Reflejos VIII (Primera parte)

Redujo la altura al atisbar la intensa y solitaria luz recortase contra el cielo oscuro, en medio de la infinidad de puntos distantes a su alrededor. Al terminar la reunión, su ser resonaba por la necesidad de llegar a un lugar conocido y encontrar el sosiego en los brazos que necesitaba tanto como el respirar, pero ahora, extrañamente, la reticencia a llegar allí, o a cualquier otro lugar conocido, vencía al anterior anhelo. No sólo eso, tampoco quería la compañía de nadie, le repulsaba. Sólo quería la soledad, el rumor del vacío, el sosiego de la nada… Y todo eso, porque una desagradable sensación había despertado de un profundo letargo, haciéndose dolorosamente presente, presentándose inflexiblemente como un juez letal y cruel… Adivinaba los bordes del motivo, intuyéndolos sin entenderlos, demasiado asustado y vulnerable para enfrentarse cara a cara a ellos.

Suspiró, intentando apartarlos, pero en aquel silencio, en aquel lugar, su presencia era demasiado tangible, y conforme sus pasos le acercaban hacía el cálido interior del palacio, al inmenso y solitario pasillo que terminaba en su habitación, el desprecio resonó fuertemente aunque sin voz.

Escapando de la sombra invisible tras sus pasos, entró bruscamente en el dormitorio tan conocido, y ahora aborrecido. Nervioso, se acercó a la cómoda de la esquina, reposando a los pies de un espejo, y se apoyó en ella, fijando sus ojos en la nítida superficie, buscando un reflejo que no le pertenecía. Nada rompía su púlida perfección, pero él no pudo evitar observar la debilidad de su confuso estado de ánimo, mofándose cínicamente. Furioso, inconscientemente, su puño se alzó como un resorte, quebrando la invisible presencia de ojos idénticos a los suyos, haciendo añicos la hoja, derrumbándose los afilados cristales a su alrededor, algunos de ellos clavándosele en los nudillos, ajeno al inmediato dolor punzante y la sangre derramada desde su mano.

Volvió a mirarse en los pedazos resquebrajados que no habían sucumbido a la frustración, y por un instante le pareció enfrentarse a sí mismo en el reflejo del cristal, idénticos ambos salvo los ojos de negro abismal, oscuros y tenebrosos, revestidos de una mortal e implacable frialdad, completamente inhumanos… Aturdido, retrocedió varios pasos, escapando de un temor que debería ser infundado, ya que su especie no se reflejaba en espejo alguno, pero sentía en la piel que lo que acaba de presenciar había sido muy real, demasiado real…

Enseguida el intento de escape de la amenaza invisible se vio frustrado al chocar su espalda contra la maciza puerta de madera, y entonces, sin poderlo evitar, el pavor a su reflejo derribó su autocontrol y le hizo temblar inconteniblemente, quitándole la fuerza del cuerpo, cediendo a la contundente gravedad, deslizándose por la madera hasta acabar ovillado en el suelo. Cerró los ojos, buscando tranquilizarse, pero la densa atmósfera no contribuyó a ello, provocando el incremento de su nerviosismo. Por un lado, deseaba que alguien entrara en la estancia, le abrazase y rompiese así el cruel encantamiento, prometiéndole en tono suave y gentil que no ocurría nada, que todo iba bien, pero por el otro, sintió el arraigado desprecio alzarse, a la vergüenza apoderándose de su cuerpo, recordándole dolorosamente lo inútil que era… el perdedor que yacía bajo toda esa fachada que tanto esfuerzo le costaba construir y mantener….

Un sonido rompió la monotonía, uno que se multiplicó a lo largo del pasillo, sonando feroz y temible a sus oídos. Con antinatural intranquilidad, agachó la cabeza cubriéndose los oídos con las manos, intentando espantar o conjurar la reverberación, pero el efecto fue el contrario. Murmuró palabras incoherentes en voz baja, suplicando que no se acercara, pensando que así ahuyentaría lo que quisiera que fuese aquello. No surtió efecto. En apenas unos instantes, el estruendo resonó fuera de la habitación, justo al otro lado de la puerta, alto y claro.

-Señor, ¿necesitáis algo? –le pareció discernir en maraña de sonidos indefinidos, acompañado de unos ligeros golpes.

Se sobresaltó al reconocer la voz del otro lado, grave pero clara. Ningún deje de la maldad que le pareció percibir previamente la empañaba. Una voz fiel y conocida. Ekain.

-¿Señor? –reintentó, un tinte de preocupación o vacilación en ella.
Se levantó, intentando recomponerse rápidamente, comprobando la sospecha de que ante la duda, el hombre olvidaría todo respeto y no dudaría en entrar como estaba cerciorándose ahora mismo, ya que fueron a abrir la puerta simultáneamente, sólo que el chico estuvo más rápido y ganó el pomo, revelando en el umbral de la puerta a un extrañado mayordomo, la mano alzada a medio camino. Haciéndose a un lado, le permitió la entrada.

-¿Os encontráis bien, señor?

-Sí.

No obstante su afirmación, quiso asegurarse paseando una mirada a lo largo de su figura, escudriñándole como un depredador, lo que avivó el recuerdo de lo recientemente ocurrido, algo que no pudo reprimir, y le indujo una inquietud que pugnó por ocultar al ojo avizor del hombre frente a él. No supo si lo consiguió o no, pues la atención del hombre se desvió sagazmente a la mano semioculta cubierta del líquido carmesí escurriéndose deliberadamente lento, centrando toda su atención en las heridas oscurecidas por la sombra proyectada del marco de la puerta.

-¿Qué os ha pasado, señor?

-Nada – dijo bruscamente, apartándola de su visión, visiblemente molesto.
Una expresión incrédula se adueñó de sus rasgos, diciéndole claramente que no le había creído pero desistió al notar el recelo y suspicacia de los gestos. Cambió de tema.

-¿Cómo ha ido la reunión, señor?

-No lo sé, dímelo tú –contestó a la defensiva.

-¿Señor? – interrogó.

-Sé que estabas ahí, oculto tras el arco principal del techo.

El aludido agachó la cabeza a modo de disculpa, reconociendo la culpabilidad de la acusación, mas no adujo arrepentimiento alguno en alta voz.

-¿Y los demás…?

-Lo dudo. Sigues siendo el mejor en eso de volverte invisible. Si discerní tu presencia es porque estoy acostumbrado a ella, no a que hayas perdido facultades, tranquilo.

-No es eso lo que me preocupa… Señor, habéis hecho lo correcto –añadió tras una breve pausa.

-¿Respecto a qué? – se hizo el desatendido, como si la cosa no fuera con él.

-Ya sabe a lo que me refiero.

-No, no lo sé.

-Lo de esa mujer, Abraina.

-No te he pedido tu opinión.

-Pero yo se la doy, y sé que es lo suficientemente sensato para apreciar mis consejos –<< y necesita el beneplácito y confirmación de alguien para empezar a cargar con la culpabilidad sin que le aplaste>>, agregó mentalmente, pues muy a pesar de la cordialidad entre ambos, no debía llegar tan lejos.

-Nadie contradice o pone en entredicho mis acciones o decisiones. Es una falta de respeto grave, y tú me lo estás faltando ahora.

-Deje su papel, conmigo no le hace falta fingir.

-¿Qué derecho te crees que tienes para hablar de esta forma? –le espetó, colmada ya su paciencia, agarrándole fuertemente de las solapas de la levita negra, encarando su inalterable estado de ánimo, nada afectado frente el súbito odio que empañaba el juicio del príncipe.

-Ninguno, señor. Sólo pensé que debía decírselo – le explicó tranquilamente.

Ver la impasibilidad del hombre le supuso un duro golpe a su orgullo, y un dolor desconocido. Apretó los puños sobre la tela, reprimiendo las ganas de hacer trizas todo lo que le rodeaba, volviéndosele los nudillos de un blanco translúcido. Finalmente, se rindió, dejando paso la ira a un cansancio generalizado. Le soltó, y sin dirigirle una segunda mirada, le dio la espalda.

-Habéis actuado hábil y astutamente al dirigir una reunión tan importante como la de hoy. No debéis sufrir por la vida que habéis arrebatado, toda guerra implica sacrificios, víctimas y bajas en todos los bandos. No se atormente más.

-No lo entiendes…. La he matado a traición.

-Era ella o usted. Además, necesitaba reforzar su autoridad, evidenciar que no se amedrantaría ni le temblaría el pulso al hacer lo necesario, que no es un cobarde débil… Y ha funcionado.

-Pero mi consciencia si lo es. El último suspiro de esa mujer, sus susurros y respiraciones entrecortadas aferrándose decididamente a una batalla perdida por su vida…. Se me han quedado grabadas a fuego… Cierro los ojos y es como tenerla de nuevo frente a mí… Vívidamente – contó, el sufrimiento latente en la voz.

-Ha matado a otros antes, no públicamente pero lo ha hecho… ¿Qué tenía esa mujer para que le haya afectado tanto?

Un suspiro cargado de melancolía escapó de sus labios exangües y su alma cansada.

-Por un instante, vi en ella a Lyselle. Durante un segundo, fue su cuerpo al cual yo había arrebatado la vida… Fríamente, sin remordimientos. Muerta, por mi mano. No dejo de pensar que tal vez en otras circunstancias, ese podría haber sido su destino.
-No tiene sentido pensar en posibles, las cosas son distintas y vos sabéis mejor que nadie cual es vuestro deber.

-Yo… tengo miedo de perder mi corazón – confesó finalmente, apesumbrado y avergonzado.

-No lo haréis, puesto que no tenéis. Eso me dijo una vez.

-Eso pensé… De verdad… Pero desde que me encontré con ella, ha vuelto a latir… dolorosamente. Demasiado dolorosamente. Soy un asesino, o seré un asesino… Eso no es compatible con tenerla conmigo.

El silencio acompañó a la confesión, demasiado aturdidos ambos para pronunciar palabra alguna, por lo que lo dejaron transcurrir sin alterarlo, era más cómodo así. Al final, incómodo ante lo que él pensaba que era compasión, se encaminó a la puerta dando largas zancadas, pasando al lado del hombre sin atreverse a dirigirle la mirada.

-¿A dónde vais? – interrumpió su escape.

-A ducharme.

-Le preparé el baño.

-No es necesario, yo lo haré –dijo en voz cortante que no admitía réplica. Estaba a punto de alcanzar el vano de la puerta cuando recordó algo - ¿A qué has venido?

-He dispuesto la cena en el salón principal.

El chico enarcó una ceja, perplejo, una miríada de sentimientos en su cara, desprevenido por algo tan inusual en su vida como cenar en el salón principal incluyendo a Ekain sirviéndola, cuando normalmente hacía tiempo que se abastecía solo.

-La señorita Lyselle necesita alimentarse –se apresuró en añadir - Venía a preguntarle si tenía intención de acompañarla.

Aunque se mantuvo en silencio, procesando la información, tuvo que darle crédito al hombre por haber recordado un detalle que a él se le había pasado por alto, poco habituado a ese tipo de necesidades. Aparte de ello, también le agradeció que se preocupase por ella.

-No.

La feroz negativa lo sorprendió. Pensó en desistir de hacerle cambiar de parecer pero percibiendo el motivo de su estado de ánimo volvió a insistir.

-Ella os está esperando abajo, y ha expresado su deseo de esperaros.

-¿Le has dicho que ya había llegado?

-Sí.

-Dile que me estaba duchando y que yo he insistido para que no me esperase. Que no sabía cuánto tardaría y te he dado órdenes expresas de obligarla a comer en caso contrario, que no necesita posponer nada por mí. O alguna cosa creíble si tienes una idea mejor.

Viendo que no estaba del mejor humor, se resignó a su negativa, y se dispuso a abandonar la sala, concediéndole la soledad que tan desesperadamente parecía anhelar.
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Escenario de guerra

Hoy una historia que escribí en mis años mozos... Cómo pasa el tiempo





Desde allí podía ver la preciosa armonía que formaban las lejanas luces de los últimos edificios encendidos de la ciudad y del cielo estrellado iluminado por la tenue luz de la luna llena. Era un sitio silencioso y desolado donde nadie se acercaba, tal vez por la leyenda de que algo siniestro circulaba por ahí, sin embargo eso era lo que le gustaba de aquel lugar, que nunca se oían los pasos de la gente aproximarse.

Su mirada vagaba sin rumbo fijo oteando el lejano horizonte difuminado por la distancia y la oscuridad, sin apenas prestar atención al paisaje o a lo que acontecía a su alrededor.

Le gustaba esa soledad, ese silencio, esa tranquilidad,…

El mundo estaba a punto de cambiar, lo sentía. La tragedia que se cernía sobre los lugares donde vivía, se aproximaba más y más, a cada día que pasaba, era una amenaza latente y aunque nadie alteraba su rutina, se podía sentir la tensión en el ambiente, en ese estado de permanente alerta.

Había vuelto, tenía que cerrar viejas heridas y quizá también quería recordar por última vez las pocas cosas felices vividas en ese lugar…Todo antes de decidir su futuro: participar o no en la guerra que se avecinaba como piloto militar, o dejarlo para siempre…

El nuevo día despuntaba, gris, melancólico, triste… y con él, su determinación de enfrentarse a los viejos fantasmas del pasado.

Sus pasos resonaban en las calles envueltas por la niebla, aún vacías de gente y de barullo, mientras se dirigía a la vieja casa donde vivió su primera infancia, esperando reencontrar por última vez el tiempo que siempre deseaba olvidar.

La casa permanecía inalterable al paso del tiempo, cada detalle era el mismo… El humo que salía por la chimenea le indicaba la existencia de vida en su interior y eso hizo que reuniera el valor suficiente para llamar a la puerta. Tras un instante de espera, alguien de edad avanzada apareció en el umbral.

-Hola… - y el zumbido del tiempo pareció engullir aquello.

-Hija, has vuelto…

-Sí…

-Pasa, si quieres…

Y penetró a la lóbrega entrada de aquel lugar. Él se sentó ante la cálida hoguera en la que se vislumbraba un fuego y ella se recostó en una pared que permanecía en sombras.

-Ha pasado tanto tiempo desde que te fuiste, tanto que no logro recordarlo con exactitud…- dijo el hombre cansinamente.

-Diez años. Eso no es más que un instante en la eternidad.

-No has cambiado nada,…- y un brillo de esperanza se encendió en sus ojos. ¿Por qué has vuelto? Pensé…

-Ya sabes cual es la situación.

-Sí, la guerra puede ser declarada en cualquier momento.

-Por eso he vuelto, en parte… Supuestamente si se empieza seré la primera en acudir a filas, a la primera línea de ataque como la llaman los importantes, o como se conoce entre los escuadrones, seré de los primeros en morir… - dijo ella sarcásticamente.

-Quiere eso decir que…

-Que he vuelto para decidir si participo como me corresponde o lo dejo, para cerrar heridas y, en definitiva, para terminar la partida.

El silencio siguió a sus últimas palabras. Finalmente éste fue roto por el hombre:

-Yo no puedo decirte lo que debes hacer pero hay algo que me gustaría pedirte…

-Lo sé y te perdono.

-Eso era.

-¿Cuándo te diste cuenta de que me había ido?

-En realidad te vi irte aunque hasta el día siguiente no tuve la certeza de que tal vez no volverías nunca.

-Al menos no hiciste propaganda de mi marcha, o fue tan sólo para que nadie se enterará de la verdad sobre aquello.

-Mientras te ibas, sentí mucho lo sucedido y no poder darte explicaciones pero…

-Pero la mataste, ante mis ojos…

-Fue un accidente…

-Da igual, los muertos no volverán. He venido porque te he perdonado, eso es todo.

-Gracias. Sólo te pido una cosa.

-Dime.

-Que decidas lo que decidas, vengas a verme por última vez.

Ella inició su camino para salir de aquella casa.

-En cuanto a tus amigos, a menudo van al río y él con ellos.

-No son mis amigos. Adiós.

Algo acabado, pensó. Sólo necesitaba ver a alguien más o tal vez a todos ellos…
Se dirigió al río, mientras se fijaba en la oscuridad del cielo que amenazaba lluvia. Y al bajar la vista al suelo fue cuando los vio, sentados en la hierba como en los viejos tiempos.

Mientras caminaba despacio hasta allí, ellos, entre las brumas matinales, alcanzaron a verla también, la sorpresa asomaba en sus caras.

-Tú…

-Si yo, os creías que formaba parte del pasado… Ya veis he vuelto.

-Nosotros…

-Venía a hablar con él, ya lo sabes ¿no?

Alguien asintió en silencio.

-Vamos.

-Nosotros nos vamos.

-Adiós… Pues bien ya estamos solos.

-Vendrás por aquello…

-Sí, he de saber si es cierto aquello que me dijistes antes de que me fuera.

-Yo, lo siento. No sabía lo que había pasado…

-Aquel día te necesitaba, quería a alguien en quien confiar y cuando fui a buscarte, me dijiste que me dejabas porque jamás podría querer a nadie. Entonces me di cuenta de algo… No quedaba nadie por quien seguir aquí y…

-Desapareciste… Volví para hablar contigo y tu padre me explicó lo ocurrido, asumía la culpabilidad por completo. Aventuró además que tal vez no regresarías jamás.

-Pero, lamentablemente, he vuelto a escena…

Empezó a caer la lluvia en aquel lugar en el cual los dos evocaban grandes recuerdos.

-Me voy…

-Pero…

-Sé todo lo necesario.

-¿Vuelves a la colina? ¿Aquella donde te buscaba siempre que te necesitaba? Sigue igual de silenciosa y solitaria. Es como tú…

-Adiós.

Aquello era todo. En su interior la ilusión de volver allí se había roto. Ya no volverían a dolerle las heridas del pasado, pero ahora se sentía más sola que nunca… Aquel lugar… el único lugar al cual parecía alegrarle su retorno. Desde la altura miraba el pueblo fijamente cuando oyó lejanos zumbidos en el aire. Al instante vio aparecer una escuadrilla de aviones, bombarderos… Una premonición cruzó por su mente, al instante en que el primero dejaba caer su carga… Segundos después se escucharon varias explosiones y un humo denso se levantó en torno a todos los lugares de su infancia… Y fue entonces al despejarse que vio la tragedia. Ahora ya no le quedaba nada, las bombas habían borrado del mapa aquel lejano lugar. Todo aquello ansiado y odiado , no eran más que una acumulación de escombros y cadáveres, la viva imagen de una ciudad fantasma. La colina permanecía intacta, pero allí al ver su vida hecha añicos, supo con seguridad cuál sería su futuro.






Bueno si alguien se la ha leído supongo que se habrá quedado con la sensación de que apenas está rematada... Mi intención en aquel tiempo fue hacer una historia que se intuyese pero sin llegar a expresar nada formalmente, dejándola a imaginación del lector. Resumiendo, lo que viene siendo una historia de silencios que aunque sigan estando ahí, hay que afrontar para poder vivir sin mirar atrás.
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Reflejos VII (Tercera parte)


Gemidos ahogados escaparon de caras sorprendidas, temiéndose lo peor. Pronto respiraron aliviados cuando los contornos de los dos personajes reaparecieron nítidamente, cara a cara ante ellos. Espada en mano, Edwing había detenido la trayectoria de la estocada fatal de sus garras, evitando su contraataque al haberle atravesado los pies con un par de dagas que nadie imaginó que ocultaba, al igual que la espada. Eso, y el flujo de energía mágica bastaron para que su amenaza descendiese enteros.


-Lástima, pero muy a pesar de algunos, parece que aún no me ha llegado la hora.


-Me las pagarás.


-Será un placer – manifestó, inclinando la cabeza.- Pero en otro momento, me temo.


-¿No vas a matarme? Ya sé, eres demasiado cobarde para hacerlo solito – retó.


-Por el momento, no. ¡Vissia! – habló sin apartar la mirada, demostrándole que mucho miedo no tenía.

La susodicha pareció despertar súbitamente de su trance, levantándose diligentemente de la silla.


-¿Señor?


-¿Por qué? – quiso saber la prisionera, mas la ignoró, centrando su atención en la mujer que se acercó a él.


-Llévatela de regreso al calabozo, y que la custodien día y noche.


Agachó la cabeza y a un gesto de su mano, los encapuchados reaparecieron en escena, agarrando a la arpía de los brazos y arrastrándola a la salida, seguidos de cerca por la encargada de prisiones. Él entonces se recreó un tiempo intencionadamente lento en volver a su lugar, al frente de la mesa.


-Nos ha mentido – comentó casualmente Delbert, rompiendo el hielo.


-Podría ser.


-¿Compasión por una prisionera de guerra, Edwing? –le provocó entonces Zeeg.


-Utilidad – respondió desapasionadamente.


-Es potencialmente peligroso dejarla vivir – apoyó Lubbert a su hermano.


-Quizás, pero de momento la considero más útil viva. Desconocemos todo de ella, y si es una pieza clave, alguien podría intentar rescatarla. Si se diese el caso, eso podría implicar otra oportunidad para esclarecer puntos oscuros de la estrategia de los magos y los minotauros.


-Me atrevo a asegurar que el que los minotauros estén supeditados a la autoridad de los magos es veraz – sentenció Toft.


-Era más que previsible – añadió Imeina, ganándose una mirada desaprobadora del estratega principal, como si le hubiese ofendido gravemente.


-Tenemos indicios, insuficientes, pero de momento sólo contamos con ellos, y más vale que nos pongamos en movimiento. Todos tenéis ahora una imagen aproximada de lo que ocurre y las opciones y amenazas. Ha llegado la hora de decidir, no podemos demorarnos más y lo sabéis. Así pues, en cuanto llegue Vissia decidiremos nuestro papel. Tenéis hasta entonces para tomar una decisión.


Nadie digo ni añadió nada más. Todos ellos se quedaron frente a una información que debería conducirles a una resolución firme. La gravedad de lo que acordasen pesaba en el ambiente, en los rostros concentrados y serios. No obstante, los pensamientos de algunos navegaban hacía otro derroteros. Varios llevaban tiempo dudando de la aptitud del príncipe al frente del gobierno, de su carencia de osadía, siendo demasiado apocado. Y ahora, con las dudas despejadas, si figura se perfilaba bajo una nueva luz. La decisión en la actuación representaba un golpe de autoridad, su firmeza y resolución envidiables y la manera en que había evitado un ataque por la espalda a traición impresionante, admirable la agilidad y presteza junto al manejo de las armas. Eso era algo que se venía comentando a través de fuentes cercanas a Ekain, a los que pocos daban credibilidad debido a la fuerte implicación sentimental del hombre. Y no había mentido. Era todo eso, además de inteligente y audaz al adelantarse habiendo impulsado la investigación en materia de defensa e insistiendo en la incorporación de las gemelas al consejo, a pesar de la oposición y los gestos petulantes de los miembros más ancianos del consejo, lejos de amedrentarse insistió en su idea, preparado para cualquier consecuencia.


Vissia entró de nuevo, rompiendo trenes inciertos de pensamientos, y acelerando la decisión.


-Vissia, ¿has tomado tu decisión o necesitas meditarla?


-Ya lo he tomado, señor.


-En ese caso procedamos. Todos sabéis como funciona – aseveró levantándose, apoyándose en la mesa y dirigiendo una mirada a todos los presentes. En el instante en que se cruzó con la de Zeeg, un obstinado pensamiento impreciso le atravesó la cabeza. La sacudió para despejarse y centrarse en lo que tenía enfrente.


-Tenemos cinco opciones. Según las termine de plantear alzaran la mano todos aquellos que estén a favor. La que obtenga la mayoría absoluta será la que se decida. En caso de empate se replanteará el proceso. Si alguno no está conforme, valoraremos su opinión a fin de replantearnos una reeleción de la decisión si la apreciación es de importancia resolutiva. Así pues, empecemos. ¿Ofín?


-¿Sí, señor?


-¿Quién quieres que se encargue de dejar constancia de la votación?


-Lubbert, señor.


-Que así sea. Lubbert, te encargarás del recuento y la redacción de las conclusiones de la reunión – y chasqueó los dedos, desapareciendo el holograma retomando su forma original y apareciendo en su lugar, en el centro de la gran mesa, un pergamino de bordes plateados, la insignia real en el anverso del papel, junto a una pluma que no necesitaba ser mojada en tinta para poder ser utilizada.


Se procedía así para hacer el proceso más transparente, nunca imaginando quien se encargaría de redactar el informe final, sin que la misma persona pudiese repetir hasta que todos lo hubiesen hecho, excluyendo del procedimiento tanto a los dos príncipes como al ausente rey. A ellos se les prohibía participar.


-Votos a favor de aceptar la propuesta de alianza hecha por la facción sud.


Un solitario brazo se levantó, el de Ofin.


-Votos a favor de acceder a las pretensiones de la facción norte.


Ni una sola persona estuvo de acuerdo.


-Votos a favor de permanecer neutrales sin apoyo alguno.


Otra propuesta impopular y sin apoyo alguno.


-Votos a favor de intentar negociar la neutralidad junto al Leviatán.


Alodie, Gard, Vissia, Imeina y Lubbert se posicionaron a favor.


-Votos a favor de enfrentarnos bajo mando conjunto a las facciones norte y sud.


En esta ocasión Calantha, Delbert, Toft, Nyfaine y Filan se posicionaron a favor.


-Bien, hecho el recuento, ¿cuál es la situación, Lubbert?


-Victoria a favor del pacto, aunque empate ante el curso de acción a tomar. Una ausencia y cuatro abstenciones, la suya incluida, señor.


-¿Príncipe Edwing?


-¿Sí, general Szerecsen?


-Me gustaría compartir una posible alternativa, ya que la resolución sobre qué hacer no es mayoritaria.


-Adelante.


-Creo que sería conveniente aliarnos a nuestros vecinos – propuso tranquilamente, contradiciendo la idea más generalizada. Bastantes de los asistentes le dirigieron miradas desconcertadas.- Como maniobra de distracción.


-Explícate.


-El objetivo sería hacerles creer que manejan nuestros hilos, para obtener información desde dentro, estando nuestra lealtad en otras manos. Quieren usarnos, ¿por qué no hacer nosotros lo mismo? Ojo por ojo y diente por diente. El enemigo desde dentro presenta mayor peligro, y la información que obtengamos será más decisiva y precisa. Atacaríamos desde dos frentes, aumentando así nuestras posibilidades de victoria.


La prudencia inundó la sala, todos mudos antes lo que pronto entendieron como rumbo a tomar. Era simple, pero ninguno reparó en lo opción más fiable y evidente de todas.


-Bien, ¿alguna sugerencia o desacuerdo más?


Los observó nuevamente, esperando por si alguno tenía algo que agregar. Al hacerlo, el pensamiento de que algo importante referente a Zeeg se le escapaba, volvió a su mente irritablemente. Se dijo a si mismo que al terminar pensaría sobre ello y ante la actitud pasiva de todos ellos, retomó el proceso de votación.


Las tres primeras opciones junto a la quinta perdieron a sus votantes. La cuarta se mantuvo y la sexta fue refrendada por todos los jefes de efectivo militares, espionaje y estrategia, junto a Nyfaine, el guardián de la puerta, el tesorero y el propio príncipe.


Lubbert expuso la resolución de la votación y por tanto la importante decisión acordada de mutuo acuerdo acababa de tomarse.


-¿Alguien quiere presentar alegación alguna ante el resultado?


Los que habían elegida otra opción negaron con la cabeza, aceptando así el veredicto obtenido del sufragio.


-De acuerdo, una última cosa a considerar antes de finalizar. ¿Prescott?


-¿Señor?


-¿Qué estamos en disposición de ofrecerle al Leviatán para negociar con él y convencerle de la alianza?


-Cualquier cosa salvo territorio y las reliquias imperiales de la corona.


-¿Alguno en contra de dicha disposición? – esperó unos momentos tras los cuales retomó la palabra.- Queda tomada pues la decisión y consignada. Gard, te encargo que redactes el preacuerdo y el ofrecimiento que proponemos. En cuanto esté, se lo entregaré al rey para que él su visto bueno.


-¿Preparo un emisario para que parta en cualquier momento? – ofreció Gard.


-No, iré yo mismo. Podrían sentirse insultados y no nos interesa. En mi ausencia el rey seguirá gestionando el reino – recordó por si acaso a los presentes.


-¿Y si no lo aceptan? – se puso en lo peor Prescott.


-La información dada por la súcubo puede suponer un importante aliciente, y mas si conseguimos pruebas fehacientes. Nyfaine, Calantha. Delbert redoblad los esfuerzos a fin de conseguirlas, el tiempo corre en contra. Y si fracasa la proposición, volveré a reunir al consejo para replantearnos la situación.


-En cuanto lo prepare se lo entregaré.


-¿Szerecsen?


-¿Príncipe?


-¿Podrías remitírselo tú al rey? Tendrás ocasión de explicárselo con mayor claridad que yo mismo.


-De acuerdo.


-Doy por finalizada la reunión. Podéis marcharos y retomar vuestras tareas. Szerecesen, tú quédate unos minutos para terminar de concretar el asunto.


Habiendo dado Edwing la orden, todos los asistentes se levantaron y enfilaron la puerta, dispersándose en el corredor, tomando rumbos diferentes, no pasándole inadvertida la penetrante mirada de Zeeg, lo que le convenció finalmente de que tenía información que a él no le convenía que tuviese.


-¿Príncipe Edwing?


-¿Sí? – se sobresaltó al ver frente a él al hombre que parecía que esperaba su explicación.


-¿Qué quería concretar?


-¡Ah, sí! Quisiera tratar ciertos temas en privado a la mayor brevedad posible, sino hay inconveniente por su parte.- en la magnitud inmensa de la sala, a solas frente a él, no podía evitar el respeto que le impulsaba a tratarte de usted.


-Ninguno. ¿En su despacho?


-No. ¿Usted vive al nordeste de la capital no?


-Sí.


-¿Le parece bien mañana a primera hora en el palacio del norte?


-De acuerdo.


-Hasta mañana- y sin mediar palabra alguna, el hombre se marchó dejándole finalmente a solas en la gran sala.


Recostándose en la silla, volvió a pensar en lo que parecía palpitar testarudamente en el fondo de su cabeza. Frunció el entrecejo, intentando recordar algo sospechoso en los gestos de Zeeg, y entonces cayó en la cuenta. ¡La súcubo! Cuando ella desplegó su sensualidad a fin de seducirle, la gran mayoría de hombres no se habían visto afectados por su influjo, pero eso fue a que cuando tenías a alguien, el cuerpo de naturaleza vampírica sólo reaccionaba a dicha persona. Los pocos que no estaban emparejados, debían haberse visto tentados ante Abraina, como advirtió por el rabillo del ojo. ¿Era Bruria tan importante para él? No, desechó casi de inmediato la idea, además era el más joven de la sala. En ese caso, ¿podría significar aquello que había una ínfima posibilidad de que se hubiese confundido de hermano? Los detalles sobre las descripciones físicas de ambos no abundaban allende la frontera del reino de los vampiros. ¿Y si Abraina hubiese tenido la capacidad para controlar su seducción y lo hubiese excluido de su hipnosis pensando que era Zeeg cuando en cambio no se había rendido a ella gracias a Lyselle? Eso explicaría la rapidez y facilidad con la que la tiró de la lengua y porque Zeeg no se había prendado de ella. Y si él también lo advirtió, algo de lo que no tenía dudas, él sabría que le debía esa inmunidad a alguien, de ahí las miradas incisivas. Aunque ahora, otra cosa cobraba mayor urgencia. ¿Qué pintaba Zeeg en todo lo relacionado a la facción norte? Si hubiese sido la sud… ¿pero la norte? ¿O tal vez las dos mujeres estaban relacionadas de alguna forma y realmente habían jugado al despiste? Esa posibilidad trastocaría todo nuevamente. La reacción de ambas, la casi nula reticencia a hablar, tal pareciera que intentasen embrollar las cosas y jugar al despiste. ¿Lo que confesaron era una maniobra de distracción? No obstante, el asunto de mayor gravedad, era que todo apuntaba a los indicios de la traición de Zeeg. ¿Pero cómo conseguiría asegurarse de la veracidad de su sospecha? ¿Y cómo podría desenmascararla sin víctimas? Muchas cosas estaban en juego.


Suspiró y se irguió, el peso del cuerpo multiplicado por mil respecto a cómo había penetrado en esa sala. Esperar… ahora esa era la única opción. Vagó pensativo, dirigiéndose a la salida y emprendió el vuelo atormentado y agobiado, necesitando más que nunca el consuelo y el sosiego sin condiciones ni presiones que sólo una persona podía proporcionarle en su estado y situación en ese momento.

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Reflejos VII (Segunda parte)

El aludido revolvió entre los papeles frente a él, pasando las hojas repletas de anotaciones rápidas, ordenadas e inteligibles hasta llegar a lo que buscaba.


-Bien, el reino del norte presenta un…


-Quiero el informe de nuestros reinos fronterizos. Información clara y concisa, así que ahórrate las fórmulas formales y diplomáticas.


-Los magos nos aseguran inmunidad total si aceptamos permitirles vía libre en nuestro territorio.


-¿Han detallado a qué se refieren con vía libre?


-No.


-La interpretación podría ser cualquiera.


-Sí, desde limitarse a cruzar sin interferencia alguna hasta alcanzar cualquiera que sea su destino, aprovechar nuestros dominios como puesto de vigilancia avanzada o incluso buscar algo en particular. Es algo demasiado abierto e incierto como para aventurar nada. Al recibirlo valoramos sus posibles interpretaciones e incluso ordené a mis ayudantes estudiar los trazos y el tono, pero no obtuvieron conclusión satisfactoria alguna. Interrogué discretamente al emisario encargado de traerlo, pero lo único que pudo asegurarme, es que mi homólogo no había dejado entrever nada, ni para bien ni para mal.


-Esperan que movamos nosotros.


-Esa es mi conclusión.


-¿Qué dice al respecto de negarnos?


-Una amenaza velada, nada específico. Nos conminan a aceptar su generosa oferta pues están seguros que sabremos ver las ventajas de la colaboración y evitar así posibles y desagradables incidentes en el futuro.


-Muy propio de ellos. Dan su voluntad y deseos por sentado. ¿Y los minotauros?


-Su estrategia está clara. Quieren aunar fuerzas con nosotros. Plena colaboración entre ambos países. A cambio ofrecen repartir botín y territorios y que aceptemos el mando de los magos.


-¿Les nombran en su acuerdo?


-Obviamente están supeditados a ellos. Doble medida de presión.


-¿Con qué nos amenazan?


-Con borrarnos del mapa.


-Muy sutiles.


-Lo curioso es que ambos insisten en la necesidad de pasar nuestras fronteras. Sólo se me ocurre un motivo para tal insistencia…


-Enfrentarse al enemigo fuera de sus dominios para asegurar su prevalencia y seguridad avanzando sus ejércitos lejos de todo lo que pueda destruirles y comprometerles. Mantienen seguros e intactos sus reinos respectivos y comprometen el nuestro. Y ahí es donde nosotros salimos perjudicados, pues están seguros que arriesgaremos todo con tal de salir victoriosos a fin de proteger a nuestra gente, sin escatimar esfuerzos y efectivos. Se trata de desgastarnos y debilitarnos desde dentro, usándonos en su propio beneficio para vencer a la facción del norte y luego rematarnos para repartirse nuestros territorios.


-Muy evidente y previsible.


-Efectivamente, pero no tenemos algún indicio que indique otra cosa.


-Por eso sólo atisbo brumas en el futuro de los magos.


-Deben manejar varias alternativas supeditadas a nuestra decisión. En cuanto nos pronunciemos tomaran un rumbo u otro. La única forma de sacar algo con seguridad es arriesgarse a decidir algo y esperar que la decisión no nos estalle en las manos.


-Gard, ¿qué dicen los dragones?


-Que les es indiferente lo que resolvamos o decidan al igual que sus actos. Tienen el poder y la fuerza suficiente para mantenerse en pie aunque les presenten batalla.


-¿Aunque les ataquen desde cinco flancos distintos? – quiso saber Edwing incrédulamente.


-Dudo que contemplen la posibilidad. Mas que nada por la complicación de coordinar el mando de tantas fuerzas simultaneas actuando unidas.


-De eso se aprovechan. A pesar de ello, ¿ves factible que se pueda enfrentar a todos los reinos y salga victorioso?


Gard se cruzó de brazos y se mantuvo unos instantes pensativo. Al final alzó los hombros.


-Hace tiempo os habría dicho que sí, sin lugar a dudas. En el tiempo en que el padre del actual rey gobernaba, nadie dudaba de una superioridad que abarcaba todos los ámbitos posibles. Tenía un aura de poder y autoridad que presentías únicamente con estar a su alrededor. No sólo eso, además era carismático e inteligente, diestro en la guerra y en la política. Le reverenciaban y le admiraban, le temían.


-¿A dónde quieres ir a parar con eso?


-El que lideraba su ejército en ese entonces era su hijo, el rey actual. No sabría a quien atribuir sus éxitos militares, pues dudo mucho que tal y como son, el heredero se limitase a acatar órdenes. Las capacidades reales del nuevo Leviatán son desconocidas. Al fin y al cabo no ha necesitado de ellas hasta recientemente y aún colea la fama de su padre. Es decir, a pesar de todo, son un enigma a día de hoy. En su momento evidenciaron una autoridad superior a la de cualquiera, insinuando que si lo hubiesen querido, se habrían hecho con el control de todo.


-Pero no lo hicieron.


-No. De ahí que no ponga la mano en el fuego por su situación actual. Entonces sólo se movilizaron para dejar claro que el precio del que los amenazara sería su vida, nada más que eso. No se movieron hasta que no se extralimitaron, permaneciendo impasibles durante mucho tiempo. Puede que ahora planeen lo mismo o también cabe la posibilidad de que el tiempo haya mermado su poder y se haya oxidado su maquinaria militar ligeramente. De lo que si estoy seguro, es que si no se coordina un ataque desde varios frentes abiertos y con un gran número de efectivos, siguen siendo superiores. Son la raza más avanzada y la que mejor domina la fuerza y la magia.


-¿Qué te dice tu experiencia?


-Lo que acabo de comentarle. La sombra de los tiempos antiguos perdura. Son poderosos y temibles, pero ya no tanto y creo que el principal motivo es la disminución drástica que está sufriendo su población.


-¿Cómo? ¿De dónde has sacado eso?


-De mi unidad, señor. Varios de nuestros agentes establecidos allí me remitieron un informe en el que aludían al fenómeno, extrañados ante el descenso de los dragones. Las causas se desconocen y nada se sabe a ciencia cierta, pues han procurado que no trascienda, y menos en estos tiempos.


-¿No han conseguido averiguar si es natural o alguien se está encargando de darles caza?


-No, señor. El control allí se ha vuelto extremado, y los forasteros han visto seriamente restringidos su proceder, así que aunque hubiesen encontrado algo, no habría habido forma de informarnos.


En este caso, todos observaron a un meditabundo Edwing pasar la vista por todos los miembros allí reunidos sin verles realmente. Unas pisadas rompieron entonces su trance, a tiempo para conceder permiso con un gesto de cabeza a la recién llegada Vissia. Una comitiva encabezada por ésta penetró en la gran sala bajo la atenta mirada de los presentes. La seguían cuatro personas ocultas bajo capas oscuras que las cubrían completamente, sólo siendo visibles unas manos de virginal blancura empuñando espadas con contradictoria firmeza, moviéndose sutilmente, sin levantar los pies del suelo. Entre los cuatro, custodiaban a dos mujeres, que agachaban la cabeza con inusitada obstinación, obstinado de esta forma en exhibir sus rasgos, procurando ocultarse de miradas escudriñadoras y otras tantas acusadoras. Firmemente se vieron transportadas a un rincón desierto y especialmente diseñado de la estancia, donde desde cualquier ángulo era posible observar y estudiar sin pudor alguno. A un gesto de Edwing, Vissia regresó a su asiento a la vez que él se levantaba, centradas las atenciones ahora en su figura.


-Pueden retirarse – les ordenó a los guardias, en un tono marcial no permitía réplica alguna. Éstos inclinaron la cabeza en señal de respeto, y marcharon tan sigilosamente como entraron.


Casualmente se acercó hasta las inmóviles figuras, despreocupada e indiferentemente, estudiándolas descaradamente. Temblaban imperceptiblemente y olía su temor. Le desconcertaron. Si hubiesen sido entrenadas como espías, no dejarían entrever tan claramente sus sentimientos, encarándose firmes e inquebrantables ante cualquier cosa. Era insólito ver a alguien designado para ese trabajo asustado… A no ser que por causas insólitas se hubiesen visto abocadas a hacerlo…. O tal vez era una charada, ensayada para confundir al enemigo, sus razas tenían fama de todo menos de dóciles…. Algo claramente no encajaba…


-Señoritas, ¿a qué viene este temor infundado? – preguntó inclinándose para poder mirarlas a la cara.

El tono de voz, conciliador y amable sorprendió a todos los presentes, sin diferenciar bandos. Las aludidas levantaron la cabeza curiosas ante la nueva presencia, sólo viéndole a él. Un sutil cambio inundó la atmósfera entonces.


-Ya lo debéis imaginar, mi señor – contestó melódicamente la súcubo, alzando los ojos seductoramente en un gesto estudiadamente tímido.


-Sólo quiero hablar un rato con vosotras, ¿qué hay de malo en ello?


-¿Y no preferiría hacerlo sin tanto público?


En cuanto escucharon la propuesta, las mujeres de la sala cayeron en lo que estaba pasando: intentaba seducir a Edwing. Echando un vistazo a su alrededor lo constataron. Algunas miradas masculinas hablaban de una envidia recelosa oculta, codiciando ocupar su lugar. Las restantes se mantenían inafectadas y estoicas, poco dispuestas a intervenir, expectantes.


-Te agradezco el ofrecimiento, pero otros asuntos importantes me reclaman.


-Podríais posponerlos, mi señor – le propuso acariciándole la cara y pegándose a él.


Por el rabillo del ojo, Edwing atisbó el ligero movimiento de Calantha presta a actuar. Se lo prohibió negando imperceptiblemente la cabeza.


-Suena muy interesante… ¿Y de quién tendría el honor de ser el acompañante?


-Abraina.


-Bello nombre para tan bella mujer.


-No habéis visto toda mi belleza aún, señor – le tentó.


-¿Y de dónde provenís? Si os hubiera visto por aquí lo recordaría –azuzó él.


-Estoy asentada en el este, en territorio élfico. Colaboro con ellos.


-¿Colaborando? Ya me imagino en que… - insinuó, dirigiéndole una mirada que la desnudó completamente.


-Oh no, mi señor. Son renuentes a cooperar conmigo. De todas formas, la última vez no estuvieron a la altura de las circunstancias.


-¿Y en qué consiste esa colaboración tan poco satisfactoria?


-Imagine: jugar a los acertijos, conocer mundos lejanos, entrometerme en cuestiones ajenas…


-Entiendo… ¿eso os merece la pena a alguien como vos?


-No demasiado, y la verdad es que despierta mis necesidades – comentó agarrándole de las solapas de su camisa y acariciándole los labios con su aliento.


-Comprendo. Las mías también suelen despertarse en estos casos – ahora fue él el que la agarró de la barbilla.


-¿Le gustaría algún tipo de ayuda para saciarlas?


-Sería un placer.


-¿Me permitiría preguntarle algo?


-Adelante.


Colocándose de puntillas le susurró al oído una pregunta recurrente para los de su naturaleza:


-¿Qué hay de cierto en eso de que los vampiros podéis provocar un orgasmo mordiendo?


-Mucho, aunque dependerá de si es la persona adecuada. ¿Lo eres tú?


-Estoy convencida de ello.


-Entonces dime una cosa, ¿sabes algo de los dragones?


-Que tienen un sexo magnífico. O eso me han comentado.


-Mmmm…. Y algo más específico, algo como si alguien planea que desaparezcan del mapa…. – desvió el tema, abandonando los rodeos y tentando a la suerte.


-¡Yo estaba en contra, pero no pude negarme! Y aún no he tenido la oportunidad de probar uno.


-No te entiendo…


- Los elfos encontraron una forma de reducir a la población. Fui enviada a ver si tuvo éxito, pero fui interceptada, mejorando considerablemente mi suerte, debo añadir. Su compañía me es mucho más grata.


-Yo también debo agradecérselo a quien corresponda, es cierto, recuérdamelo después – dijo pícaramente guiñándole un ojo.


-Y pensar que decían que la facción sud era un desperdicio que no merecía la pena investigar… Suerte que cometí un pequeño error de cálculo –expresó intencionadamente.


-¿Ah, sí?


-Sí… Sólo querían que investigase eso y encendiese la mecha para que aprestase el terreno central como futuro campo de batalla.


- ¿Nada en concreto de estudiar tácticas fiables?


-De esas me dejaron al margen, aunque me pareció percibir algo referente a que la población reciente de cíclopes superaría en un margen tan amplio a los dragones que éstos sólo podrían asistir impotentes al derribo y matanza de cuanto se les pusiera por delante.


-Desaprovechan tus habilidades – la aduló.


-¿Pero tú no cometerás el mismo error, verdad?


-¿Me ves propenso a hacerlo?


-¿Y si nos marchamos a un lugar con más intimidad, mi príncipe? Os veo ansioso y necesitado – apreció ella la ligera protuberancia en su bajo vientre.


-Totalmente de acuerdo. Ni os lo de podéis imaginar... Nunca os haríais a la idea de lo ardientemente necesitado que estoy ahora mismo… de matarte –agregó tras un breve lapso.


Varios gritos surcaron el espacio quebrando el hechizo inducido por la súcubo: el grito de traición de ésta, y el rugido acompañado del forcejeo agitado y la ferocidad de la hasta entonces inmóvil arpía, revelando al completo la naturaleza monstruosa de sus alas, garras y rasgos animales, lista para atacar al príncipe, aunque fue incapaz de moverse de la posición.


Inalterado ante el súbito descontrol a su alrededor, Edwing se apartó pausadamente de la espía, extrayéndole en el proceso la daga ocultada en una de sus bocamangas del estómago, manando la sangre, fluyendo viscosa de la sin ninguna duda herida mortal, dibujando un charco de armoniosa perfección a los pies de ambos, y empapando la cara y ropa del chico.


Los asombrados y silenciosos miembros del consejo tomaron consciencia entonces de la situación y lo que acababa de ocurrir. Los intentos fracasados con los que Abraina intentaba llenar sus pulmones de aire no dejaban lugar a malinterpretaciones posibles, pero más les sorprendió y admiró sus insistentes y frustrados intentos por aferrarse a la huidiza vida.


Al notar su cuerpo débil, alcanzó a tiempo de sostenerse en los hombros de príncipe, a quién olvidada ahora toda pretensión, mostró su verdadera naturaleza, mirándole fijamente a los ojos, contemplando en éstos el rojo inyectado en furia, y el odio hacía todo y todos, oculta una promesa de venganza y tormento. Vaciló ante el rencor exhibido, temblando interiormente, incapaz de quitarse de la mente la caída de su cuerpo inerte y de la desazón suspendida en su último aliento. Buscando ocuparse en otras cosas que le permitiesen no pensar en lo que acababa de acontecer, se giró a enfrentarse a la otra espía, que forcejeaba contra algo invisible para poder liberarse.


-¡Ni pienses que podrás tocarme, niñato inepto! – espetó, escupiéndole en la cara.


Los gestos hoscos se endurecieron en las expresiones de todos, a la espera del proceder de alguien a quien consideraban demasiado blando para ocupar un puesto de tanta importancia. Esperaban su reacción.


No se hizo esperar. Totalmente indiferente, dueño de la situación, y sin vacilación alguna, le giró la cara a la arpía en un gesto tan rápido que nadie lo vio venir, sólo sabiendo lo que acababa de pasar gracias el retumbar de la bofetada y el reflejo nacarado de las luces en los amenazadores incisivos recién descubiertos.


-Es cierto, soy un niñato inepto, pero aún así vas a decirme lo que quiero oír – amenazó suavemente, agarrándola repentinamente del cuello.


-Oblígame – retó ella.


-Será un placer.


Incapaces de apartar los ojos, asistieron a la tensión creciente entre ambos. Observaron su mano apretarse perceptiblemente alrededor de la garganta de la presa, e inclinarle la cabeza tirándole fuertemente del pelo con la otra para evitar que pudiese morderle, las extremidades de la arpía todavía inertes, paralizadas gracias a una de las corrientes mágicas del palacio.


-¿Quién te envía, los magos o los minotauros?


El silencio fue la respuesta, seguido del crujido de la mano al alzarla sobre el suelo.


-Los magos. Los minotauros no son tan sagaces – se respondió él mismo.


Atisbó el fruncimiento de labios de la prisionera, de lo que dedujo que había dado en el blanco.


-Bien, probemos otra cosa. ¿Por qué flanco iniciaran el ataque? – y señaló la olvidada representación holográfica sobre la mesa.


-No… no lo sé – dijo, empezando a tener problemas para respirar.


-¿Estás segura de que no lo sabes? – aplicó nuevamente mayor presión.


-No está decidido aún…


-Así me gusta, que cooperes conmigo. Podemos llevarnos bien – aflojó ahora el asimiento.- ¿Quién está detrás de todo esto?


-Los magos dirigen la estrategia.


-¿Qué más?


-Planean actuar desde la seguridad de la retaguardia, obligando a los minotauros a llevar la iniciativa del ataque.

-¿Éstos han accedido?


-No lo sé….


-De acuerdo, fingiré que me creo eso. ¿Cuál es nuestro papel en sus planes?


-Usaros de carnada. Necesitan vuestra ayuda para conseguir sus fines, En cuanto dejéis de serles útiles os borraran del mapa.


-¿Algo concreto?


-Aprovechar la batalla para que todo sea fácilmente atribuible a los daños colaterales.


-Agradezco tu desinteresada colaboración – agradeció en tono neutral desasiéndola.


-¿Vas a dejarme libre? – cuestionó sorprendida, no dando crédito.


-Esa es la idea –corroboró él dándole la espalda despreocupadamente.


-Siento decirle que ese ha sido tu peor error –amenazó.


Su cuerpo inerte se tensó entonces, desprendiéndose de la sujeción y desplegó las alas lanzándose y cerniéndose amenazadoramente sobre un Edwing desprevenido a velocidad de vértigo, cual ángel de la muerte. Una figura borrosa carente de belleza humana.



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