Reflejos VII (Segunda parte)

El aludido revolvió entre los papeles frente a él, pasando las hojas repletas de anotaciones rápidas, ordenadas e inteligibles hasta llegar a lo que buscaba.


-Bien, el reino del norte presenta un…


-Quiero el informe de nuestros reinos fronterizos. Información clara y concisa, así que ahórrate las fórmulas formales y diplomáticas.


-Los magos nos aseguran inmunidad total si aceptamos permitirles vía libre en nuestro territorio.


-¿Han detallado a qué se refieren con vía libre?


-No.


-La interpretación podría ser cualquiera.


-Sí, desde limitarse a cruzar sin interferencia alguna hasta alcanzar cualquiera que sea su destino, aprovechar nuestros dominios como puesto de vigilancia avanzada o incluso buscar algo en particular. Es algo demasiado abierto e incierto como para aventurar nada. Al recibirlo valoramos sus posibles interpretaciones e incluso ordené a mis ayudantes estudiar los trazos y el tono, pero no obtuvieron conclusión satisfactoria alguna. Interrogué discretamente al emisario encargado de traerlo, pero lo único que pudo asegurarme, es que mi homólogo no había dejado entrever nada, ni para bien ni para mal.


-Esperan que movamos nosotros.


-Esa es mi conclusión.


-¿Qué dice al respecto de negarnos?


-Una amenaza velada, nada específico. Nos conminan a aceptar su generosa oferta pues están seguros que sabremos ver las ventajas de la colaboración y evitar así posibles y desagradables incidentes en el futuro.


-Muy propio de ellos. Dan su voluntad y deseos por sentado. ¿Y los minotauros?


-Su estrategia está clara. Quieren aunar fuerzas con nosotros. Plena colaboración entre ambos países. A cambio ofrecen repartir botín y territorios y que aceptemos el mando de los magos.


-¿Les nombran en su acuerdo?


-Obviamente están supeditados a ellos. Doble medida de presión.


-¿Con qué nos amenazan?


-Con borrarnos del mapa.


-Muy sutiles.


-Lo curioso es que ambos insisten en la necesidad de pasar nuestras fronteras. Sólo se me ocurre un motivo para tal insistencia…


-Enfrentarse al enemigo fuera de sus dominios para asegurar su prevalencia y seguridad avanzando sus ejércitos lejos de todo lo que pueda destruirles y comprometerles. Mantienen seguros e intactos sus reinos respectivos y comprometen el nuestro. Y ahí es donde nosotros salimos perjudicados, pues están seguros que arriesgaremos todo con tal de salir victoriosos a fin de proteger a nuestra gente, sin escatimar esfuerzos y efectivos. Se trata de desgastarnos y debilitarnos desde dentro, usándonos en su propio beneficio para vencer a la facción del norte y luego rematarnos para repartirse nuestros territorios.


-Muy evidente y previsible.


-Efectivamente, pero no tenemos algún indicio que indique otra cosa.


-Por eso sólo atisbo brumas en el futuro de los magos.


-Deben manejar varias alternativas supeditadas a nuestra decisión. En cuanto nos pronunciemos tomaran un rumbo u otro. La única forma de sacar algo con seguridad es arriesgarse a decidir algo y esperar que la decisión no nos estalle en las manos.


-Gard, ¿qué dicen los dragones?


-Que les es indiferente lo que resolvamos o decidan al igual que sus actos. Tienen el poder y la fuerza suficiente para mantenerse en pie aunque les presenten batalla.


-¿Aunque les ataquen desde cinco flancos distintos? – quiso saber Edwing incrédulamente.


-Dudo que contemplen la posibilidad. Mas que nada por la complicación de coordinar el mando de tantas fuerzas simultaneas actuando unidas.


-De eso se aprovechan. A pesar de ello, ¿ves factible que se pueda enfrentar a todos los reinos y salga victorioso?


Gard se cruzó de brazos y se mantuvo unos instantes pensativo. Al final alzó los hombros.


-Hace tiempo os habría dicho que sí, sin lugar a dudas. En el tiempo en que el padre del actual rey gobernaba, nadie dudaba de una superioridad que abarcaba todos los ámbitos posibles. Tenía un aura de poder y autoridad que presentías únicamente con estar a su alrededor. No sólo eso, además era carismático e inteligente, diestro en la guerra y en la política. Le reverenciaban y le admiraban, le temían.


-¿A dónde quieres ir a parar con eso?


-El que lideraba su ejército en ese entonces era su hijo, el rey actual. No sabría a quien atribuir sus éxitos militares, pues dudo mucho que tal y como son, el heredero se limitase a acatar órdenes. Las capacidades reales del nuevo Leviatán son desconocidas. Al fin y al cabo no ha necesitado de ellas hasta recientemente y aún colea la fama de su padre. Es decir, a pesar de todo, son un enigma a día de hoy. En su momento evidenciaron una autoridad superior a la de cualquiera, insinuando que si lo hubiesen querido, se habrían hecho con el control de todo.


-Pero no lo hicieron.


-No. De ahí que no ponga la mano en el fuego por su situación actual. Entonces sólo se movilizaron para dejar claro que el precio del que los amenazara sería su vida, nada más que eso. No se movieron hasta que no se extralimitaron, permaneciendo impasibles durante mucho tiempo. Puede que ahora planeen lo mismo o también cabe la posibilidad de que el tiempo haya mermado su poder y se haya oxidado su maquinaria militar ligeramente. De lo que si estoy seguro, es que si no se coordina un ataque desde varios frentes abiertos y con un gran número de efectivos, siguen siendo superiores. Son la raza más avanzada y la que mejor domina la fuerza y la magia.


-¿Qué te dice tu experiencia?


-Lo que acabo de comentarle. La sombra de los tiempos antiguos perdura. Son poderosos y temibles, pero ya no tanto y creo que el principal motivo es la disminución drástica que está sufriendo su población.


-¿Cómo? ¿De dónde has sacado eso?


-De mi unidad, señor. Varios de nuestros agentes establecidos allí me remitieron un informe en el que aludían al fenómeno, extrañados ante el descenso de los dragones. Las causas se desconocen y nada se sabe a ciencia cierta, pues han procurado que no trascienda, y menos en estos tiempos.


-¿No han conseguido averiguar si es natural o alguien se está encargando de darles caza?


-No, señor. El control allí se ha vuelto extremado, y los forasteros han visto seriamente restringidos su proceder, así que aunque hubiesen encontrado algo, no habría habido forma de informarnos.


En este caso, todos observaron a un meditabundo Edwing pasar la vista por todos los miembros allí reunidos sin verles realmente. Unas pisadas rompieron entonces su trance, a tiempo para conceder permiso con un gesto de cabeza a la recién llegada Vissia. Una comitiva encabezada por ésta penetró en la gran sala bajo la atenta mirada de los presentes. La seguían cuatro personas ocultas bajo capas oscuras que las cubrían completamente, sólo siendo visibles unas manos de virginal blancura empuñando espadas con contradictoria firmeza, moviéndose sutilmente, sin levantar los pies del suelo. Entre los cuatro, custodiaban a dos mujeres, que agachaban la cabeza con inusitada obstinación, obstinado de esta forma en exhibir sus rasgos, procurando ocultarse de miradas escudriñadoras y otras tantas acusadoras. Firmemente se vieron transportadas a un rincón desierto y especialmente diseñado de la estancia, donde desde cualquier ángulo era posible observar y estudiar sin pudor alguno. A un gesto de Edwing, Vissia regresó a su asiento a la vez que él se levantaba, centradas las atenciones ahora en su figura.


-Pueden retirarse – les ordenó a los guardias, en un tono marcial no permitía réplica alguna. Éstos inclinaron la cabeza en señal de respeto, y marcharon tan sigilosamente como entraron.


Casualmente se acercó hasta las inmóviles figuras, despreocupada e indiferentemente, estudiándolas descaradamente. Temblaban imperceptiblemente y olía su temor. Le desconcertaron. Si hubiesen sido entrenadas como espías, no dejarían entrever tan claramente sus sentimientos, encarándose firmes e inquebrantables ante cualquier cosa. Era insólito ver a alguien designado para ese trabajo asustado… A no ser que por causas insólitas se hubiesen visto abocadas a hacerlo…. O tal vez era una charada, ensayada para confundir al enemigo, sus razas tenían fama de todo menos de dóciles…. Algo claramente no encajaba…


-Señoritas, ¿a qué viene este temor infundado? – preguntó inclinándose para poder mirarlas a la cara.

El tono de voz, conciliador y amable sorprendió a todos los presentes, sin diferenciar bandos. Las aludidas levantaron la cabeza curiosas ante la nueva presencia, sólo viéndole a él. Un sutil cambio inundó la atmósfera entonces.


-Ya lo debéis imaginar, mi señor – contestó melódicamente la súcubo, alzando los ojos seductoramente en un gesto estudiadamente tímido.


-Sólo quiero hablar un rato con vosotras, ¿qué hay de malo en ello?


-¿Y no preferiría hacerlo sin tanto público?


En cuanto escucharon la propuesta, las mujeres de la sala cayeron en lo que estaba pasando: intentaba seducir a Edwing. Echando un vistazo a su alrededor lo constataron. Algunas miradas masculinas hablaban de una envidia recelosa oculta, codiciando ocupar su lugar. Las restantes se mantenían inafectadas y estoicas, poco dispuestas a intervenir, expectantes.


-Te agradezco el ofrecimiento, pero otros asuntos importantes me reclaman.


-Podríais posponerlos, mi señor – le propuso acariciándole la cara y pegándose a él.


Por el rabillo del ojo, Edwing atisbó el ligero movimiento de Calantha presta a actuar. Se lo prohibió negando imperceptiblemente la cabeza.


-Suena muy interesante… ¿Y de quién tendría el honor de ser el acompañante?


-Abraina.


-Bello nombre para tan bella mujer.


-No habéis visto toda mi belleza aún, señor – le tentó.


-¿Y de dónde provenís? Si os hubiera visto por aquí lo recordaría –azuzó él.


-Estoy asentada en el este, en territorio élfico. Colaboro con ellos.


-¿Colaborando? Ya me imagino en que… - insinuó, dirigiéndole una mirada que la desnudó completamente.


-Oh no, mi señor. Son renuentes a cooperar conmigo. De todas formas, la última vez no estuvieron a la altura de las circunstancias.


-¿Y en qué consiste esa colaboración tan poco satisfactoria?


-Imagine: jugar a los acertijos, conocer mundos lejanos, entrometerme en cuestiones ajenas…


-Entiendo… ¿eso os merece la pena a alguien como vos?


-No demasiado, y la verdad es que despierta mis necesidades – comentó agarrándole de las solapas de su camisa y acariciándole los labios con su aliento.


-Comprendo. Las mías también suelen despertarse en estos casos – ahora fue él el que la agarró de la barbilla.


-¿Le gustaría algún tipo de ayuda para saciarlas?


-Sería un placer.


-¿Me permitiría preguntarle algo?


-Adelante.


Colocándose de puntillas le susurró al oído una pregunta recurrente para los de su naturaleza:


-¿Qué hay de cierto en eso de que los vampiros podéis provocar un orgasmo mordiendo?


-Mucho, aunque dependerá de si es la persona adecuada. ¿Lo eres tú?


-Estoy convencida de ello.


-Entonces dime una cosa, ¿sabes algo de los dragones?


-Que tienen un sexo magnífico. O eso me han comentado.


-Mmmm…. Y algo más específico, algo como si alguien planea que desaparezcan del mapa…. – desvió el tema, abandonando los rodeos y tentando a la suerte.


-¡Yo estaba en contra, pero no pude negarme! Y aún no he tenido la oportunidad de probar uno.


-No te entiendo…


- Los elfos encontraron una forma de reducir a la población. Fui enviada a ver si tuvo éxito, pero fui interceptada, mejorando considerablemente mi suerte, debo añadir. Su compañía me es mucho más grata.


-Yo también debo agradecérselo a quien corresponda, es cierto, recuérdamelo después – dijo pícaramente guiñándole un ojo.


-Y pensar que decían que la facción sud era un desperdicio que no merecía la pena investigar… Suerte que cometí un pequeño error de cálculo –expresó intencionadamente.


-¿Ah, sí?


-Sí… Sólo querían que investigase eso y encendiese la mecha para que aprestase el terreno central como futuro campo de batalla.


- ¿Nada en concreto de estudiar tácticas fiables?


-De esas me dejaron al margen, aunque me pareció percibir algo referente a que la población reciente de cíclopes superaría en un margen tan amplio a los dragones que éstos sólo podrían asistir impotentes al derribo y matanza de cuanto se les pusiera por delante.


-Desaprovechan tus habilidades – la aduló.


-¿Pero tú no cometerás el mismo error, verdad?


-¿Me ves propenso a hacerlo?


-¿Y si nos marchamos a un lugar con más intimidad, mi príncipe? Os veo ansioso y necesitado – apreció ella la ligera protuberancia en su bajo vientre.


-Totalmente de acuerdo. Ni os lo de podéis imaginar... Nunca os haríais a la idea de lo ardientemente necesitado que estoy ahora mismo… de matarte –agregó tras un breve lapso.


Varios gritos surcaron el espacio quebrando el hechizo inducido por la súcubo: el grito de traición de ésta, y el rugido acompañado del forcejeo agitado y la ferocidad de la hasta entonces inmóvil arpía, revelando al completo la naturaleza monstruosa de sus alas, garras y rasgos animales, lista para atacar al príncipe, aunque fue incapaz de moverse de la posición.


Inalterado ante el súbito descontrol a su alrededor, Edwing se apartó pausadamente de la espía, extrayéndole en el proceso la daga ocultada en una de sus bocamangas del estómago, manando la sangre, fluyendo viscosa de la sin ninguna duda herida mortal, dibujando un charco de armoniosa perfección a los pies de ambos, y empapando la cara y ropa del chico.


Los asombrados y silenciosos miembros del consejo tomaron consciencia entonces de la situación y lo que acababa de ocurrir. Los intentos fracasados con los que Abraina intentaba llenar sus pulmones de aire no dejaban lugar a malinterpretaciones posibles, pero más les sorprendió y admiró sus insistentes y frustrados intentos por aferrarse a la huidiza vida.


Al notar su cuerpo débil, alcanzó a tiempo de sostenerse en los hombros de príncipe, a quién olvidada ahora toda pretensión, mostró su verdadera naturaleza, mirándole fijamente a los ojos, contemplando en éstos el rojo inyectado en furia, y el odio hacía todo y todos, oculta una promesa de venganza y tormento. Vaciló ante el rencor exhibido, temblando interiormente, incapaz de quitarse de la mente la caída de su cuerpo inerte y de la desazón suspendida en su último aliento. Buscando ocuparse en otras cosas que le permitiesen no pensar en lo que acababa de acontecer, se giró a enfrentarse a la otra espía, que forcejeaba contra algo invisible para poder liberarse.


-¡Ni pienses que podrás tocarme, niñato inepto! – espetó, escupiéndole en la cara.


Los gestos hoscos se endurecieron en las expresiones de todos, a la espera del proceder de alguien a quien consideraban demasiado blando para ocupar un puesto de tanta importancia. Esperaban su reacción.


No se hizo esperar. Totalmente indiferente, dueño de la situación, y sin vacilación alguna, le giró la cara a la arpía en un gesto tan rápido que nadie lo vio venir, sólo sabiendo lo que acababa de pasar gracias el retumbar de la bofetada y el reflejo nacarado de las luces en los amenazadores incisivos recién descubiertos.


-Es cierto, soy un niñato inepto, pero aún así vas a decirme lo que quiero oír – amenazó suavemente, agarrándola repentinamente del cuello.


-Oblígame – retó ella.


-Será un placer.


Incapaces de apartar los ojos, asistieron a la tensión creciente entre ambos. Observaron su mano apretarse perceptiblemente alrededor de la garganta de la presa, e inclinarle la cabeza tirándole fuertemente del pelo con la otra para evitar que pudiese morderle, las extremidades de la arpía todavía inertes, paralizadas gracias a una de las corrientes mágicas del palacio.


-¿Quién te envía, los magos o los minotauros?


El silencio fue la respuesta, seguido del crujido de la mano al alzarla sobre el suelo.


-Los magos. Los minotauros no son tan sagaces – se respondió él mismo.


Atisbó el fruncimiento de labios de la prisionera, de lo que dedujo que había dado en el blanco.


-Bien, probemos otra cosa. ¿Por qué flanco iniciaran el ataque? – y señaló la olvidada representación holográfica sobre la mesa.


-No… no lo sé – dijo, empezando a tener problemas para respirar.


-¿Estás segura de que no lo sabes? – aplicó nuevamente mayor presión.


-No está decidido aún…


-Así me gusta, que cooperes conmigo. Podemos llevarnos bien – aflojó ahora el asimiento.- ¿Quién está detrás de todo esto?


-Los magos dirigen la estrategia.


-¿Qué más?


-Planean actuar desde la seguridad de la retaguardia, obligando a los minotauros a llevar la iniciativa del ataque.

-¿Éstos han accedido?


-No lo sé….


-De acuerdo, fingiré que me creo eso. ¿Cuál es nuestro papel en sus planes?


-Usaros de carnada. Necesitan vuestra ayuda para conseguir sus fines, En cuanto dejéis de serles útiles os borraran del mapa.


-¿Algo concreto?


-Aprovechar la batalla para que todo sea fácilmente atribuible a los daños colaterales.


-Agradezco tu desinteresada colaboración – agradeció en tono neutral desasiéndola.


-¿Vas a dejarme libre? – cuestionó sorprendida, no dando crédito.


-Esa es la idea –corroboró él dándole la espalda despreocupadamente.


-Siento decirle que ese ha sido tu peor error –amenazó.


Su cuerpo inerte se tensó entonces, desprendiéndose de la sujeción y desplegó las alas lanzándose y cerniéndose amenazadoramente sobre un Edwing desprevenido a velocidad de vértigo, cual ángel de la muerte. Una figura borrosa carente de belleza humana.



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