen seis palacios en nuestro territorio: al sud, al este, al oeste, al nordeste, al noroeste y en el centro, en el corazón de la capital. ¿A qué le recuerda esto? – preguntó, enseñándole las marcas que había hecho.

-A una estrella de cinco puntas invertida.

-¿Y el palacio central?

-Su construcción es posterior, no existe constancia de que fuese construido contemporáneamente a los otros. La ubicación de éste ha sido y es un tema controvertido, para la gran mayoría de gente es algo casual.

-No existe constancia alguna referente a ninguno de ellos. No hay estudios ni planos; únicamente leves referencia al respecto. Siempre se ha dado por supuesto, que la fortificación central lo erigió el primer rey vampiro que fundó a la dinastía reinante actualmente, uno del que no existen referencias. ¿Pero alguien ha encontrado alguna prueba fehaciente y determinante de ello? ¿Y si todas las teorías hasta ahora fuesen erróneas?

-Jamás se ha cuestionado el origen. Nos conformamos con agradecer semejante poder defensivo, y a nadie le interesa hacer preguntas cuyas respuestas quizás no sean agradables. Y los pocos que insistieron un algo más, enseguida se toparon con la ausencia de fuentes.

-Bien, aparquémoslo por el momento. Los puntos infranqueables bajo tierra se encontraban aquí.

Levemente interesado, prestó atención al dibujo que las manos del chico delineaban. Cinco marcas circulares rodeaban completamente la ubicación del palacio de la capital. La disposición debía ser aproximada, motivada por la escala reducida del papel, pero algo le dijo que sin duda, la forma exacta era otra.

-Un pentágono invertido… -expresó dubitativo, un instante después de percatarse del peculiar detalle.- Pero si a la figura le juntamos un triángulo por cada lado… obtendríamos otra estrella de cinco puntas inscrita, opuesta a la otra –murmuró, desviando la atención hasta el chico cuyos ojos esperaban su reacción.






-Así es. Las coordenadas obtenidas de dichos puntos ocultos desfasan varios grados para que pueda considerarse una estrella perfecta. A causa de eso también, no se da la coincidencia exacta. A pesar de todo ello, me parece demasiada casualidad para que sea algo curioso o aleatorio.

-¿Alguna explicación a eso?

-La toma de datos presenta una leve dispersión, pues realmente no es un emplazamiento exacto, sino una zona. Esa sería la justificación más racional desde el punto de vista científico… Aunque yo soy de la opinión que algo causa la desalineación. Algo como algún tipo de campo mágico interfiere…

-No hay nada entorno para avalar esa teoría, nada salvo las reservas de aguas. Y creo, si mis endebles conocimientos físicos no han quedado anticuados, que los campos fluidos no interaccionan a través de la atmósfera del mundo. Son algo más contundentes físicamente…

-Podría explicarle cosas que le asombrarían, pero aparquemos ese tema, pues yo tampoco supongo que la causa sea esa.

-¿Cómo se explica?

-Algo interactúa con la esencia de los palacios. Y ese algo proviene de la propia tierra.

Un denso mutismo acompañó a la afirmación, y trajo consigo una desconcertante novedad. El impasible general Szerecsen parecía levemente impresionado o incluso ofuscador.

-No puede ser que realmente usted piense así.

-¿Y por qué no, general?
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