Reflejos VII (Primera parte)



Bueno, este capítulo es eterno... o casi... Espero q os guste leer, la historia, o q tengáis paciencia suficiente... En fin aquí lo tenéis:












De nuevo frente a aquellos miembros en cuyas manos descansaba el inminente futuro. Sentados, totalmente rígidos, al estar esperando alguna leve respuesta que les asegurara con seguridad que rumbo tomar. La tensión asomaba en las comisuras de los labios de muchos y sus ceños fruncidos. Por lo que sin más dilación rompió el ambiente.

-¿Y bien?-demandó echándose adelante sobre la mesa.

Sin andarse con rodeos, Vissia se dispuso a romper el silencio.

-A pesar de la resistencia inicial mostrada, finalmente pudimos extraer algo en claro de las prisioneras.

-Adelante.

-Han confirmado nuestras sospechas. Ambas versiones por separado son similares, pero difieren en pequeños detalles, aunque no deja de parecerme suspicaz ese paralelismo casi idéntico.

-Vissia, te agradeceríamos, en general, que no te anduvieses por las ramas.

Un coro de voces, secundaron las palabras del príncipe.

-Aparentemente, su plan de ataque consiste en que cada facción formada ataque al país central fronterizo si deniegan su pacto de alianza. En caso contrario, su curso de acción consistiría en aplastar primeramente al país opositor, aunando fuerzas para después deshacerse de él.

-Demasiado simple. Tiene que haber algo más.

-Brillante teoría, ¿la has deducido tú solo? –se alzó repentinamente un tono jocoso.

Todos se giraron al oír un comentario tan mordaz dirigido a la máxima autoridad entre todos los reunidos en aquella sala.

-¿Acaso posees, por alguna razón en particular, información más exacta sobre sus posibles planes? –inquirió otra persona en respuesta.

Lejos de amedrentarse, Edwing había contraatacado estoicamente, siendo plenamente consciente del doble significado de sus palabras. De hecho su intención había sido que todos fuesen partícipes de posibles significados ocultos circunscritos.

Varios de los integrantes de aquel consejo intercambiaron miradas recelosas, suspicaces, aturdidas y hasta sorprendidas, pero nadie se atrevió a romper el tenso silencio que se había apoderado de la sala tras la última pregunta. Mientras tanto, los dos príncipes se retaban en aquel sepulcro de sentimientos contenidos pero encontrados, ajenos a la expectación que levantaban.

Muchos esperaban la respuesta de Zeeg, para convencerse que las implicaciones insinuadas eran puro artificio de teatro, no obstante, al no hacerlo, las dudas sobre las lealtades reales empezaban a empañar los juicios de algunos.

Al fin, Edwing retomó la palabra, buscando redirigir la sesión hacía los cauces que su hermano había hecho desviar.

-¿Tenéis un mapa a mano?

Un murmullo de desconcierto se levantó entre los presentes.

-Un mapa de todo el territorio – se apresuró a matizar éste.

A pesar de todo, nadie comprendía los nuevos derroteros de la conversación y le miraban con cierta condescendencia. Finalmente, entre la incertidumbre que todos sentían, Calantha se levantó y con pasos elegantes atravesó el extremo de la sala, bordeando en un silencio sepulcral los sillones de aquéllos que se hallaban a la derecha del príncipe, hasta que se situó a su espalda. Y entonces, ajena a las decenas de ojos que pesaban sobre su silueta, miró al príncipe esperando su confirmación.

-Adelante – dijo Edwing, su mano trazando un arco que abarcaba a todos los presentes.

Sin pronunciar palabra alguna, Calantha depositó sobre la mesa un papel ajado y amarillento, de bordes irregulares y desgastados por el tiempo, que bien podría haber sido rescatado de alguna pila de papeles viejos. Enseguida todos contemplaron como su desahuciada superficie era surcada por líneas de colores que mágicamente se deslizaban formando letras y palabras, y su contorno crecía y creaba relieves desiguales hasta ocupar completamente el espacio de la pulida mesa allí donde antes solía existía algo perfectamente plano.

Sin mediar palabra, Calantha retornó a su asiento, nada sorprendida de cómo aquella magia había representado tan fielmente una geografía que muchos no conocían en su totalidad.

-Bien, esto es un mapa de nuestro mundo, con sus territorios y la orografía reales a escala, así como las fronteras actuales que separan los seis reinos. Nada está desfigurado por los sentidos, así que ahora quiero, sobre esto y en base a la información que se ha conseguido reunir, que volvamos a analizar desde todos los puntos de vista la situación actual.

De nuevo el silencio se adueñó del espacio, unos inspeccionando el holograma que tenían delante y otros pensando que aquello era un amaño para ocultar la incapacidad del príncipe para gestionar la situación.

-Ese peralte, – advirtió de pronto dijo Toft, señalando un desnivel en la parte oeste del reino – podría sernos muy ventajoso.





Todos se fijaron en el detalle del relieve, algo en lo que ninguno hubo caído hasta ese momento y evaluaron su comentario. A priori podía ser un factor decisivo. En ello andaban pensando cuando Imeina habló por primera vez.

-Durante la última gran guerra que nuestros antepasados tuvieron con el reino del oeste ya se usó en provecho propio. Dudo que sus archivos no contemplen la maniobra que utilizaron para ganar la batalla.

Imeina había sido de las últimas en llegar al consejo, y si lo hizo fue por expreso deseo de Edwing. Nadie vislumbraba utilidad alguna al hecho de incorporar una historiadora a un consejo donde se trataba asuntos de estado de vital importancia, nada que ver con acontecimientos pasados que bien podrían no haber sido ciertos ni factibles, puras niñerías según muchos de ellos. A pesar de la suspicacia de su incorporación, nadie había alzado la voz contra la recién llegada, tal vez por los comentarios que circulaban de que esa chica tenía una vinculación especial con el príncipe, y de ahí su ahínco porque estuviese entre ellos. Fuese cual fuese la razón, su presencia pasaba casi inadvertida, ocupando el lugar más oculto e invisible de la mesa, un rincón al que casi nadie prestaba atención, salvo cuando algo lo ameritaba, como en esa ocasión. Y es que muchos, por no decir todos, acababan de despejar las dudas sobre si la chica tendría voz propia o no, sorprendiendo a propios y extraños.

-Los minotauros no se caracterizan por su gran inteligencia – apuntó Toft -. Estoy convencido de que no guardaran referencia alguna a la antigua guerra.

-De todos modos no es prudente tentar al destino dos veces cuando hay tanto en juego –terció Edwing, dando por cerrada esa vía.

-Una estrategia idéntica no, ¿pero qué hay de incorporar una variante a esa ventaja geográfica? – insinuó Filan, centrando la atención en su persona.

-Explícate – apremió Edwing en nombre de todos los presentes.

-¿Cuál fue la táctica usada aquella vez, Imeina? – preguntó a su vez Filan.

-Un ataque frontal y directo a cara descubierta. Se aprovechó que los sobrepasábamos en número para arrasar al enemigo en un terraplén yermo y desolado, donde con nuestras características teníamos ventaja. A pesar de todo, fue un ataque suicida y unilateral que supuso un número importante de bajas, pero los frenamos antes de llegar a la frontera y les sorprendimos, pues no se esperaban una carnicería por nuestra parte, sino más bien una táctica de guerrilla y guerra psicológica.

-Espera un momento, Imeina. ¿Has dicho que era un terreno yermo y desolado?

-Así es, mi señor.

Varias miradas cómplices se intercambiaron en la mesa, al ver el tono casi reverencial usado, mas Edwing o lo ignoró o ni se percató.

-Si mal no recuerdo, esa zona ya no es yerma. Está parcialmente inundada. En los últimos siglos las lluvias han sido recurrentes en la zona. Estaba pensando que tal vez…

-Abnegar toda la zona. Sería una barrera física difícil de atravesar para los minotauros – concluyó Szerecsen.

-No sería viable algo así, aún no hemos aprendido a controlar la meteorología para usarla a nuestro favor – recordó funestamente Toft.

-Pero si la tecnología – arguyó Edwing, a punto de revelar algo desconocido para casi todos los demás – ¿Nyfaine?

La aludida se alzó de su asiento rígidamente, y trastabilló con la silla, poco acostumbrada a reuniones así, pues junto a Imeina, eran las más jóvenes e inexperimentadas de la estancia, recién llegadas. De hecho, ambas eran gemelas, idénticas en aspecto y brillantez, pero distintas en sus preferencias y campo de trabajo.

-¿Señor?

-Hay una forma de arreglar el tema meteorológico, ¿verdad?

-Sí.

Murmullos desdeñosos e incrédulos acapararon la sala, resonando en las paredes.

-Señores, sé que mi juventud les plantea un problema de credibilidad hacía mi juicio. Pero les pido por un momento que no me juzguen loco y valoren la alternativa. Nunca he hecho nada sin la aprobación de la mayoría - recordó, recostándose en la silla y cruzándose de brazos, mientras el silencio volvía a ocupar el vacío. Prosiguió - Bien, no sé si estarán al tanto del impulso que ha cobrado en los últimos años el área de investigación, sobre todo a nivel de infraestructuras. Nuestros enemigos cuentan con que sin magia, nos encontramos indefensos, y eso nos hace sospechar de cuál será su primer paso: eliminar la barrera mágica de los palacios. Saben, o creen saber que sin ella, no duraremos un segundo ante sus ataques. Pues bien, apenas tenemos magia es cierto, pero la poca que hemos conseguido recrear será muy útil aplicada a lo que se ha conseguido éstos días – se calló, y con un ademán de la mano, sugirió a una intranquila y parada Nyfaine que siguiese.

-Po-podemos empantanar… la zona… -trató de hablar ella.- Cualquiera…

-Imposible –cortó un altivo Zeeg.

-No… Hemos averiguado… conseguido una forma de hacer inaccesibles las zonas fronterizas…

-¿Cómo? – apremió un interesado Filan.

-Desviando… desviando las aguas gracias a… a una especie de sistema de tuberías recién descubiertos en el subsuelo.

-¿Eso significa que podemos sumergir todo el territorio fronterizo? Pero también supondrá un incordio para nosotros…

-Sí… No…

Expresiones aturdidas asomaron en la mayoría de caras de los presentes, sin dar crédito a lo que esa chica proponía, y sin entender demasiado bien a que se estaba refiriendo.

-Lo que Nyfaine intenta explicar, – intercedió Edwing nuevamente, para alivio de la aludida- es que es posible abnegar cualquier zona que nos interese desviando las reservas de agua yacientes bajo cada palacio durante el tiempo que estimemos conveniente.

-Pero si eso es realmente factible, y llegan a enterarse de lo vital que es… sería otro flanco abierto de fácil acceso por el que atacarnos-temió la peor Alodie.

-También… también hemos desarrollado una forma de que las agua permanezcan inalterables a cualquier cosa que se quiera disolver en ella – expresó casi indignada Nyfaine, al pensar que una científica no habría pensando en las eventualidades.

-¿Cómo? – relajó Alodie la preocupación en su voz.

Iba a contestar, pero a un gesto de Edwing detuvo lo que iba a ser la explicación.

-Existe la forma, Alodie. Pero prefiero que no os aburra con complicadísimos tratados de química o lo que quiera que implique. No tenemos tiempo para ello –cortó hábilmente él.

-Sin embargo, encaramos otro problema. Atravesar las zonas inundadas – ahora fue Calantha la que se hizo escuchar, anticipando que la discreción de aquellos que no deseasen hacerse notar, esas circunstancias no serían favorables.

-Eso es algo que también está solucionado y garantizado. La voluntad del agua responderá ante determinadas naturalezas, a las que obedecerá. A ninguna más – interrumpió nuevamente Imeina.- La historia habla de características distintivas entre razas. Lo único que ha habido que hacer es aprovecharlas. Reacciona a ellas, a la esencia vampírica.

Tras esa aclaración, a ninguno le quedó atisbo de duda de que la susodicha tenía algo que ver en el proyecto, aunque la pregunta era cuál debía haber sido realmente su implicación. No sólo las gemelas habían sido partícipes de él, en realidad el impulsor y principal artífice de los avances era la misma persona sentada a la cabecera de la mesa.

Un nuevo aire de respeto por parte de los oyentes hacía las dos hermanas se percibió en el ambiente, observándolas entre anonadados e impresionados. La decisión de Edwing ya no parecía tomada por puro capricho…

-¿Sería factible instalar algo permanente en ese recodo? – volvió al tema práctico Toft.

-Ese ha sido el objetivo del desarrollo – manisfestó el príncipe intuyendo el rumbo de la idea.

-Brillante – murmuró Filan.

-El área sud seguirá estando desprotegida – rebajó el entusiasmo un pragmático- No hay ninguna irregularidad en el terreno susceptible de ser aprovechada.

-¿Y si la dejamos desprotegida? – propuso Calantha.

-Es una locura.

-No, no lo es – intervino el hasta entonces silencioso Ofin.- Dejar ese flanco abierto, les haría pensar que la puerta al mundo humano se halla justamente en esa zona. Desviaría su atención de un punto vital.

-¿Y cómo contenemos un ataque masivo si se lanzan a derribar ese lado? Aunque no sea vital, si arrasan con toda su fuerza disponible, la principal defensa del país quedaría tocada seriamente – advirtió Filan.

-Desplegando a mi unidad en la zona – propuso Delbert.

-Demasiado arriesgado. Sería concentrar la fuerza de mayor respuesta en una sola área. Sólo tendría sentido si supiésemos con seguridad cuál es su plan –matizó Filan.

-Pero los magos subestiman el poder armado. Atacarán a distancia y con energía mágica. Con un número suficiente podemos doblegarles fácilmente…-siguió insistiendo Delbert.

-¿Y cómo llegamos hasta ellos? Pueden eliminarnos a todos antes de que alguno de los nuestros consiga tocarles un pelo. Sin contar con la cantidad de protecciones con la que probablemente rodearán su frontera.

-¿Cómo suprimimos esa ventaja?

Nadie se atrevió a proponer un plan, y muchos menos a dar una respuesta al interrogante. Todos sabían que estaban en desventaja mientras no encontrase solución alguna al factor espacio.

-¿Imeina? – llamó Edwing.

-¿Mi señor?

-¿Tú qué opinas?

-Al ser seres más emocionales que racionales los minotauros son en cierta forma previsibles, pero no así los magos. Se creen todopoderosos y poseedores de la mayor inteligencia de las seis razas. Además son hipócritas, ladinos y envidiosos y ninguno de nuestros antepasados se pudo anticipar a sus planes.

-Imeina, no me hables del pasado, háblame del futuro.

-¿Mi señor?

-Sí, Imeina. ¿Qué ves?

-Pero…

-No es un secreto la importancia que tuvo el oráculo, ni tampoco la existencia de las doncellas versadas en el conocimiento arcano de la videncia.

Muchos malinterpretaron el significado de la frase anterior, por lo que asistieron estupefactos a los nuevos derroteros de la conversación, no dando crédito a la revelación de la verdadera naturaleza de la chica.

-¿Es una vidente? – buscó aclarar la situación Vissia en nombre de todos.

-En realidad está llamada a ser el futuro oráculo – al nombrar su futuro cargo, al príncipe se le pasó por alto el detalle de que la chica se mordió los labios.

Las videntes eran un reducido grupo de mujeres poseedoras de un instinto premonitorio altamente desarrollado, superior a la mera intuición, revelando en muchas ocasiones un conocimiento futuro que seguía las directrices predichas de distintas formas por sus integrantes. Pocos conocían la identidad real de sus integrantes, sólo siendo de dominio público quién era la mayor institución y directriz, el oráculo. Muchos rumores rodeaban a su figura: desde que veía nítidamente el invisible destino de cada persona, hasta que una sola decisión o gesto suyo podría alterar rumbos vitales en el orden del mundo, al igual que el desconcierto entorno a su naturaleza. Varios habían sido los oráculos importantes a lo largo de la historia del reino de los vampiros, pero ninguna gozó de la fama, la importancia y el reconocimiento que tuvo la última oráculo, a la cual aún se seguía buscando sucesora. La reina consorte y madre del heredero… la madre de Edwing. Y su leyenda creció debido a su súbita desaparición ocho años atrás, sumiendo primero en un inicial desasosiego al rey, y en una cruel frialdad después y a Zeeg en un desdén indiferente, como si no les importara, como si deseasen eliminar el cálido recuerdo evocador de su presencia.

Edwing nunca lo entendió, y mucho menos pudo perdonarlo. Aquel suceso le sumió en un dolor que no pudo exteriorizar, demasiado presionado por un padre que castigaba severamente cualquier muestra de debilidad y redobló sus esfuerzos para convertirle en una persona inflexible, impasible, orgullosa y digna de ostentar el rango de heredero al trono. Poco a poco, negándolo, sumió al dolor en un letargo oscuro, convenciéndose de que no importaba, diciéndose que si no sentía, todo sería más fácil. Y resultó. Sólo que el precio fue distanciarse a sí mismo de todo y de todos, sin apegarse a cualquier cosa fugaz que pudiese desaparecer. El suceso trajo consigo la desaparición de sus sueños infantiles, y la complicidad de la madre que los mantenía vivos con su optimismo y su calidez. Se había esfumado el vínculo que realmente hacía de ellos una familia, el punto de apoyo, la comprensión, el afecto y la confianza de un heredero que sólo encontraba fuerza en la sonrisa materna. Sin ella, los tres hombres no eran más que extraños compartiendo un lazo sin valor alguno, carentes de una unión real salvo tal vez, la de rey y vasallos. Una familia de desconocidos que ni se conocían, ni se entendían ni tampoco se esforzaban en ello.

Su ausencia no sólo resultó significativa en la familia. También cobró vital importancia en el reducido grupo que ella dirigía y lideraba. Un descontrol total de apoderó de la señecta organización, porque ninguna de las adeptas estaba a la altura de sucederla, ninguna que tuviese edad suficiente para ser consciente de la importancia del rango. Así que ante la desaparición de la líder, y al no haber sucesora alguna, todas ellas empezaron a ser secundarias hasta finalmente verse relegadas al olvido, de ahí que pocos apenas reparasen en su existencia. No obstante, una chica que había ingresado en la orden recomendada directamente por la jerarca, haciéndose cargo personalmente de su educación ya despuntaba en esa época, aunque no tenía edad suficiente para hacerse cargo de algo de tanta responsabilidad… Esa chica era Imeina, a la que muchos presionaban para que retomase el liderazgo vacante e hiciese resurgir el esplendor e importancia de los viejos tiempos. Pero por algún extraño motivo, ella se negaba, alegando que no estaba a la altura de la anterior oráculo, y recordando que tal vez, igual que desapareció, volvería a reaparecer. A pesar de todo esto, ella era la vidente de mayor rango, y como tal, acudía al consejo aportando no sólo su conocimiento de historiadora.

-Imeina, no te lo pediría si estuviésemos en otras circunstancias.

-Realmente no es nada específico, además cambia a menudo.

-Sólo dínoslo para tener un hilo del que tirar.

-A priori la cooperación entre ambos países es plena. No obstante, cada uno tiene objetivos diferentes y recelan los unos de los otros, algo que han ocultado hábilmente. A los que mis premoniciones no llegan, es a ver dichos motivos. Tienen algo muy bien estructurado, o muy bien oculto para que sea posible vislumbrarlo. Eso, o quizá es que nada está decidido aún, y esperan el momento propicio para tomar cartas en el asunto. Es algo demasiado inconsistente para poder formular una teoría clara.

-Vissia.

-¿Señor?

-Ordena traer a las prisioneras.

-Enseguida.

Todos vieron a la mujer alzarse, inclinar la cabeza y salir ágilmente por la puerta, sumiéndose la sala en el silencio al disiparse el eco de sus pasos.

-Gard – lo interrumpió nuevamente el príncipe.

-¿Señor?

-¿Cuáles son las propuestas que nos presentan? ¿Qué alianzas nos proponen?
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Reflejos VI





Al llegar al palacio, respiró profundamente, dejando salir consigo las preocupaciones que se cernían sobre su cabeza. La reunión del consejo le hizo comprender las turbias aguas en las que nadaba, anhelando haber compartido otros tiempos con ella. Ella... el último comentario de su hermano trajo consigo el último empujón para mantener definitivamente todos sus instintos alerta. Algo planeaba, y el cúmulo de circunstancias dibujado en el horizonte, lo presagiaban. Aparte de eso, se daban las mejores opciones para desarrollar cualquier intriga en la astuta mente de su pariente. Cómo deseaba que el rey retomara las obligaciones traspasadas... mas eso se tornaba una quimera. Tan sólo era príncipe heredero de título, pero ya ejercía como soberano, algo por todos conocido y aceptado. Y como tal, le tocaba gestionar los tiempos de crisis y no morir en el intento...

Husmeó el viento cómplice, consciente que él traería su esencia, descubriéndole con seguridad la localización exacta de ella. No obstante, su presencia reabría preguntas por formular y respuestas por formar. Suspiró. Los problemas en tiempo de crisis se multiplican, ley de vida.

Se olvidó de todos esos problemas al divisarla antes que olerla. Yacía dormida entre las flores del jardín trasero, sobre el borde del estanque situado en el centro, con parte de su melena sumergida en el agua. Descalza sobra la tierra húmeda y tiritando de frío.

Pronto sus contornos diminutos aumentaron su tamaño al real que él ya conocía, pues se encontraba de pie ante su figura dormida. Se agachó para contemplar aquella imagen que irradiaba un candor increíble en esa tierra de sempiterna oscuridad, de flores muertas, intrigas, guerras intangibles pero reales y esperanzas desvanecedoras. ¿Hizo bien en traérsela consigo? Tal vez hubo de esperar a que el papel de su clan estuviese claro y contase con al menos una posición firme en el conflicto. Ahora no sólo debía velar por los intereses de aquéllos que confiaban en su persona, también los de aquella humana que no debía amar. Y que a pesar de todo, amaba por encima de su gente.

Apretó los puños debido a esa impotencia que empezó a sentir en aquella sala. ¿Por qué las cosas no podrían haber sido de manera radicalmente opuesta? Su intuición le decía que el juego en el que se hubo metido algo ingenuamente, le iba a costar muy caro. Alto el precio, alto el sacrificio.

Movió la cabeza de un lado a otro, deshaciéndose de los oscuros pensamientos y enfocó sus pupilas en ella. En el pecho que subía y bajaba, culpable la respiración que le otorgaba la vida, en el semblante sereno, ajeno a los hilos moviéndose a su alrededor, el cuello de indefensa fragilidad, la melena castaña medio sumergida en el agua, los pies diminutos de porcelana azulada... Y se fijó en que tiritaba del frío, resguardada únicamente con aquel vestido hecho a su medida, sin ropa de abrigo, y los zapatos desperdigados como innecesarios en algún recóndito lugar. Se preocupó al pensar en el tiempo que llevaba aletargada en ese estado, así que con suavidad le acarició las mejillas, intentando que recobrara la vida perdida durante el sueño, sin que su despertar fuese brusco.

Notó el cambio de ritmo de su pecho y sus ojos abriéndose súbitamente, incorporándose como un resorte, temerosa, desorientada y alerta.

-Tranquila, soy yo. Ya he vuelto.

-Aléjate-le sorprendieron sus palabras, así como el dolor y odio de sus ojos.

-¿Pero qué...?-intentó acercarse a ella.

-No te acerques, embustero aprovechado.

-Mira, si esto es una broma, no tiene gracia.

-No, no es una broma. ¿Era para eso para lo que me querías? Te habría resultado más fácil obtenerlo directamente, pero no, tenías que hacerme sufrir- dijo con rencor.

¿A qué se refería? ¿Qué le ocurrió durante su ausencia? Nada malo podría ser, el castillo estaba vacío a no ser que alguien se hubiese infiltrado. ¿Era eso posible? Husmeó nuevamente los aromas del viento, delatando una presencia que previamente estuvo en ese mismo lugar. Y no era otra más que la de Bruria, la amiga o prometida o cómplice o alguna cosa similar de su hermano. Aunque lo preocupante aparte de eso, era el como ellos sabían de la existencia de Lyselle en aquel lugar.

Su silencio no hizo más que embravecerla, por lo que se levantó temblando de pies a cabeza, no gracias al frío en esta ocasión, y tomó el camino que conducía directamente a la salida de ese rincón. Unos pasos atrás, él se irguió con sentimientos encontrados e impidió su escape asiéndola fuertemente por la muñeca.

-¿A dónde vas?

-Suéltame-murmuró con voz quebradiza.

-No hasta que aclaremos las cosas- declaró apretando su presa.

-Me haces daño.... Suéltame, por favor...-suplicó percibiendo el olor de sus silenciosas lágrimas deslizándose por sus mejillas.

-Unas horas atrás me creías, ¿qué ha hecho cambiar a tu corazón?

-Este jardín... Las rosas negras no demuestran el amor por alguien, ¿verdad? Por eso necesitabas sangre humana, para embellecerlas, para que fuesen rojas, para regalárselas a ella, a tu prometida...-susurró rota, con el corazón perdido en unos latidos que ya no percibía en su pecho- Sólo era algo útil, y ahora qué harás, ¿matarme mientras os bebéis mi sangre en el festín?

- No tengo prometida-dijo con calma

-Y esa pelirroja y de ojos violetas que vive aquí, ¿qué es, la criada? Ella misma me dijo, que tu boda se celebrará en breve, y con ello deduzco que vuestra coronación.

Rechinaron sus dientes en el silencio que siguió a esa explicación. Ella sumida en el dolor de su traición, y él dividido entre la tristeza de lo poco que confiaba en él, el miedo de cómo las cosas se le estaban descontrolando y el dolor de saber que eso no sería más que el primer obstáculo entre ellos.

-No, esa mujer no es nada de eso. No me equivoco al afirmar que se trataba de Bruria, su aroma impregna este jardín. No sé con que tretas te habrá engañado, pero todo es una mentira. Ella en realidad, es la supuesta prometida de mi hermano pequeño.

-Encima eso...

La volteó bruscamente para evitar que siguiera alejándose de él. Mas al presentir que le rehuiría, la obligó a mirarle cara a cara sujetándola por los hombros.

-Esa mujer no tiene nada que ver conmigo. ¿Tan poco confías en mí, como para creerte los embustes de esa mujerzuela de tres al cuarto? Sé que apenas nos conocemos, pero al menos, hasta ahora no he hecho nada para merecerme esa suspicacia.

-¿Cómo no creerla cuando me dijo cosas que tú nunca me contaste? ¿Cuándo me explicó las dudas que tú prometiste contarme? Además ella merodeaba por un palacio que según tus propias palabras estaba vacío, ¿qué iba a pensar? De todas formas, me da igual, mátame o déjame marchar, ¡pero hazlo ya!- gritó con rabia forcejeando intentando librarse.

-¡Antes me escucharás!-replicó arrojándola al suelo contundentemente, asegurándose que no se hiciese daño en la caída-. Qué quieres que te cuente, ¿qué soy un príncipe? Pues si lo soy. ¿Qué me coronarán? También es cierto, pero lo harán cuando me case, y no con ésa que me has nombrado. Como te comenté antes, Bruria no tiene nada que ver conmigo, y la escenita en la que supongo que te ha metido es cosa de mi hermano pequeño. ¿Ah, qué no te lo dije? Disculpa, pero no es agradable hablar de una familia en la que tu hermano conspira a tus espaldas para traicionarte en un momento tan delicado para hacerse con el poder, además de un padre que ha decidido abdicar sin hacerlo, porque ya se aburrió de los problemas que acechan por todos lados. ¿Qué por qué te mantengo aquí? Porque antes o después verás el amor con el que tratan a los humanos los de mi clan, y sentirás su desprecio y odio sólo por ello. Las cosas se han precipitado, lo sé, pero desconozco el cómo o el por qué, y eso me preocupa, pero los comentarios de Zeeg en el consejo me hacen sospechar que tiene algún espía que ha seguido mis pasos, y conoce de tu permanencia aquí. En cualquier caso, eso no me preocupa ahora, mañana te presentaré como mi prometida o te dejaré marchar, acorde a tus deseos. Pero lamento decirte que ambas opciones presentan inconvenientes. Siento no ser el príncipe azul ideal-terminó su discurso en tono mordaz, percibiendo como una pesada losa se levantaba de su cabeza.

Relajó la tensión de su espalda, y se fijó en la ahora silenciosa muchacha. Y sonrió al observarla. Anonadada como estaba, con los ojos abiertos como platos y la boca que casi rozaba el suelo. Divertido, olvidado de pronto el tono pesimista de sus declaraciones y previsiones, movió la mano delante de sus ojos tratando que volviese al plano material y reaccionase. Al final lo hizo.

-Yo... Esas opciones, ¿a qué senderos conducen?

Suspiró y se sentó frente a ella, en medio de aquellas rosas negras.

-Verás, el motivo por el que no te convertiste en vampiresa justo tras morderte, fue por algo que dijo Ekain. Soy el heredero legítimo, y como tal, puedo elegir a la que me acompañará en mi pequeña eternidad. El hecho de que pueda elegir y te mordiese sin tu consentimiento dejó abierta las dos posibilidades, una que has de tomar tú, y por supuesto, con consecuencias. Por eso, ahora mismo, no eres ni humana ni vampiresa, pues de ti dependerá tu naturaleza. Estás en algo así como un limbo, y extrañamente, en ese estado de no ser en que te encuentras, no hay problemas de que te quedes embarazada si te hago el amor, pues si tú en principio no existes, un futuro hijo no puede crearse no siendo, es algo insólito, pero así van las cosas.
¿Crees que no me preocupaba por eso? No quiero un hijo en este mundo absurdo de dolor, sin que tú ni yo hayamos hecho las paces con nuestros respectivos fantasmas.

-No es eso lo sorprendente... Yo creo que eres tú... –manifestó ocultando su gesto a su inquisidora mirada, interiormente conmovida por su preocupación - ¿Y mis dos opciones?

-Cierto, con los últimos acontecimientos no pude explicártelo. Temo decirte que te quedan 5 horas para decidir. Verás, si optas por seguir siendo humana, volverás a tu mundo, pero eventualmente volverás a verme, pues te he marcado como presa. A lo que me refiero es que en principio me alimentaré de tu sangre.

-¿En principio?

-Si tú no quieres dármela, no te forzaré a que me la ofrezcas.

-¿Beberás de otra mujer?-preguntó indecisa y cierto tono molesto en la voz.

-No.

-¿Qué harás, entonces?

-No te preocupes por eso ahora. La otra, sería que aceptarás tu transformación convirtiéndote en vampiresa, pero si lo haces, quiero que sepas que no dudaré en hacerte mi consorte, no soportaría verte lejos de mi lado.

-¿Si me transformarse me aceptarían?

-Difícilmente. Hay una jerarquía no oficial comúnmente aceptada. No es mi intención engañarte, probablemente se encargarán de hacerte la vida imposible, hasta que les demuestres que eres digna de ese cargo. Y aún así, te respetarán por lo que representas, nada más, no esperes hacer amigos en la corte. Asimismo, está peor visto alguien transformado, que alguien humano.

-Y... ¿no hay más opciones?

-¿Más opciones?

-Sí... ¿No podría seguir siendo humana y quedarme a tu lado? Si de todas formas van a despreciarme...

-Tú, ¿por qué harías eso?

-Yo... sé que tú me lo has dicho antes sin dudar y yo no te he dado ninguna respuesta. Creo que te mereces una....

-Si te refieres a lo de que te quiero, no es necesario, de verdad- afirmó con el corazón en un puño, temeroso de su respuesta.

-No verás, mentiría si te digo que estoy totalmente convencida de ello. Estoy algo aturdida aún con todos estos cambios, tanto que no soy capaz de descifrar mis sentimientos. Aunque si es cierto, que sé que sería muy fácil enamorarme de ti. No quiero decirte algo que ahora mismo no es cierto. Pero si hay algo de lo que estoy segura, es que me gusta estar contigo y quiero conocerte, que sonrías para mí, intentar aliviar tu tristeza, protegerte de alguna manera... No sé si es amor o cariño aún, es por eso por lo que creo que casi he tomado mi decisión- explicó.

-No hace falta que me la digas ahora, medita un poco más-le ofreció, a pesar de ser una mera excusa para retrasar lo máximo posible su respuesta-. He de irme. Por favor ten cuidado, sobretodo con esa mujer-anunció levantándose dispuesto a retornar a escuchar la decisión que marcaría el inmediato futuro.

-¡No te preocupes, me apertrecharé en el castillo y no dejaré que nadie entre!-exclamó toda convencida, puño en alto.

-Empiezo a creer que tienes demasiado tiempo libre. Ah, dos cosas más.

-Dime.

-¿Por qué te has quitado los zapatos con la brisa que corre? Tiritabas al encontrarte.

-No es que me los haya quitado, es que no me los he puesto.

-¿Cómo?-empezaba a preguntarse como funcionaba su mente.

-No sé cómo llevar zapatos de tacón y no abrirme la cabeza en el intento- aseveró con un tono victorioso, como orgullosa de ello.

La observó como si fuera la mujer de la raza más rara que existía. No, lo era, se corrigió mentalmente. Prefería que se le congelasen los pies a quedarse dentro, o hacerse algunas magulladuras. Aunque tal vez realmente era nula para ellos, ya lo comprobaría si decidía quedarse.

-En fin, si te quedas ya arreglaremos el tema del armario. Me voy-le dio la espalda dispuesto a irse.

-Espera-le detuvo agarrando el extremo de su chaqueta.

-¿Sí?

-¿Cuál era la otra cosa que ibas a decirme?

-Ah, sí. Estás preciosa con ese vestido-y antes de marcharse definitivamente la besó en la frente y desapareció en el cielo.
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Reflejos V



Con urgencia enseguida hubo llegado, pronto deteniéndose en seco en mitad de un largo pasillo de paredes cavernosas, que conforme avanzaba se iba iluminando al prenderse los candelabros en forma de araña de esas paredes desnudas.

-¿Acaso no soy yo el príncipe? ¡Pues que esperen ellos!-decidió con voz resuelta, sacándose la camisa por fuera del pantalón siguiendo su consejo.

-Señor le acabo de anunciar.

A punto estuvo de empotrarse en la bóveda que coronaba la puerta de entrada a la sala de reuniones del sobresalto que le supuso la voz de Ekain. Recuperando la compostura tras unos instantes, se encaró con él.

-Bien- y su semblante mudó a una expresión de persona arrogante y segura de si misma, de mirada gélida de vampiro inflexible, cruel y cínico, conociendo que es él el que está al mando y relegando al olvido su verdadero carácter, o el que creía que era.

Tragó saliva y contempló la gran puerta de mármol blanco que le barraba el paso. Lisa salvo el relieve en forma de dos estrellas, una dentro de otra, atravesadas por una espada y resguardadas por unas alas negras. Por algún extraño motivo, notaba la inquietud en su interior, por primera vez en mucho tiempo, como si hubiese perdido el rumbo de su vida. Pero ahora no era momento de tales pensamientos, por lo que apenas posó la mano sobre el mármol, éste se abrió estruendosamente dando paso libre al líder y máximo responsable de lo que allí dentro estaba por tratarse.

Alzando la cabeza y con la mirada fija al frente avanzó con paso firme hasta alcanzar la cabecera de la gran mesa de alabastro negro en la que se encontraban ya todos los presentes, de pie delante de sus sillas correspondiente aguardando a su líder.

Echó un rápido vistazo a todos los presentes, asegurándose de que no hubiese ninguna ausencia y tras hacerlo tomó asiento. Tras ello, todos los presentes imitaron su acción y se acomodaron en sus respectivos asientos.

-Bien, ¿a qué viene está reunión tan urgente y quién ha sido el responsable?-tronó con voz firme e inflexible.

Varias miradas se intercambiaron entre aquella amplia mesa ovalada ocupada por quince personas aparte de él. Un silencio de apoderó de la amplia sala, totalmente iluminada por una luz rojiza con infinidad de antorchas colgando de las paredes, cuyo crepitar formaba ruidos extraños junto al del fuego del hogar que prendía en un rincón, custodiado por unos pesados cortinajes rojos ribeteados con oro recorriendo todo el perímetro de la sala circular hasta terminar en el escudo de la puerta, que colgaba sobre la cabeza del la persona con mayor rango entre esas cuatro paredes.

-Os he hecho una pregunta. ¡Y deseo la respuesta!-ordenó en lugar de pedir.

Acto seguido, uno de los presentes, el cuarto a su derecha se levantó tomando de esta manera la palabra.

-Han regresado los emisarios enviados a los cinco reinos- contestó un hombre de pelo corto pelirrojo que le tapaba los ojos, de aparente delgadez enfermiza e increíblemente pálido, como si a la menor ráfaga de viento fuese a derrumbarse cual castillo de naipes.

-¿Y?- centró sus ojos en su interlocutor. Se trataba de Gard, responsable de la supuesta diplomacia, valorando, organizando y dirigiendo las negociaciones con los posibles aliados y enemigos potenciales con los países de ese lugar.

-Nuestra idea de permanecer neutrales en el conflicto se está revelando como posible.
-¿Es para eso para lo único que han servido los emisarios?

-No señor, han traído acuerdos y amenazas a valorar.

-Escuchémoslas pues.

-He de advertiros de algo previamente- intervino una segunda persona. Una mujer de gestos felinos, poseedora de una agradable presencia repartida en la gran altura que la caracterizaba junto a un pelo extremadamente largo de color gris peinado en una trenza tomo la palabra.

-Adelante- le concedió el permiso para hablar a Calantha, máxima responsable de los servicios de espionaje.

-Como ha avanzado Gard, la neutralidad es imposible. Antes o después deberemos tomar partido e implicarnos directamente.

-Cuéntame algo que no sepa, no tengo tiempo que perder.

-Los informes que hemos recibido de los diferentes infiltrados, coinciden en que a priori dos facciones son las enfrentadas y las más peligrosas.

-¿Qué son?

-Los cíclopes del país del norte junto a los elfos nocturnos del este por un lado. Y por el otro, el país del sur bajo dominio de las magos junto al del oeste gobernado por los minotauros.

-Curiosa asociación por lo que veo. ¿Y qué hay del quinto y último país?
-Se ha venido manteniendo neutrales como nosotros, señor. De hecho los informes revelan que esa sigue siendo su intención.

-¿Es eso posible?

-Hablamos del Leviatán, así que podría ser probable. Además cuenta con el beneficio de estar estratégicamente situado.

-Contamos.

-¿Cómo?

-Que tanto los wyverns, comandados por el Leviatán, como nosotros, estamos en posición privilegiada a simple vista, pero también algo comprometida. Las dos facciones declaradas, han de pasar por territorio del centro, es decir, nuestros terrenos y los suyos, dado nuestra situación. Lo más normal, a tenor del desarrollo de las circunstancias hasta ahora, sería prever que los tres países de la zona superior del mapa se aliasen contra los tres del sur. Pero me acabas de decir que el que les da libre acceso a la zona sur se niega a entrar en el juego. Me atrevería a decir, que huele la traición entre aparentes aliados a años luz de distancia, lo que no me extrañaría, los bandos creados son tan opuestos como la luz del día, y apuestos a que sus intereses los mismos. Debe temer una guerra civil entre ambos, sino es esa una de las razones ocultas tras esta guerra. No obstante eso abre otras posibilidades.

-¿Está insinuando en mantener la neutralidad con su apoyo?

-¿Y por qué no otra facción entre las dos existentes a día de hoy? Me gustaría considerar los pros y contra de cada posible alianza, así como los riesgos de cada uno de ellos aparte de hablar con nuestros cercanos vecinos. No sé los beneficios que nos pudiese resultar de todo esto, si es que hay alguno. Pero de algo podemos estar seguros, con los wyverns neutrales, nuestros territorios fronterizos del norte no corren un peligro inminente, pues antes han de atravesar su país y si se atreviesen a atacarlos la batalla es segura. El problema reside en nuestros vecinos del sur y oeste. Estamos sometidos a la misma presión por su parte, pues dependiendo de la batalla, han de pasar por nuestro país para llegar a enfrentarlos. La pregunta es, ¿podríamos detenerles sin el apoyo de los wyverns si permanecemos como hasta ahora? Creo que todos conocemos esa respuesta. Es una situación delicada, pues esa posición también nos hace ser vulnerables. Nada nos asegura que decidan masacrarnos y repartirse nuestro territorio antes iniciar una matanza entre ellos. Es una espada de doble filo.

-¿Qué proponéis entonces, mi señor?-

-¿De cuánto tiempo disponemos?-interrogó a Calantha y Gard.

-Depende de lo que planee exactamente-aclaró Gard-. Pero necesitamos actuar con rapidez y discreción.

-¿Qué opináis el resto? Quiero escuchar todas vuestras opiniones- se dirigió a todos ellos.

-No destacamos precisamente por ser una fuerza de ataque que nos capacitase para poder iniciar una guerra relámpago. El número necesario para poder presentar batalla es muy superior al existente- anunció Delbert, bajo cuyo mando se agrupaba el comando de ataque rápido responsable de resguardar todas las fronteras. Eran un cuerpo de avance rápido y gran potencia de combate, integrado por los vampiros de linajes más antiguos, cuya experiencia fortalecía sus acciones. No obstante, alguna vez se reportaba ciertos problemas en la cadena de mando.

-Por otro lado el espacio aéreo no supone un problema si no nos metemos en problemas con los dragones, que son los únicos que nos lo podrían disputar. Con la noche eterna que cubre este mundo poco pueden hacer los minotauros y los cíclopes. Ellos jamás han sido animales nocturnos precisamente, y en eso salimos favorecidos- sentenció Toft, encargado de la organización de los efectivos encargados de la defensa de los cielos de aquel país, así como la terrestre que él capitaneaba bajo supervisión directa del estratega principal.

-No obstante, no debemos olvidar de que a diferencia que ellos, a nosotros se nos presenta un pequeño problema de alimentación...-recordó Alodie en voz alta, al cargo de los suministros y heridos en casos puntuales como parecía aquel, ya que normalmente los vampiros se abastecían solos sus propias necesidades-. No olvidéis que aquellos directamente implicados se verán incapaces de alimentarse por si solos. Lo que requiere almacenar la mayor cantidad de sangre para esas eventualidades.
El príncipe torció el gesto, para muchos por un imprevisto no considerado, salvo para los astutos ojos de la persona situada opuestamente a él, que sabía que detrás de eso algo más se ocultaba.

Esa persona, representaba otra de las facciones del poder, el segundo príncipe del reino, hermano pequeño de Edwing, de nombre Zeeg. Físicamente sus rasgos eran similares pero a la vez diferían lo suficiente para que nadie pudiese confundirles. Un poco más bajo que él, poseía una gracilidad que por más que él ensayase nunca conseguiría. Y eso, unido al porte aristocrático que su presencia denotaba, le conferian un aire desafiante y hasta amenazador a cualquiera que estuviese junto a él. Sus gestos estaban imbuidos de una superioridad que no se preocupaba en disimular. Por otro lado, las facciones de Zeeg eran más afiladas, confiriéndole un aspecto arrogante y calculador que él no se encargaba de contradecir con sus acciones. El matiz de sus ojos recorría todo el espectro de verdes inimaginables, todos tan claros que a veces, a simple vista, sus pupilas parecían tan cristalinas como las de un invidente. Además, su nariz fina y la ancha mandíbula no le dulcificaban unos rasgos tremendamente atractivos que enmarcaba con un elegante peinado que hacía que su pelo corto, de algún color perdido entre el castaño oscuro y el negro, incrementase la severidad y porte de su rostro. Denotaba seguridad en los ademanes, en su forma de comportarse, de caminar, de enfrentarse a cualquiera que pudiese suponerle un obstáculo… Y aunque le conociese desde el mismo momento de su nacimiento, aún se preguntaba hasta donde podía llegar. Sabiendo el peligro que representaba, intentaba anteponerse a sus acciones, pero Zeeg era un libro cerrado… Y el brillo malévolo en sus ojos, y la mueca de desdén en sus labios que adornaban una cara que cualquier dios griego envidiaría, le advertían de que tenía al primer enemigo muy cerca…

-Eso a priori no supondría ningún problema, nada altera nuestro libre acceso al mundo humano en busca de esa sangre. Pero no olvidéis que en ello reside nuestro mayor punto débil, dudo que lo pasen por alto. Es más, me atrevo a asegurar que será el primer flanco que ataquen- fueron las palabras de Ofin, cuyo cometido era el de permitir ese acceso y organizar a los que realizaban su tarea bajo su mando.

-¿Tenemos garantizado el abastecimiento de armas durante todo el conflicto? – se dirigió ahora a Lubbert.

-Sí – contestó en tono seco.

Lubbert era el herrero, encargado de crear las armas de su pueblo, persona parca en palabras y hasta antipático para algunos, pero nada más se le podía reprochar.
-¿Cómo andan nuestras defensas?-interrumpió el príncipe.

-Los edificios aguantarán bien, la formación táctica de los cinco palacios crea un círculo de defensa mágica difícil de romper, concediéndoles invulnerabilidad. No obstante, no soportarán un asedio eterno, y en el caso de ataque combinado a los cinco, no preveo tan siquiera que soporten un solo segundo. Por otro lado, la defensa de sus habitantes se realizaría según el antiguo plan. Hay unidades suficientes para considerarnos seguros respecto a ese tema-se juntó Filan a la conversación, estratega principal de aquella mesa, y jefe supremo del consejo militar que tomaba las decisiones.

-¿Cuál es el ánimo entre los grados, general Szerecsen? ¿Están preparados para enfrentarse a una guerra? – el hombre que había parecido ausente y aburrido en aquel encuentro, levantó la cabeza e inspeccionó a todas las personas de su alrededor. Un aire reverencial e inteligente le rodeaba, otorgándole un liderazgo que nadie discutía y un miedo latente que pocos se atrevían a reconocer. Esa atmósfera tal vez se debiera al linaje al que pertenecía, tan antiguo que se decía que se remontaba a los inicios de la nación, o tal vez a su naturaleza sincera, directa y franca pero justa. Nadie le discutía, y todos le respetaban. No obstante, muchos aún se preguntaban si no yacerían ocultas intenciones invisibles en su proceder, tenía poder suficiente, tanto fuera como dentro de esas cuatro paredes, para que un movimiento de su mano desencadenara consecuencias imprevisibles y más con su rango. General del estamento militar e instructor de éste. Bajo sus alas y dirección se desarrollaba la capacidad real de ataque y defensa del país, escapando sólo a su mando la unidad de ataque rápido. Era peligroso y a muchos les frustraba su frialdad y tranquilidad, pero ninguna voz se alzaba para criticarle, ni el propio príncipe Edwing que no parecía afectado ni preocupado por una serenidad sospechosa y eso que algunas veces había desafiado a su autoridad con palabras francas y directas carentes de emoción, sin morderse la lengua.

-Ya veo.... Y ahora puesto sobre la mesas nuestras capacidades quiero conocer vuestra opinión sin que ninguno intente evadir la respuesta.

-Creo que hablo en nombre de todos o casi todos, al decir que preferimos mantener la neutralidad- tomó la palabra Prescott-. Mas que nada porque ninguno de los presentes tiene ansias imperialistas. Para muchos de nuestros conciudadanos, su único deseo es mantenerse como hasta en estos tiempos que corren. Pero esto tiene un precio, y nuestros aliados en potencia lo exigirán. Mi pregunta es pues, ¿qué podemos ofrecerles?- Prescott era el responsable de guardar el tesoro real, así como gestionar la poca economía que se llevaba acabo en aquellas tierras y la comercialización de unos recursos que a sus legítimos dueños importaban muy poco.

-No puedo evitar pensar, en cual será el verdadero motivo de esta guerra-lanzó la pregunta para nadie en particular.

-Señor, disculpe que no haya hablado hasta ahora, pero disponemos de un prisionero que podría aclarar en algo ese asunto- las palabras pronunciadas por Vissia, encargada de las patrullas de custodia de cárceles, prisioneros de guerra e interrogatorios sobresaltaron a todos los presentes.

-Explícate-exigió Edwing.

-Atrapamos de casualidad a un par de sospechosos no pertenecientes a nuestra tribu. En principio pensamos que serían viajeros extraviados, pero extremamos nuestras precauciones dada la situación. Nos sorprendió saber que era espías del país del norte y el sur respectivamente, pues a simple vista nada tenían q ver con sus habitantes. El del norte era una hidra y el del sur una arpía.

-¿Las habéis interrogado?

-No señor. Me lo comunicaron poco antes del inicio de esta reunión. Aunque di la orden de hacerlo en mi ausencia.

-Supongo que eso significa información a tener en cuenta antes de emprender la acción.

-Esa era la esperanza de mi unidad.

-Bien Vissia, ves a ver como transcurren las cosas y trae los informes de los interrogatorios. Nos volveremos a reunir en este mismo lugar dentro de tres horas.

¿Alguna pregunta más?- formuló recorriendo a todos los presentes, hasta encontrarse con los ojos inquisidores de Zeeg.

-¿Algo que agregar Zeeg?

El nombrado se levantó con parsimonia, regodeándose en la atención sobre su persona, ajeno a las miradas desaprobadoras de la mayoría.

-Me preguntaba sobre la repentina decisión de prohibir el acceso al palacio del sur- a pesar del poco afecto del que gozaba el segundo príncipe, un coro de asentimientos acompañó a su interrogación.

Enseguida supo que su hermano sabía más de lo que a él le convenía, pero necesitaría bastante más que eso para meterle en un callejón sin salida, así que pronto dio la excusa que a priori le pareció de mayor credibilidad.

-He decidido trasladar mi residencia a la zona sur. ¿Algún problema con ello?-lo desafió con palabras duras.

-No, sólo que pensaba en lo peculiar de la decisión. Hasta el momento ningún heredero osó abandonar su residencia en el palacio central.

-Tal vez es porque hasta el momento, ningún heredero mayor de edad lo había ocupado sin ser previamente nombrado rey. El cargo de soberano de este país lo ostenta aún nuestro padre. Bajo mi punto de vista, se le debe respeto por ello, y no deseo que me perciba como una amenaza, ni dar pie a malos entendidos. Hasta que las cosas no prosigan su curso natural, él es el cabeza del reino, y como tal el único con derecho a ocupar ese palacio.

-Que noble de tu parte-le obsequió Zeeg con desdén-. No obstante, ten cuidado, no vaya a ser que en ese palacio abandonado se haya perdido algo desagradable o poco grato para la gran mayoría, ya sabes, algo así como las malas hierbas, o esencias repulsivas.

En ese momento, tuvo la certeza de su conocimiento sobre lo que el palacio del sud guardaba entre sus paredes. La incertidumbre lo embargó, apresurándole para que llegase hasta allí, mas debía mantener las formas un poco más.

-Agradezco tu preocupación, de eso se encarga Ekain. Le transmitiré tus advertencias y consejos sabio hermano pequeño.- Se volvió a los silenciosos espectadores aludiendo a lo que restaba terminar- Bien, en tres horas os quiero a todos de vuelta aquí, sin la ausencia de ninguno.

Todos ellos, agacharon la cabeza conforme los pasos iban difuminándose en la lejanía. Al ser acompañados por el silencio, todos partieron rumbo a sus deberes inmediatos. Todos salvo uno, Zeeg, cruzado de brazos y ojos entornados alerta a sus alrededores.

-Ya puedes salir, Bruria.

-Sagaz y astuto como siempre.

-¿Resultados?

-Los esperados. Esa estúpida humana se lo ha creído todo. La habíamos sobrestimado, su amenaza es nula. A la pobre ilusa se le ha caído el mundo encima, o esa parecía-rió con carcajadas crueles.

-No estés tan segura.

-¿Por qué lo dices?

-Si tal como creo, mi hermano conoce tu vínculo conmigo, no le costará nada relacionarte con lo ocurrido, y solucionar el malentendido.

-Pero se sentirá defraudado por esa don nadie, y lo distraerá de nuestros tejemanejes para alzarnos con el poder. Bastantes preocupaciones acarrea ya. Casi me da lástima.No hay nada más certero que sembrar en ambos la semilla de la duda, imagina como seguirán adelante cuando a los dos o tres días de confraternizar ya actúan prejuzgando…

-Recuerda a Ekain...

-¿No podríamos sobornarle? Todos tienen un precio.

-Es un riesgo que de momento no considero oportuno asumir.

-¿Y si lo mandamos liquidar en alguna clara oportunidad? Creo que se van a presentar muchas.

-El problema radica en que poca gente estaría dispuesta. Este país adora a mi hermano. De todas formas, sometido a la presión de nuestro movimiento, no tardará mucho en que esa estima se torne en odio y desprecio.
-La humana...
-Si lo que he podido ver es realmente cierto, la protegerá a cualquier precio. Precipitándose ante el temor de perderla definitivamente.

-¿Y si ella decide volver a su mundo?

-Esperemos... De momento esto es sólo el primer paso…
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Reflejos IV

-¿Pr-príncipe?-tartamudeó alternando su vista entre el recién llegado y Edwing.

-Otro que tiene el don de la inoportunidad- gruñó el chico.

-De inoportunidad nada, mi señor. He aparecido cuando he creído oportuno hacerlo- respondió sin alterarse desde el umbral de la puerta cerrándola tras de sí.

Se adentró en el interior de la estancia con gesto sobrio y elegante, acorde con la presencia que denotaba.

Era un hombre de mediana edad, quizás rondaría los cuarenta años. De pelo levemente largo color ceniza, ojos negros y duros, nariz aguileña y fino bigote justo encima de una mandíbula cuadrada otorgándole un aspecto serio y levemente amenazador. Vestía un impecable traje negro, junto a una camisa blanca, con un aire aristocrático superior al de aquel que había nombrado príncipe, poseyendo además menor estatura que él.

-¿Pr-príncipe?- volvió a preguntar ella anonadada.

-¿Se puede saber qué has venido a hacer?- se estaba irritando con el hombre.

-Anunciarle que le requieren en el salón de actos.

-¿Y no hay otro momento?

-Me temo que no, mi señor.

Suspiró derrotado, con lo que le había costado llegar a ese punto, ahora el momento lo perdía por asuntos impertinentes... O puede que no, al fin y al cabo era su deber.

-¿Dónde es?

-En el salón de actos, ya se lo he mencionado.

-¿En qué salón de actos?-preguntó al límite de su paciencia.

-En el del palacio central.

-¿Se puede saber de que va todo esto?-irrumpió ella por primera vez en esa conversación de la que era del todo ajena- ¿Quién eres tú realmente?

Los dos se miraron a los ojos, sin saber muy bien qué hacer.

-Verá señorita...

-Déjalo, Ekain. Enseguida estaré allí.

-No puede presentarse con eso, señor- le recordó, señalando la ropa aún desperdigada que llevaba la noche anterior.

-No tengo tiempo de ir a buscar una acorde a la situación.

-Por eso se la he traído yo-le dijo colocando en la cama un fajo de ropa cuidadosamente doblada.

-Gracias, Ekain.

-¿Desea algo más?

-¿Alguien se ha percatado de la presencia de Lyselle?

-Lo dudo, seguí sus instrucciones al pie de la letra. Nadie ha deambulado por el palacio del sur desde hace una semana.

-Nada más, puedes marcharte- hizo una reverencia a su señor y se acercó a la chica, tomando su mano y besándola, sorprendiéndola con el gesto.

-Le deseo toda la suerte del mundo señorita. Y sea bienvenida a este lugar- habló con voz grave y sincera, para marcharse con igual sigilo con el que entró.

Breves instantes de silencio inundaron el ambiente, mas pronto su voz enojada se dejó escuchar.

-Empieza.

-Cierto, he de cambiarme- fueron sus palabras, a la par que empezaba a buscar entre las cosas dejada por el hombre, hasta encontrar finalmente una camisa blanca con botones plateados.

-¡No a cambiarte! A explicarme lo de ahora, terminar lo de antes, y un sinfín de asuntos...

-Desearía poder hacerlo, pero no tengo tiempo. Entiéndelo, por favor. Luego continuamos- explicaba vistiéndose aceleradamente.

-Pero... ¡Espera! ¿Me vas a dejar encerrada aquí?-interrogó amenazadoramente.
-No, claro. Todo el palacio está a tu disposición, nadie merodea por aquí por lo que eres libre de inspeccionarlo a tus anchas. Sólo prométeme una cosa.

-¿Y aún te crees con derecho a pedir algo?-bufó.

En aquel instante estaba poniéndose unos pantalones negros, mas al considerar las posibles implicaciones de su última pregunta cesó de hacerlo, mirándola seriamente a los ojos.

-Por favor, hazme caso.

-Está bien-concluyó al no poder soportar la gravedad de su mirada. Y tomándolo por sorpresa le abrochó los pantalones.

-¿Qué haces?

-Si te ayudo acabarás antes- razonó.

Y a continuación le ayudó a ponerse la corbata, haciéndole al nudo con la atenta mirada de él a sus acciones.

-Increíble, va a ser la primera vez que me presente con corbata. ¿Dónde has aprendido?

-Algo tenía que hacer con mis horas de soledad...

-También es verdad- declaró con voz culpable ante el mal recuerdo despertado por su torpeza.

Por último le ayudó a ponerse una gabardina hasta las rodillas también negra, con trabajados detalles plateados en los puños, e intentaba arreglarle el fino pelo negro.

-Creo que ya estás- anunció retirándose unos pasos para verle completamente-. Bueno creo que la camisa te quedaría mejor por fuera, pero eso va a gustos.

-No creo que admiren la casualidad en ese sitio.

-Tú sabrás.

-Me voy, volveré en cuanto pueda. Tienes algo de ropa en el armario, pero es otro tema del que debemos hablar. Ten cuidado.

-Lo tendré- le aseguró contemplando su marcha.

No obstante, antes de traspasar el umbral, paró en seco girándose, y en dos grandes zancadas se acercó a ella para darle un fugaz beso en los labios. Antes de notarlo si quiera, la habitación se hallaba solitaria excepto por su propia presencia, permitiéndole escuchando perfectamente en la lejanía aquél:

-Me van a matar- de su ahora ausente compañero, riéndose ligeramente ante aquel comentario de aparente adolescente.

Suspiró resignada y se echó sobre el lecho contemplando el techo si fuera el espectáculo más entretenido.

-¿Y ahora qué hago?

Enseguida recordó que le había dicho que podía salir e investigar el... ¿palacio? ¿Lo sería realmente? Con renovadas fuerzas y un espíritu nuevo, saltó de la cama rumbo al armario para buscar algo de ropa pues ya tenía claro su siguiente entretenimiento. Abriendo con ímpetu sus talladas puertas, echó un vistazo al escaparate de posibilidades acabadas de descubrir, algo desilusionada con las opciones. Era imposible atisbar el fondo del mueble, pero no por ello significaba que estuviese repleto. Precisamente lo remarcable residía en el sentimiento huérfano anidado en su interior, pues salvo un par de vestidos, entre ellos el que él trajo consigo, unos zapatos blancos de leve tacón y una capa oscura, alternativas pocas. Los contempló rápidamente: el de la noche anterior, era un vestido de fina tela blanca ceñido bajo el pecho, anchas mangas que debían empezar a la altura de la clavícula, todo él con capas de tul semitransparente y escaso vuelo cayendo recto hasta sus pies, con bordados azules en la falda y en las bocamangas. El otro en cambio, parecía su contraparte con un escote palabra de honor sin mangas, y una vaporosa falda con varias capas por encima, todo ellos de diversas tonalidades oscuras. Así brevemente la elección estuvo hecha, decantándose por el vestido traído la noche anterior.

-Ya podría haber pensado en algo menos barroco- dijo en voz alta para si misma.
Estaba por cambiarse de ropa cuando algo le vino a la mente.

-Y éste, ¿qué pretende que me ponga bajo el vestido? ¿No se ha enterado que en ocasiones uso ropa interior?-bufó, imaginándose la respuesta sin necesidad de comprobarla.

Al menos una parte de lo ausente lo llevaba puesta, ¿pero la parte de arriba? Contempló el vestido ahora reposando sobre la cama recordando su forma.

-Bueno, supongo que si ciñe bajo el pecho debería servir por un rato

Desembarazándose de la camisa, que dobló cuidadosamente sobre el lecho, se puso el vestido que al cerrarse en el costado le ahorró otra preocupación, restando únicamente los zapatos... los únicos zapatos del armario... con tacón. ¿No se había percatado de que ella y los tacones mantenían una dura batalla a muerte? Que casi siempre perdía además...

Suspiró resignada, agarrándolos por el tacón de bastante mal humor, con la idea fija en mente de calzárselos en caso extremamente necesario, pues de lo contrario, caminaría descalza.

Así pues, mejorado el atuendo, caminó hasta la puerta con decisión, sonriendo traviesamente ante la aventura que su imaginación ya desarrollaba.




Nada más atravesar la puerta, un majestuoso pasillo le dio la bienvenida, pronto bifurcándose en tres caminos de alturas distintas. Hasta donde pudo admirar, sus suelos relucían bajo las mismas esferas de luz de la habitación, sólo que éstas variaban su luz con mil colores inimaginables en lo alto de un techo de cúpulas acristaladas que permitían ver el exterior, soportadas por columnas de cuidados relieves en forma de enredaderas abrazando en un lugar indefinido los techos. Maravillada, tomó un camino al azar, resonando sus pasos en lo alto, fijándose en los detalles de los mosaicos de curiosas formas que pisaba, consciente de la calidez que emanaba de ellos. Apenas hubo avanzado unos diez metros, cuando el camino desembocó en una amplia escalera descendente recubierta con una alfombra rojiza de aparente terciopelo, custodiada por una barandilla de detalles en forma de hojas plateadas sobre unos pilares transparentes. Desvió su mirada a la gran sala adormecida a sus pies, con una gran estrella negra de cinco puntas atravesada por una espada y dos alas a sus costados en el centro de ese espacio, vigilando incansable a la araña de cristal colgada del techo, con las mismas esferas de luz del pasillo extendiéndose a su alrededor como sus patas.

Rozando sus dedos en la barandilla, inició con suavidad a descender, parando al encontrarse en el mismo centro de la estrella, extasiada por la grandiosidad y simpleza del lugar. No pasó desapercibido a sus ojos las puertas laterales cercanas al pie de la escalera, ocultas por unas cortinas también rojas que surgían de un extremo situado más allá de dónde su vista conseguía atisbar y morían en la esquina opuesta, cerca de dónde se encontraba.

Impulsada por su curiosidad, se dirigió a la puerta oculta a la derecha, apartó la molesta cortina que la escondía e intentó abrir la puerta de elegante marco en forma de alas, consiguiéndolo sin mucho esfuerzo. Dentro, un hermoso piano de cola negro aguardaba a su intérprete frente a un hogar apagado, tocado con el mismo símbolo anterior, deduciendo que sería el emblema de la familia, delante del cual alguien depositó allí un diván negro. Lo último que restaba en la estancia, era el gran ventanal tras el piano.

Cerró tras de si la puerta, y enfiló sus pasos hasta la opuesta, idéntica a su hermana, con la misma suerte de ceder bajo su impulso. A diferencia de la otra, en ella toda la estancia estaba recubierta de madera, con miles de libros inundando los estantes que se perdían más allá de donde sus ojos le permitían otear. Varias escaleras zigzagueaban entre los cientos de repisas dónde descansaban letras adormecidas esperando revelar quién sabe qué cosas, enroscándose en ángulos imposibles, como deslizándose según la necesidad del usuario. Miles de partículas en suspensión le daban un aire cálido al ambiente, y el olor de las cientos de páginas escritas en tiempos indefinidos, lo rodeaba todo de un aire cálido y familiar.

Boquiabierta, sin haberse repuesto apenas de la sorpresa, se internó reverencialmente en el lugar, intentando no romper la atmósfera mágica y silenciosa con su presencia, descubriendo con ello un caos de tomos suspendidos en estanterías de belleza enigmática, escaleras que parecían susurrar palabras a oyentes invisibles, moviéndose serenamente con una vida extraña.

Sin poder dejar de admirar la belleza de ese lugar, una renovada curiosidad renació en su interior, intrigada sobre que títulos albergaría. Se acercó al estante más cercano a ella, y cogió un libro al azar. Nuevamente se vio sorprendida al reconocer el título y el autor que figuraban en la elegante encuadernación de la publicación, nunca imaginando encontrar libros conocidos por ella como el que ahora tenía entre manos: “Orgullo y Prejuicio”. Y no dejaba de sonarle irónico el título dado la situación en la que se encontraba. En ese momento, un brillo plateado llamó su atención. Dejando el que tenía en sus manos en su sitio, fue hacía allí, y saco un libro de elaboradas tapas negras, con el título y su autor en letras góticas. Hizo un esfuerzo por situar en algún lugar de su mundo ese nombre, pero no lo asoció con nada, así que supuso que sería de algún autor de ese reino. Intrigada, empezó a pasar las hojas y justo en ese instante, como si hasta entonces se hubiese mantenido en las sombras, atisbó un chaise longue recubierto de raso aguamarina y el cercano y espectacular escritorio de pulida manera junto a la silla que lo resguardaba.

Maravillada, no pudo evitar preguntarse, si ese espacio no tendría alma propia, siempre materializando los deseos de sus lectores. Fuese lo que fuese, le inspiraba una calidez acogedora que no la asustaba ni la atemorizaba. Era algo etéreo y perfecto, y pensar que podía estar allí sin que nadie le echase en cara intromisión alguna, la hizo temblar con una desconocida sensación acogedora.

Diciéndose que a algunas cosas no era necesario darle vueltas, ni buscar explicaciones posibles, se arrebujó en la suavidad del sillón y empezó a pasar las páginas del libro que aún conservaba en las manos, buscando su sinopsis hasta que notó un perceptible cambio alterando la magia del entorno. Sin saber por qué, afligida por alguna desconocida razón, se levantó repentinamente buscando con la mirada la causa de la conmoción. Fue entonces cuando vislumbró como una figuraba se deslizaba en el exterior que un desapercibido hasta el momento ventanal le mostraba. Su cuerpo se tensó, en estado de alerta, olvidando libros y maravillas, guiando sus pasos hasta el ventanal que instantáneamente se abrió para permitirle el paso al frío exterior donde un suave viento helado la abrazó. Caminó como hipnotizada, siguiendo un rumbo que sólo el corazón trazaba, sintiendo la hierba mojada bajo sus pies de lo que debía ser un jardín.

Un intenso olor dulzón la despertó del trance, y entonces se percató de la inmensa cantidad de rosas negras que lo rodeaba todo: flores mustias, oscuras, tétricas, crules pero también solitarias y endebles en medio de la inmensidad de sus compañeras,… Flores que formaban entretejidos caminos que morían en un lago parcialmente helado rodeado de distintos tipos de flores del mismo color: negro, en infinidad de contrastes inimaginados. El paisaje era absorbente, fascinante, atrayente y también desesperanzador y triste. Intentó apartar la mirada, pero no podía, el desconsuelo se aferraba a su voluntad…

El viento helado y cortante le recordó que estaba descalza sobre un lugar casi congelado, abrazándose a sí misma para evitar el frío en sus brazos, maldiciéndose mentalmente, por haber dejado la capa olvidado en algún lado. Iba a volver a por ella, olvidado el motivo de la salida, cuando un suave y dulce timbre de voz le llegó a los oídos.

-Ah, así que estás aquí. Me preguntaba dónde estarías – a pesar del tono, un escalofrío le recorrió el cuerpo y no tenía nada que ver con el frío de su cuerpo, girándose para ver de quién provenía. Y no pudo evitar tragar saliva cuando estuvo frente a esa persona, porque si había una palabra para definirla, esa era imponente, en todos los sentidos.

Alta y grácil, elegante y con un porte que denotaba seguridad en sí misma, era físicamente espectacular. Su larga melena relucía con infinidad de contrastes dorados sobre un rojo más intenso que la sangre, iluminando su cara con los ojos de un profundo violeta. Los rasgos de su cara parecían cincelados, guardando proporciones que hasta ahora nunca habría pensado que pudiesen ser reales. Y cuando sonreía, su belleza te atrapaba de forma cautivadora, a pesar de la maldad que vislumbraba en esos ojos, se sentía incapaz de romper el yugo. En medio de esa conexión, no se percató de los pasos inexistentes que ya no mediaban entre ambas. Y si antes le pareció guapa, de cerca era incluso más avallasadora.

-¿Cómo… cómo sabías que estaba aquí? – le salió finalmente un débil hilo de voz que había tardado demasiado en encontrar.

-Ed me lo dijo.

-¿Ed?- aunque sabía de quien hablaba, aún buscaba la confirmación de que no fueran el mismo.

-Edwing… Ya sabes, alto, pelo negro, ojos azules, heredero al trono…

Si sus pensamientos no estuviesen en otro lado, no le habría pasado por alto el sarcasmo encerrado en el último comentario. Pero en ese momento, le estaba costando demasiado respirar para mantener la mente serena.

-Oh…. No te lo ha dicho…. Pensé que habríais hablado… - fingió estar preocupada.

-Sí…

-Entonces me alegra que estés aquí para ello, de veras te lo agradezco.

-¿Para ello?

-Sí, ya sabes por las rosas.

-No sé nada de ello…

-Bueno, no te preocupes, no es nada importante…

-¿Qué es?

-Yo no debería…

-¡Quiero saberlo! – dijo totalmente exaltada.

Un suspiro cansada abandonó aquella perfecta expresión, como dudando aún en si debería explicárselo o no. Algo que finalmente hizo.

-Supongo que Ed ha estado demasiado ocupado últimamente. Se le debe haber olvidado, la situación es delicada en estos momentos.

-¿Por qué?

-La guerra se aproxima.

-¿Y eso que tiene que ver con mi presencia aquí?

-Verás… estamos prometidos.

Una rabia ciega la inundó al oír esa palabra. No, no podía ser… Él no podía… Quiso gritar de impotencia, de dolor, de traición,… quería romper algo, quería… desaparecer nuevamente. Respirando profundamente intentó calmarse, una vez tocada, sólo tenían que rematarla, así que, ¿qué más daba? Tenía que llegar hasta el fondo del asunto antes de pedir explicaciones. Con gran esfuerzo, intentó reponerse para encarar a esa mujer, adoptando la expresión cínica de alguien a quién no le importa lo que ocurra a su alrededor, aunque por dentro se estuviese haciendo pedazos.

-Sigo sin ver relación alguna con las dichosas rosas.

-Aunque no sepas mucho de este mundo, aquí sólo florecen flores negras, igual que las que ves aquí. Pero hay una forma de embellecerlas y que florezcan en todo su esplendor…

-Sangre… - intuyó de repente.

-Así es. La sangre es esencial para nuestra gente. Ella da el poder y la fuerza, y también la vida. Es el vínculo a partir de que se creó la raza.

-Permite dudar de algo tan absurdo – comentó con desdén.

-Yo también lo pensaba… Pero no tienes nada más que fijarte en la biblioteca, ¿crees que lo que ocurre allí es normal? Ese lugar está encantada, y no sólo él, todo este palacio. Por él fluyen corrientes mágicas intensas. Es algo increíble, pero las leyendas más antiguas dicen que es porqué el palacio está vivo, tiene alma.

Se tomó unos segundos para pensar en lo que acababan de revelarle. Por más bizarro que resultasen esas suposiciones, en ellas residía algo de cierto. Desde el primer instante, había sentido ese lugar cercano, cálido y acogedor, y a pesar de su inmensidad y de la poca gente que residía en él, no revestía soledad o abandono alguno… Tal vez lo del jardín fuese verdaderamente cierto…

-¿Qué necesidad tenía él de tomarse tantas molestias para algo tan insignificante si tan ocupado está?

Un indescriptible sentimiento cubrió el rostro de la otra chica, suspirando ausente.

-Es un romántico. Le pedí que quería ver algo tan intenso como lo que decía sentir, y él me prometió que me lo demostraría con algo único e irremplazable. Nuestra sociedad le da mucha importancia a las leyendas que ocultan los palacios de estas tierras, es por ello por lo que cumplir con uno de esos recuerdos, es la mayor demostración de amor que puede hacerse a alguien.

-Ese es mi papel, pues… - constató, aferrándose a una posible última negación.

-Lo siento, no debí… - le respondió la otra, con voz fingidamente compungida.

-¿Cómo te llamas?

-Bruria.

-Tienes mucha suerte, Bruria – expresó en voz neutra.

-De veras que lo siento…

-No tienes que preocuparte, no me había hecho ilusiones al respecto.

-Me alegra oírlo y te agradezco mucho la ayuda. Sería un incordio y un contratiempo importante tener que posponer nuestro matrimonio por algo así. Está previsto que se celebre antes de cumplir con los votos.

-Claro.

-Tampoco es que sea algo imprescindible, pero Ed ha insistido tanto… Es un encanto. Me lo consiente y da todo. Es maravilloso.

-Ya…

-Oye, veo que estabas por aquí sola, ¿necesitas algo de compañía? ¿Una guía? Conozco bastante bien el lugar – le ofreció la chica, intentando ganarse su simpatía ahora.

-No te preocupes, sólo sentía curiosidad. Además, tendrás otras cosas que hacer…

-La verdad, es que ando algo ocupada con los preparativos… La guerra se cierne en el horizonte, y queremos casarnos antes de que ésta sea un hecho.

-Claro, es normal… No te preocupes, me quedaré por aquí un rato. Pero, ¿te importa si uso la biblioteca?

Frunció el ceño levemente, lo que la llevó a pensar que se lo negaría, pero finalmente adoptó una condescendiente.

-No es algo habitual, pero si queda entre tú y yo no habrá problemas. Pero sé cuidadosa, es un tesoro ese lugar.

-Gracias.

-No hay de qué. He de marcharme, si necesitas algo búscame.

-No te preocupes. Pero oye, una cosa…

-Dime.

-¿Tú eres como él? Me refiero a…

-Sí claro, soy una vampiresa también. No te ofendas, pero al heredero no le está permitido casarse con una humana. En este mundo se os considera inferiores…
Más que otra cosa, las implicaciones de sus palabras y la traición, eso fue lo más doloroso. Oír de primera mano como la consideraban inferior, no digna de querer o tal vez incluso de vivir… La actitud adoptada mientras mantenía la conversación se resquebrajaba rápidamente, y no tardaría mucho en perder la poca dignidad que le quedaba.

-Bueno, sólo era eso. Gracias por contestarme y felicidades- le sonrió con el poco ánimo que le quedaba.

-Gracias a ti. Ahora he de irme, supongo que nos veremos por aquí.

Y antes de tener tiempo a articular algo más, la presencia de Bruria se había desvanecido dejando tras de sí un suave olor demasiado dulce, riéndose así de ella, recordándole que esa mujer sí estaba a la altura de alguien como Edwing, que si era digna de él, sí le merecía… Y aparentemente él la quería. Ella sólo había sido un peón en un juego demasiado cruel, una ilusa por soñar en cosas extraordinarias que nunca le ocurrían a personas ínfimas y sin valor como ella. Sólo una herramienta… como siempre.

-Yo no esperaba otra cosa… ¿verdad? – expresó en voz alta mirando fijamente al lago.- Entonces, ¿por qué duele tanto? Solo sentía simpatía por él…

No pudo contenerse más, por más que intentase negarlo, sintió esperanza de que su vida hubiese tomado un rumbo inesperado, y eso la motivó de una forma en que nunca hubiese imaginado…. Pero todo era mentira… una mentira más, negándole sueños y esperanzas, negándole sentirse querida e indispensable para alguien… Y cuando empezaba a recobrar la confianza, el que pensó que era maravilloso, la hería de la peor forma, y también la más certera…

Sus rodillas, demasiado débiles, cedieron bajo su peso, hundiéndole en esas rosas negras que ahora se mofaban con ella con el desdén que dan los lúgubres pensamientos. Enfadada con todos, y especialmente con Edwing, arrancó las más cercanas a ellas, ignorando las espinas que se clavaban en sus yemas, derramando la sangre que él únicamente valoraba.

Y mientras la sangre fluía escapándose de su torrente sanguíneo, su corazón reducía los latidos progresivamente, uno excesivamente hecho añicos para hacer otra cosa que no fuese sumirla en un sueño, que esta vez sí esperaba que fuese para siempre, pues respirar ahora dolía de una forma que nunca juzgó posible….

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Reflejos III

Se removió sobre la cama al sentir un escalofrío recorriendo su cuerpo cuando la fresca brisa entrante a través la ventana abierta inundó toda la habitación. Con la pregunta de quién la habría abierto, se desperezó e incorporó, dispuesta a encararse con el culpable. Al hacerlo pudo observar la ancha espalda desnuda cuyo dueño miraba absorto algo imposible de vislumbrar para sus ojos. La misma figura que había pasado toda la noche a su lado, y que desde el momento en que hubo notado su ausencia, lamentaba ser incapaz de no sentirlo junto a ella, necesitándolo intensamente.

Volvió a temblar debido al frío y procurando no hacer mucho ruido, posó los pies en las gélidas losas de mármol del suelo y acuclillándose comenzó a tantear el terreno, afanándose en hallar algo que ponerse encima. Pronto encontró una camisa, e ignorando a quien pertenecía, se la acomodó a su figura, apenas abrochándose los botones. Se enderezó y suavemente se acercó hasta aquella espalda, rodeando su cintura con los brazos y recostándose contra su espalda, sin sobresaltarle ni pronunciando una sola palabra.

Cruzado de brazos divagaba en lo que vendría a continuación, oteando por la ventana levemente entreabierta sin ver realmente más allá, sumido en sus propios temores de las cosas que debía y deberían enfrentar en breve, sabiendo perfectamente cual era su lugar en todo eso y lo que todos esperarían que hiciera.

En aquellos lúgubres pensamientos nadaba, cuando casi enseguida supo el momento en que ella había abandonado el mundo de los sueños, permaneciendo en silencio. Quería ver de qué forma se comportaría. Y debía confesar que aquel gesto de abrazarle apenas se hubo levantado le gustaba, deseando que lo repitiera cada mañana, sintiendo su pecho a su espalda mientras él le daba los buenos días acariciándole las manos, de forma similar a lo que ahora estaban compartiendo.

-¿Por qué estás pensativo?- preguntó contra la piel de su espalda.

-No lo estoy, sólo me acerqué a la ventana a tomar el aire, y me quedé perdido en el paisaje.

-¿Tan bonito es?- dijo curiosa, y al instante la notó de puntillas, separando sus manos para deslizarlas ascendentemente hasta posarlas en sus hombros impulsándose de esa manera y así conseguir atisbar por encima de su hombro.

-No distingo nada...- pues lo único existente más allá se resumía en un terreno yermo de color grisáceo y un cielo negro, nunca variando de color ni de matices, razonando en que según las horas de sueño que tuvo, su tonalidad debería hacer cambiado o al menos alterado.

-Normal. Eso tiene que ver con lo que realmente es este sitio.

-Es desolador...

-¿El qué? Ah, claro, esto. En realidad para nosotros no lo es.

-¿Nosotros?

Escuchó su suspiro, sus músculos tensándose rápidamente, como temiendo a lo que diría a continuación.

-Es hora de que te cuente una historia tal vez algo larga.

-Vale, pero primero deberías ponerte algo más de ropa que la que llevas, estás helado.

-Es algo que no puedo evitar, pero no importa eso ahora. Ven.

Apartó su manos delicadamente de sus hombros girándose para cargarla en brazos y depositarla en un sillón que ella no recordaba haber visto la noche anterior, y él se sentaba en el borde de la cama inclinándose sobre su cuerpo tras apoyar los codos en sus piernas, de tal forma que el pelo le tapara los ojos, esperando que ella se pusiera cómoda.

-¿Y bien?- se sobresaltó al pensar en el largo rato que debían haber permanecido así, por lo que levantó la cabeza para mirarla. La vio sentada con las piernas ligeramente abiertas, soportando su peso en los brazos tácitamente colocados en aquel espacio entre ellas, algo que sirvió para olvidarse momentáneamente de las preocupaciones que nublaban su mente.

-Esto... –empezó a vacilar, desviando ligeramente los ojos.

-Dime- contestó ajena a lo que le estaba atormentando, algo mucho más carnal que cualquier posible problema con la historia a relatar.

-¿Podrías...taparte... o ponerte algo de ropa... o cerrar las piernas?- dijo aturullado, señalando la zona culpable de su nerviosismo. Pues aunque no pudiera verlo del todo, al presenciar esa postura casual de ella ausente de toda maldad, era casi peor que el que se hubiera abierto de piernas delante de él, y eso ahora era lo último que necesitaba, ya que su determinación flaqueaba peligrosamente dirigiéndose a otros derroteros.

Ella siguió su indicación percatándose de a lo que se refería, cuya única respuesta consistió en leve encogimiento de hombros para pasar a alzarse y caminar parándose a escasos centímetros de él, acuclillarse y colocarse a cuatro patas moviendo las manos sobre el suelo como si palpase algo, aunque sin saber realmente el motivo dándole un primer plano que muchos envidiarían de su trasero.

Tragó saliva dándose valor para decirse mentalmente que aquel era el momento, puesto que si desaprovechaba la ocasión, jamás encontraría el momento, por más ganas que tuviera de volver a empezar de nuevo...

-V-verás ahora no es el momento... no pienses que...

-Pero si sólo estaba cogiendo esto-explicó levantándose y enseñándole la parte de abajo de su ropa interior rescatada bajo la cama.

-Ah...-fue su respuesta, tragando aire para poder concentrarse en respirar. Aunque ya encontradas, ahora debía ponérselas, lo que implicaba...

-¡Espera!- gritó con vehemencia.

-¿Sí?

-Me doy la vuelta.

-Sigues con tus problemitas veo, bueno no te preocupes- se arrimó a su cuerpo y tapándole con una de las mangas de la camisa los ojos, procedió a complacer su deseo, algo torpemente, debido a lo que le costaba hacer ambas cosas a la vez, mas pronto se le ocurrió la solución.

-Edwing...-ronroneó con voz zalamera.

-¿Acabaste?-la interrogó, con un dejo de esperanza.

-No, es que verás no puedo sola, porque como te estoy tapando los ojos me cuesta un poco...

-Ya veo, ¿pero qué quieres que haga?

-Obvio, que las subas tú.

-¿¡Qué!? ¿Por qué?- sonrió al verle con los ojos tapados y bastante rojo pronunciando cosas poco coherentes.

-Así acabo antes.

-D-de acuerdo. ¿Cómo?

-Mira dame tu mano. – y eso hizo, llevándola de paso hasta la altura de su rodillas, donde estaba su mayor problema en ese momento.- Y ahora pues subes de ellas, pero no seas brusco ¿eh?

Y realizó la tarea tal como le había demandado, subiéndoselas procurando no ser muy apresurado y adivinando el motivo de cierto calor en una parte de su cuerpo, nada dispuesta a cooperar con él en el complejo arte de pensar.

Al rozar con sus yemas su cintura supo que con mayor o menor dignidad había salido de esa situación.

-¡Perfecto, muchas gracias!- le besó en la mejilla, retomando asiento de nuevo, con las piernas cruzadas esta vez.

-Y otra cosa...

-Lo que tú quieras.

-Te queda bien mi ropa, pero cuando acabemos la necesito de vuelta. Pero si tanto te gusta la próxima vez traigo alguna más.

Ella bajo la mirada y vio que realmente tenía razón, ésa no era la suya.

-Ya decía yo que me quedaba un poco grande, aunque para dormir es cómoda.

-¿Para dormir? ¡Si es de seda!

-¿Ahora te pones señorito? ¡Si me las has ofrecido tú! Además he leído algo sobre lo que es posible hacer con la seda, pero si te molesta lo puedo probar con otra persona.

-¡No me molesta! Puedes quedártela y hacer lo que quieras, pero esa la necesito cuando acabemos - agregó solícito.

-¡Bien!- y le dirigió una ancha sonrisa. ¿Empezamos?

-¿El qué? ¡Cierto! Supongo que hay muchas cosas que quieres o necesitas saber, no se si prefieres que te lo explique o preguntarme tú misma. Elige.

-Te preguntaré.

-Lo que quieras, prometo ser sincero.

-¿Eres un vampiro?- preguntó casualmente.

-¿Desde cuando lo sabes?- dijo sorprendido.

-Me lo imaginaba, por las marcas que me quedaron cuando me mordiste, el ambiente, la omnipresente oscuridad... ¿Por qué lo hiciste? – interrogó sin rencor en la voz, como si todo ello formase parte de una situación de ordinariez insultante.
-¿Acaso no es obvio?

-¿Necesitabas un nuevo juguete?

-¿¡No te dije anoche que no te quería sólo para eso!?

-Vale, vale, era una broma. Pero me gustaría escuchar la verdad de tus labios y sin indirectas.

-Te quiero- respondió, simple y llanamente, percibiendo su cara de sorpresa al imaginarle incapaz de confesarlo en voz alta.

-¿Me viste esa noche y ya te enamoraste de mi? Debo ser un bellezón, y yo sin saberlo.

-No verás, es algo un poco más largo. Tú no me conocías a mi, pero yo a ti si. Te vi por primera vez hará cosa de un año, llorando bajo la lluvia frente al mar, ajena a todo.

-Aquel día... Me había escaqueado un tiempo de casa, supuestamente para ir a visitar a una amiga.

-Imaginé algo similar, ¿por qué?

-En realidad fue por alguien. Alguien a quien quería muchísimo, muy importante para mi...-musitó, retornando a un pasado que no quería recordar, pareciéndose cada vez más a aquella frágil muñeca de su primera imagen.

-Un chico -sentenció.

-Así es. Alguien que me cuidaba y me hacía sentir protegida… Mi amigo desde la infancia.

-¿Qué pasó?

-Pues el día que iba a confesarle que necesitaba algo más que su amistad, le encontré con mi mejor amiga de la mano, con la mayor sonrisa que nunca le había visto, una que jamás me dirigió a mí. Sentí un dolor lacerante en el pecho, es cierto. No obstante, si él era feliz así, mis opciones restantes se resumían en desearles lo mejor. Sé que tal vez lo consideres como algo sin importancia, y en cierta forma lo es, pues a todos nos pasa algo así alguna vez en la vida. A ojos de alguien ajeno, no deja de ser un capricho de niña mimada y adolescente sin preocupaciones. Aunque lo que verdaderamente me abrumó y preocupó, nacía y vivía en los ojos de ella. Vi que había algo más tras todo eso, algo que al principio no supe descifrar. Si tan sólo lo hubiera sabido antes... Pero en el momento al que te referías únicamente estaba allí sintiéndome mal al pensar ver fantasmas dónde sólo restaba mi envidia, incapaz de sentir felicidad por ellos.

Tras decir eso, se sumió en un pesado silencio del que parecía no ser capaz de salir. Alentándola a romperlo antes de que la ahogara, habló nuevamente.

-¿Cuántos años tienes?- curioseó.

-Diecisiete.

-¡Me he acostado con una menor!

Aquello pareció surtir efecto, pues pronto le encaró con una expresión de ira contenida.

-¡Pues haberlo preguntado antes! ¡Además cualquiera diría que eres un viejo!

-Hombre, se podría decir que lo soy...

-¿Cuántos años tienes?

-Unos ciento veinte. Bueno, vale, ciento veinte exacto -corrigió al notar la expresión asombrada de ella.

-¿Cómo? Si aparentas menos -dijo incrédula.

-Eso es porque somos más longevos que los humanos. Equiparando edades tengo unos dieciocho o diecinueve, es difícil precisarlo con exactitud.

-¿Cuándo te mordieron?-intentó extrañamente cambiar de asunto.

-No lo hicieron. Nací siendo vampiro. Sé que te resulta extraño pero tal vez deberíamos volver al hilo principal.

-Sí... –suspiró cansada.

-Te vi, y no pude evitar percibir en ti la misma tristeza de mi interior, aún sin saber las causas ni los motivos. Sólo sé que me quede prendido de aquella figura solitaria, que miraba el horizonte esperando desaparecer.

-Cierto, eso esperaba. ¿Pero por qué no apareciste?

-Hay varios motivos, pero uno de ellos es que no quería asustarte. ¿Qué habrías pensado si un extraño se te aparece de la nada en mitad de la noche y se sienta a tu lado?

-¿Y tras eso?

-Tras eso fui tu sombra, acompañándote sin que lo notarás, hasta que salió el sol y tuve que irme contra mi voluntad. A partir de ese momento, mi costumbre pasó a ser la de vigilar tus pasos desde la puesta de sol hasta el amanecer, protegiéndote y asegurándome de tu bienestar, velar por tu seguridad.

-¿Entonces también sabrás lo de las heridas del brazo?

-Sí, y me costó horrores mantenerme al margen. Ya no era sólo la necesidad de estar a tu lado aunque siempre a la sombra. Deseaba beber de tu sangre, relamerme con el dulce sabor que mi olfato presumía que tenía...

-Ahora entiendo en parte, por qué nunca me paso nada por las noches. ¿Eras tú, no?

-Sí...

-Alguna vez, ¿mataste a alguien por mí? -preguntó, en voz inflexible que sugería casi una orden.

-No, les hacía pensar que yo realmente estaba contigo y desistían. Aunque debo admitir que fueron pocas las veces, era como si lo supieras de antemano.

-Mi intuición.

-La misma. La misma por la que muchas veces me pregunté si notabas mi presencia.
-Una vez sospeché de la presencia de alguien más, pero pronto lo relegué al olvido. Supongo que tal vez me acostumbré al presentir que no era malo y lo dejé estar.

-Menos esa noche.

-Menos esa noche, cierto. Aquel día, se me quebró el último pedazo de lo que fuese que me quedase. ¿También me seguías?

-Sí. Aunque en un instante dado te perdí de vista. ¿Qué pasó?

-La misma amiga de antes... o la que pensé que lo era. En realidad, se lo pasaron en grande a mi consta, ella junto a las demás, ya que a la primera oportunidad que se le presentó la emprendieron con hacerme la vida imposible en cualquier lado. Aquel día, supe que había llegado al límite, no podía soportar más su burlas, insultos y el trato vejatorio, y visto lo mucho que la gente en general demostraba quererme, mis ganas se reducían sólo a querer dormir.... Porque veras, apenas ella estuvo con él, ese mal augurio predicho transformado en envidia por mi inconsciencia mudó a una cruel y muy real condena diaria.

-Esa era el motivo de que salieras durante la noche.

-Sí, cuando te han rebajado tanto, te consideras una sombra que no pinta nada, molestando en el mundo, y considerando esos momentos como lo único a lo que puedes aspirar. Y yo ilusamente, representaba mi papel hallándome en lo que consideré era mi lugar. Dolía tanto... ese desprecio...

-Jamás me di cuenta de eso, ojalá lo hubiese hecho- dijo culpable por un sufrimiento invisible a sus sentidos a pesar de vigilarla cada noche, ajeno al dolor que se acrecentaba conforme los días morían.

La vio negar con la cabeza y agarrar con fuerza la tela del sillón.

-Lo prefiero.

-¡No lo dices en serio!

-Sí lo hago. Comprender sin entender que a pesar de todos tus esfuerzos siempre se reirán de ti, sus humillaciones y amenazas, los insultos gritados públicamente desde la acera de enfrente, el miedo a salir por temer a una paliza, sentirte como la escoria de la sociedad a la que todos desprecian, que eres un error... Tú no sabes lo frustrante que es, eso y la sensación de que si a alguien le importas, vea lo que te hacen. Que perciban tu fragilidad, tu impotencia, el miedo, las lágrimas, el temer que se avergüencen de ti y los defraudes... Son tantas cosas que soy incapaz de expresar. Nunca me hubiese gustado que lo vieran... Que vean que eres el hazmerreír de todos.... – estalló, mientras sus ojos se inundaban de agua, no molestándose en intentar ocultar las lágrimas acumulándose en sus pestañas.
No encontró palabras de consuelo, por lo que en vez de eso se conformó en abrazarla intentando transmitirle una calidez necesitaba desde mucho tiempo atrás a la par de la certeza de su ausencia de ella.

Se separó de él incapaz de detener sus sollozos y le miró a los ojos, pronunciando una pregunta que él ya se esperaba.

-¿Por qué si me revelaste tu presencia aquella noche?

-Como ya te he dicho hubo un momento en que te perdí, creo que fue al verte hablando con alguien, una chica creo. Y tras eso saliste corriendo y no pude ver que rumbo tomabas.

-Pero me encontraste.

-Seguí tu olor, pronto empañado con el de la sangre y al verte allí supe que si las cosas no cambiaban, tal vez no podría volver a verte, ni a acompañarte como si fuera tu sombra, ni decirte muchas cosas que deseaba. Porque aquella noche, presentí que llevarías a cabo lo que muchas veces te había visto desear...

-¿Qué cosas?

-Verás, antes de que me diera cuenta, supe que me había enamorado, suena a cursilada total, y lo es, ¿por qué quién se enamora de alguien sin conocerlo? Tal vez fue amor a primera vista de ese del que he oído hablar, pero desde el primer instante no pude vivir sin ver cada noche tu pecho subir y bajar, los gestos vacíos pero aún así amables con las escasas personas que intercambiaban contigo cosas banales, tus sonrisas fingidas pero a pesar de todo agradables, la voz débil casi imperceptible para mi oídos. Me cautivaste con tu aire de muñeca melancólica... No sé, es difícil de explicar -intetó explicar, resquebrajándose su seguridad.

-Pues tal vez, ya no veas nada de aquello en mí.

-Te equivocas, me gusta el brillo de tus ojos, el candor y delicadeza que emanas junto a esa fortaleza impensable para cualquiera. Tus aparentes cambios de humor, tus risas,... Esas facetas tuyas descubiertas en nuestros instantes compartidos y nunca paran de sorprenderme. No me has decepcionado si es lo que implicas, ahora sé el verdadero valor lo de que habría perdido- la vio sonrojarse ante sus últimas palabras.- Espero, que con todo esto, no pienses que soy don cursiladas, pero tal vez pronto comprendas más cosas de mí, como yo lo hago de ti.

-Me haces muy feliz.

-Ojalá me hubiese presentado antes. Puede que las cosas fuesen distintas. Pero perdona mi curiosidad... ¿Qué fue lo que te llevó a decidir poner fin a todo esa noche?

-P-pues es que... Aquella tarde ansiaba admirar la muerte del día, que sentía como propia, así que abandoné antes mi lugar de sombras. No mucho más, lo justo para fascinarme de esas tonalidades que para mí significaban la muerte del mundo al atardecer. Soy incapaz de definir el impulso que me guió a hacerlo, quizá fuese el anhelo de una normalidad inexistente. El caso es que lo hice, y en principio todo parecía extrañamente en calma. Anduve dando tumbos un tiempo indefinido, pero en un momento dado pude notar que llamaba más la atención de lo debido. Se me ocurrió pensar que podría haber salido con la ropa de dormir, o mi mala cara, por lo que contemplé en un reflejo mi aspecto y nada parecía desencajar. Hasta que alguien finalmente me dirigió la palabra para preguntarme sobre ai tal cantidad me aprecía adecuada por una noche. Me extrañó e intenté explicarles que se habían equivocado, que yo no era lo que insinuaba ni me dedicaba a ellos, mas pronto las miradas se convirtieron en insultos poco discretos. Y a punto estaba de desaparecer del lugar cuando aparecieron ellos dos.

-Para nada bueno diría... –afirmó dándole la razón, presagiando internamente una verdad carente de amabilidad.

-Gritó en medio de toda esa gente, lo bien que me había visto gozando con hombres por dinero, de los menos recomendables, y que si alguien tenía ganas no dudarán en hacérmelo allí mismo. Y bueno tal vez no lo sepas, pero en pueblos pequeños las habladurías son armas mortales...

-¿No se dieron cuenta de que ciertas cosas no encajaban?

-Sólo vemos y escuchamos lo que nos interesa y juzgamos como blanco o negro, sin considerar que la realidad se pinta de muchas variantes de grises.

-Tienes razón... pero aún así ¿él no hizo nada?

-Apartó la mirada, dando a entender el asco que le daba tan sólo mirarme. En medio de todo aquello, escapé, rezando por poder llegar a algún sitio donde no hubiera nadie para al menos poder respirar sin que me doliese. Pero al llegar a aquel callejón, recordé que si tal como parecía la calumnia ya era vox populi, las opciones de regresar a casa sin acarrear una vergüenza inmerecida sobre mi cabeza se reducían a nulas. Así que pensé únicamente en las ganas infinitas de descansar y dormir, eternamente a ser posible. Al principio sólo eso, aunque me pesaba tanto el corazón que al notar el filo cortante de los cristales allí esparcidos, me corté, e incapaz de parar de temblar, no conseguí terminar lo iniciado y deseado, así que agotada me rendí al notar el peso de los párpados sobre mis ojos. Y el resto ya lo sabes.

-Sí, te encontré finalmente y te curé la herida. Procurando controlarme para no acabar bebiendo tu sangre, por otro lado lo menos recomendable en aquel momento. ¿Entonces fue ese el motivo por el que me pediste aquello?

-¿Aquello? Ah, aquello... Verás, al principio pensé que estaba soñando, y denigrada al lugar de buscona ¿porque no comportarme como lo que todos consideraron que era? Además de muchas había oído hablar de lo que se sentía, ansiaba probarlo yo también, aunque fuese irreal.

-¿Entonces lo hiciste pensando que era irreal? Vamos que si hubieses sabido que era real ni me habrías mirado.

-Te equivocas, eso fue al principio. Enseguida me di cuenta, yo... lo disfruté. Apareciste ahí, tan imponente y misterioso... Nada más mirarte a los ojos supe que merecería la pena, real o imaginario.

-¿Mis ojos?

-Vi en ellos, en sentimiento que pensé que nadie albergaría por mí. Eso, y dolor. Un dolor que me hizo no ser ajena a ti. Fue como encontrar algo perdido.

-Pero no todo fue tan maravilloso...

-Noté tus colmillos en mi cuello, nítidos en medio de las brumas de lo irreal, y confirmaron lo que ya conocía, pero me había negado temiendo la verdad. Y pensé con amargura ¿cómo iba a ser todo tan perfecto?

-Siento que todo haya ocurrido así, y el morderte sin tu permiso. Pero estuve tan cerca de perderte una vez, que no iba a arriesgarme una segunda.

-Lo que no entiendo es que siga viva ¿Acaso vosotros no os alimentáis de la sangre y una vez acabáis matáis a la víctima? Y aún en el caso de que tú lo hayas hecho por tus motivos, ¿no debería haberme convertido yo también? A pesar de todo eso, no siento necesidad de beber sangre, ni tengo esa frialdad que tu casi siempre posees, es... extraño.

-Eso es porque cuando son los colmillos del príncipe los que infectan la sangre, las cosas se desvían de lo lógico, señorita- explicó una voz desde el umbral de la puerta, sorprendiéndolos a ambos.


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