Reflejos II






Acarició con dedos cansados la superficie opaca de aquel espejo lleno de visibles cicatrices, dejándolo inservible a su propósito inicial, capaz únicamente de reflejar en su interior fugaces sombras que la luz de la luna filtraba a través de las pesadas cortinas. Apenas una indiferente mancha gris. Pero tampoco le importaba demasiado, pues por más límpida y nítida que fuese aquella superficie, jamás le volvería a devolver su reflejo. Eso era algo, comprobado tiempo atrás, incapaz de definir su cantidad, ya que su memoria estaba sumergida en un caos que se resistía con voluntad propia a someterse al orden que ella, casi con desesperación, intentaba establecer, para intentar al menos aclarar el tiempo que llevaba allí.

Y como cada vez que pensaba en el tiempo, hizo vagar su mirada hasta dejarla reposar en un reloj de grandes manecillas de plata, cuyo viaje debió terminar en un pasado etéreo donde ya sólo existían las doce de la noche. Un hecho para él imperturbable, mostrándoselo desde la pared donde orgulloso dominaba un tiempo que sólo pasaba para ella e indiferente para él, siempre fue así.

Cerrando sus ojos, su mente vagó hasta el instante que recordaba con más nitidez sobre todos los demás, el instante en que se encontró por primera vez con aquellas paredes:

Abrió los ojos pesadamente, y lo primero que éstos hallaron sus ojos fue la más completa oscuridad. Parpadeó varias veces, anhelando que sólo fuese algo momentáneo, mas enseguida pudo comprobar que si bien todo parecía adornado con una leve nitidez, la oscuridad permanecía como una silenciosa señora dominándolo todo. Mil preguntas habían cruzado su mente hasta entonces y tras comprobar que no recordaba absolutamente nada, abandonó la cama dispuesta a aclarar en algo sus dudas. Echó una ojeada a su alrededor, contemplando el escaso mobiliario de esa estancia: a su lado, el sitio que acababa de abandonar, una gran cama con elegantes doseles de color azul cielo alzándose imponente, dando una luminosidad inexistente a aquel lugar extraño. Justo frente a ella, un tocador de madera noble ocupaba toda la pared. Poseía varios cajones custodiados por cientos de tiradores distintos con forma de un sinfín de animales fantásticos. Y sobre él, un bello pero inservible espejo, puesto que lo que las alas del fénix que lo coronaban amparaban bajo ellas, sólo devolvían un juego de sombras formadas por su figura al acercarse. Aunque a pesar de todo, el cristal parecía tener algún otro propósito desconocido, pues presentía algo extraño, como si en él hubiese vida. Y finalmente, lo que aquellas cuatro paredes atesoraban, se resumía en unas pesadas cortinas de terciopelo, a juego con los doseles de la cama. Intrigada por lo que podrían ocultar, las descorrió lentamente y con indecisión, decepcionándose al observar la negra oscuridad extendiéndose al otro lado. Las abandonó alejándose de ellas, con una extraña sensación cuyo nombre no supo precisar y volvió para tomar una vista general de todo el mobiliario, siendo justo entonces cuando le pareció percibir un leve tic tac disperso pereciendo apenas hubo empezado. Dudosa, comprobó el reloj, inerte y carente de movimiento, igual posición a la que ahora se presentaba, motivando su incapacidad a responderse a si misma sobre el tiempo que llevaba allí ni la razón.

-¿Qué estoy haciendo aquí?-se oyó a si misma preguntarse, con una mueca de dolor al usar la voz, utilizada por vez primera desde su despertar.

-Estás aquí por mi- escuchó a alguien susurrar en su oído.

Sobresaltada, se dio la vuelta para encontrarse cara a cara con su inesperado interlocutor, uno que habló como surgido de las sombras, puesto que en ningún momento tuvo la sensación ni de que estuviera allí, ni de que se estuviese acercando.

En medio de esa oscuridad, forzaba a sus ojos a que intentaran ver lo que sabía que no podrían por más que se esforzara, vislumbrando únicamente la silueta de lo que podría decir era un hombre.

-Ahora lo arreglo-dijo.

Y tras eso, de pronto la habitación quedó inundada por pequeñas esferas cristalinas en cuyo interior brillaba una tenue luz blanca, lo suficientemente brillante para que pudiese verle claramente.

Era un hombre, bastante más alto que ella, joven como lo denotaban sus facciones, donde destacaban unos ojos de color azul profundo y fina nariz. Iba vestido de color negro y en las manos traía un vestido blanco con adornos del mismo azul de sus ojos, perfectamente doblado. Tranquilo y calmado, se mantenía allí como si todo los que a ella pareciera no encajarle en su lógica, fuese su transcurrir diario.

-Perdona pero....

-Estás aquí por mi, ya te lo he dicho.

-¿Por qué?

Un atisbo de indescriptible emoción pareció nublar sus ojos, aunque pronto lo consideró algún extraño juego de luces, pues sus ojos parecían no albergar emoción alguna.

-¿No lo recuerdas?

-No.... Sólo recuerdo haber despertado aquí, nada anterior a ese momento...

-Parece que lo olvidaste todo- opinó, dejando entrever que se conocían de antes con un brillo indefinido en su mirada.

-Yo... Lo siento

-Entonces, tendré que hacerte recordar- fue su conclusión, lanzando a un lado el vestido y acortando la distancia entre ambos.

Ella por instinto, retrocedió conforme lo veía acercarse, cesando sus pasos al percatarse pronto de la pared contra su espalda, impidiéndole dar un paso más.

-¿Y ahora que me harás?-susurró con voz trémula.

-Esto- y poniendo ambos brazos a cado lado de su cabeza, buscó su mirada, percatándose del miedo y el temblor que recorría su cuerpo.

-No te voy a hacer daño, al menos no nada que te haya disgustado antes- murmuró con voz grave.

Y apenas lo hubo afirmado, la cogió de la barbilla con una mano y acercándola por la cintura a él con la otra, unió sus labios a los de ella fervientemente, mordiéndole el inferior para que le permitiera el acceso a su boca, ante lo que ella, incapaz de reaccionar ante lo que estaba ocurriendo, le dejó entrar sin oponer resistencia. En aquel beso, advirtió algo levemente conocido, en la forma de jugar con su lengua con desbordante pasión, en las sensaciones anhelantes que desconocía que necesitaba, y antes de darse cuenta, se encontró a si misma respondiéndole, intentando probar el sabor de sus labios, su lengua, compartiendo el momento con la misma fogosidad inicial de él, dándole a entender a él, que aunque mecánicamente algo despertaba en su interior. No obstante, pronto supo de su necesidad de respirar, y gruñó por ello, en el mismo momento de despegar sus labios, mas no la dejó que se alejara de su cuerpo volviéndola a mirar a los ojos, más vacíos que nunca como si lo compartido hubiese formado parte de un espejismo de su mente. Pero fue ese vacío en que no le gustó ver.

-No tienes nada que temer...-pronunció con voz cálida, intentando retornar la vida a sus pupilas.

-Esto lo hemos hecho antes, en un sitio oscuro como este.... –ante esto, él sonrió levemente acariciando sus mejillas con una dulzura que parecía impropia de él.

-Sí, esto y algo más. Veo que tu cuerpo aún conserva ciertos recuerdos.

-¿Ciertos recuerdos? – al decirlo, apareció en su cara una sonrisa provocativa mientras se relamía los labios.

-¿Quieres que te lo haga recordar de nuevo?

-Sino es mucha molestia...

-Ninguna, pero luego no te arrepientas- ella negó un par de veces y esperó a lo que supuso serían sus recuerdos olvidados y tras un breve silencio tácticamente meditado por él aumentando así la tensión, su acción fue la menos imaginada por ella. La cogió en brazos, y en un par de pasos escasos alcanzó el borde de la cama lanzándola encima despreocupadamente, y antes de empezar a quejarse por eso, se topó con sus labios de nuevo, que inquietos, trazaron un camino de besos hasta acabar en el lóbulo de su oreja, mordiéndoselo y sobresaltándola al procesar el dolor infligido por sus dientes..

-Espera, no esperaba esto...

Distanciándose escasos centímetros se dispuso a hablar.

-Pues ahora ya es tarde- aseveró, inmiscuyendo sus manos cual ladrón, en un territorio privado como lo era la piel que descansaba bajo la blusa, acariciar su estómago sin rastro de pudor.

Tembló levemente al sentir el contacto de sus dedos fríos sobre su cálida piel, apenas teniendo constancia de la sensación ya que acto seguido sintió como le bajaba la cremallera de los pantalones y metía su mano por dentro, acariciando la zona de su ropa interior, justo en el nacimiento de los rizos de su sexo. Gimió, incapaz de controlarse, gimió ante las formas bruscas de esas manos palpando lugares inaccesibles para muchas personas, con un descaro insolente.

-Veo que te gusta, y apenas he hecho nada.

Y entonces notó como descaradamente apartaba la tela, y metía sus dedos dentro de ella, originando un aumento en sus gemidos, agarrando con fuerza las sábanas para no terminar gritando ni retozando de placer, pues ya bastante vergüenza sentía.

-Puedes gritar si quieres, nadie vendrá a molestarnos.

Tras decirlo, prosiguió con un trabajo del que parecía disfrutar, moviendo hacía abajo el sujetador pues le impedía acariciar unos generosos pechos de pezones sonrosados, levemente duros bajo sus yema. Y ahí estaba él, con una mano en su entrepierna, metiendo los dedos en ella, explorándola con sumo interés y la otra masajeando uno de sus pechos, mientras mordía con fruición el pezón del otro y lo llenaba de salida.

Disfrutaba con aquello, como se lo hizo saber la humedad en su parte baja, estimulándola en mayor medida al percatarse que probablemente sus dedos estuvieran pringados por ello. Su cuerpo ardía, aunque contra toda lógica lo anhelaba, así que apretó su piernas sobre el intruso, contrayendo las paredes internas de su vagina alrededor de sus dedos, y tirando de él contra su cuerpo en la medida de lo posible. Él sonrió internamente ante tal vehemencia, no la suficiente para liberarse de la presión de sus piernas y de sus brazos.

Sintió la rudeza con la que volvió a saberse libre, gruñendo como un animal de puro placer, seguido de la urgencia de sus caricias, anheladas por primera vez.

-C-continua...- le suplicó sin atreverse a mirarle a la cara.

La sorprendió metiendo los dedos húmedos en la boca, y ella con los ojos cerrados, los lamió con desesperación imaginando que todavía permanecía en su interior.

-Creo que sino consigues recordar nada, no merece la pena. Será mejor irme-respondió a su anterior pregunta, dando media vuelta dispuesto a marcharse.

Con rapidez de gacela, como jamás pensó que podría ser, se irguió con dificultad ante la excitación y la desagradable sensación de humedad en su parte baja al verse abandonada.

-Algo si que recuerdo....- expresó con dificultad.

-¿En serio? ¿Qué? Seguro que sólo quieres que acabe con lo que empecé- la estaba haciendo sufrir, y lo sabía, pero a pesar de todo se estaba divirtiendo con la situación.

-La primera vez....

-¿Sí?

-En un callejón... Me dormí en él...

-Creo que ese cuento no lo había oído- aunque realmente era cierto. Pronto supo que se había dado cuenta de la mentira, ante el cambio de su expresión, mordiéndose los labios intentando contener su ira.

-¿Y qué más da? Tu tienes tantas ganas como yo.

-¿En qué te basas?

-En eso- y señaló el bulto de su pantalón. Vale, no lo había notado, y notó un leve sonrojo en sus mejillas al pensar en que en apenas un par de minutos ya se había puesto a tono, no podía evitarlo, pero la anhelaba tanto desde la última vez, ¡y habían sido tres días! Parecía un adolescente con las hormonas de mil adolescentes más, ¿pero como evitarlo? La observó: Excitada y húmeda. Los generosos senos mostrados en toda su gloria subiendo y bajado impulsados gracias a la agitación de su respiración, coronados por pezones erectos, brillantes con rastros de su saliva en uno de ellos. El terso vientre de delicado marfil curvándose en la fina cintura, la oscuridad de su condición pringada con líquidos formados en su interior arrastrados ascendentemente. Los labios que habían lamido sus fluidos, de labios aterciopelados ahora levemente abiertos, sus pupilas dilatadas... ¿Cómo evitarlo? Lo extraño hubiese sido lo contrario.

-Tampoco te creas tanto, las he tenido peores- se divertía con la situación, a pesar de todo.

-¿En serio? – le retó.

-Pues si- a ver con que le sorprendería ahora.

-Vamos a comprobarlo.

Se aupó del lecho, y al hacerlo su blusa cayó ocultando su busto, marcando la dureza de sus pezones bajo ella. Tragó saliva ante aquella visión, percatándose del dolor contra sus pantalones al verla parada frente a él.

-¿Qué vas a hacer?-su tono triunfador olvidado, y advertido de que ella se sabía ganadora, aunque no pronunciase palabra.

-O nada especial, un pequeño experimento- e hizo vagar sus manos con falsa ingenuidad entorno su cadera hasta detenerse en la hebilla del cinturón, eliminándolo de su trayectoria con agilidad, continuando un sendero tormentoso para él hasta la bragueta, siguiendo un mismo destino que su predecesor al desabrocharlo. Poco tiempo hubo de esperar. Enseguida lo emuló metiendo su mano en esa guarida de su martirio, prosiguiendo su camino. Apartó con desquiciante tranquilidad la parte superior de su ropa interior acompañando el gesto cogiéndole la verga fuertemente hasta quedar exhibida a la tenue luz del ambiente sorprendiéndole ante el atrevimiento de su acción. Mas pronto la mente se embargó de placer unido al dolor de notar sus testículos aplastados contra la tela, áspera a su piel. Y gimió. Gimió por tan contradictorias sensaciones.

-Vaya, si que tienes una caña de pescar empinada, ¿puede levantase más? –sin esperar su respuesta, empezó a deslizar con estudiada indiferencia el talle de su pantalón cesando el movimiento al descansar éstos un palmo más arriba de sus rodillas, exhibiendo todo su pubis recubierto por rizos negros.

Incapaz de despegar los ojos de su parte baja, no se percató de cómo se recostaba contra él en un gesto aparentemente tierno. Pero enseguida notó como se restregaba contra él, tentando sus bajos instintos representados ahora un único órgano de pensamiento propio, buscando desesperadamente la entrada a su interior, algo que ella evitaba ágilmente. Iba a suspirar cuando esto quedó en un intento frustrado al notar la unión de sus bocas, mordiéndole el labio inferior, pasando presurosamente al superior incapaz de alcanzarlo, así que poniéndose de puntilla aguantándose en sus hombros lo alcanzó, prosiguiendo su tarea.

Experimentaba un dolor placentero, ya que eso de alzarse le otorgó finalmente la entrada largamente deseaba aumentando su erección hasta límites insospechados, dando la capacidad de mantenerse erguida a lo debía descansar inerte entre sus piernas a pesar de que el dolor en sus testículos gritaba para dejar de estar en tensión. No obstante era preferible aguantarse, jamás imaginó tanto regocijo en esa caricia áspera de su pubis. Eso, y el beso húmedo con que lo acompañaba lo llevo a un nivel tal de éxtasis que pronto fue incapaz de detener las gotitas de semen que se escurrían entremedio de sus dos sexos.

-Bueno, veo que no te gusta lo suficiente, estás tan parado, una lástima la verdad- dijo, retornando a su altura normal y poniendo distancia entre ambos.

No tuvo tiempo de alejarse, atrapada como se vio el cuerpo masculino y la pared, jugando con una mano con los rizos manchados de blanco, y la otra reencontrando sus pechos.

-¿Quién dijo que pudieras marcharte?-gruñó.

-¿Entonces reconoces que tienes tantas ganas como yo?

-Tampoco te creas, es que no tengo otra cosa mejor que hacer- mentira, le hizo saber su parte baja.

-¿Ah sí?- y cogió todo obstáculo para ver por completo toda su masculinidad y la arrastró de un tirón hacía el suelo colocándola bajo sus bolas, y lamiéndose los dedos, éstos erraron hasta su ombligo. Serpenteando, vagaron dócilmente descendiendo, sendero trazado con saliva, prosiguiendo a lo largo de su erección desembocando finalmente en sus testículos. Atrapó uno con cada mano, restregándolos y apretándolos sin ninguna consideración.

Un sonoro gemido escapó del interior de su ser sin apenas ser consciente de ello, alertado ante la imposibilidad de seguir conteniéndose, y pronto supuso que poco tardaría en correrse contra ella. Sin embargo, algo en su obnubilada mente le permitió poder articular una frase medianamente coherente.

-¿Q-qué... ha-aces?

Y lo preguntaba, porque ahora sus inquietos dedos se encontraban presionando con fuerza su glande.

-Dilo.

Con las pupilas dilatadas, buscó con dificultad su mirada, y al hacerlo, una amplia sonrisa ocupó su semblante.

-Tan orgullosa como siempre.

-¿Eh?

-¿Me dejarías correrme en paz, señorita?

-No hasta que lo digas.

Intentó permanecer sereno, aunque pronto sólo notó su urgencia, y con rudeza la apartó de su lado, empujándola para que cayera en la cama, reparando en su semen derramado sobre el suelo.

Ella aterrizó donde estaba previsto, temerosa y asustada por su brusquedad, apreciándolo en el espejo de su alma, cristalina a través de sus iris color dorado, desviándolos al captar su examen. La contempló desde arriba, desparramado el pelo revuelto sobre las sábanas, el aparente frágil perfil, el cuello con dos marcas moradas, su abdomen descubierto, la cadera dando la bienvenida a su sexo, embadurnado levemente blanco, culpables las gotas cuya necesidad no se habían depositado en el suelo. Y volvió a sentirse invadido por la urgencia de su sexo, su hinchazón dolorosa. Era incapaz de contenerse, ya fuera al verla frágil o atrevida, lo tenía cautivado, cada gesto, cada ademán, cada postura... todo representaba una tentación.

Se inclinó sobre ella, soportando su peso colocando las manos a cada lado de su cintura, con su miembro en contacto directo con la piel de esa zona, estremeciendo al cuerpo femenino en el proceso, y él.... él supo que debía apresurarse con sus palabras, incapaz de contenerse mucho más. Suspirando profundamente, le dijo aquello con voz clara y profunda.

-Pues claro que tengo tantas ganas como tú, sino más. Es sólo verte, y no tener ganas de otra cosa que no sea perderme en ti, follarte hasta que pierdas el sentido en mis brazos. Me enloqueces de tal manera que mi autocontrol se esfuma, me siento peor que un adolescente en pleno pavo. Sólo con decirte que apenas te veo, me da la impresión de que me empalmo. Y no me gusta, no lo que me haces sentir, sino que no me recuerdes.

Su cuerpo ahora era libre de temblores, al ver que no le haría nada de momento, nerviosa a y avergonzada a la vez por el discurso.

-Pero antes te dije que algo si recordaba.

-No eras tú la que me recordaba, era tu cuerpo. Pero a pesar de todo lo dicho, no quiero sólo eso, no quiero sólo tu cuerpo, quiero tu corazón, ser el único al que ames como hombre. Sabía que en cuanto te hiciera la primera caricia, lo recordarías en cierta forma, aquel con el que tuviste tu primera vez, aquel que marcó a fuego su pasión en ti. Pero a veces eso no es suficiente.

-¿Suficiente?

-Ya te lo he dicho, si sólo quisiera divertirme un rato contigo no me habría preocupado en hablar contigo, ni en intentar que me recordaras. Perdóname por lo cruel y presuntuoso que pueda parecerte, pero si hubiese deseado forzarte, lo habría hecho sin demasiado problemas y puedes creerme si te digo, que si ese fuese mi deseo, lo habría satisfecho. Pero... Pero en realidad quiero que pongas tu corazón en ello, quiero ver sentimientos en tus ojos, y que tu sonrisa ilumine mis días de eterna oscuridad, pues eres todo lo que necesito para ser feliz. Aunque, he llegado a un punto sin retorno, tal vez este es mi castigo por haberte hecho esto- y sus dedos acariciaron las marcas moradas de su cuello, con infinita ternura y tristeza, atisbando cierto brillo acuoso en sus ojos azules, a lo que pronto dos rastros tenues de tímidas lágrimas aparecieron por sus mejillas, y sin incomodarse por ellas, pero rehuyendo ahora él sus ojos, retomó sus palabras.

-Es verdad que eso es lo que deseo, no obstante.... No obstante prefiero tenerte como mi cautiva muñeca de vida artificial, dispuesta aquí para mi placer, y al menos sentir tu cuerpo, que saberte muerta, olvidada o quien sabe que cosas más en cualquier callejón. Pues si he perdido tu corazón por decidir lo que sólo a ti te correspondía, me conformaré con tenerte cada noche, desapareciendo cuando acabemos.
Algo despertaron sus palabras en los recuerdos que creía olvidados. Cerró los ojos, sintiendo vagas escenas reproducidas en su mente: ella dormida en una callejón en plena noche, sangre, alguien de ojos azules atravesando esa oscuridad, una situación parecida a la que estaban ahora, y finalmente, esa misma persona mordiendo sus cuello y la cogía en brazos apretando su cuerpo desnudo con infinito afecto.

-Eres tú... – musitó con voz rota.

-¿Có-cómo?

-La persona que me encontró, me curó, me... – se calló roja ante lo siguiente.
Buscó su expresión, intentando desesperadamente no hallar mentiras ni dudas en ella.

-¿Me recuerdas?

Y su respuesta consistió en levantarse, coger su rostro entre las manos, lamiendo los restos salinos de lágrimas remanentes con dulzura, transmitiéndole su respuesta con aquel gesto.

-Gracias...

-¿Por qué?- le dijo juntando su frente con la de él.

-Por estar aquí conmigo, por recordarme, por ser tú, por...

-Sssssh, hay muchas cosas que aún necesito saber, pero ahora, tan sólo quédate en silencio y abrázame.

Él raudo cumplió su petición, la rodeó con sus brazos y la atrajo hasta su cuerpo, hundiendo sus dedos en su pelo y su cara en el hueco de su cuello, deseando embriagarse de ella y compartir la calidez de su cuerpo. Un inconveniente pronto se materializó entre ambos, ya que ninguno de los dos era consciente de en que estado se encontraban hasta ese entonces.

-Perdona pero... Verás no quiero que te enfades, pero es que noto algo duro ahí abajo... habló con voz suave.

Levantó la cara con sorpresa, tiñéndose de carmesí, el mismo color instalado en ambas facciones y rápidamente se separó de ella.

-No te disculpes, si la culpa es mía- y se dio la vuelta dispuesto a arreglarse la ropa, pero pronto notó como unas pequeñas manos se entrelazaban con las de él y le atraía hacía a ella, cesando su movimiento anterior..

Cosnciente de la fuerza de voluntad necesaria para decir aquello, sentía que no tenía otro remedio, no quería que lo malinterpretara, ahora que volvía a recordarle.
-No h-hagas eso, no podré controlarme mucho más si lo haces.

-No quiero que lo hagas.

Notó un sinfín de sensaciones en su interior: alegría, orgullo, alivio, pasión, amor...

-¿No pensarás que me aprovecho de la situación, verdad? Tal vez sólo sean mentiras para que no te resistas.

-No creo. Veo en tus ojos la misma tristeza y oscuridad que en los míos. Que he visto disiparse cuando he dicho que te recordaba. Y aunque estuvieras mintiendo, no me queda nada más...

-Yo... perdóname.

-Ahora, eso da igual.

Y la volvió a abrazar con fuerza, agradecido de que no le echara en cara el haber tomado una decisión tan importante sin considerarla a ella.

-Y ahora, continuamos con nuestro pequeño momento de intimidad –sorprendido por el repentino cambio del ambiente de la situación. Acariciando sus pectorales bajo su camisa, e irguiendo su rodilla para jugar con su pene, la atmósfera romántica derivaba ahora en una de tensión sexual.

Suspiró ante el inevitable placer que embargando su interior, dispuesto a complacer su deseo.

-Veo que posee un excelente sentido del equilibrio, señorita...

-Supongo...-respondió dudosa y desconcertada, sin saber a que se refería.

-Bueno, tengo mucho tiempo por delante para comprobarlo. Pero aquí las cosas se hacen bien.

Y dicho eso, procedió a bajarle completamente los pantalones y las bragas de fino encaje hasta que cayeron libremente y él se arrodilló para eliminar tan molestos objetos, levantándole con suavidad una pierna primero y luego la otra, deshaciendo la opresión de su ropa, a la par de la fascinación con que su mirada seguía sus acciones, recordándole en cierta forma a un príncipe. Una vez hubo acabado, procedió a volver a alzarle una piernas que está vez dejó reposar sobre su espalda y sus dedos aprovechaban el libre acceso a toda la parte interior, empezando por el tobillo y subía con calma, nunca alejando sus iris de los de ella.

Notó sus dedos formando círculos sobre su tersa piel, sin parar y nunca abandonando su movimiento ascendente, y al llevar a sus muslos frenó en seco indeciso.

-¿Lo disfrutas?

-Mmmmmmm

-Vaya, aquí la niña se me ha quedado muda. Tendré que castigarte por ello.
E incrementó las caricias contra sus muslos, para pronto posar su mano sobre la entrada de su vagina frotándola primero, y metiendo sus dedos dentro de ella después, removiéndolos en su interior.

Cerró los ojos disfrutando ese calor en su parte baja extendiéndose velozmente a todo el cuerpo, disfrutando al presenciar ambos tanto su respiración agitada como las palpitaciones que inundaban todo su vientre bajo.

-Vaya, aún no estás mojada, eso se ha de solucionar- y sacó sus dedos bruscamente, sujetándola por el culo para evitar que se cayese y pegarla en la medida de lo posible a él.

Y enseguida se percató, el reemplazo dado a sus dedos cuando la inundó: su lengua.
Se sintió desfallecer, mas su firme agarre la mantuvo derecha, sin alterar en absoluto los quehaceres de su lengua recorriendo sus paredes, asegurándose de no dejar nada sin probar. Tras acabar la inspección, su dientes se hincaron en sus labios carnosos.

Volvió a gritar de puro placer, notando sus últimos lametazos a su coño y finalmente el mordisco con el que llegó al zénit del placer, no pudiendo soportar más su peso cayó, atrapada antes de terminar en el suelo por los brazos masculinos que la alzaron y la depositaron con delicadeza sobre el lecho, erguido sobre su propio cuerpo relamiéndose los dedos con una sonrisa sarcástica en los labios, y una alegría inaudita en el azul cielo del espejo de su alma.

-Va-vaya, s-si q-que te em...pinas con facilidad- le provocó jadeando, sorprendiendo a su compañero-. Me pregunto q-que pasaría si h-hago esto- terminó empezando a controlar su respiración.

Alargó sus piernas y con un pie emprendió un juego con su pene, balanceándolo cual columpio e intentaba despojarle de esa molesta ropa que obstaculizaba la visión de las formas masculinas con el otro. Como un perfecto caballero él colaboró en la tarea, y pronto todo descansó a sus pies.

-Un momento, señorita- le dijo sujetando sus pies suavemente y con un imperceptible movimiento, se agachó para descalzarse y apartar la ropa a un lado, retomando la postura inicial, reencontrándose con una mirada embelesada y necesitada, pero algo se le ocurrió antes.

-Vaya, tengo algo de calor, espera que me quite la camisa- Y empezó lentamente a desabrocharse uno por uno los botones, como si fueran de cristal y tuviera miedo a romperlos, prestando especial atención a ellos, aparentemente relegando a aquella persona que aguardaba casi en toda su gracia recostada en la cama al olvido.

La expresión de ella tardo poco en ser una de mortificación, al ver su calma, y como la propia excitación iba cada vez más, al ir él revelando más de su abdomen sin parecer percatarse de que él también estaba muy excitado.

Sonrió para sus adentros, al observarla de reojo, vigilando cual halcón con su presa, con un deseo urgente de ser penetrada por él, a lo que en honor a la verdad, no demoraría mucho en hacer, a las puertas del orgasmo como se hallaba.

-Bien, visto las artes de equilibrio que pareces tener, me pregunto, ¿soportarás lo que tengo ganas de hacerte?-la interrogó finiquitando con el último botón y deshaciéndose con parsimonia de la camisa.

-¡Lo que quieras hacer, hazlo ya!- le exigió con vehemencia.

-No sabía que te urgía tanto. Bueno luego no te quejes ¿eh?

Deslizándose como una pantera hasta el borde de la cama, la cogió por uno de los tobillos e instantáneamente tiró de su pierna hacía arriba, hasta hacerla entrar en contacto con su nariz.

-Vamos bien- dio su veredicto.

Acto seguido, cogió su propio miembro sin soltar su pierna y asegurándose de que estuviese lo suficientemente lubricada al ver algo escabulléndose cuesta abajo, se la metió del tirón.

Ella gritó de sorpresa y dolor, debido a la posición y a la vehemencia de su acto, pronto empezándose a relajar, al sentir que su pene no forcejeaba para hacerse paso hacía su interior, en la misma posición. Cosa que cambió al notar que su dolor ya había desaparecido acostumbrada a ello.

-Vaya, quien me iba a decir que tenías dotes circenses- y sin dar tregua, empezó a restregarse contra ella con rapidez, con sus testículos rebotando contra su trasero salvajemente, penetrándola con unos instintos animales capaces de obnubilar su razonamiento. Dando una última embestida junto a un sonido gutural, terminó dentro percibiendo sus paredes interiores contrayéndose entorno a él, disfrutando ambos de esa postura tan rara, como lo demostraban sus gemidos al unísono.

Poco tiempo hubo de esperar para saber que estaba a punto de correrse, intentando deshacer de su cautiverio desesperadamente, extrañándola y volviendo a mirarle fijamente.

-¿Por qué... la sacas?

-¿Quieres que lo haga dentro o fuera?

-¿El qué?

Gruñó exasperado, ante aquella ingenuidad que a veces le demostraba.

-¡Correrme!-gritó al límite de su autocontrol.

-Ah... como prefieras.

Y con rapidez reinició sus intentos con mayor facilidad, demasiados lentos, ya que terminó derramando todo su semen en las piernas de ella, pues habían vuelto a su posición normal.

Al comprender lo sucedido, se sonrojó profusamente, y ella observando el cuadro de toda la escena se empezó a reír. Una risa límpida y clara que inundó toda la estancia, junto todos los rincones del cuerpo y el alma de él. Una gran felicidad anidaba en su pecho gracias a esa risa, a la par de la vergüenza por lo absurdo de la escena.

-Ei, ¡no te rías de mí!-exclamó como un niño pequeño.

-No lo pude evitar. Tendrías que haberte visto la cara, parecías un mocoso atrapado en la peor travesura nunca vista- continuó entre risas.

-No me gusta que veas que soy incapaz de controlarme y cumplir mi palabra- dijo con voz apesumbrada.

Ella detuvo sus risas y su mirada se transformó en una seria.

-Ven, siéntate conmigo- le dijo invitándole a tomar asiento a su lado.

Él hizo caso a su petición sin atreverse a mirarla directamente y se sentó en el borde de la cama.

-Espera, que me molesta esto- dijo señalado la blusa y el sujetador que aún continuaba llevando en posición extraña.


Deshizo los botones y la dejó por ahí, prosiguiendo con el sujetador, viniéndosele a la mente algo mejor.

-Perdona.... –él se sobresaltó tanto al escuchar la voz en su oído que poco le faltó para caerse al suelo, fijándose en la vista directa que tenía de sus pechos, sobresaliendo de manera demasiado erótica para su integridad por encima del sujetador.

-Eh... ¿dime?-intentó mantener el aplomo.

-¿Me ayudarías con el broche?

-¿Qué broche? Sino tienes ninguno- lo estaba consiguiendo, o eso pensaba él.

-El del sujetador.

-Ah, cla-aro, date la vuelta- murmuró encendiéndose más el color de su cara.
Volteó sumisamente, sonriendo por esa faceta inesperada que no le recordaba de la primera vez que estuvieron juntos. Notó sus manos deshacerlo, y bajar los tirantes por sus hombros dulcemente, llegar a la parte delantera y quitárselo del todo para acto seguido rodearla con sus brazos, abrazándola y acercándola a él, junto a tímidas caricias sobre sus pezones. Breves instantes, porque pronto retornó a estar cara a cara con él, conectando ambos miradas con decisión, advirtiendo silenciosamente en que no la eludiera con una expresión serio. Antes de concederle el tiempo necesario para formular la pregunta descansando en sus labios, se recostó sobre su regazo, sin importarle sentir su masculinidad erecta contra la mejilla.
Él tragó con dificultad ante la posición, forzándose a no realizar alguna estupidez, tal vez a no hacer nada temeroso de sentirse estúpido del todo, procurando distraerse acariciando su pelo.

-¿Cómo te llamas?

-¿Eh?-intentó asimilar su pregunta.

-Tu nombre, nunca me lo has dicho.

Ahora que pensaba, era cierto. Nunca le había dado a conocer su nombre, a pesar de que él si sabía el suyo, por motivos que ahora no venían al caso pero enseguida ella preguntaría.

-Edwing.

-Me gusta. Yo me llamo...

-Lyselle...

-¿Cómo lo sabes?

-Es una larga historia.... – susurró rehuyendo sus pupilas.

-Esa y varias más que necesito saber y cuyas respuestas pareces tener únicamente tú.
-Sí, lo sé. Te debo muchas respuestas. Si quieres ahora...

-No. Ahora quiero saber algo más banal.

-¿Algo cómo?

-Aquella primera vez en el callejón, tú eras tan virgen como yo, ¿no es cierto?
Se atragantó, y se puso a toser ante la inesperada pregunta, reponiéndose al final para su propia desgracia.

-¿Cómo lo sabes?

-Aquella vez, nuestra primera vez, parecías tan seguro de ti mismo... No sé el motivo, sin embargo hoy, te notaba algo nervioso y avergonzado...

-¡Eso era porque ibas a pensar que me estaba aprovechando de ti!-se defendió.

-No... Cuando alguien quiere aprovecharse de ti, lo hace sin pensar en los sentimientos de la otra persona, lo hace sin cargos de conciencia ni consideraciones, ¡y ni mucho menos se pone rojo!

-¿Te importa?

-¿El qué?

-Que no tuviera experiencia...

-¿Te importa que yo no la tenga?

-¡No!

-Pues yo opino igual. Ah, y otra cosa.

-Dime.

-No te preocupes por lo de haberte corrido en mi cuando dijiste que harías lo que yo dijera.

-Pero...

-Si lo hiciste, fue porque no pudiste evitarlo, y espero que fuera por mi- y dicho eso se incorporó para mirarle fijamente a los ojos.

-¡Claro que fue por ti! –dijo sin menor atisbo de duda en sus ojos ahora nítidos, como el cielo del amanecer, por lo que supo que sus palabras eran sinceras.

-Entonces, si lo que haces es por amor, no deberías arrepentirte por ello- y en cuanto salieron sus últimas palabras, se acercó a sus labios y le besó con una ternura y entrega infinitas, con la inocencia propia de los primeros besos de los niños, olvidada la anterior sensualidad. Él la correspondía, acariciando sus mejillas con los pulgares, resiguiendo sus labios con la lengua, sin querer profundizarlo, tan sólo una caricia, parando cuando ella impuso nuevamente la distancia.

-Estoy cansada....

-Tal vez la postura en que lo hicimos....

-No, no es eso. Creo que es este presentimiento, uno que me hacer sentir como sino quedara nada de mi vida anterior.

-Verás, quizás convendría....

-No. Mañana al despertar, vendrán las respuestas, sabiendo que algunas no me gustarán, y las situaciones a las que me habré de afrentar irremediablemente. Puede que me enfade, me decepcione, o me sienta feliz, las posibilidades de mañana son un caleidoscopio de un futuro lleno de muchas tonalidades de azul. Pero al menos, por esta noche, no quiero preocuparme por la alegría y tristeza arrastradas junto al nuevo amanecer. Lo único que deseo, es disfrutar del final de esta noche eterna.

-¿Cómo?

-Durmiendo... contigo. Sólo dormir- Aclaró, antes de que pudiera sobresaltarse.
Él se levantó, buscando su ropa pero su voz le detuvo.

-¿Qué haces?

-Iré a buscar algo de ropa de dormir para ti.

-No.

-¿No?

-Podemos dormir así, ¿qué hay de malo en ello? Yo ya te he visto, y tu a mi también. ¿Acaso te molesta mi desnudez?

-No es que me moleste... Pero no se si seré capaz de soportarlo...

-Ah, tu pequeñito problema... Tómatelo como un castigo por ciertas cosas que me habrás de contar- dijo con una sonrisa gatuna contoneándose, buscando la postura adecuada bajo las sábanas de la cama, asegurándose que no se perdiera ni un centímetro de su nívea piel.

-Tú y tu maldita intuición- gruñó por lo bajo, notando la tentación a la que le estaba sometiendo.

-Algún día tendrás que explicarme detenidamente algunas cosas que has dicho esta noche- fueron sus palabras.

Y él, dócilmente, como un cachorrito, se acercó y levantó las sábanas para tumbarse a su lado, notando como le cogía las manos y las colocaban en la cintura femenina, recostando la cabeza contra ese amplio pecho en que se sentía extrañamente protegida y le deseaba las buenas noches en un murmullo.

-Buenas noches, mi princesa.

Esperó a que su respiración se acompasara formulando sus deseos por si las estrellas fugaces atravesaban aquel oscuro cielo.

-Espero que jamás me vean así, sería el hazmerreír de todos... -sonrió, llegando hasta sus ojos una felicidad de la que no se creía merecedor- Aunque en realidad, espero que no me abandones, cuando veas el destino que te espera... –Y dicho eso, se dejó rendir a un tranquilo sueño como hacía mucho que no tenía con los latidos de su compañera como nana.

2 comentarios:

¿De verdad? Pues gracias

 

Publicar un comentario