Reflejos VIII (Primera parte)

Redujo la altura al atisbar la intensa y solitaria luz recortase contra el cielo oscuro, en medio de la infinidad de puntos distantes a su alrededor. Al terminar la reunión, su ser resonaba por la necesidad de llegar a un lugar conocido y encontrar el sosiego en los brazos que necesitaba tanto como el respirar, pero ahora, extrañamente, la reticencia a llegar allí, o a cualquier otro lugar conocido, vencía al anterior anhelo. No sólo eso, tampoco quería la compañía de nadie, le repulsaba. Sólo quería la soledad, el rumor del vacío, el sosiego de la nada… Y todo eso, porque una desagradable sensación había despertado de un profundo letargo, haciéndose dolorosamente presente, presentándose inflexiblemente como un juez letal y cruel… Adivinaba los bordes del motivo, intuyéndolos sin entenderlos, demasiado asustado y vulnerable para enfrentarse cara a cara a ellos.

Suspiró, intentando apartarlos, pero en aquel silencio, en aquel lugar, su presencia era demasiado tangible, y conforme sus pasos le acercaban hacía el cálido interior del palacio, al inmenso y solitario pasillo que terminaba en su habitación, el desprecio resonó fuertemente aunque sin voz.

Escapando de la sombra invisible tras sus pasos, entró bruscamente en el dormitorio tan conocido, y ahora aborrecido. Nervioso, se acercó a la cómoda de la esquina, reposando a los pies de un espejo, y se apoyó en ella, fijando sus ojos en la nítida superficie, buscando un reflejo que no le pertenecía. Nada rompía su púlida perfección, pero él no pudo evitar observar la debilidad de su confuso estado de ánimo, mofándose cínicamente. Furioso, inconscientemente, su puño se alzó como un resorte, quebrando la invisible presencia de ojos idénticos a los suyos, haciendo añicos la hoja, derrumbándose los afilados cristales a su alrededor, algunos de ellos clavándosele en los nudillos, ajeno al inmediato dolor punzante y la sangre derramada desde su mano.

Volvió a mirarse en los pedazos resquebrajados que no habían sucumbido a la frustración, y por un instante le pareció enfrentarse a sí mismo en el reflejo del cristal, idénticos ambos salvo los ojos de negro abismal, oscuros y tenebrosos, revestidos de una mortal e implacable frialdad, completamente inhumanos… Aturdido, retrocedió varios pasos, escapando de un temor que debería ser infundado, ya que su especie no se reflejaba en espejo alguno, pero sentía en la piel que lo que acaba de presenciar había sido muy real, demasiado real…

Enseguida el intento de escape de la amenaza invisible se vio frustrado al chocar su espalda contra la maciza puerta de madera, y entonces, sin poderlo evitar, el pavor a su reflejo derribó su autocontrol y le hizo temblar inconteniblemente, quitándole la fuerza del cuerpo, cediendo a la contundente gravedad, deslizándose por la madera hasta acabar ovillado en el suelo. Cerró los ojos, buscando tranquilizarse, pero la densa atmósfera no contribuyó a ello, provocando el incremento de su nerviosismo. Por un lado, deseaba que alguien entrara en la estancia, le abrazase y rompiese así el cruel encantamiento, prometiéndole en tono suave y gentil que no ocurría nada, que todo iba bien, pero por el otro, sintió el arraigado desprecio alzarse, a la vergüenza apoderándose de su cuerpo, recordándole dolorosamente lo inútil que era… el perdedor que yacía bajo toda esa fachada que tanto esfuerzo le costaba construir y mantener….

Un sonido rompió la monotonía, uno que se multiplicó a lo largo del pasillo, sonando feroz y temible a sus oídos. Con antinatural intranquilidad, agachó la cabeza cubriéndose los oídos con las manos, intentando espantar o conjurar la reverberación, pero el efecto fue el contrario. Murmuró palabras incoherentes en voz baja, suplicando que no se acercara, pensando que así ahuyentaría lo que quisiera que fuese aquello. No surtió efecto. En apenas unos instantes, el estruendo resonó fuera de la habitación, justo al otro lado de la puerta, alto y claro.

-Señor, ¿necesitáis algo? –le pareció discernir en maraña de sonidos indefinidos, acompañado de unos ligeros golpes.

Se sobresaltó al reconocer la voz del otro lado, grave pero clara. Ningún deje de la maldad que le pareció percibir previamente la empañaba. Una voz fiel y conocida. Ekain.

-¿Señor? –reintentó, un tinte de preocupación o vacilación en ella.
Se levantó, intentando recomponerse rápidamente, comprobando la sospecha de que ante la duda, el hombre olvidaría todo respeto y no dudaría en entrar como estaba cerciorándose ahora mismo, ya que fueron a abrir la puerta simultáneamente, sólo que el chico estuvo más rápido y ganó el pomo, revelando en el umbral de la puerta a un extrañado mayordomo, la mano alzada a medio camino. Haciéndose a un lado, le permitió la entrada.

-¿Os encontráis bien, señor?

-Sí.

No obstante su afirmación, quiso asegurarse paseando una mirada a lo largo de su figura, escudriñándole como un depredador, lo que avivó el recuerdo de lo recientemente ocurrido, algo que no pudo reprimir, y le indujo una inquietud que pugnó por ocultar al ojo avizor del hombre frente a él. No supo si lo consiguió o no, pues la atención del hombre se desvió sagazmente a la mano semioculta cubierta del líquido carmesí escurriéndose deliberadamente lento, centrando toda su atención en las heridas oscurecidas por la sombra proyectada del marco de la puerta.

-¿Qué os ha pasado, señor?

-Nada – dijo bruscamente, apartándola de su visión, visiblemente molesto.
Una expresión incrédula se adueñó de sus rasgos, diciéndole claramente que no le había creído pero desistió al notar el recelo y suspicacia de los gestos. Cambió de tema.

-¿Cómo ha ido la reunión, señor?

-No lo sé, dímelo tú –contestó a la defensiva.

-¿Señor? – interrogó.

-Sé que estabas ahí, oculto tras el arco principal del techo.

El aludido agachó la cabeza a modo de disculpa, reconociendo la culpabilidad de la acusación, mas no adujo arrepentimiento alguno en alta voz.

-¿Y los demás…?

-Lo dudo. Sigues siendo el mejor en eso de volverte invisible. Si discerní tu presencia es porque estoy acostumbrado a ella, no a que hayas perdido facultades, tranquilo.

-No es eso lo que me preocupa… Señor, habéis hecho lo correcto –añadió tras una breve pausa.

-¿Respecto a qué? – se hizo el desatendido, como si la cosa no fuera con él.

-Ya sabe a lo que me refiero.

-No, no lo sé.

-Lo de esa mujer, Abraina.

-No te he pedido tu opinión.

-Pero yo se la doy, y sé que es lo suficientemente sensato para apreciar mis consejos –<< y necesita el beneplácito y confirmación de alguien para empezar a cargar con la culpabilidad sin que le aplaste>>, agregó mentalmente, pues muy a pesar de la cordialidad entre ambos, no debía llegar tan lejos.

-Nadie contradice o pone en entredicho mis acciones o decisiones. Es una falta de respeto grave, y tú me lo estás faltando ahora.

-Deje su papel, conmigo no le hace falta fingir.

-¿Qué derecho te crees que tienes para hablar de esta forma? –le espetó, colmada ya su paciencia, agarrándole fuertemente de las solapas de la levita negra, encarando su inalterable estado de ánimo, nada afectado frente el súbito odio que empañaba el juicio del príncipe.

-Ninguno, señor. Sólo pensé que debía decírselo – le explicó tranquilamente.

Ver la impasibilidad del hombre le supuso un duro golpe a su orgullo, y un dolor desconocido. Apretó los puños sobre la tela, reprimiendo las ganas de hacer trizas todo lo que le rodeaba, volviéndosele los nudillos de un blanco translúcido. Finalmente, se rindió, dejando paso la ira a un cansancio generalizado. Le soltó, y sin dirigirle una segunda mirada, le dio la espalda.

-Habéis actuado hábil y astutamente al dirigir una reunión tan importante como la de hoy. No debéis sufrir por la vida que habéis arrebatado, toda guerra implica sacrificios, víctimas y bajas en todos los bandos. No se atormente más.

-No lo entiendes…. La he matado a traición.

-Era ella o usted. Además, necesitaba reforzar su autoridad, evidenciar que no se amedrantaría ni le temblaría el pulso al hacer lo necesario, que no es un cobarde débil… Y ha funcionado.

-Pero mi consciencia si lo es. El último suspiro de esa mujer, sus susurros y respiraciones entrecortadas aferrándose decididamente a una batalla perdida por su vida…. Se me han quedado grabadas a fuego… Cierro los ojos y es como tenerla de nuevo frente a mí… Vívidamente – contó, el sufrimiento latente en la voz.

-Ha matado a otros antes, no públicamente pero lo ha hecho… ¿Qué tenía esa mujer para que le haya afectado tanto?

Un suspiro cargado de melancolía escapó de sus labios exangües y su alma cansada.

-Por un instante, vi en ella a Lyselle. Durante un segundo, fue su cuerpo al cual yo había arrebatado la vida… Fríamente, sin remordimientos. Muerta, por mi mano. No dejo de pensar que tal vez en otras circunstancias, ese podría haber sido su destino.
-No tiene sentido pensar en posibles, las cosas son distintas y vos sabéis mejor que nadie cual es vuestro deber.

-Yo… tengo miedo de perder mi corazón – confesó finalmente, apesumbrado y avergonzado.

-No lo haréis, puesto que no tenéis. Eso me dijo una vez.

-Eso pensé… De verdad… Pero desde que me encontré con ella, ha vuelto a latir… dolorosamente. Demasiado dolorosamente. Soy un asesino, o seré un asesino… Eso no es compatible con tenerla conmigo.

El silencio acompañó a la confesión, demasiado aturdidos ambos para pronunciar palabra alguna, por lo que lo dejaron transcurrir sin alterarlo, era más cómodo así. Al final, incómodo ante lo que él pensaba que era compasión, se encaminó a la puerta dando largas zancadas, pasando al lado del hombre sin atreverse a dirigirle la mirada.

-¿A dónde vais? – interrumpió su escape.

-A ducharme.

-Le preparé el baño.

-No es necesario, yo lo haré –dijo en voz cortante que no admitía réplica. Estaba a punto de alcanzar el vano de la puerta cuando recordó algo - ¿A qué has venido?

-He dispuesto la cena en el salón principal.

El chico enarcó una ceja, perplejo, una miríada de sentimientos en su cara, desprevenido por algo tan inusual en su vida como cenar en el salón principal incluyendo a Ekain sirviéndola, cuando normalmente hacía tiempo que se abastecía solo.

-La señorita Lyselle necesita alimentarse –se apresuró en añadir - Venía a preguntarle si tenía intención de acompañarla.

Aunque se mantuvo en silencio, procesando la información, tuvo que darle crédito al hombre por haber recordado un detalle que a él se le había pasado por alto, poco habituado a ese tipo de necesidades. Aparte de ello, también le agradeció que se preocupase por ella.

-No.

La feroz negativa lo sorprendió. Pensó en desistir de hacerle cambiar de parecer pero percibiendo el motivo de su estado de ánimo volvió a insistir.

-Ella os está esperando abajo, y ha expresado su deseo de esperaros.

-¿Le has dicho que ya había llegado?

-Sí.

-Dile que me estaba duchando y que yo he insistido para que no me esperase. Que no sabía cuánto tardaría y te he dado órdenes expresas de obligarla a comer en caso contrario, que no necesita posponer nada por mí. O alguna cosa creíble si tienes una idea mejor.

Viendo que no estaba del mejor humor, se resignó a su negativa, y se dispuso a abandonar la sala, concediéndole la soledad que tan desesperadamente parecía anhelar.

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