Reflejos VII (Tercera parte)


Gemidos ahogados escaparon de caras sorprendidas, temiéndose lo peor. Pronto respiraron aliviados cuando los contornos de los dos personajes reaparecieron nítidamente, cara a cara ante ellos. Espada en mano, Edwing había detenido la trayectoria de la estocada fatal de sus garras, evitando su contraataque al haberle atravesado los pies con un par de dagas que nadie imaginó que ocultaba, al igual que la espada. Eso, y el flujo de energía mágica bastaron para que su amenaza descendiese enteros.


-Lástima, pero muy a pesar de algunos, parece que aún no me ha llegado la hora.


-Me las pagarás.


-Será un placer – manifestó, inclinando la cabeza.- Pero en otro momento, me temo.


-¿No vas a matarme? Ya sé, eres demasiado cobarde para hacerlo solito – retó.


-Por el momento, no. ¡Vissia! – habló sin apartar la mirada, demostrándole que mucho miedo no tenía.

La susodicha pareció despertar súbitamente de su trance, levantándose diligentemente de la silla.


-¿Señor?


-¿Por qué? – quiso saber la prisionera, mas la ignoró, centrando su atención en la mujer que se acercó a él.


-Llévatela de regreso al calabozo, y que la custodien día y noche.


Agachó la cabeza y a un gesto de su mano, los encapuchados reaparecieron en escena, agarrando a la arpía de los brazos y arrastrándola a la salida, seguidos de cerca por la encargada de prisiones. Él entonces se recreó un tiempo intencionadamente lento en volver a su lugar, al frente de la mesa.


-Nos ha mentido – comentó casualmente Delbert, rompiendo el hielo.


-Podría ser.


-¿Compasión por una prisionera de guerra, Edwing? –le provocó entonces Zeeg.


-Utilidad – respondió desapasionadamente.


-Es potencialmente peligroso dejarla vivir – apoyó Lubbert a su hermano.


-Quizás, pero de momento la considero más útil viva. Desconocemos todo de ella, y si es una pieza clave, alguien podría intentar rescatarla. Si se diese el caso, eso podría implicar otra oportunidad para esclarecer puntos oscuros de la estrategia de los magos y los minotauros.


-Me atrevo a asegurar que el que los minotauros estén supeditados a la autoridad de los magos es veraz – sentenció Toft.


-Era más que previsible – añadió Imeina, ganándose una mirada desaprobadora del estratega principal, como si le hubiese ofendido gravemente.


-Tenemos indicios, insuficientes, pero de momento sólo contamos con ellos, y más vale que nos pongamos en movimiento. Todos tenéis ahora una imagen aproximada de lo que ocurre y las opciones y amenazas. Ha llegado la hora de decidir, no podemos demorarnos más y lo sabéis. Así pues, en cuanto llegue Vissia decidiremos nuestro papel. Tenéis hasta entonces para tomar una decisión.


Nadie digo ni añadió nada más. Todos ellos se quedaron frente a una información que debería conducirles a una resolución firme. La gravedad de lo que acordasen pesaba en el ambiente, en los rostros concentrados y serios. No obstante, los pensamientos de algunos navegaban hacía otro derroteros. Varios llevaban tiempo dudando de la aptitud del príncipe al frente del gobierno, de su carencia de osadía, siendo demasiado apocado. Y ahora, con las dudas despejadas, si figura se perfilaba bajo una nueva luz. La decisión en la actuación representaba un golpe de autoridad, su firmeza y resolución envidiables y la manera en que había evitado un ataque por la espalda a traición impresionante, admirable la agilidad y presteza junto al manejo de las armas. Eso era algo que se venía comentando a través de fuentes cercanas a Ekain, a los que pocos daban credibilidad debido a la fuerte implicación sentimental del hombre. Y no había mentido. Era todo eso, además de inteligente y audaz al adelantarse habiendo impulsado la investigación en materia de defensa e insistiendo en la incorporación de las gemelas al consejo, a pesar de la oposición y los gestos petulantes de los miembros más ancianos del consejo, lejos de amedrentarse insistió en su idea, preparado para cualquier consecuencia.


Vissia entró de nuevo, rompiendo trenes inciertos de pensamientos, y acelerando la decisión.


-Vissia, ¿has tomado tu decisión o necesitas meditarla?


-Ya lo he tomado, señor.


-En ese caso procedamos. Todos sabéis como funciona – aseveró levantándose, apoyándose en la mesa y dirigiendo una mirada a todos los presentes. En el instante en que se cruzó con la de Zeeg, un obstinado pensamiento impreciso le atravesó la cabeza. La sacudió para despejarse y centrarse en lo que tenía enfrente.


-Tenemos cinco opciones. Según las termine de plantear alzaran la mano todos aquellos que estén a favor. La que obtenga la mayoría absoluta será la que se decida. En caso de empate se replanteará el proceso. Si alguno no está conforme, valoraremos su opinión a fin de replantearnos una reeleción de la decisión si la apreciación es de importancia resolutiva. Así pues, empecemos. ¿Ofín?


-¿Sí, señor?


-¿Quién quieres que se encargue de dejar constancia de la votación?


-Lubbert, señor.


-Que así sea. Lubbert, te encargarás del recuento y la redacción de las conclusiones de la reunión – y chasqueó los dedos, desapareciendo el holograma retomando su forma original y apareciendo en su lugar, en el centro de la gran mesa, un pergamino de bordes plateados, la insignia real en el anverso del papel, junto a una pluma que no necesitaba ser mojada en tinta para poder ser utilizada.


Se procedía así para hacer el proceso más transparente, nunca imaginando quien se encargaría de redactar el informe final, sin que la misma persona pudiese repetir hasta que todos lo hubiesen hecho, excluyendo del procedimiento tanto a los dos príncipes como al ausente rey. A ellos se les prohibía participar.


-Votos a favor de aceptar la propuesta de alianza hecha por la facción sud.


Un solitario brazo se levantó, el de Ofin.


-Votos a favor de acceder a las pretensiones de la facción norte.


Ni una sola persona estuvo de acuerdo.


-Votos a favor de permanecer neutrales sin apoyo alguno.


Otra propuesta impopular y sin apoyo alguno.


-Votos a favor de intentar negociar la neutralidad junto al Leviatán.


Alodie, Gard, Vissia, Imeina y Lubbert se posicionaron a favor.


-Votos a favor de enfrentarnos bajo mando conjunto a las facciones norte y sud.


En esta ocasión Calantha, Delbert, Toft, Nyfaine y Filan se posicionaron a favor.


-Bien, hecho el recuento, ¿cuál es la situación, Lubbert?


-Victoria a favor del pacto, aunque empate ante el curso de acción a tomar. Una ausencia y cuatro abstenciones, la suya incluida, señor.


-¿Príncipe Edwing?


-¿Sí, general Szerecsen?


-Me gustaría compartir una posible alternativa, ya que la resolución sobre qué hacer no es mayoritaria.


-Adelante.


-Creo que sería conveniente aliarnos a nuestros vecinos – propuso tranquilamente, contradiciendo la idea más generalizada. Bastantes de los asistentes le dirigieron miradas desconcertadas.- Como maniobra de distracción.


-Explícate.


-El objetivo sería hacerles creer que manejan nuestros hilos, para obtener información desde dentro, estando nuestra lealtad en otras manos. Quieren usarnos, ¿por qué no hacer nosotros lo mismo? Ojo por ojo y diente por diente. El enemigo desde dentro presenta mayor peligro, y la información que obtengamos será más decisiva y precisa. Atacaríamos desde dos frentes, aumentando así nuestras posibilidades de victoria.


La prudencia inundó la sala, todos mudos antes lo que pronto entendieron como rumbo a tomar. Era simple, pero ninguno reparó en lo opción más fiable y evidente de todas.


-Bien, ¿alguna sugerencia o desacuerdo más?


Los observó nuevamente, esperando por si alguno tenía algo que agregar. Al hacerlo, el pensamiento de que algo importante referente a Zeeg se le escapaba, volvió a su mente irritablemente. Se dijo a si mismo que al terminar pensaría sobre ello y ante la actitud pasiva de todos ellos, retomó el proceso de votación.


Las tres primeras opciones junto a la quinta perdieron a sus votantes. La cuarta se mantuvo y la sexta fue refrendada por todos los jefes de efectivo militares, espionaje y estrategia, junto a Nyfaine, el guardián de la puerta, el tesorero y el propio príncipe.


Lubbert expuso la resolución de la votación y por tanto la importante decisión acordada de mutuo acuerdo acababa de tomarse.


-¿Alguien quiere presentar alegación alguna ante el resultado?


Los que habían elegida otra opción negaron con la cabeza, aceptando así el veredicto obtenido del sufragio.


-De acuerdo, una última cosa a considerar antes de finalizar. ¿Prescott?


-¿Señor?


-¿Qué estamos en disposición de ofrecerle al Leviatán para negociar con él y convencerle de la alianza?


-Cualquier cosa salvo territorio y las reliquias imperiales de la corona.


-¿Alguno en contra de dicha disposición? – esperó unos momentos tras los cuales retomó la palabra.- Queda tomada pues la decisión y consignada. Gard, te encargo que redactes el preacuerdo y el ofrecimiento que proponemos. En cuanto esté, se lo entregaré al rey para que él su visto bueno.


-¿Preparo un emisario para que parta en cualquier momento? – ofreció Gard.


-No, iré yo mismo. Podrían sentirse insultados y no nos interesa. En mi ausencia el rey seguirá gestionando el reino – recordó por si acaso a los presentes.


-¿Y si no lo aceptan? – se puso en lo peor Prescott.


-La información dada por la súcubo puede suponer un importante aliciente, y mas si conseguimos pruebas fehacientes. Nyfaine, Calantha. Delbert redoblad los esfuerzos a fin de conseguirlas, el tiempo corre en contra. Y si fracasa la proposición, volveré a reunir al consejo para replantearnos la situación.


-En cuanto lo prepare se lo entregaré.


-¿Szerecsen?


-¿Príncipe?


-¿Podrías remitírselo tú al rey? Tendrás ocasión de explicárselo con mayor claridad que yo mismo.


-De acuerdo.


-Doy por finalizada la reunión. Podéis marcharos y retomar vuestras tareas. Szerecesen, tú quédate unos minutos para terminar de concretar el asunto.


Habiendo dado Edwing la orden, todos los asistentes se levantaron y enfilaron la puerta, dispersándose en el corredor, tomando rumbos diferentes, no pasándole inadvertida la penetrante mirada de Zeeg, lo que le convenció finalmente de que tenía información que a él no le convenía que tuviese.


-¿Príncipe Edwing?


-¿Sí? – se sobresaltó al ver frente a él al hombre que parecía que esperaba su explicación.


-¿Qué quería concretar?


-¡Ah, sí! Quisiera tratar ciertos temas en privado a la mayor brevedad posible, sino hay inconveniente por su parte.- en la magnitud inmensa de la sala, a solas frente a él, no podía evitar el respeto que le impulsaba a tratarte de usted.


-Ninguno. ¿En su despacho?


-No. ¿Usted vive al nordeste de la capital no?


-Sí.


-¿Le parece bien mañana a primera hora en el palacio del norte?


-De acuerdo.


-Hasta mañana- y sin mediar palabra alguna, el hombre se marchó dejándole finalmente a solas en la gran sala.


Recostándose en la silla, volvió a pensar en lo que parecía palpitar testarudamente en el fondo de su cabeza. Frunció el entrecejo, intentando recordar algo sospechoso en los gestos de Zeeg, y entonces cayó en la cuenta. ¡La súcubo! Cuando ella desplegó su sensualidad a fin de seducirle, la gran mayoría de hombres no se habían visto afectados por su influjo, pero eso fue a que cuando tenías a alguien, el cuerpo de naturaleza vampírica sólo reaccionaba a dicha persona. Los pocos que no estaban emparejados, debían haberse visto tentados ante Abraina, como advirtió por el rabillo del ojo. ¿Era Bruria tan importante para él? No, desechó casi de inmediato la idea, además era el más joven de la sala. En ese caso, ¿podría significar aquello que había una ínfima posibilidad de que se hubiese confundido de hermano? Los detalles sobre las descripciones físicas de ambos no abundaban allende la frontera del reino de los vampiros. ¿Y si Abraina hubiese tenido la capacidad para controlar su seducción y lo hubiese excluido de su hipnosis pensando que era Zeeg cuando en cambio no se había rendido a ella gracias a Lyselle? Eso explicaría la rapidez y facilidad con la que la tiró de la lengua y porque Zeeg no se había prendado de ella. Y si él también lo advirtió, algo de lo que no tenía dudas, él sabría que le debía esa inmunidad a alguien, de ahí las miradas incisivas. Aunque ahora, otra cosa cobraba mayor urgencia. ¿Qué pintaba Zeeg en todo lo relacionado a la facción norte? Si hubiese sido la sud… ¿pero la norte? ¿O tal vez las dos mujeres estaban relacionadas de alguna forma y realmente habían jugado al despiste? Esa posibilidad trastocaría todo nuevamente. La reacción de ambas, la casi nula reticencia a hablar, tal pareciera que intentasen embrollar las cosas y jugar al despiste. ¿Lo que confesaron era una maniobra de distracción? No obstante, el asunto de mayor gravedad, era que todo apuntaba a los indicios de la traición de Zeeg. ¿Pero cómo conseguiría asegurarse de la veracidad de su sospecha? ¿Y cómo podría desenmascararla sin víctimas? Muchas cosas estaban en juego.


Suspiró y se irguió, el peso del cuerpo multiplicado por mil respecto a cómo había penetrado en esa sala. Esperar… ahora esa era la única opción. Vagó pensativo, dirigiéndose a la salida y emprendió el vuelo atormentado y agobiado, necesitando más que nunca el consuelo y el sosiego sin condiciones ni presiones que sólo una persona podía proporcionarle en su estado y situación en ese momento.

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